Por el hijo amado
Mientras por la ventana entraban los albores del día como una prolongación del renacer constante, al mismo tiempo en el que el último grito materno se dejaba sentir, vino al mundo Ricardo.
Dos días atrás, Leonor había tenido un mal sueño que le hizo despertar con la sensación de que su hijo sería perseguido. Le angustió que el primer sonido en llegar a sus oídos nada más dar a luz, fuera el grito de un ratón que intentaba huir del depredador del que al final fue preso. El eco de la muerte del roedor se confundió con el llanto del recién nacido, y éste, a su vez, con las palabras de la matrona felicitándola por el feliz suceso.
En los años venideros, aquella madre se abnegó por darle toda la educación que estuviera en su mano, sentía especial predilección por Ricardo, y aquél niño se ilustró como antaño lo hiciera ella. Leonor, tuvo que soportar las protervas acciones de un esposo del que se separó pronto. Inglaterra necesitaba un rey, y como es natural su hijo mayor fue nombrado corregente; mientras el legítimo rey Enrique se entretenía. Las disputas con sus hijos por su comportamiento díscolo fueron constantes. Enrique pudo repelerlas hasta que Ricardo logró conquistar a su bien amado Juan, su hermano, hijo predilecto de Enrique, acólito ser que le respetaba sin cuestionarlo. Gracias a este hecho, el rey se vino abajo.
El episodio que marcó el nacimiento de Ricardo casi estaba olvidado, Leonor había sido testigo de su exitosa vida, y lo único que enturbió su optimismo fue ver como Juan, aprovechando la ausencia de su hermano que luchaba en Tierra Santa contra Saladino, le arrebató el trono de Inglaterra. Pero hasta eso fue superado.
Corría el año 1199 y en él: batallas monumentales, intrigas perversas, secuestros, incluso naufragios. Leonor debía pensar que ya nada podía truncar la vida de su hijo, no contaba con una irrelevante disputa, cuyo resultado se tradujo en un enfrentamiento del que Ricardo salió malherido; un pequeño rasguño en el cuello que acabó infectándose, y por el que la vida se le escapó. Un homicidio involuntario, dejado en manos de la mala fortuna; un hecho insignificante, como la vida de aquel roedor que sucumbió entre las zarpas de su verdugo al nacer Ricardo.
Leonor lloró nuevamente ante su hijo, aunque en esta ocasión, junto a sus lágrimas, se le derretía el alma.
CRSignes 150106
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