8
Jul

El jardín encantado

El último copo de nieve del invierno se derrite en su mano volviéndose a formar una vez traspasado el umbral del jardín encantado. Todas las primaveras, desde que era niño, cumplo con el mismo ritual buscando quizás que se repita el milagro.
Entramos con sigilo y respeto, como me enseñó mi padre y a él mi abuelo, caminando despacio sobre la tierra seca y cuarteada por el frío. Dejamos el suave casi imperceptible dibujo de nuestros pasos, como si aún, al oírnos, pudiera despertar y con él su ira. Cuesta descubrir entre la maleza helada, que circunda los restos del castillo, el sitio exacto dónde reposan los huesos, el mismo en dónde lo encontraron cubierto de flores blancas. Durante años fue el anfitrión perfecto, el miedo que despertaba aquel físico descomunal y su mal carácter, se transformó convirtiéndose en el mejor de los amigos, un maestro de sueños y esperanza. He oído su historia, la misma que ahora cuento, una y mil veces, y nunca me canso. Los ojos que me miran reflejan mi logro. Me consumo en la tristeza al saber que esta ceremonia jamás podrá repetirse, porque este año será el último. No, yo no me he rendido, mi vocación sigue intacta, pero las máquinas están preparadas. Vemos amenazador, en la lejanía, el brillo de las grandes herramientas que perturbarán el descanso eterno de aquel temible gigante que lo fue una vez, para convertirse luego en el más tierno y amable de los hombres. Tendremos que hacer de tripas corazón y callar. Ahora los egoístas son ellos. Es una pena que no crean a este charlatán.
Hoy traspasé nuevamente con mi hijo el umbral del encantado jardín del gigante egoísta, y como ocurre de cuando en cuando en primavera, reverdece antes de florecer el melocotonero que da sombra a su reposo, por que hoy mi hijo ha subido hasta sus ramas.

CRSignes 100409

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