Amor peligroso
Febrero 7th, 2009
Amor peligroso
Published on Febrero 7th, 2009 @ 18:07:12 , using 3307 palabras,
Pese a las continuas críticas que condenaban a Nicholas por su comportamiento arisco y antipático, Brenda no pudo evitar enamorarse de él. Ignoró a los que decían que era un auténtico fanático de la oscuridad y la sangre; en asuntos del amor no era la razón quién mandaba, y en este caso se demostró una vez más.
En vez de evitarlo a toda costa y hacer lo imposible por intentar extinguir el sentimiento, reunió el valor suficiente para decírselo cara a cara. Al fin y al cabo nadie podía hacerle ningún reproche: todos habían sido adolescentes.
Pero Brenda se equivocaba, no sólo era ella la que lo buscaba desesperadamente; él la acechaba en todos los lugares a los que se atrevía a ir sola pidiendo a gritos silenciosos su presencia. No desconocía el efecto que le causaría a la joven enterarse de lo que él era en realidad, y se conformaba con cortejarla, siempre desde la distancia: desde las sombras, su elemento, dónde tenía todo el poder y jamás podrían dañarle. El riesgo de combinar dos especies tan distintas era impensable. Su carácter parecía temerario, aunque lo cierto era que sólo pecaba de prudencia.
Hasta que una noche, sus ojos ávidos de curiosidad cometieron el error de descubrir su naturaleza. Nicholas tuvo que retenerla mientras ella intentaba huir, atemorizada. Sin quererlo, debía matarla, como especificaban las reglas vampíricas. Si se lo contaba a alguien, su vida y la de todos los de su especie estaban en peligro por culpa de una simple humana. Pero lo que sentía por ella le impedía hacer tal cosa. Tenía que tomar una decisión, deprisa, antes de que lo que hiciera se volviera irreversible…
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Por aquella vez, Nicholas decidió salvarla. Ignoraba los resultados de tan temerosa acción; jamás había desobedecido una norma ni dañado a nadie de su raza, pero conocía a otros que lo habían hecho, con infeliz destino. No tuvo tiempo para plantearse el desenlace, sólo obedeció al agobiante nudo que se formaba en su pecho al pensar una existencia sin la joven tras haber tenido la fortuna – o la desgracia – de haberla conocido.
Brenda seguía luchando por zafarse, aunque cada vez perdía más las esperanzas. No temía a las criaturas de la noche, lo que realmente le enfurecía era que un engendro como él poseyera su vida y emociones. Pero este pensamiento no cambió en absoluto la realidad de los hechos, porque por más que lo intentó, ignoraba el secreto que la libraría de su mal.
El vampiro no tuvo otra opción que adormecerla con cantos paganos para conseguir llevarla a su morada, donde se encontrarían seguros y su vida no correría peligro por el momento. La suya era la menos importante, después de vivir tantos siglos de sabiduría, pero la humana no merecía la muerte tan joven.
Abandonó antes del amanecer a la joven en el pequeño catre del que constaba la vivienda, deleitándose con su respiración acompasada y cadenciosa, deseó que siempre fuera así y que nunca se acabara el momento… quiso ser humano para poder seguir acompañándola durante el día, y mostrarle la belleza nocturna de lo que sólo podía ver a la caída de la tarde, en el crepúsculo. Y sintió que su corazón de piedra comenzaba a lentecer de tristeza.
Brenda despertó recordando, melancólica lo ocurrido, intentó desterrar de la mente el recuerdo y paseó por la habitación recorriendo con delicia, uno a uno, cada rincón. Contempló embelesada la belleza ingenua de las esquirlas de cristal esparcidas por el suelo, de millones de fragmentos rotos que antes eran bellas esculturas, le sobrevino un escalofrío al observar el crisol desnudo como antiguo elemento de tortura. Y abajo, en una trampilla apenas visible se adivinaban unas escaleras. Sin poder evitarlo, bajó rogando por no tener que huir de allí aterrorizada.
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Nada, ni siquiera silencio había en la extraña habitación. La oscuridad no le permitía mirar a su alrededor, lo que creaba una sensación de angustia, cada segundo estaba más alerta. Se sentía segura de que algo saltaría hacia ella desde cualquier rincón si se descuidaba. Permaneció inmóvil mientras su corazón latía oníricamente, con la precisión de un sueño, quiso salir de allí tan precipitadamente que tropezó y bajó rodando los escalones que restaban. Fue atronador. Se golpeó con la multitud de objetos que había en el fondo, su cabeza chocó contra algo duro y permaneció en el suelo, quieta y desmadejada.
Sólo logró concebir algo cuando una mano tiró de ella con indiferencia y se vio arrastrada una vez más. Apócrifamente pensó que sería la última, la mortal. Pero perdió la consciencia y la recuperó de nuevo cuando se encontró frente al rostro demacrado de Nicholas. Su palidez se acentuaba con la lumbre encendida al fondo de la estancia, de la que procuraba mantenerse prudencialmente alejado, los vampiros temían al fuego. Miles de preguntas bullían en su cabeza, pero sin dejarle hablar aún, le tendió un líquido verdoso de maloliente olor y acerbo gusto, que se obligó a beber hasta la última gota. Poco a poco logró sentirse mejor y más relajada. Aunque la tranquilidad se acabó pronto, pues con un estridente ruido la puerta se abrió y la luminosidad solar entró a raudales por el resquicio. Apenas tuvo tiempo de esbozar una mueca de horror mientras una figura desconocida retenía a Nicholas obligando a mirar de frente la luz, ni siquiera pudo detenerlo, porque la pócima que acababa de beber le causaba una serena ensoñación y sin conseguir evitarlo, se encontró inmóvil, sin fuerzas…
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Le costó controlar la angustia mientras contemplaba aquel horrible
espectáculo sin poder hacer nada.
Al menos sabía que no estaba muerto y ya era algo ¿no?
Pero tras beber aquel brebaje, sus intentos por conseguir no mezclar la realidad con los delirios resultaron infructuosos.
Finalmente, un sueño artificial se apoderó de ella, llevándola hasta los confines infinitos de la desesperación.
Logró ver a Nicholas sufriendo indecibles torturas para no tener que confesar y sus gritos silenciosos le cruzaron la mente como un cuchillo de hielo.
Fue entonces cuando dudó de que fuera realmente un sueño y se concentró en exprimir cada detalle de aquella pesadilla tan cierta. Y le pareció estar más cerca que nunca de él. Sufrió en su propio cuerpo el dolor, y pensaron con la misma mente.
- Brenda
Se sobresaltó al escuchar su nombre, pero cada vez se alejaba más de su mundo, como si se encontrara en otra dimensión, y su inquietud se convirtió en un simple sentimiento.
- ¡Brenda! – repitió aquella voz tan cercana
- ¿Qué? – ansiaba preguntar, pero no le era posible hablar, pese a ello, pareció oírla
- Escúchame – ordenó, sin dejar translucir ni por un momento su padecimiento – Te pido que hagas algo por mí… ¿lo harás?
- ¡Por supuesto! – gritó con ímpetu, y le pareció ver una sonrisa pintoresca en su rostro dolorido.
- Tienes que cerrar mi tumba… si lo haces jamás te hallarán y podrás vivir. ¡Es el único medio que tienen para localizarte!
- ¡No importa lo que ocurra conmigo! – replicó – ¿cómo sacarte de ahí?
- Eso no es necesario… Tú eres lo que importa. Hay motivos, poderosos, que les incitan a buscarte. Si te tienen en su poder…
- ¡Dime cómo sacarte de aquí!
- Ten cuidado con su ayudante, Brenda. – la ignoró - Lo conoces demasiado bien y sería tu perdición.
- ¿El ayudante de quién? – preguntó confusa
Pero se acercaba a las postrimerías de su sueño y cada vez le costaba más mantenerse concentrada.
- ¿Qué puedo hacer por ti? – volvió a decir con agonía
- Salvarte… Sálvate, Brenda. Cierra mi sepulcro.
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Logró encontrar a tientas la puerta, y tropezando con todo lo que había a su paso, bajó las escaleras. Las lágrimas formaron un velo de niebla alrededor de sus ojos sin poder evitarlo. El no saber ni poder, aquella visión tan nítida constituía un aliciente más para sentirse extraña, abandonada y sobre todo, muy confusa.
Llegó al fin al fondo de aquellas malditas escaleras, y un poco a la izquierda encontró, efectivamente, aquella tumba. Tampoco ahora podía verla con claridad, pero conforme se acercaba, la absurda paranoia de que algo maligno podía ocurrirle infestó su mente.
Cuando alargó la mano para empujar hacia dentro la gran mole de piedra gris, algo desconocido y atrayente tiró de ella hacia abajo. Luchó por zafarse, agarró con fuerza la lápida… pero sus esfuerzos resultaron vanos. Cayó por ese agujero hondo y húmedo…
- Mi señora, quiero contentaros, pero…
- ¡Imbécil! – graznó – ¡Ya no me sirves! ¡Volverás a aquel burdel al que tanto tiempo le dedicas, pero siendo espíritu! ¿Cómo te atreves a desobedecerme?
Nicholas observó la escena entre hastiado y divertido. ¿Por qué nunca se cansaba aquella vieja bruja de atemorizarlos? Estúpidos… Ni siquiera era capaz de matar una mosca, y ya era el tercer soldado en el día que huía entre gritos.
- Nákar – dijo con toda la ironía que pudo reunir – Sabes que nadie te teme.
- ¿Ah, sí, Vriel? – le dedicó una mueca burlona
- Sabes que ya no me llamo así – siseó
- ¿Y le interesará a esa jovencita saber la historia de Vriel?
- Nunca se lo dirás.
- Ah, eso no lo sabes. La muy idiota se tragó el cuento de que tú le habías enviado una visión… ¿Es que nunca le has contado nada?
- ¿Qué habéis hecho qué? – bramó
- ¿Quieres verla? – se burló – Tranquila, dentro de poco disfrutarás de ella, pero en otra vida… ha caído por el agujero.
El rostro de Nicholas perdió totalmente el color.
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Nicholas aporreó fieramente la puerta de metal, mientras Nákar contemplaba sus nulos intentos con arrogancia.
- Más te vale que todo esto sea una farsa – amenazó, jadeante por el esfuerzo – Cuando consiga escapar de aquí te mataré si todo esto es mentira…
- Necesitarías una versucia que no tienes, Vriel – rió – Esa jaula te hace perder toda la fuerza y lo sabes.
- … y si es verdad, juro que te mataré de la forma más dolorosa que exista – continuó
De pronto el rostro de la bella vampiresa se tornó sombrío.
- No serías capaz de hacerme daño – susurró – Entre nosotros aún existe una unión, un juramento. Y sabes para lo que te he traído aquí. Tú y yo… en comunión… seríamos invencibles, Vriel.
- Dejé de llamarme Vriel cuando descubrí tu engaño. – pronunció lentamente, con odio – Nunca volverá a haber algo entre nosotros. Si consideras que esto es un juego entre ambos, seré tahúr e incumpliré las reglas. Debes morir.
Nákar tembló de furia. Su cuerpo esbelto se tensó con ademán hosco, dispuesta a matarlo.
- ¿Y si soy yo la que acaba con tu vida? – siseó
- Sólo hay una manera de matarme a mí. Y no está a tu alcance, idiota.
- … que es terminando con ella, y lo haré si no me das algo a cambio. Está en mi poder.
- ¿Qué quieres? – masculló
Esbozó una sonrisa. Lo demás sería fácil.
- Que me ames solo a mí. Ámame y no lo pondré una mano encima. Demuéstrale cuánto me amas y dejaré que se vaya.
Se retiró de la habitación, sonriendo para sí misma ante su triunfo, mientras en la celda un corazón inexistente se laceraba de angustia.
- Tienes hasta mañana a esta misma hora para pensarlo. Y sea cual sea tu decisión, será irreversible e irrevocable. Un juramento que durará para toda la eternidad…
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- ¿Nicholas, lo has pensado? – preguntó Nákar con voz serena, impregnada de astucia y maldad.
Nicholas no sonrió, ni siquiera se movió ni esbozó un gesto o una mirada.
- Me llamo Vriel – admitió al fin.
Nákar rió, con una risa ridícula y jactanciosa que demostraba su victoria, su poder sobre él.
- Bien. Acércate.
Vriel descubrió que en ningún momento hubo puertas de metal, que siempre estuvo libre, y fue, resignado, al encuentro de la que tendría que ser su mujer durante toda la eternidad.
Lo atrajo hacia sí, y le hizo un largo corte en el brazo con su uña afilada. De él obtuvo sangre de un color negro intenso que recogió en un recipiente de oro.
Tras eso, Nákar se infringió la misma herida.
- Los lazos de sangre son juramentos irrompibles – advirtió Nákar – Quizás prefieras que muera la muchacha.
- ¡No! – prefería toda una eternidad de esclavitud y servidumbre a que Brenda muriera. Si ella estaba viva, aún le quedaría una vana esperanza, una razón por la que intentar sobrevivir.
Apenas notó como Nákar le inyectaba su sangre en el brazo con ímpetu y violencia. Sufrió un espasmo de dolor y su adversa le imitó.
Duró unos segundos, mientras el mal recorría cada centímetro de su cuerpo.
- Ahora ven – invitó la vampiresa, con ademán cansado. – Aún no hemos cerrado el pacto.
Le condujo hacia una celda cerrada, que abrió con facilidad. Apenas hubieron entrado, Nákar le recordó al oído:
- Demuéstrale cuanto me amas
Vriel y Nákar sellaron el tratado con un beso fogoso, apasionado. La resistencia de Vriel se quebró, el poco dominio que tenía sobre él, el bien que durante tanto tiempo había sembrado en su interior desapareció por completo, y sus ojos se volvieron vacíos, oscuros. Y se dejó abandonar por las caricias de Nákar, su ama y señora.
Las consecuencias de un simple beso le durarían para siempre.
En un lateral de la celda, acurrucada, Brenda gimió con agonía.
¿Cuánto tiempo más sería capaz de soportar?
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Vriel salió de la celda cerrando la oxidada puerta, dejando solas a Nákar y Brenda.
Sus ojos, antes azules y brillantes, se habían vuelto completamente negros, y Brenda sentía temor al contemplarlos. Su conducta, de obediencia extrema hacia Nákar, a la que observaba como si de una diosa se tratara, no hacía más que fortalecerla y regodearse cada vez más en la imagen de la moribunda y asustadiza joven. Brenda decidió observar cada montoncito de polvo y pelusas que se amontonaban por los rincones, demostrando la suciedad concentrada. Así, quizá no sentiría tanto miedo.
- ¿Le amas? – preguntó Nákar en un susurro
Brenda cerró la boca. Ni una palabra saldría de ella, y menos para dirigirse a aquella furcia.
- Te he preguntado que si le amas – pronunció, en un tono peligroso - ¡Contesta!
Brenda sintió como todo su ser se estremecía, se vio inmersa en las fauces de un dolor inimaginable, sintió arder sus entrañas para caer de nuevo al suelo, exhausta.
- Es mío. El conjuro es sempiterno. Nunca te ha pertenecido. No eres lo suficientemente valiosa para él.
- Sí, le amo – replicó Brenda
Sintió el mismo martirio, se retorció, aulló de dolor y pidió clemencia con sus lágrimas.
- Le amo
Cada vez que lo decía, cuando repetía de nuevo cuanto lo amaba, su cuerpo se sacudía entre espasmos, que le dejaban sin fuerzas y desmadejada en la dura y fría piedra.
- ¡Debería sellar tus labios con brea ardiendo! – recriminó
- Hazlo – jadeó – Hazlo, sabes que te odiará. Tortúrame. Mátame si quieres. Pero sabes que nunca podrá olvidarme. Porque al menos he llegado a ser algo para él. Y le amo. Aunque me atormentes por toda la eternidad.
- ¡Idiota! – graznó Nákar
Vriel escuchó el sonido de un alarido desgarrador. Sin saber por qué, quiso acudir a ayudar a aquella voz angustiada. Pero su mente se hallaba vacía, sin sentimientos.
Se encogió de hombros.
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Nicholas llevaba mucho tiempo contemplando aquel cuerpo inerte de la celda. Aun sin conocer de nada a aquella chica, su mente incubaba una idea. Nákar se acercó con su paso sigiloso y esquivo.
- Déjala – ordenó – es sólo una criada desobediente.
- ¿Por qué creo conocerla? – susurró para sí – Mi imaginación tiene un límite.
- ¿Qué murmuras? – gritó Nákar molesta
- Nada, mi señora.
- ¿Acaso te retractas ahora de tu juramento?
- Por supuesto que no, mi señora. – contestó, pese a ignorar de qué juramento se trataba.
- Bah, deja de llamarme mi señora.
Nákar entró en la jaula e incrustó en el brazo de la muchacha un vidrio de color rojo. Se revolvió un poco, pero no despertó. Un fino hilo de sangre comenzó a manar de la herida.
- ¿Para qué sirve? – inquirió Nicholas
- Así no podrá escapar – explicó – Sabremos dónde está en todo momento.
- ¿Pero no podría arrancárselo?
- ¿Por qué estás tan interesado en el tema? – lo miró, con una sonrisa melosa en la boca
Nicholas se encogió de hombros.
- Ven conmigo… - invitó
- Espera.
Pese a irritarle profundamente la contradicción, recordó que no podía ocurrir nada. Él no sabía que era su amada Brenda. El juramento era inquebrantable. Sólo existía Nákar en su mundo.
- Está bien.
Nicholas vigiló atentamente hasta que Nákar se hubo marchado. Entró en la celda y se arrodilló delante del brazo sangrante, en el que aún se distinguía un trozo de aquel peculiar instrumento.
- Criatura, no me preguntes la razón, pero voy a salvarte – comentó a la vez que despegaba el vidrio de su piel. Arrancó un trozo de tela de su camisa y le envolvió la herida.
Desde una esquina, escondida, Nákar se crujió los dedos con furia...
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- Querido, suerte que te diste cuenta de que no era eso lo que te convenía…
Vriel se convulsionó. De la mano de Nákar observó todo su pasado.
Él corría. A través de los bosques, entre los árboles que arañaban su piel dolorosamente, provocando heridas, rasguños; con una muchacha que no conocía en brazos. Una leve imagen vino a su mente: la celda, aquella esquina y su plan. Se sujetó la cabeza con dolor. Quería acabar con eso.
- No, aún no has terminado de verlo todo.
Con nimias palabras, Vriel animaba a la muchacha a despertar.
Vamos a buscarlo, le habrá embrujado.
El rostro asustado de Nákar se forjó en su mente. Nákar obligando a todos sus soldados a buscarle, mientras él volaba, confundiéndose con el viento, delante de todo el ejército, burlando a las sombras, tramando escapar.
No, no está nada bien, querido. Te engañó. No oigas su voz. ¡Es una bruja!
Las imágenes tomaron más velocidad. Para entonces ya eran confusas, ininteligibles. La muchacha despertó.
Nákar lo veía. Retrocedió medrosa.
- Acaba de revivir. ¡Vamos! ¡Hay que encontrarlos! ¡Acabará con él!
La joven voló de sus brazos. Sus ojos rojos refulgieron. Vriel se sorprendió. Jamás esperó ver algo malvado en ese rostro hermoso. ¿Qué ocurría? ¿Qué engaño era ese? ¿Quién creaba una oposición a aquel ser?
Todo giró, dejó de ver todo aquello, solo supo que ella lo había salvado de esa joven, malvada. Él había sido su cómplice. Y su ama le había perdonado. Eso era todo.
¿Y ella?
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