La película. De Naza

— Hola, perdona el retraso.
— No te preocupes
— ¿Hace viento ahora?
— Uf a ráfagas, es un día raro.
— ¿Y el niño?
— Se ha quedado con tu madre.
— Estás guapa hoy.
— Gracias es un halago, más viniendo de ti, no te prodigas en piropos últimamente.
— ¿Quieres pedirte algo?
— Si, ¿tú que tomas?
— Una sin alcohol
— Pídeme una coca cola y ¿nos pedimos un bocata de calamares?
— No, prefiero un pincho de tortilla.
—Ajá. ¿Y qué peli vamos a ver?
— Hay dos que merecen la pena; una española, de Amenábar y una americana, de Tarantino.
— La de Tarantino no me apetece, creo que es un director maléfico.
— Vaya era la que me gustaba, pero me da igual, veremos la otra.
— No verás, a mí me da igual vemos la que tu quieras.
— ¿No es muy grande ese bocadillo? Luego también querrás palomitas y me las tendré que comer yo.
— Bueno así compartimos algo, que hace tiempo que no compartimos ni la cama.
— No empieces por favor, sabes que estas oposiciones son importantes para mí.
— Yo no empiezo mi amor, sólo te digo lo que nos pasa, que no compartimos nada.
— Tú no dices nada, pero tus miradas lo dicen todo por ti.
— ¿Mis miradas? ¿Qué le pasa a mis miradas?
— Que me miras con desdén, eso es todo.
— A mi no me hables con palabras extrañas que no me entero. Dime clarito que es lo que quieres decir.
— Déjalo, no quiero discutir.
— No, tú nunca quieres discutir, siempre lanzas la piedra y luego como si no hubiera pasado nada. Eres endiabladamente perverso.
— Ya. Lo que tú quieras.
— Ahora te sumergirás en tu interior y ya no hablarás en toda la noche.
— Te equivocas, hoy si me apetece hablar.
— Vaya una novedad en ti.
— Para qué te pides el pincho si no lo has probado.
— Ahora me lo comeré, déjame en paz, deja de fiscalizarme.
— ¿Qué yo te fiscalizo? Ja, lo que me quedaba por oír.
— Deja las preces para la iglesia, bonita.
—Te he dicho mil veces que no me llames bonita en ese tono y que las palabras rebuscadas te las guarde para ti.
— La peli está a punto de empezar ¿Nos vamos?
— ¿De veras que te apetece ir al cine? Creo que me voy a ir a casa, no tengo ganas de ir contigo a ningún sitio.
— ¿No te comes el bocata? Entonces para qué lo pides.
— ¡Vete a la mierda!
Naza 28/05/06
Falso prólogo de “El libro de las Maravillas”: o las verdades que tal vez se guardó para sí un tal Rustichello hacia su mentor

“Aquí lo tenéis Maese Polo. Cierta envidia me recorre. Sino fuera por el respeto y la admiración que le venero, nunca hubiese servido de ayudante para pasar a papel todas sus aventuras, retratando pintorescos parajes, ensoñaciones inimaginables... a sabiendas de que muchas parecen más fabulaciones o delirios. Y aunque no lo fueran, corren el riesgo de ser tomadas como tales cuando vean la luz. Imagino que de no ser por eso yo, Rustichello de Pisa, como otros me hubiera alejado de la influencia de un personaje como vos, que durante tanto tiempo ha viajado por el mundo como embajador de su Santidad, según afirmáis. Lo cierto es que, sin la trascripción de su relato, por culpa de esta injusta encarcelación, la locura podría haber hecho mella en ambos.
Pero ¿dónde demonios estuvo hombre de Dios? Puede que yo no viajara tanto, que no alcanzara las postrimerías de su recorrido; tal vez incluso, quedé a las puertas de su fabulosa ruta; y quizás por eso mismo, nunca vi las maravillosas cosas de las que hace mención. Posiblemente su relato se enriquece con las leyendas y mitos de aquellos remotos parajes, me consta que es muy listo y sabe qué hacer para llamar más la atención sobre sus descubrimientos, es por ello, estoy convencido, de que sus afirmaciones acerca de: los unicornios; los hombres con cabeza de perro; aquellos otros que hablaban por el ombligo; el traje que aguantaba las llamas; las piedras negras que desprendían calor al lanzarlas al fuego; incluso el hecho de hacer referencia a un paraíso cristiano que resiste el acoso del infiel, la tierra más rica que jamás nadie pueda imaginar, la del Preste Juan según la llaman, cumplen un fin más que estudiado, Maese Polo. Sabe Dios, si ha podido ver y visitar todas aquellas reseñas extraordinarias que han quedado al resguardo de la escritura, o si bien su intención ha sido dejarlas a buen recaudo gracias a estos escritos, para que otros puedan contemplarlas y el resultado de su búsqueda no sea infructuoso.
Quizás se lleve a la tumba la verdad que esconden todos los enigmas de la ruta comercial que aquí nos muestra. Pero puedo asegurarle, que en mi empeño se encuentra que este maravilloso manuscrito se convierta en lectura obligada para aquellos, que como vuesa merced o yo, amen la aventura.”
Rustichello de Pisa, Genova Año de Nuestro Señor 1299
CRSignes 241008
Desilusionado. De Aquarella

Mi primer día en aquella librería fue todo un acontecimiento que aún no he podido olvidar. Cuando llegué al pequeño local, situado en el centro del pueblo, me halagó el entusiasta recibimiento de mis nuevos compañeros. ¡Menuda bienvenida! Todo eran saludos, sonrisas, elogios... estaba sorprendido, entusiasmado, las inevitables ráfagas de orgullo me hacían sentir realmente importante. Pasaron algunos meses, la verdad es que ya no recuerdo cuantos, y aquella amabilidad inicial se convirtió en auténtico desdén por su parte. No puedo explicar qué había cambiado, pero su actitud era diferente, supongo que una vez pasada la euforia de la novedad me había convertido simplemente en uno más, y eso resultaba imperdonable.
Cada mañana sin excepción, antes de que se abriera la tienda, rezaba en silencio las preces que esperaba acabaran con aquel maleficio que me atormentaba, pero nada cambiaba. Cada tarde, al cerrar el establecimiento, tenía que volver a soportar el endiablado carácter de mis compañeros que pagaban su mal humor conmigo. Lo que en principio parecía cordial amistad degeneró en una especie de competitividad malsana... escuchar como murmuraban a mis espaldas cuando se me acercaba algún cliente era algo que me sacaba de quicio.
Aquella mañana fue la peor de todas, aún escucho sus carcajadas... la llegada de una mujer que buscaba un regalo nos puso a todos en guardia. Pasaba por las estanterías echando un vistazo cuando se fijó en mí, me tomó en sus manos e inmediatamente exclamó
- ¡Pero a quién se le ocurre escribir un cuento infantil sobre las aventuras de un calamar congelado, qué disparate! – y se echó a reír mientras le decía al dueño - Por Dios Demetrio, deberías ser más selectivo con los títulos que traes.
Desde entonces soy el hazmerreír del resto de los libros, tengo que aguantar estoicamente sus burlas diarias. Si algún día consigo estar frente a frente con la autora – una tal “Aquarella” – ya le iba yo a explicar un par de cosas.
Aquarella 25/05/06
Miprimera entrevista como escritora
Amigos os dejo un enlace para que leáis la entrevista que me han hecho en una pagina de literatura. La pagina se llama http://www.librosgratis.org/
Me ha hecho muy feliz esta gran sorpresa. Gracias a todos. Marian
http://www.librosgratis.org/entrevista-a-marola-autora-del-cuento-d...
Comienzos

Llevábamos un año juntos, y cuatro años hacía que nos vimos por primera vez, momento de echar la vista atrás y recordar aquellas pequeñas cosas que nos unieron. Eran nuestros comienzos... Recuerdos que siempre estarán ahí.
Comienzos
A mi amado esposo
De ollas y azúcar prestado,
de dulces naturales y frutas maduras.
De aromas exóticos para mi olfato virgen.
De colores oxidados y fuertes.
De amores escondidos en cada cucharada.
De un poco de frío, un poco de viento y lluvia y tu calor
De aquella macedonia que sobró.
De tus manos tecleando antes de manosear mis senos.
De aquella cama que destrozamos.
Cocos, arenas claras, y .barquitos portugueses.
Pan de diez pesos bajo el brazo y tú paseando por la orilla.
De mis trenzas jugueteando en el parque,
esa foto que tanto te gusta.
Tres días, una casa prestada y la primera pelea.
Dos noches, unos crêpes improvisados,
y una declaración.
CSignes 2007
Reflejos de un alma enamorada. De Belfas

No pienses con desdén que en abril se quedara tu sangre sin latido, no esperes en primavera un atardecer pálido y sombrío. Las hojas de lo árboles saludarán a tu paso, cuando una ráfaga de la brisa del deseo las agite. Las horas viajarán para adelantar nuestro encuentro, y el verano tornará vestido de amarillo aquellos campos inmaculados, pisados en la verde primavera por tus sandalias blancas.
He plantado en mi avenida, rosas y lirios, por si paseas por mis aledaños y te sientas extasiada por mi olor. Si me pierdo entre tus sendas, no importa, me descubres, me halagas, me tomas de la mano y me retornas sigilosa, sonriente, plácida y mansa.
Quiero que dibujes con tus dedos peregrinos en mi lienzo de piel, y me pintes de rojo endiablado, de azul, de verde, de blanco, amarillo… De vivos colores.
Traza una risa de niño jugando en al arena, plasma en el cristal de mi alhambra con el tórrido aliento de tus labios, un corazón que palpita y suspira por ti. Proyecta una abierta sonrisa y dime que sólo soy tuyo, que quieres hacer un boceto en mi cuerpo desnudo, siendo el pincel tu húmeda boca.
Sabes mejor que nadie como asaltar mi alcázar, guerreas sin tregua y batalla tras batalla consigues que mi ser capitule a tus artes. Un maleficio que me embauca y persigue por doquier.
Me encanta llamar a la insurrección y bloquear con alguna artimaña tus certeros ataques, pero mi corazón no sabe rivalizar contra ti, no dispongo de armas con las que combatir frente a tu ejército de miradas, sonrisas, besos, caricias, frases, matices que calan y derrumban con estruendo las murallas de mi acrópolis.
Haces que me sienta como un calamar anudado sin agua, que aguarda en un cesto una mano que sepa arrancarlo y llevarlo de nuevo a su mar.
Hoy pido en mil preces que nunca abandones la estancia de mi corazón. Sabes, he aprendido a soñar despierto, es mi nueva forma de vida, un pasatiempo que practico con jubilo y entusiasmo y en el que tú eres mi empeño, mantenerte despierta, serena, querida, feliz, divertida, viva...
Belfas 25/05/06
Por el hijo amado

Mientras por la ventana entraban los albores del día como una prolongación del renacer constante, al mismo tiempo en el que el último grito materno se dejaba sentir, vino al mundo Ricardo.
Dos días atrás, Leonor había tenido un mal sueño que le hizo despertar con la sensación de que su hijo sería perseguido. Le angustió que el primer sonido en llegar a sus oídos nada más dar a luz, fuera el grito de un ratón que intentaba huir del depredador del que al final fue preso. El eco de la muerte del roedor se confundió con el llanto del recién nacido, y éste, a su vez, con las palabras de la matrona felicitándola por el feliz suceso.
En los años venideros, aquella madre se abnegó por darle toda la educación que estuviera en su mano, sentía especial predilección por Ricardo, y aquél niño se ilustró como antaño lo hiciera ella. Leonor, tuvo que soportar las protervas acciones de un esposo del que se separó pronto. Inglaterra necesitaba un rey, y como es natural su hijo mayor fue nombrado corregente; mientras el legítimo rey Enrique se entretenía. Las disputas con sus hijos por su comportamiento díscolo fueron constantes. Enrique pudo repelerlas hasta que Ricardo logró conquistar a su bien amado Juan, su hermano, hijo predilecto de Enrique, acólito ser que le respetaba sin cuestionarlo. Gracias a este hecho, el rey se vino abajo.
El episodio que marcó el nacimiento de Ricardo casi estaba olvidado, Leonor había sido testigo de su exitosa vida, y lo único que enturbió su optimismo fue ver como Juan, aprovechando la ausencia de su hermano que luchaba en Tierra Santa contra Saladino, le arrebató el trono de Inglaterra. Pero hasta eso fue superado.
Corría el año 1199 y en él: batallas monumentales, intrigas perversas, secuestros, incluso naufragios. Leonor debía pensar que ya nada podía truncar la vida de su hijo, no contaba con una irrelevante disputa, cuyo resultado se tradujo en un enfrentamiento del que Ricardo salió malherido; un pequeño rasguño en el cuello que acabó infectándose, y por el que la vida se le escapó. Un homicidio involuntario, dejado en manos de la mala fortuna; un hecho insignificante, como la vida de aquel roedor que sucumbió entre las zarpas de su verdugo al nacer Ricardo.
Leonor lloró nuevamente ante su hijo, aunque en esta ocasión, junto a sus lágrimas, se le derretía el alma.
CRSignes 150106
La penitencia. De Monelle

Aquello no podía ser obra del altísimo. ¿Qué maleficio jugaba conmigo?
No se cómo pero logré llegar hasta la salida del refugio, ver la luz del día y sentir el calor del sol en mi piel para confirmar que seguía vivo.
Con angustia recordé que al partir dos días atrás todo el mundo me halagó por la determinación con la que, una vez al año, era capaz de aislarme cuál ermitaño, para redimir mis pecados.
Siempre creí firmemente en la purgación de las almas y el perdón de los pecados. ¡Dios no castiga a aquellos que se arrepienten! ¡No!
Nunca me privé de nada. En poco menos de tres meses había puesto en práctica todas mis perversiones. ¡Endiablado carácter!
Hasta la cueva llegué con el convencimiento de lograr con preces lo que no pude hacer por propia voluntad. ¡Cuánta hipocresía!
Desprovisto de todas mis ropas, de rodillas sobre el suelo pedregoso, comencé a rezar mientras caminaba aguantando el suplicio. Pasados unos minutos, me cuestioné si existiría alguna otra forma menos cruel con la que demostrar mi arrepentimiento. Me detuve en seco, intentando aliviar las heridas, ya abiertas de mis rodillas, con mi propia saliva.
Una ráfaga, de aire fresco, me traspasó. Quedé absorto en mis pensamientos. De nuevo el aire. Empecé a sospechar que algo extraño estaba ocurriendo.
Desde el fondo de la cueva, una sombra se acercaba hasta a mi. Sentí curiosidad. Mi fascinación aumentó cuando aquella informe masa de oscuro contenido, paso de la imprecisa silueta de un calamar a la esbelta figura de una joven que, rápidamente, acercaba sus gráciles manos hasta mi rostro. Que lo acariciaba. Jugueteó con mi cuerpo, que se dejaba llevar presa de una lujuria incontrolada y excitante. El deseo se convirtió en el único lenguaje posible. Durante un tiempo impreciso fui un títere entre sus manos.
De pronto, un destello de luz se coló desde el exterior de la cueva desvelándome la horripilante forma que me cubría, su verdadera naturaleza.
¡Dios! De un empujón me separé de ella. Me miró con desdén. Una mirada que no podré borrar jamás.
“¡Y la sombra de la bestia lo cubría todo antes de desaparecer!” Fueron esas palabras las únicas que fui capaz de farfullar a mi regreso.
Meses han pasado y no he podido borrar aquella escena. El miedo impide que salga del encierro que me he impuesto y tan sólo me preocupa una cosa.
¿Volverá?
Monelle/CRSignes 23/05/06
JUANITO EL PALETERO
“Vengan, vengan niños, por sus paletas de mil colores; ya llegó Juanito.”
Gritando a todo pulmón, Juanito doblaba la esquina de la calle de mi casa empujando su carro de paletas de hielo. Al tiempo que gritaba esa misma frase cada tarde después de meridiano, sonaba una campanita oxidada que colgaba del asidero de madera con el que sostenía su carrito para anunciar su llegada.
Juanito era un hombre viejo, bajo de estatura y panzón. Siempre lucía desaliñado, con la ropa sucia y a veces mal oliente. Un sombrero de paja cubría su cabeza del intenso sol. Su piel era morena, gastada. Su cara redonda llena de arrugas. Sus ojos negros reflejaban quietud y siempre miraban en lontananza, como buscando a lo lejos, algo que había perdido.
Cuando se acercaban los niños a tropel para comprar sus paletas, siempre los recibía con una gran sonrisa desdentada y les acariciaba las cabezas. Con torpes movimientos, se apresuraba a entregar las golosinas heladas.
Como un gran actor de teatro infantil, pregonaba a viva voz los sabores que pedían los chicos: -Limón para la comezón y aquí de tamarindo para el más lindo. Esta de piña, para la bella niña. Otra de fresa, para la más inquieta. ¡Tomen! ¡Vengan!
Las pequeñas manitas de los chicos se revolvían entre sí tratando de tomar la paleta del sabor elegido. Juanito repartía sin siquiera tomar en cuenta si le pagaban las dos monedas que costaban las paletillas. Él era feliz rodeado de niños. Él era un niño encerrado en ese cuerpo viejo y harapiento.
Si se presentaba alguna borrasca entre los pequeños por alguno de los hielos de sabor, Juanito con su siempre sonrisa, intervenía y mantenía el orden.
Algunas madres salían de sus casas, y desde lejos gritaban a sus hijos que volvieran al hogar. No les gustaba que compraran paletas al viejo mugroso ese porque a lo mejor las elaboraba con agua sucia.
Pero por más que las madres reprendían a los muchachos por el consumo de esa mercancía, nunca se podía dejar de comprar las paletas de Juanito el paletero y de disfrutar de su presencia. Todos lo queríamos mucho, hasta que un día ya nunca regresó.
A través del tiempo

Toco la aldaba de bronce envejecida. Un solo golpe resuena. Sorprendida, asustada, siento el taconeo cercano, la puerta se abre. Del interior surge la figura esbelta de una doncella ataviada con un traje isabelino negro, delantal y cofia blanca. “Temo no poder servirte —me dice —, espera a tomarte esta galleta, y podrás entrar”. Le hago caso y muerdo. En un abrir y cerrar de ojos, alcanzo el tamaño de la puerta. No sé si es ella que se alarga o yo la que se encoge. Cruzo el umbral y me reciben con júbilo los invitados a un banquete de té, tarta y pastas. Sentada entre un conejo que come aprisa, y el anfitrión que se presenta como el sombrerero loco, justo enfrente de mí, sentada una niña. “Es Alicia, y me ha seguido”, —dice el conejo. “No, Alicia soy yo”, —le digo. “No, es ella”, —contestan todos. “¡Soy yo!”, —insisto. Me miro en ella, y no me reconozco. Decido regresar sobre mis pasos, encontrar el camino de vuelta, pero no veo más que mi reflejo en un espejo de plata. Cuando retorno mi mirada, la mesa ha desaparecido, y el conejo, el sombrerero, las tazas, tartas, todo, todos menos la doncella. “Este no es tu tiempo Alicia. El tuyo ya pasó”, —dice mientras me entrega otra galleta que muerdo.
“Me llamo Alicia, tengo 15 años, y hoy me convertí en mujer.”
CRSignes 250309




