Tormenta de verano. De Edurne

Ayer por la noche empezó. Después de un día claro y soleado, dejando atrás meses de tardes caldeadas y madrugadas frescas. El cielo se ennegreció de golpe, sin aviso incipiente, y las nubes desorientadas y negruzcas atravesaban el cielo dominadas por un viento malandrín que las arrastraba a su merced.
En el zaguán de la oscuridad un rayo zigzagueante resquebrajó el cielo y lo partió en dos por unos segundos. Jirones de nubes chocando unas contra otras y al otro lado de la estrecha rendija de luz, el colectivo de gotas de agua se apretaba temeroso de caer, se asían unas a otras intentando defenderse del infame viento frío que las balanceaba. Empezaron a caer unos gruesos goterones y me obligaron a resguardarme en silencio. Las palabras no acudían a mi boca porque la garganta se había quedado petrificada, intenté reaccionar, pero mi mirada no se apartaba de aquel cielo y me sentí tan menuda, tan insignificante como un grano de arena en una playa vacía.
Sabía que llegaría, la estaba esperando, la tormenta descargaría su ira y yo estaría preparada para hacerle frente. Pero no fue así... se puso tan negro el cielo, sopló tan fuerte la ira del viento, deslumbraron tanto los rayos a mis ojos incrédulos, sonaron los truenos con tanta contundencia, que... tuve que claudicar.
Ayer noche me dejé llevar por la tormenta, me abandoné en sus brazos y volcó en mi corazón tanto temor que las lágrimas asomaron a mis ojos. El terror se apoderó de mi cuerpo y pensé, durante largo tiempo, que aquello no acabaría, que era sólo el principio del fin. Todo estaba en mi contra y yo, nada más que hacer que quedarme impasible y expectante esperando los nuevos acontecimientos.
Como epitafio he confirmado que no es verdad que las tormentas de verano sean pasajeras, ésta dejó en mí una huella que jamás podré borrar.

Edurne 16/08/06

Botellín y Botellón. De Edurne

En la misma repisa del zaguán de un laboratorio acababan de colocar dos frascos de cristal: uno muy flaco y alargado y otro panzudo y rechonchote. Desde el primer momento se llevaron mal y se miraban de reojo.
Botellín presumía de idealista y espiritual mientras que Botellón hacía gala de recipiente práctico y utilitario.
Por las noches discutían acaloradamente y el resultado era un estropicio que, de madrugada, descubría atónito el nigromante.
Esta noche se dispuso a vigilar, se enfundó su bata hecha jirones y se escondió entre sus pócimas.
Comenzó la reyerta, el delgado malandrín se halagaba:
A mi me reservan para los perfumes, los extractos y las preciadas esencias, en cambio tú te quedas para los líquidos vulgares como el agua o el vino, y para guardar el cuartillo de leche del desayuno... —rió.
Botellón, que era un socarrón de siete suelas, no se quedaba corto y se reía haciendo retumbar el vidrio de su panza:
Tú eres tan largo y delgaducho que el soplo de un estornudo te derribará convirtiéndote en mil añicos, mientras que yo, con mi hermosa panza, me sostengo como un tentempié.
Botellón empezó a bambolearse con inquietante vaivén, golpeaba a Botellín en su cuello de jirafa y le hacía perder el equilibrio. Para no caerse, se apoyó en el frasco de al lado, y éste en el siguiente... y en el otro, poniendo en marcha el efecto dominó haciendo temblar al colectivo, hasta que el último de la fila era el que caía al suelo y se hacía pedazos.
El nigromante encolerizado cogió a Botellín del cuello y a Botellón de la panza dispuesto a estamparlos contra el suelo con un último epitafio, para castigar así su soberbia. Pero... una chispa genial brotó de su feraz cerebro:
¡Eureka! Un nuevo y portentoso invento está a punto de nacer.
Encendió su horno y empezó a moldearlos. Primero a Botellín haciéndolo un poco más chato y más panzudo; luego estiró a Botellón y le dejó un poco más alargado. Después de llenarlos a medias de arena, les obligó a juntar sus bocas en un beso eterno. Ahora serían iguales, uno arriba y otro abajo, de forma alternativa, el nigromante había inventado el hermoso reloj de arena, ya jamás volverían a pelearse y se complementarían para siempre.

Edurne 15/08/06

Despertando a la vida. De Suprunaman

Ya finaliza mi existencia y agotado como estoy os relataré los hechos que acaecieron en aquellos años cuando aún era joven e inexperto en la vida. Mi maestro, Wilie d’Afanar de quien me enorgullezco de haberlo aprendido todo, me hizo conocer el mundo a través de sus actos.

Empezaba a anochecer, mi maestro y yo recorríamos a zancadas una carretera de hierbas y piedras en busca de una posada acogedora. Al fin mi maestro me dijo:
Mason, ¿ves aquella luz de allí?
Yo asentí con la cabeza.
Es una posada, divirtámonos con conocimiento, mañana habrá que madrugar.
Ya en el zaguán de la puerta mi maestro dijo:
Espera Mason —y como un traidor malandrín me arreó una patada en las posaderas; yo no pude evitar cruzar la puerta rodando por los suelos. Hubo un sobresalto colectivo en el recinto y Wilie dijo:
Disculpen a mi hermano, es que tiene los huevos grandes y a veces tropieza con ellos, lástima que sea retrasado, pues las mozas no se separarían de él.
Wilie se sentó en una de las mesas y la guapa posadera le dijo:
¿Vais a quedaros a dormir?
No se cómo, contestó pues no tenemos ni un penique.
Es cierto lo del chico —dijo la posadera.
Sí, lo es, retrasado de nivel 50 creo yo —dijo Wilie.
No, digo lo de los huevos.
¡Ah, también! Menuda desgracia tiene —prosiguió.
Os daré de comer y de dormir, pero me gustaría comprobar lo de los huevos.
La posadera sacó una tarta de verduras y Wilie ofreciome un jirón.
Ten, muchacho, lo vas a necesitar.
La posadera, me agarro y me apretó contra sus mullidos pechos camino de la habitación. Descubrí el sexo en aquella estancia que por falta de palabras no puedo describir. Tras varias horas de erecciones, ya vislumbraba mi epitafio. Pero entonces la bella mucama abandonó la sala y pude respirar. Segundos más tarde otra muchacha, hermana de la primera sabedora de mis gestas vino a visitarme y también me obligó. Ya con la lengua fuera entró de nuevo la mayor y quisieron probar el trío.
A la mañana siguiente mi maestro Wilie d’Afanar andaba con el estomago lleno mientras yo me arrastraba. Las posaderas nos despidieron con lágrimas en los ojos. Aún yo las recuerdo con melancolía, pues fue la última vez que supe de ellas.

Suprunaman 15/08/06

Palabras para el "contemos cuentos 14"

Con estas palabras daba comienzo el juego número 14 de Contemos cuentos en La Gran Calabaza:

COLECTIVO

EPITAFIO

JIRÓN

MADRUGAR

MALANDRÍN

ZAGUÁN

Continuábamos desarrollando historias de entre 200 y 400 palabras, de temática libre durante la primera semana, y para la segunda, previa encuesta salió seleccionado como tema monográfico: las VACACIONES, con tres votos sobre cinco.
En este juego sobrepasamos los 200 cuentos.

Un pequeño gran sueño. De Belfas

Me asomo a la memoria de mi infancia que se escapa, y rebusco entre vivencias transcurridas, en un pequeño cofre, en una nota apenas entendible, leo: "Por favor, se ruega no tocar". Hago caso omiso a la nota, lo abro y encuentro un relicario. “Instantes de niño”.
Voy deslizando mis dedos sin descanso entre los objetos, descubriendo con avidez cada uno de ellos. De pronto, un cristal de color incierto y con celdas incrustadas sobre su superficie, llama mi atención. Adherido, lleva un papel arrugado con unas letras casi inteligibles escritas con celeridad. Separo ese papel arranco la cinta adhesiva que lo envuelve y, atónito, encuentro un mensaje que dice: "Una vez cargado, colóquelo sobre aquello que desee, cierre los ojos durante unos segundos y..." Mi nerviosismo se acentúa y sigo buscando algún botón que accione el mecanismo.
Una minué repleta de movimiento bulle en mi cabeza al entender su utilidad, y me dispongo con aplomo e inquietud a ver si funciona. Sigo al pie de la letra las instrucciones. Máximo tres deseos, el amor como fuente de energía, cargador inagotable y único elemento que precisa para dar vida a tal original artefacto. Itero una y otra vez hasta lograr que actúe.
Absorto en el artilugio, perdido en el tiempo y en el espacio, advierto entre mi pelo enmarañado unos dedos que se deslizan acariciándome suavemente, y una dulce voz que me susurra al oído trasladándome a mi niñez, a ese mundo tantas veces añorado y sin retorno, de donde no querría emerger.
Mis ojos, prietos los párpados gozando de la caricia, se van abriendo lentamente y siento una presencia junto a mí pero no me atrevo a moverme, temo que desaparezca esa sensación de calidez que disfruta mi cuerpo. Al fin, abro mis ojos y encuentro a mi madre inclinada sobre mí, sonriente y feliz.
- Despierta mi niño, un nuevo día nos está esperando.
En mi mano de niño, un cristal de color extraño reposa satisfecho, aguardando tal vez una nueva recarga, que evite alejarme de mi niñez.

Jopeta, son las fiestas de mi pueblo y me toca currar.

Belfas 12/08/06

La historia de Andrés, el ciempiés. De Hechizada

Andrés, un ciempiés, vivía en un bosque. Solía vestir un chaleco gris, pantalón a juego con tirantes a modo de cargador para evitar que se le bajaran cada vez que moviera sus cien patitas, y un sombrero negro. Vivía en un hueco profundo con varias celdas que lo separaban en diferentes ambientes, quedaba al lado de un fuerte abeto que le protegía del viento y la lluvia.

Al salir los primeros rayos del sol ensayaba con su flauta. Todas las mañanas, entonaba su canción. Él quería mucho a su flauta plateada, se la regaló un viejo topo que vivió en el bosque. Llevaba años practicando, iterando la misma melodía, pues realmente le era muy difícil lograr armonizar todos sus pies, y a veces le fallaba la memoria. Al principio, sus amigos soportaban estoicamente sus ensayos con paciencia. Le animaban a perseverar cada vez que lo veían frustrado, desesperado; le decían que necesitaba un buen descanso porque era agotador lo que hacía, pero que algún día vería los frutos de la constancia. Cabizbajo se retiraba a su casa pensando que lo intentaría de nuevo al día siguiente.

Un día se reunieron sus amigos: el gran búho Hugo, la gallina Tina, el saltamontes Cifontes, la coqueta mariposa Rosa, la ardilla Lidia, la liebre Nieves, el colibrí José Luís, la rana Ana y la culebra Petra. Estaban preocupados por Andrés, le veían deprimido y temían que dejara su flauta. Decidieron que cada uno le animaría a ensayar porque le veían talento. Había que hacerlo con celeridad porque pronto habría un concurso de animales de bosques músicos, y sería una gran oportunidad para Andrés. Hugo le regaló un nuevo sombrero. Petra le hizo un nuevo pantalón cuando cambió su piel. Lidia le preparaba su postre favorito: Minué de Nuez. Le aplaudían, le aupaban, le mimaban.

Andrés lo hacía cada vez mejor, sus notas parecían estar vivas. Llegó el día del concurso, sus amigos se pusieron sus mejores ropas. Otros animales eran un poco envidiosos y desconfiados, no creían que fuera tan buen músico. Pero cambiaron de opinión al oírle tocar. Su melodía era tan hermosa que todo el mundo escuchaba con atención. Ganó el concurso y todos le aplaudían entusiasmados. Andrés hizo una gran fiesta en el bosque con todos sus amigos porque sin ellos no lo hubiese logrado. Se hizo famoso pero siguió ensayando nuevas melodías y enseñando a tocar la flauta.

Hechizada 11/08/06

A galope tendido. De Monelle

Subido al caballito, Migue, dejaba que éste le cargara dónde quisiera.
Habían recorrido juntos casi todo el mundo conocido. Conocido por él, naturalmente.
La tele, era su mejor guía. De los documentales sacaba las ideas y las retenía en su abierta memoria.
A pocos días de su quinto cumpleaños destacaba, en él, su despierta imaginación.

Mamá, háblame de la China... Mamá, cuéntame sobre Australia... Mamá, dime lo que sepas de Francia... Mamá, guíame por Sierra Morena...

Y mamá atendía aquellos iterantes requerimientos con mucho gusto. Ocurría por las noches y ella no tenía reparos en narrarle con un grado de fantasía —muchas veces se veía desbordada por las preguntas sobre territorios demasiado remotos para ella—, los detalles que a él le pudieran interesar.
Y todo aquello, terminaba alojado en la pequeña cabecita de Migue que acumulaba, cual cargador, aventuras con las que, el día siguiente, retomaría la galopante carrera de sus sueños después del descanso nocturno.
La celeridad de sus movimientos —su corcel era el más rápido del mundo— ayudaba en sus escapadas.
Siempre estaba preparado para realizar hazañas de heroica conquista, descubrir nuevos territorios, o romper fronteras.
A lomos de su caballito: resbalaba por la barandilla; saltaba la verja; bordeaba el seto, demasiado alto para él; y esquivaba los charcos. Si no estaba huyendo de temibles ogros o cruzando fosos, galopaba sobre las nubes para no perderse la danza de las princesas a orillas del Rhin al compás de un minué, o las tracas con las que se festeja el año nuevo chino en el gran desfile de los dragones mandarines. Se le podía escuchar animando a su cabalgadura, mientras escalaba la cresta de las olas, siguiendo la ruta de Simbad por los siete mares.
Y cuando el sol se ponía, corría hasta los brazos de su madre simulando no estar cansado pero exhausto; y ella, mientras Migue le contaba sus aventuras, lo cogía en brazos, le daba un gran beso, y le entregaba la merienda cena antes de llevarlo a dormir.

Mamá, ¿está muy lejos el lejano Oeste?

Aquel día, víspera de su cumpleaños, no podía dormirse. Mientras la puerta del cuarto se cerraba, Migue comenzó a tramar su próxima aventura.
Un atracador se había escapado a galope tendido de su celda, y él, a lomos de su brioso corcel, debía ayudar al sheriff en su captura.

Monelle/CRSignes 10/08/06

En el fondo del mar. De Edurne

Érase que se era un maravilloso país en el fondo del mar donde todo era paz y armonía, las diferentes especies marinas compartían territorio y se respetaban entre ellos por la memoria de sus antepasados. Desde el salmonete hasta el atún, pasando por la caballa y el rape, disfrutaban su vida longeva sin peligro ni preocupación.
En algún amanecer azulado, sonaba un conocido minué que salía de la concha de la caracola, avisando a todos los ciudadanos para recogerse en retirada. Era el toque de queda a la vista de peligro. Cesaban los paseos y las danzas y todos se recogían con pronta celeridad hacia sus refugios o celdas. De la superficie caían a plomo las ingenuas redes iterando sus movimientos de captura ignorantes de que nuestros protagonistas eran más listos que el hambre.
Un fatídico día, la tortuga de mar llegó azarosa con una mala noticia: un enorme pez se había instalado cerca del cargador de perlas y desconocía su especie. Asustada, explicó al cónsul el enorme peligro que se cernía sobre su pacífico país, habían sido capaces de eludir las redes de estrechas mallas, pero tan monstruoso enemigo acababa con las expectativas de todos.
Reunido el consejo, habló la prudente estrella de mar y propuso organizar una incursión por la zona para estudiar al enemigo. La escurridiza anguila escondida entre la arena, la rápida y chiquitina pescadilla zigzagueando entre las algas y el telescopio puesto del cangrejo fueron los encargados de investigar.
A su vuelta, después de espiar sin descanso durante unos días, los tres sicarios llegaron a la misma conclusión, no le habían visto la boca, y si no había boca, tal vez se alimentaba de algas y no de peces.
Los ánimos se fueron tranquilizando pero había que cerciorarse, el riesgo era demasiado elevado para confiar a la primera de cambio.
Cuando el enorme espécimen cubrió con la negrura de su sombra el fondo de las aguas, la mayoría retrocedió hacia sus refugios, pero los más atrevidos, osaron acercarse con discreción; el lenguado y el rodaballo aprovecharon su cuerpo plano para pegarse a él y... no pasó nada. Luego siguieron la lubina y la caballa, y nada, el intruso seguía su marcha sin inmutarse. Ante la valentía de los primeros, poco a poco se iban acercando todos hasta que comprobaron que no había peligro. Y es que, señores, el submarino debía seguir su rumbo.

Edurne 09/08/06

El bosque de los sueños. De Mon

¡Niños, comienza el baile de los peluches! — Vocifera el hada del bosque — Vamos a aprovechar ahora que estamos todos dormidos para ir en busca de la fiesta, del lugar secreto donde vuestros mullidos juguetes danzan a ritmo de minué hasta antes de amanecer.
Los niños duermen mientras trazos de su memoria, que han aprendido ese día, se unen con el sueño para imaginar un mundo fantástico lleno de color y sensaciones.
¡Ya estamos dentro! —Grita Ana — ¡Ya puedo ver el sendero de los árboles negros! —Al mismo tiempo se agacha y toca el musgo fresco y verde que crece a los lados del camino. — Dame la mano hada que tengo mucho miedo.
Tranquila Ana, que hoy vamos a la aldea de los peluches.
Todos formando una larga fila y asidos de las manos se disponen a recorrer el sueño que les llevará hasta el baile, deben darse prisa y caminar sin descanso con la máxima celeridad antes de despertar. El bosque aguarda.
Juan Carlos, pequeñín, debes iterar el camino de vuelta, tú guiarás a todos en el caso que alguien despierte de repente. Recuerda que no debéis mirar atrás o los juguetes nunca más volverán.
— Sí, querida hada, así lo haré.
Por fin se acercan al pequeño desarbolado en forma de círculo, una fuerte luz ilumina cual mil lunas llenas solo el centro del campo.
¡Mirad, ya llega el ruiseñor que anuncia la fiesta!
A continuación y como por arte de magia comienzan a aparecer entre las plantas todos los peluches de los niños, cada cual mirando a su propietario.
¡Están todos! Es muy emocionante.
Solo cuando los niños duermen los juguetes se libran de la celda del armario y vienen aquí para deciros en sueños que os quieren aunque saben que de mayores, algunos nunca más volveréis a verlos bailar, quizás avergonzados, quizá desagradecidos.
“Nunca abandonéis aquellos que noche tras noche bailaron para vosotros, ellos os dieron la vida, os guardaron en los sueños con mucho amor, sin pedir nada a cambio.”

Mon 08/08/06

Minué en los reinos. De Suprunaman

Libertad era un país con un gran poder económico, su ayuda había sido útil en momentos delicados de la humanidad.
El rey Jorge había subido al poder de este país gracias a unas elecciones generales, tenía un carácter fuerte, carismático y sus decisiones beneficiaban al conjunto del mundo.
Cierto día, el rey Jorge, después de iterar sus quehaceres matutinos, reunió a sus consejeros y les dijo:
-Queridos consejeros/as; en nuestro país, Libertad, podríamos considerar que somos el cargador del mundo, allí donde hay hambre acudimos para saciarla, donde hay guerra vamos a restablecer la paz, donde hay catástrofes llegamos con celeridad para socorrer a los damnificados.
Anoche, mientras disfrutaba de mi descanso, vino a mi memoria la idea de crear un mundo nuevo. Libertad es referencia en el mundo, así que enviaremos cónsules a todos los reinos a los que todos obedecerán porque en realidad el mundo quiere ser como Libertad; les daremos nuestra propia lengua, de esta forma todos nos podremos comunicar sin dificultad, les daremos nuestras ideas políticas para que mejoren su calidad de vida, disfrutarán de nuestras costumbres. Haremos del mundo un lugar más habitable y mejor.

Los primeros cónsules llegaron a sus destinos y cual fue su sorpresa al ver las negativas de los reinos a la visión del rey Jorge.
El monarca de Libertad se enfureció, ¿cómo es posible que se nieguen a formar parte del reino más grande y con más potencial del mundo? ¡Haced llamar a mis consejeros/as!
En unos minutos se encontraban de nuevo reunidos y el rey Jorge dijo esta vez: Todos los reinos del mundo formarán parte de mi imperio, si no es por las buenas será por las malas, yo les puedo ofrecer calidad de vida y la tienen que aceptar, mandaremos tanques, aviones y soldados, construiremos celdas y encerraremos a aquellos que estén en nuestra contra y de esta forma podremos hacer realidad nuestro sueño, libertad para toda la humanidad.

Suprunaman 07/08/06

El mayor escapista del mundo. De Monelle

Momo era experto en escapismo. Nadie podía retenerlo. Aunque pocas veces hacía uso de su don, era dócil y gustaba de la compañía de todos, incluida la de los niños.
Desde la ventana observaba a los gatos callejeros, no era amigo de mezclarse con ellos. Posiblemente se creía de otra clase. Disfrutaba las mieles del descanso.
Después de que Momo satisficiera su apetito mañanero, acostumbro a salir a la calle y ofrecerle a los mininos un extra que agradecen con manifestaciones coreadas delante de mi puerta.
Si habéis tenido algún gato, sabréis que no hay dos iguales. Los hay: escapistas como él, la celeridad era la clave de su éxito; equilibristas, capaces de andar por las cornisas más estrechas y saltar ramas sin titubear; también encontraréis al gato malabarista que convierte cualquier objeto inanimado en el más divertido juguete; el típico mirón, ladronzuelo, siempre a la que salta y sin perder la memoria de los lugares en dónde le dan algo que llevarse al buche; gatas capaces de saltar a los ojos del perro más fiero para defender sus crías; y espabiladas que hacen de nodriza; conocí una que incluso robaba los gatitos de sus compañeras de callejón. Digna de ver es la coreográfica danza tipo minué, que el gato más desgarbado de la calle itera a su partenaire hasta conseguir que ella le entregue el sustento. Momo nunca perdió detalle de todo aquello.
En esta jungla callejera, tan entrañable, Momo se sentía el rey. Si bien no era amigo del contacto físico, cuando alguien osaba entrar en casa la defendía con uñas y dientes. Por que Momo era, ante todo, un gato casero. Su situación, siempre encerrado en casa, como en una celda, lo hubiera considerado cualquier otro congénere como un castigo. Si él se hubiera sentido atrapado, seguro que habría hecho uso de su habilidad.
Momo era como un cargador para mi estado de ánimo. Sabía cuando tenía que acercarse, cuando no, si necesitaba algo o si era yo la que quería algo de él.
Puede que Momo no fuera el mejor gato del mundo, pero siempre me sorprendía.
El pasado viernes realizó el mayor número de escapismo de su vida. Fue la última vez que me sorprendió. Y siempre lo echaré de menos.

Monelle/CRSignes 06/08/06

El último baile. De Pez Burbuja

Había llegado el momento. Después de treinta años de bailarín, ésta iba a ser su última actuación. La noche anterior había tenido una agria discusión con el director, con lo que su forzado retiro se había adelantado. Los años habían pasado con celeridad y aunque joven, era demasiado viejo para seguir bailando. Su cuerpo era una celda de la que no podía salir.

Salió al escenario vestido de época. Su peluca blanca refulgía bajo los focos. Un minué comenzó a sonar cadenciosamente. Bailaba sin descanso, iterando sus pasos con cada bailarina en una danza exquisita. Ponía el alma en cada movimiento y el público contemplaba reverente el espectáculo. Al acabar, un aplauso unánime llenó la sala mientras daba las gracias en la reverencia final.

El camerino aguardaba silencioso. Entró despacio y se sentó frente al espejo. Mientras se desmaquillaba, contempló su mirada cansada, las bolsas bajo los ojos, el mapa de arrugas en su rostro que hablaba de tantos momentos vividos, tantas imágenes guardadas en la memoria y que no volverían a repetirse…

Abrió el cajón y sacó la pistola. Comprobó que el cargador estaba lleno. Acercó despacio el cañón hasta colocarlo suavemente sobre sus labios, en un beso mortal. Luego, lo fue introduciendo en su boca. No sentía nada, ni miedo, ni remordimientos, nada. Nadie le estaría esperando, nadie lloraría por él.

Unos golpes en la puerta le sacaron de su estado. Rápidamente guardó la pistola en el cajón y se dirigió a la puerta. Una mujer le sonreía. Cogida de su mano, una niña le miraba con los ojos incandescentes.

- Perdone, no quisiera molestarle. Mi hija quiere ser bailarina, y ha insistido tanto en venir a conocerle que he tenido que acceder. Espero no haberle interrumpido.

- No se preocupe, no estaba haciendo nada importante.

La niña soltó a su madre y agarró su mano con fuerza.

Pez Burbuja 06/08/06

Verano en Santa Cruz de la Palma. De hechizada

Estoy ansioso, desesperado por comenzar mis vacaciones en Santa Cruz de la Palma, como el verano pasado. Aun guardo en mi memoria todo lo que viví ese mes de julio, especialmente el día que la conocí. Fui con mis amigos al Recinto Central de las Fiestas Lustrales, puesto que esa noche se presentaban las dos funciones de El Minué, el cual nos decían que era una costumbre introducida desde 1945 en las celebraciones de la Bajada de la Virgen de las Nieves. Íbamos con celeridad para no quedarnos sin un buen puesto desde donde ver todo el espectáculo, en el cual se rememora todo el ambiente lujoso y de refinamiento de las grandes cortes europeas del siglo XVIII.

Antes de iniciarse la presentación, el animador explicó la historia del baile, y que las veinticuatro personas que bailarían eran jóvenes de la ciudad que habían sido elegidos por concurso, pidiéndonos nuestro mejor aplauso para que entraran en escena. En ese momento las luces del escenario se apagaron y comenzamos a ver sombras que entraban a la tarima. Algunos focos les iluminaron y allí estaban las parejas de baile. Mis ojos las recorrieron todas hasta que la vi, y desde entonces no pude apartar mi mirada de ella.

Estaba vestida con un traje rosado, con orlas blancas, con la peluca blanca a la usanza, sonreída y moviéndose con versallesca gracia. Llevaba unos guantes de encaje blanco que le cubrían los antebrazos y le hacían juego con el abanico de pequeñas celdas bordadas a mano, con el cual coqueteaba siguiendo la melodía. Al final de la presentación, al dar las gracias al público que no paraba de aplaudir, nuestras miradas se cruzaron por primera vez. Todo apasionado le mandé un beso con la mano ganándome a cambio la más bella de sus sonrisas. Decidí que ese era mi momento, así que aproveché el descanso de media hora para acercarme tras bastidores y buscarla. En ese momento poco pudimos hablar, pero me esmeré hasta convencerla de quedar al día siguiente en la Plaza de España. Ese día me concentré en quitarme esta pinta de cargador, quería gustarle, ser su amor de verano. Y lo conseguí. Fueron las vacaciones más apasionadas que recuerdo. Le prometí volver este año, me hizo iterarlo hasta el cansancio y no veo la hora de cumplir con mi palabra y tenerla nuevamente en mis brazos.

Hechizada 06/08/06

El héroe. De Locomotoro

Dedicado a todos aquellos hombres/mujeres, tan sencill@s, anónim@s... e insustituibles.

Al despertar, descubrí horrorizado que no podía moverme y que mis ojos no veían nada. Mi corazón y pulmones, se movían con celeridad al ritmo del pitido de alguna máquina. Entonces una mano tocó mi frente.
— Tranquilo, ya pasó todo, con unos días de descanso se recuperará de todas las lesiones.
Comencé a recordar lo que había pasado.
Iba de camino al trabajo cuando encontré en la carretera aquel Mercedes estampado contra el quitamiedos, y entonces...
Otra voz, esta vez era una niña, tomó mi mano y besándome me dijo en minué al oído: “gracias señor...” No sé de qué iba todo, no supe qué responder así que no dije nada.
En ese momento escuché otra voz masculina que decía “vamos hija, deja que descanse”.
Un aroma a jazmín y romero inundaba toda la habitación y, aparte de las enfermeras que se encargaban de que no me faltara nada, estaba solo. Si eso era un hospital, yo no podía permitírmelo. Si era una celda, lo era de lujo.
Una vez más volví a iterar en mi memoria.
No había nadie, así que frené la furgoneta y salí para ver si había alguien dentro del coche...
¿Qué pasó después?...
Al cabo de un rato apareció otra enfermera.
Señorita—, pronuncié — ¿sabe alguien que estoy aquí? Quisiera hablar con mi mujer.
No se preocupe — contestó —, en este momento está hablando con el psiquiatra, nada importante.
¿Y mi móvil?— Volví a preguntar.
Su móvil y el cargador están en el primer cajón— contestó mientras se marchaba.
A lo lejos, volví a escuchar aquella voz masculina, en tono un poco serio.
Que no le falte nada, cueste lo que cueste.
Decidí volver a mis recuerdos...
Me asomé por la ventana y vi una mujer y una niña de unos nueve años, tratando de despertar a su madre... con los nervios, arranqué la puerta, cargué a la niña al hombro y la encerré en mi furgoneta.
Ya recuerdo, sí...
Después el fuego en la parte trasera del coche y el volante que aprisionaba a la mujer. Rompí el respaldo del asiento y casi sin moverla de posición la saqué en brazos. Luego la explosión, el destello, la piel arrancada... y ahora aquí.
No lo entiende, ¿verdad?— la voz del hombre volvió a sonar atronadora. — Gracias a ese hombre, mi familia está viva.

Locomotoro 04/08/06

Tres hojitas ambiciosas. De Edurne

En la rama más alta de un majestuoso rosal, descansaban tres hojitas hermanas, jugando a salpicarse el rocío de la madrugada, felices por enamoradas, iterando a cada movimiento el amor que profesaban a sus respectivos amantes.

La mayor, enamorada del sol, no hacía más que alabarle. Durante el día le admiraba, dejaba acariciarse por la intensidad de sus rayos y se estremecían sus espinas, ante la calidez de tan desmesurado amor. Durante la noche le guardaba en su memoria cual piedra preciosa y brillante, esperando que su amante asomara desde oriente y premiara su angustiosa espera con suaves reflejos en su cuerpo, que le daban ese color verde luminoso y era la envidia de las demás hojas.

La mediana, enamorada del mar, a quien veía desde lo alto en su ir y venir sobre la arena. Ella decía que su amante a cada instante intentaba conseguirla, sus vaivenes lo demostraban, sus olas llegaban con celeridad hasta la orilla, una y otra vez, pero ella estaba tan alta que, para el mar, llegar a ella era imposible. Cobijaba su amor en una celda plateada que guardaba en sus sueños junto con el recuerdo de la espuma que su amante, enloquecido de deseo, expulsaba en su impotencia.

La menor, enamorada del viento, no descansaba un momento balanceada por su amor, al compás de un romántico minué que danzaban los dos juntos. Él la zarandeaba en su embestida… ella se dejaba mecer, adormeciéndose relajada y pensando en él a cada brisa que soplaba, como un regalo de amor dedicado a su enamorada.

Un arbusto las miraba desde su alta atalaya, quisiera ser el cargador de las ilusiones de las hojitas, pero las veía tan ambiciosas que pensaba que él no podría complacerlas desde su sencillez y sus esperanzas menguaban.

Un buen día las hojitas decidieron ir en busca de sus amantes. Se soltaron de sus firmes pecíolos y decidieron salir a su encuentro. No escucharon los consejos del arbusto quien les explicó que sus enamorados eran demasiado poderosos para ellas, que su ambición las cegaba y que morirían en el empeño.
La mayor, se tendió al sol para saborear sus caricias, pero se secó y se tornó amarillenta. La mediana se hundió en las profundidades del mar y desapareció engullida por las aguas. La pequeña fue arrastrada por el viento y se desmenuzó en mil añicos. El arbusto lloró desconsolado su pérdida.

Edurne 04/08/06