10
Feb

La sombra proyectada

Para Cefe con todo el cariño del mundo

Regresábamos exhaustos, la larga marcha tendría su merecida recompensa. Parecía como si los animales presintieran la inmediatez de nuestro destino. Ellos más que nosotros poseen aún los instintos que el tiempo nos ha robado. El sol desaparecía lentamente entre las dunas, a nuestras espaldas. El éste se revelaba esperanzador, y ya con el juego de las últimas luces pudimos ver el oasis.
Cefe, desde su atalaya, seguía en el transcurrir de las horas la ruta del oeste, nada escapaba a su atenta mirada. Se sentía orgulloso de poder servir al pueblo que le acogió. La música de las herramientas que sacaban provecho a la tierra fértil bajo sus pies, cesaba ya, y los cansados agricultores recogían los frutos del esfuerzo diario.
Descendió para dar cuenta de nuestro regreso. Mientras se arrimaba a la tienda del jefe, se perdía en el recuerdo de la vez primera que pisó aquella arena húmeda y hermosa. La paradoja del destino que le habían pronosticado, enlazaba con la mejor de las formas. Un oráculo cualquiera, dio con sus ilusiones perdidas al desvelarle que, su búsqueda de la felicidad, acabaría entre el calor y la fuerza de un sol implacable y cruel. Fue un duro golpe a sus ilusiones. Había nacido entre la arboleda, en las húmedas tierras del norte, un lugar amado del que jamás pensó salir y al que nunca regresó. Pero el destino le obsequió con los más dulces frutos, y fue recompensado con creces entre la comunidad que desde hacía años le cobijaba. No recordaba las tristes circunstancias que lo llevaron hasta allí, pues el placer había borrado toda huella de dolor. Cefe sabía mejor que nadie el valor de las cosas. Desde su privilegiado destino, desde la suerte que suponía poder mirar a todos desde lo alto en todos los sentidos, no tuvo nunca dudas de cuál era su lugar. En cierta forma recuperó parte de esos sentidos que el tiempo nos ha negado.
Vi ascender su sombra proyectada por la luna mientras mi camello se adentraba en el campamento. Canturreaba una canción de su antigua tierra, y yo no pude más que dejar escapar una lágrima deseando llegar a ser como él. Admiraba su determinación, su complacencia, la aceptación de la vida que el destino le había ofrecido. Pero por encima de todo, el amor que en su interior atesoraba. Ese sentimiento puro carente de prejuicios.

CRSignes 050705

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