Recuerdos del pasado. De Suprunaman
Rick estaba sentado frente a Sam, bebiendo una copa de bourbon.
— Tócala Sam, dijo.
Éste, mirándolo con ojos de tristeza comenzó a acaricias las teclas del piano, su voz ronca y armoniosa iluminaba el local con recuerdos del pasado, sus ojos se llenaron de lágrimas.
Hacía varios años que Ilsa había cogido aquel avión. Una vez más, Rick pensaba en la forma tan sobria en la que se despidió de Ilsa. Una diatriba había en su interior, tendría que haberle dicho a Ilsa que se quedara. “Ahora ambos seríamos felices, Laszlo hubiera continuado igualmente con su guerra, pero nosotros…”
Sam terminó su canción, y un silencio inquietante se cernió en la sala, era como una tierra de navas, vacía e inhóspita. Esta noche Rick también dormiría en su café.
Era por la mañana, en la barra lucían varias botellas de bourbon. A Rick todo le daba vueltas, se sentía como si miles de alfileres se le clavaran en el estomago, se palpó la cabeza para intentar que aquella gran noria dejara de rodar. No pudo evitar vomitar. Maldito Victor Laszlo.
Eran las nueve de la tarde y el café de Rick estaba a reventar. Casablanca es el sujetador de aquellos que no saben donde ir, un alto en el camino que a veces es demasiado prolongado.
Suprunaman 23/06/06
La aguja de coser. De Naza
¿Somos todos iguales? Rotundamente tengo que decir que no. Si fuese así no estaría ahora encerrado en mi cuarto y con una perpetua que está a punto de caerme encima.
Los padres de Sara están abajo. Han venido a ver a mis padres y a pedirles explicaciones por mi actuación. Yo estoy arrepentido de haber hecho lo que hice. Ahora tengo que documentar mi defensa, es mi última oportunidad para redimirme ante ellos y sobre todo ante mi Sara.
Si algo había en el mundo que me gustara más que todo, eso era estar al lado de mi mejor amiga. Con ella aprendí el concepto de la amistad, indivisibles desde la guardería, nos buscábamos todos los días. Por las mañanas yo me sentaba en el escalón de su portal esperando a que saliera para ir juntos al colegio. Prefería jugar a cosas de niñas en lugar de practicar fútbol con mis compañeros de clase. Soportar las diatribas sobre mi persona fue algo a lo que me acostumbré pronto.
— ¿Te gustan las verduras? —Me preguntó un día la madre de Sara.
— Si señora, me encantan las verduras —le respondí
Aún recuerdo la cara de sorpresa de mi madre ante mi respuesta. Cualquier cosa para estar junto a ella.
Pero un día todo fue distinto. Aquella mañana Sara se plantó frente a mí. Yo estaba sentado en mi escalón y cuando levanté la vista vi que ella ya no era ella. Durante el camino a clase la miraba de refilón. Algo había en ella que la hacía distinta. Ella me sacó de dudas.
— ¿Te gusta?
— El qué.
— ¿No me notas nada?
— Pues no, le respondí.
Entonces ella se paró frente a mí. En su rostro se reflejaba un tenue color rosa y debajo de sus ojos unas leves líneas negras, pero lo más sorprendente fue que su torso ya no era una tierra nava.
— ¿Llevas sujetador?
— Sí —dijo arrebolada de pudor.
Inocente de mí quise palparlo
— ¡No! — Gritó sobresaltada, —no puedes hacer eso. A partir de hoy todo será diferente.
Y bien distinto que fue. Los gustos comenzaron a separarnos y yo la echaba de menos. Todo por culpa de aquellas pequeñas prominencias que la distanciaron de mí.
— ¿Porqué llevas ese alfiler tan grande, Pedro?
Mis padres y los de Sara me observaban mientras yo bajaba las escaleras. Tenían todos un aspecto tan sobrio que daba miedo.
Naza 23/06/06
Jazz en el infierno. De Joan Castillo
Es extraña la historia de ese pueblo perdido en el lejano Sur de la República Dominicana en pleno 2005. Las jóvenes y niñas de la última generación lo saben, conocen su destino, un día pasarán unos hombres que se enamorarán de ellas, las invitarán a salir y jamás regresarán, porque allá fuera está la gloria, el Edén; sin embargo, nadie, ni hombres ni mujeres que han salido de allí han regresado, pero tampoco ninguno de los emigrados ha enviado una carta, un mensaje. Por eso la expectación, el cuchicheo por el rugido del motor de un automóvil que se escucha lejano, acercándose como un rumor lúgubre. Lucían conmocionados ya que se perdía en el péndulo del tiempo la última vez que un ser humano ajeno a ellos pasó por esta aldea ubicada en el culo del mundo, como gustaban llamarle a su ubicación geográfica.
Santiago se imaginaba que el recién llegado se llevaría a las hijas adolescentes de Harry, quien no podía negarse ya que ningún mortal puede torcer el destino de un pueblo maldito, arruinado, y desamparado de la gracia de Dios, como no lo pudo torcer él cuanto hace unas dos décadas aquel hombre vestido de azul se llevó a pasear a Mariam, Elisabeth y Norma, sus tres hijas adolescentes, a quienes aún está esperando.
Se paró en el porche de la ventana y observó al forastero, quien a pesar del enorme sombrero y el sobretodo azul que casi le llegaba a ras de tierra reconoció en él a Tomás, el prestamista, jamás pensó que lo encontraría ya que fue precisamente por culpa de él, es decir por la deuda que no podía pagarle, que hace unos 35 años dejó la capital, Santo Domingo, para internarse en este macondo tropical, en virtud de lo cual se adelantó:
— Tommy, soy yo, Santiago el Gringo, aún no puedo pagarte, tendrás que seguir esperando.
—Ya me pagaste Gringo ¿Acaso no recuerdas? Me pagaste, repitió, ¿Por qué he de cobrarte de nuevo?
—-Mientes, nunca te pagué, contestó con la misma contundencia.
— Me pagaste. Además no he venido aquí a discutir deudas ni nada que se le parezca. He venido a escuchar jazz con las mujeres más lindas del mundo, y vine a invitarte porque sé como disfrutas del jazz.
-¿Recuerda nuestras veladas con Miles, Coltrane y Mancini? Me informaron que se pueden escuchar en vivo en las barcas del viejo puerto.
—Pues claro, claro, y el “Misty” de Ella y el Duke, el “Mambo Swing” de Goodman, -contestó Santiago, extrañado de cómo Tomás había dado con él, y de las barcas del puerto, ya que a su entender el viejo astillero no tenía actividad desde unos cincuenta años atrás.
Pero Tomás insistió y le habló del sexo libre, de las barcazas atestadas de las mujeres más hermosas de la tierra, de las bebidas más costosas, de tuberías terminadas en grifos que contenían cervezas de todas las marcas, piscinas de coñac; le afirmó que en aquel nuevo Edén colgaban de los árboles pipas gigantescas de opio y marihuana así como jeringuillas de todos los tamaños para la administración de morfina, cocaína y derivados, y jazz de los grandes en todos los ángulos del embarcadero. También Le afirmó que todo era gratis porque a un hombre sólo se le permitía entrar allí una sola vez en la vida.
Santiago, como es de suponer, no le creyó ni media palabra, pero decidió ir con él pensando encontrar a sus tres hijas que nunca regresaron, de manera que se despidió de su mujer y sus hijos, suministrándole la certeza de que volvería, y salió junto con su antiguo compañero de parrandas y orgías rumbo al viejo ancladero a la búsqueda de un goce que de antemano reconocía concebido por la mente delirante de Tomás.
Sin embargo un sentimiento de emoción placentera le embargaba cuando miraba a Tomás guiando sin dejar de cantar alegremente un rock antiguo de Priscilla Rollins al tiempo que chocaba sus manos rítmicamente contra el guía. Al doblar la vieja carretera que conducía al puerto abandonado recibió su primera sorpresa. La avenida había sido recién asfaltada, las potentes luces de neón de las isletas del centro daban la sensación de que era el mediodía, las barreras laterales la constituían tubos galvanizados de color amarillo que por su brillo parecían haber salido de la fábrica ese mismo día. Ningún peón de la aldea, recordó, había trabajado en el área de construcción por muchos años.
Empezó a temer, pero al llegar al puente una vez más le embargó el sentimiento de felicidad al observar a los barquichuelos que parecían de pescadores, una barcaza grande donde se observaban borrosamente parejas danzando, lanchas de motor fuera de bordas que despedazaban las aguas en violentas rompientes, cepillando el aire con su velocidad y dejando rastros espumantes de vitalidad. Lo único que hasta el momento le perturbaba un poco eran los barcos y viejos buques que desfilaban sin hacer ruido como si carecieran de motores o los tuvieran apagados, y el sol, un sol extraño rojinegro apagado, y la sensación de que detrás de la tupida floresta verde obscura se escondían entidades ominosas.
Pero era sólo eso, una impresión, porque al cruzar el puente se conmovió de tanta belleza; una gran cantidad de ríos y riachuelos desembocaban en el río principal, los árboles, el paisaje todo parecía dibujado y en lontananza el océano que parecía un gran espejo azul ribeteado de espejuelillos espumantes; el ambiente musical se sentía en lo más íntimo del alma, trompetas, violines, fagotes, oboes, acariciaban el oído al son de una música salerosa. Sin embargo hasta ese momento el primer ser humano que observó fue el niño rubio, sin camisa, enredado en lo que parecía un trombón, que se interpuso en el camino para tocar una melodía triste, casi tétrica lo que produjo que mirara interrogante a Tomás, quien sonrió diciéndole: — Es nuestra bienvenida.
Efectivamente, tres mujeres desnudas, las más hermosas que sus ojos habían visto alguna vez llegaron hasta él, le tomaron de la mano y lo acostaron en un chair long, lo desnudaron suavemente y al ritmo de “its a wonderfull World” de Armstrong, juguetearon con todos sus utensilios íntimos, mientras la rubia de ojos azules le acariciaba el rostro con su enorme lengua, la morena de ojos y busto grandes mimaba el área de su pecho mientras la negra mas hermosa que jamás imaginara bailaba tan lentamente como el ritmo de la tonada de Armstrong dentro de su falo erguido como cuando rozaba la adolescencia.
Luego llegaron, igualmente desnudas dos hembras más, cargada una de un cesto colmado de frutas, las que iba colocando en su boca una por una, mientras la pelirroja le ofrecía calimetes sujetos a copas con bebidas que no había saboreado ni en sueños. La morena, la rubia y la negra se turnaban con su diamante, mientras las dos nuevas también se alternaban restregando tibiamente sus vellos y labios anteriores en su bigote bajo la voz sensual de Ella Fitzgerald y su “Blues Skies”.
Las cinco chicas derretían sus apetencias en su cuerpo que anhelante se sumergía en aquel océano de ardores desconocidos. Era tanta la pasión, tanto los divinos goces que experimentaba que no deseaba un orgasmo, lo que quería era alargar ese momento tan memorable, y por eso trató de pensar en algo serio como sus hijas desaparecidas, por lo que miró al derredor buscando encontrar algún elemento desagradable y lo que encontró fue innumerables chicas hermosas de todas las razas masturbándose en todas las posiciones, se introducían dedos y consoladores de todos los colores y tamaños en unos gemidos tan sensuales que a veces bloqueaban al “Salt Peanuts” de Dizzie Gallespie que sonaba en aquellos momentos.
No pudo más, su cuerpo se tensó, sus nervios se englobaron como si fueran a reventar y en un gemido que estremeció la selva limítrofe se recogió en una posición que pareciera como si de su figura sólo hubiera quedado la piel. Exhausto, miró a su alrededor y allí estaban todas dispuestas a servirle, y otras que habían llegado por la noticia de la llegada de ese hombre nuevo.
Sorbió un trago raro pero exquisito y fumó una pipa que le fue ofrecida por la pelirroja; la rubia enredó sus rosados labios dentro de su boca deslizándole una fruta de un sabor tan suave como excitante, su pene volvió a encenderse, y delirante tomó la iniciativa e indistintamente penetró los agujeros de aquellas hembras que se saboreaban de placer abriendo sus intimidades ante este hombre poderoso, dueño de un palo enorme e inagotable así como de la capacidad y calidad incomparable de acariciar sus partes íntimas.
Parecía un desequilibrado repartiendo penetraciones en aquellas sensuales nalgas abiertas para él, y se creía un Dios al escuchar aquellas guapas mujeres gemir de satisfacción ante el hundimiento vehemente de su estaca y las sensaciones que le producían su lengua infatigable, y bajo la voz inconfundible de Etta James “At Last” produjo un grito que movió las aguas del arroyuelo mas cercano en un nuevo orgasmo prodigioso.
Aún no se había recuperado cuando una despampanante morena de senos enormes y pubis colmado de vellos sedosos le tomó de la mano, parándole suavemente con el propósito de darle un paseo por el río, a lo que él se resistió:
— No, prefiero quedarme aquí, por el Jazz, -le pidió.
— El jazz está en todas partes, mi querido, -afirmó la hermosísima mujer quien dijo llamarse Andrea, agarrándole de la mano, subiendo con él a una de las barcazas que llevaban orquestas. Si sus percepciones no le engañaban era el propio Herbie Hancock en persona quien dirigía la Banda, y bajo la cadencia de “Tell me a Bedtime Story” todos en aquel barco hacían el amor.
Andrea le tomó suavemente por sus sienes e introdujo su rostro entre sus dos grandes melones, luego le dirigió a chupar cada uno de sus redondos pezones marrones, estaba de nuevo enardecido ya que sintió su pene que alcanzaba su mayor tamaño, sin embargo se molestaba con una adolescente que en la gran excitación con su pareja chillaba de manera extravagante y molestosa. No tuvo mucho tiempo para fastidiarse ya que Andrea, siempre dirigiéndole con las manos en sus sienes, se sentó en un taburete abrió sus piernas lo más que pudo y dirigió su cabeza hacia el centro de su poder aterciopelado.
Disfrutaba acariciando aquella mujer tan atractiva, lamiendo sin dejar de mirar de reojo las demás parejas que no paraban de acariciarse y penetrarse por todos los agujeros. Los músicos de Hancock, comprobaba, no miraban a ningún lado, tocaban como si estuvieran en el paraíso, sin embargo le seguían molestando los aullidos de excitación de la chiquilla, por lo que se excusó con Andrea, quien le dispensó el permiso para conversar con la chica que lo irritaba.
— Señorita, ¿no podría usted por favor, aminorar sus chillidos, le solicitó, al tiempo de verificar que aquellos ojos verdes claro le parecían conocidos.
— ¿Papá? la chica buscó rápidamente una toalla y se tapó, -¿papa? ¿Eres tú? -dime que sí, dime que viniste a rescatarnos?
Se quedó embelesado, era Norma, la menor de sus hijas, pero habían pasado casi 20 años y ella no había envejecido.
— ¡Elisabeth! ¡Papi esta aquí, llegó a rescatarnos! -voceó Norma y una preciosa adolescente desnuda quien en ese momento acariciaba el pene de un negro musculoso, buscó igualmente una sábana para cubrirse y de unos cuantos pasos llegó hasta donde él, quien recordó ruborizado que también estaba desnudo.
Sintió vergüenza delante de sus hijas, e igualmente se cubrió. Había encontrado a Norma y Elisabeth, faltaba Mariam. –Ella está en la barca de Benny Goodman, Papi, -dijo Norma empujando una palanca de mango verde que bajó lentamente una de las lanchas que había visto a su llegada a aquel extraño lugar.
Remontaron río arriba hasta alcanzar un enorme barco tipo crucero de donde se oía perfectamente la dulce “Moonligh Serenade” de Goodman, subió la escalerilla y de nuevo sintió la vergüenza de ver a Mariam con un hombre debajo y otro que la penetraba por detrás, lo que no fue óbice para sacarla de allí llorosa de la alegría por el hecho de ver nuevamente a su padre y de vislumbrar por primera vez su libertad.
Dirigieron la lancha de nuevo río arriba en busca de Tomás a quien encontraron en una playa con unas seis muchachas que le bañaban y acariciaban: —Tomás, -dijo con vehemencia, —tenemos que salir de aquí, -notando que sus hijas escondían sus rostros de Tomás.
— Es imposible Santiago ¿Acaso no has oído Hotel California de Eagles? preguntó Tomás, hasta cierto punto sorprendido.
— Ya sabes que no me gusta el Rock.
— Pues oye, allí viene la barca de Eagles, es la única tonada que tocan aquí. ¡Escúchala! dijo Tomás resignadamente.
Algunas notas de aquella melodía pretérita endulzaron sus oídos:
— 'Relax,' said the night man,
We are programmed to receive.
You can checkout any time you like,
but you can never leave...!
No quiso escuchar, esa canción la había estado oyendo desde que era un mozalbete, remontó de nuevo el río buscando la ruta donde habían parqueado la Todo terreno pero sólo encontraron al chico del Trombón quien le señaló el bosque que tanto le temía.
Esa selva daba miedo, pero le era obligatorio entrar por la necesidad de localizar la camioneta que lo sacaría de allí junto a sus hijas. Ingresó e inmediatamente empezó a temblar de los escalofríos que le producían unos lamentos lúgubres, aullidos aterradores y gemidos orgásmicos como de miles de almas en penas, pero la encontró. Parecía como si hubiera chocado frontalmente con un camión. Estaba totalmente destrozada y aún se veían dos cuerpos en su interior. Sólo reconoció el de él.
Al salir de allí oyó la canción predilecta de su artista preferido: “Tenderly” de Chet Baker, pero esta vez el sonido de la trompeta le parecía al de la corneta del diablo. Ya sabía que estaba en el infierno, pero ¿y sus hijas? ¿Por qué estaban allí? ¿Y el otro hombre en la camioneta que no era Tomás? ¿Por qué sus hijas escondieron sus rostros cuando hablaba con Tomás?
Decidió entrar a la espantosa selva de nuevo, bajó por el terraplén hasta donde estaba la camioneta destruida y miró el rostro de cerca del joven que le acompañaba, también observó la chapa de la camioneta “Santo Domingo, 1985”. Y comprendió que en verdad había pagado la deuda con creces, comprendió también y se apenó de la vergüenza de sus hijas ante Tomas. Salió de allí muy turbado.
En esta ocasión sus hijas no le esperaron, caminó alerta hasta alcanzar a ver al chico del trombón desnudo, con su cuerpo tan adherido al de Norma que parecían uno sólo; más adelante sobre la arena blanca observó, ya sin sorprenderse, a Mariam quien acostada recibía la lengua de Elizabeth sobre sus pezones adolescentes, mientras sus dedos entraban y salían presurosos del oscuro interior de su hermana.
Sintió nauseas, y cabizbajo dio la espalda, pero de repente sintió la necesidad vital de continuar la tarea que había empezado con Andrea, y al escuchar que de nuevo se repetía “its a Wonderful World” supo de inmediato que odiaría el Jazz para toda la vida… o para toda la muerte.
©Joan Castillo
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La quiosquera. De Chajaira
Quiero dedicarlo a los Castelloneses que me abrieron esta puerta aunque el pago fuera un barril de cerveza bien fría
Ramón, partía por primera vez a Escocia. Quería salir de la ciudad después de la diatriba a la que fue expuesto durante años tanto por su entorno familiar como por sus compañeros de trabajo.
Sólo le quedaba una joven amiga, una quiosquera de su manzana donde compraba el diario, siempre le sonreía cada mañana y le regalaba un caramelo mentolado. –Para refrescar su mañana- le decía, con ese característico acento británico.
Estaba dispuesto acabar con todo, desaparecería de allí aunque no sabía donde. Era su último periódico y seguramente la última vez que vería a Victoria. Casi como un impulso le preguntó –Disculpe, ¿su acento es inglés? —No, respondió ella, escocés.
— Creo que me marcharé a su país señorita— su mundo iba a cambiar.
Ella sacó algo que tenía dentro de su sujetador introduciendo su mano por la blusa. Era un alfiler plateado con la cabeza de un caballo celta, "le dará suerte", pronunció esta frase sin quitarle la mirada.
Agradeció el detalle con un beso en su mejilla y partió.
Aquel pequeño hotelito sobrio, de madera y decoración cutre con olor a humedad, estaba anclado en una nava, junto a un lago de agua dulce que parecía un gran estanque rellenado por los arroyuelos que bajaban por las colinas.
Una tarde, después de repasar sin éxito los anuncios de ofertas de trabajo, decidió dar un paseo por el lugar, un tanto irresistible y tenebroso a la vez, pero sin duda, hermoso. Un lugar de olores a musgo y sonido de ranas.
Se sorprendió y medio se asustó cuando al intentar sobrepasar por encima de los pedregales un pequeño riachuelo, salió de los helechos una hermosa mujer de cabellera inmensa y blanca, cubierta por un manto de seda verde que cubría sus pies y ocultaba su silueta. Lo sedujo sólo con la mirada, palpando su rostro. Y sin apenas darse cuenta estaba bailando con ella sobre las aguas.
Ramón pasó así a la vida eterna, tras el beso de una diosa de las aguas, La Glaistig, vampira con cuerpo de cabra, que acecha en las orillas en busca de su sustento. Pero antes de desfallecer recordó el alfiler que introdujo a través de aquellos vaporosos ropajes, comprendió entonces que su lugar estaba tras un montón de periódicos en la Plaza María Agustina de Castellón.
Chajaira 23/06/06
En penumbras. De Crayola
Ahí quedaron las copas. Dos. Con el cristal aun empañado por la espera. Se aburrieron. Se hastiaron. Se quedaron aguantando las ganas. La humedad nos las tocó. Ahí también quedó la botella. Aguardando paciente el contenido de su barriga. Reposando el dulce licor que altera los sentidos. Todo estaba perfecto. La luz sin alumbrar demasiado. Las sombras apenas oscureciendo los ángulos. Los destellos rasgando a contraluz como finos alfileres. No había de más. No faltaba nada. Allí se quedó ella. Esperando entre los espectros de las dudas. Solo se escuchaba la diatriba que profanaba el silencio. El tedioso silencio que la ahogaba. La sobriedad de la escena que la burlaba. Gritaba callada. Gritaba con los ojos. Y su corazón se partía en pedazos con la presión del sujetador. Miró el cuadro de su ventana. Miró el gris del cielo. Con la mirada morbosa, ella se tumbo en el sofá. Sonreía. Se carcajeaba de sí misma. De su estúpida credulidad. De su eterna paciencia fingida. Ahí en penumbras, ella palpaba los deseos sepultados en olvidadas navas. Fisgoneaba en su conciencia buscando rastros de dignidad. El telón bajó. El acto quedó sin continuar. Hacían falta dos. Solo estaba ella.
Crayola 23/06/06
Pájaros de celulosa
A Carla con cariño
Pajaritas. Miles de pajaritas de papel de colores y en todos los tamaños poblaban la mesa, las sillas y el aparador, invadían la estantería, se las podía encontrar por el suelo del pasillo, en la cocina, el baño, y también en el dormitorio por encima de la cama. Aquella colección de aves de celulosa, existía gracias a las manos de Daniel, que vivía bajo la protección de servicios sociales en una casa de acogida. De ventana a ventana, Daniel se hizo mayor pegado al cristal, observando los pájaros que revoloteaban. Por culpa de unos padres de pensamiento arcaico apenas si fue a la escuela. Sus progenitores lo sacaron pronto debido a las bromas de aquellos niños maliciosos y maleducados, que veían en él el centro de sus burlas y chistes: “¿De qué te van a disfrazar tus padres para carnaval? ¿De pájaro bobo? “
Lo poco que pudo aprender lo atesoró en su mente, que creció libre. Años después, con sus padres ya fallecidos, fue a parar a una casa de acogida. El cuidado del muchacho le correspondió a un matrimonio anciano que, no sabiendo que hacer con él en el primer encuentro —Daniel no hablaba prácticamente con nadie—, se limitaron a darle papel y colores, con la esperanza de que se entretuviera dibujando. Fue entonces que comenzó aquella apasionada colección.
La primera pajarita la hizo inseguro, rememorando el día en el que en la escuela le enseñaron. Para ella escogió un papel de un blanco hiriente, que él rompió dibujándole unos ojos; aprovechó todo el folio, y una vez terminada se la regaló a los viejos (el único regalo que que hizo en toda su vida). Cinco minutos después ya estaba haciendo la segunda. Tomó un color azul cielo con el que emborronó la totalidad de la hoja, le dio forma y la colocó junto a la ventana. Así una tras otra fue llenando la casa. Le consiguieron papeles de colores y cartulinas. El desparpajo al hacerlas era tal, que cuando se quedaba sin suministros las confeccionaba con lo que encontrara. Las había de papel de periódico, de envolturas de caramelos, de papel de aluminio, livianas y diminutas, de papel de fumar, incluso de papel moneda de diferentes países que enganchaban sobre un gran globo terráqueo. Sentía tanto placer, que no pusieron freno a su creatividad hermosa y obsesiva. De ahí que en poco tiempo convirtieran la casa en una gran jaula sin barrotes que todo el mundo visitaba.
CRSignes 080309
Los cuatro psicodélicos. De Mon
En memoria de Trainspotting y de unos amigos.
A veces la psychodelia los tenía confundidos.
Yo estoy aquí.
Renton, Angie, Begbie y Spud
— Maldita sea Spud, apaga esa puta música (los machaca calabazas), tengo un frío del demonio y la furcia de tu hermana no para de follar con Renton, por si fuera poco el jodido frío no me deja ni pincharme, haz algo joder, mírala, no se ha quitado ni el sujetador y la chuta aun le cuelga del brazo. Mierda.
—Bahh —Spud ni se mueve, está tan colocado que solo puede concentrarse en un vaivén de colores orgásmicos que le recuerdan su primera paja, también tiene frío pero prefiere no moverse para notarlo menos. Mira la aguja manchada de sangre y le recuerda a su madre cuando tejía con un alfiler los calcetines de su primo que se marchó a la guerra de Vietnam para volver colgado como una mula, sin piernas y cantando canciones de los Rolings...
— Si, si, Dios..Begbie, es el mejor polvo de mi vida, aun así no es ni comparable con un buen viaje, aparta que pesas un huevo, siempre te duermes cuando no estas sobrio.
Spud, grita: “Angie…, vamos a casa de La Madre Superiora (le llaman así porque nunca dejó el hábito, jajaja) estamos tiesos, llega el fin de semana y puede que se marche a las navas de Glasgow a ver pasar el puto tren. Esta colgado”.
Un día de estos dejaran en la calle a los cuatro psicodélicos, la casa esta cada vez más sucia, las paredes llenas de pintadas contra el dueño de la casa. “Por esta bazofia de casa y lo que nos sangra, qué más quiere”, babea Renton, que acaba de despertar con las piernas aun pegajosas por la marcha atrás.
— Puag, Renton, la próxima lo haces en mi boca, mira como te has puesto. Date aire antes que el dueño formule una diatriba, debemos estar de vuelta con la pasta. Jamás permitiré que vendas tu culo al gordo del videoclub, qué asco pensar que luego le saco 20 dólares por vaciarlo un poco más. Maldito Hijo de Puta.
Salen dando tumbos y entre risas desencajadas corren escalera abajo, es hora de hacer crujir la madera de los escalones, ir a casa, tomar algo caliente, una ducha y mañana al cole, hay examen de selectividad.
— Spud no te olvides la corbata, tus padres se enojaran.
Mon 22/06/06
Mi Mamá
por: Armando
Tema 1. De Locomotoro
"Queridos alumnos... No, no es un buen comienzo, ¿queridos alumnos? Os doy la bienvenida al cursillo de... Tampoco, qué chorradas son esas de bienvenida... además, todo el mundo sabe de qué es el cursillo. Y este dolor de cabeza que me pincha como si me estuvieran metiendo un alfiler en las sienes. Como alguno se me ponga chulo se va a enterar, me va a copiar todas las charlas de Ingres a sus discípulos unas quinientas veces. No... que yo, a buenas lo que quieran, pero cuando se me ponen tontos... una buena diatriba y en marcha." Todas estas meditaciones pasaban por su cabeza mientras hacía tiempo para entrar en la sala. Aún no había llegado nadie... pero tampoco quería entrar allí solo. Luego se le harían las horas eternas.
Abrió la botella de Remy Martin y se sirvió una copa. El frío hizo que se entumecieran sus dedos, pero sólo fue consciente de ello cuando distraídamente tomó un lápiz e inició unos primeros trazos.
Las fangosas navas que había en su mente, no le dejaban pensar con claridad, pero no le importaba... sólo trazaba, lo que fuera.
Los hielos se fueron consumiendo haciendo el licor más voluminoso en la copa. Al final, sin saber porqué, se levantó y dirigió sus pasos hacia la sala.
Era un lugar sobrio, lleno de luz, caballetes, sillas y figuras desordenadas. Se sentó ante uno de los caballetes y mientras trazaba al discóbolo en un amplio papel continuó dándole vueltas.
—Me llamo An.... — Bueno, y qué coño les importará cómo me llamo.
—Cuando comencé...— Ala, otra gilipollez.
Y continuó dibujando sin pensar demasiado. Estaba dando los últimos retoques cuando oyó un ruido como el que hacen los ganchitos de los sujetadores, pero pensó que sería algún ruido de la calle. Finalmente paró el agitar de trazos, ante el discóbolo que parecía vivo ante sus ojos.
Alguien detrás de él se atrevió a palpar su hombro, y entonces se giró asustado. Ante su sorpresa, estaba rodeado por un grupito de jóvenes que estaban contemplando su trabajo.
Entonces, se vio a si mismo en otra escuela, más joven y más tonto y vomitó lo primero que pasó por su cabeza.
—Está bien, comencemos, saquen sus lápices y siéntense al lado mío. Esto es muy sencillo, pero vamos a ver de qué madera están hechos.
Locomotoro 22/06/06
El jardín encantado
El último copo de nieve del invierno se derrite en su mano volviéndose a formar una vez traspasado el umbral del jardín encantado. Todas las primaveras, desde que era niño, cumplo con el mismo ritual buscando quizás que se repita el milagro.
Entramos con sigilo y respeto, como me enseñó mi padre y a él mi abuelo, caminando despacio sobre la tierra seca y cuarteada por el frío. Dejamos el suave casi imperceptible dibujo de nuestros pasos, como si aún, al oírnos, pudiera despertar y con él su ira. Cuesta descubrir entre la maleza helada, que circunda los restos del castillo, el sitio exacto dónde reposan los huesos, el mismo en dónde lo encontraron cubierto de flores blancas. Durante años fue el anfitrión perfecto, el miedo que despertaba aquel físico descomunal y su mal carácter, se transformó convirtiéndose en el mejor de los amigos, un maestro de sueños y esperanza. He oído su historia, la misma que ahora cuento, una y mil veces, y nunca me canso. Los ojos que me miran reflejan mi logro. Me consumo en la tristeza al saber que esta ceremonia jamás podrá repetirse, porque este año será el último. No, yo no me he rendido, mi vocación sigue intacta, pero las máquinas están preparadas. Vemos amenazador, en la lejanía, el brillo de las grandes herramientas que perturbarán el descanso eterno de aquel temible gigante que lo fue una vez, para convertirse luego en el más tierno y amable de los hombres. Tendremos que hacer de tripas corazón y callar. Ahora los egoístas son ellos. Es una pena que no crean a este charlatán.
Hoy traspasé nuevamente con mi hijo el umbral del encantado jardín del gigante egoísta, y como ocurre de cuando en cuando en primavera, reverdece antes de florecer el melocotonero que da sombra a su reposo, por que hoy mi hijo ha subido hasta sus ramas.
CRSignes 100409
¡AY, AMPARO! De Aquarella
— ¡Hoy entra oficialmente el verano! — Lo dicen con tono alegre en la radio, como si fuese una novedad. ¿Qué llega hoy? Hace más de quince días que se nos ha caído encima y nos está aplastando.
¡Qué calor! Ni siquiera son las ocho y los termómetros andan ya con el mercurio marcando valores superiores a los que puede soportar el ser humano, como sigamos así no voy a durar ni dos telediarios. Soy de Burgos pero vivo en Almería... no se puede doblar así el mapa, el cuerpo no está acostumbrado y se resiente. Otra noche sin dormir por culpa del calor y paso de la diatriba publicitaria contra los aires acondicionados y me instalo uno en casa. Bueno, seré sincero, además del calor la culpa de mi insomnio la tiene Amparo... metro y medio de sensualidad que se pasea por la oficina con una forma de moverse que nos tiene a todos descolocados. ¡Pero qué buena está Amparo!
Ahora que no nos oye nadie os diré algo, la única ventaja que tiene venir a trabajar es el aire acondicionado, así que hoy he venido pronto – más de treinta minutos antes de la hora de entrada – para estar fresquito y descansar un poco; ya sabéis, la típica “siesta de después del desayuno”... menudo invento, cuando lo descubran los japoneses seguro que lo patentan. Qué raro, alguien ha llegado antes que yo… encuentro en mi mesa una nota “El alfiler que sujeta este papel estaba antes en mi blusa, sigue las pistas y encontrarás un regalo” ¡No me lo puedo creer! ¡Es la letra de Amparo!
— Estoy sobrio ¿verdad? – Me lo pregunto a mí mismo porque empiezo a dudarlo. Me siento como el personaje del cuento buscando las migas de pan para encontrar el camino pero ¡Ay de mí! A Garbancito no le pasaban estas cosas, la siguiente pista con la que tropiezo es un sujetador negro que hace que mi tensión arterial se dispare. La imaginación se desata y ya pienso en palpar esa parte de su anatomía que ahora mismo carece de sujeción... Un grito me sobresalta
— ¡Rigoberto Nava Palacios! ¿Se puede saber qué coño haces durmiendo en mi mesa?
— ¿Eh? Durmiendo... tu mesa... Amparo... — Incapaz de articular palabra, balbuceo una ridícula disculpa mientras mi encogido ego y yo huimos de su mirada – Si cuando yo digo que este calor me está matando...
Aquarella 22/06/06
Revista Digital miNatura 95
Revista Digital miNatura 95. Dossier: Mutantes
Directores: Ricardo Acevedo E. y Carmen R. Signes Urrea
Portada: Prêt-à-monster" por José Castillo Arias (Colombia)
Diseño de portada: CRSignes
Logo: José Castillo Arias (Colombia)
Colaboraciones: minaturacu@yahoo.es
Descargarla en:
http://www.servercronos.net/bloglgc/media/blogs/minatura/pdf/RevistaDigitalmiNatura95.pdf
Para este número dedicado a los mutantes, el ilustrador colombiano José Castillo Arias, que ya creo hace un tiempo logos para la revista, ha realizado la ilustración principal de la portada.
Como novedad incorporamos un colaborador en nuestra sección “La biblioteca del Nostromo”, que de seguro, con sus reseñas literarias, hará buena cuenta de las novedades editoriales más interesantes. Se trata del reconocido escritor argentino Ricardo G. Curci. Agradecemos a todos aquellos que han hecho posible este número con sus ilustraciones, historias, artículos, y deseamos que disfrutéis con esta incursión en el mundo de los mutantes.
Sumario:
2/ Propuestas de portadas.
3/ Editorial
3/ Sumario
5/ Artículo: El mutante como conjura argumental (1ra. parte)/ Sergio Alejandro Amira
12/ La Isla del Doctor Moreau/ H. G. Wells (Inglaterra)
12/ Un mutante/ Alejandro Milán Pastori (Argentina)
13/ Desajuste/ Philip K. Dick (EE.UU)
13/ Turpin y Wendy, una historia pepinaica de amor y muerte/ Luís Carbajales (España)
14/ El hombre dorado/ Philip K. Dick (EE.UU)
15/ Presente de Pasado/ Rubén Martín (España)
16/ ¡Cura a mi hija, Mutante!/ Philip K. Dick (EE.UU)
17/ Otro Pigmalión/ María del Carmen Guzmán (España)
17/ Un Mundo de talentos/ Philip K. Dick (EE.UU)
17/ Módulo 101/ Alexis Brito Delgado (España)
18/ Juan Raro/ Olaf Stapledon (Inglaterra)
19/ La puerta/ Manel Aljama (España)
20/ Slan/ A E Van Vogt (EE.UU)
20/ El tercer ojo/ Francisco José Segovia Ramos (España)
21/ El Mutante/ Isaac Asimov (EE.UU)
22/ El Hombre de Baba/ Juan Julian Mitre Guerra (México)
22/ ¡Vamos, carrito!/ Zenna Henderson (EE.UU)
23/ De mudanza/ Adam Gai (Israel)
24/ ¡Fuera de aquí!/ Fredric Brown (EE.UU)
24/ Mutante/ Tomás Urtusástegui (México)
25/ ¿Para qué son los amigos?/ John Brunner (Inglaterra)
25/ Pequeños retoques/ Rubén Gozalo (España)
26/ No puedo evitar decir adiós/ Ann Mackenzie (Escocia)
26/ El Esperpento/ Margarita Carvajal Pradas (Cuba)
27/ Cómo hallé al Superhombre/ G. K. Chesterton (Inglaterra)
28/ Misioneros/ Ricardo L. García Fumero (EE.UU)
28/ Al despertar/ CRSignes (España)
29/ Niño pecera/ Juan Guinot (Argentina)
30/ Mutantes en Santa Fe/ Daniel Duque (Venezuela)
30/ El Gladiador de Los Topos/ M. C. Carper (Argentina)
31/ Los Pinocho de papel/ Carla Palacios (México)
31/ Wolverine/ Juan Pablo Noroña Lamas (Cuba)
32/ El hombre sin rostro/ Županović Milenko (Montenegro)
32/ Nos ven con otros ojos/ María L. Castejón (España)
33/ Si en lugar de reyes, telépatas/ Juan Manuel Valitutti (Argentina)
34/ Ventajas (e inconvenientes) de pasar desapercibido/ Federico G. Witt (España)
34/ El último día/ Almudena López Cano (España)
35/ Crisis de identidad/ Daniel Frini (Argentina)
35/ Frankenstein Update/ Bruno Henríquez (Cuba)
36/ Bajo el Sol/ Daniel Frini (Argentina)
37/ Artículo: El mutante como conjura argumental (2da. parte)/ Sergio Alejandro Amira
41/ Artículo: Desvarío sobre Mutantes/ Louis Pauwels y Jacques Bergier
51/ La Biblioteca del Nostromo: Una Mirada Al Terror En Dos Siglos Diferentes/ Ricardo G. Curci (Argentina)
54/ Mundo Póster: Acción Mutante
Sobre las ilustraciones:
Pág. 1 Prêt-à-monster por José Castillo Arias (Colombia)
Pág. 2 Mutante por Fraga (México)
Pág. 2 S/t. por José Castillo Arias (Colombia)
Pág. 2 Procesión de Los Mutantes por Miquer Alberto Rivera Santibáñez (Perú)
Pág. 3 Logo Revista Digital miNatura por José Castillo Arias (Colombia)
Pág. 6 Proxima nro. 2 (revista argentina de CF) por RACRUFI (México)
Pág. 12 El Mutante por Alejandro Milán (Argentina)
Pág. 15 Mutante por MC Carper (Argentina)
Pág. 19 Streeptease por Fraga (México)
Pág. 22 Hombre-Máquina por Ray Raspal (Cuba)
Y para el próximo número:
BRUJAS, HECHICERÍA Y MAGIA
Os recordamos que el día 31 de julio finalizará el plazo de admisión de trabajos para el VII Concurso Internacional de Micro Cuento Fantástico miNatura 2009. Recepción de originales en minaturacu@yahoo.es
Pulsa aquí para descargar el número 95 de la Revista Digital miNatura en .pdf