Su venganza. De Crayola

imagen extraída de artículos sobre violencia de género, fuente de imagen Internet

Un portazo activa la alarma en el cerebro. Y en el corazón que empieza a latir desenfrenado hasta casi doler. Y en la piel que suda el miedo en cada pequeña gota cristalina. El espacio en la habitación parece reducirse en cuanto más se aproxima él a ella. Y estallan las palabras y los golpes. Marina llora y grita casi por costumbre. Después de ser golpeada y sometida sexualmente por Jacinto su marido, camina tambaleante hacia la cocina a preparar algo de cenar para su esposo que quedó hambriento y exhausto tendido en el dormitorio. La mañana siguiente Marina sigue aterrada aún. Han pasado más de veinte años de maltrato y el dolor es el mismo de entonces. Mira por la ventana y siente que allá afuera ya no hay una vida para ella. Tarde o temprano morirá de alguna de esas golpizas, o tal vez contagiada por alguna enfermedad, o tal vez…
Así se quedan los recuerdos de Marina, colgados en un pasado que apenas dobló en la esquina. Ahora mira a Jacinto derrotado en esa silla de ruedas después de sufrir una embolia. Marina sonríe al verle. Llora de felicidad. No teme sentirse feliz por primera vez en tanto tiempo. La desgracia de su verdugo la hace sentir dichosa. Y esa dicha se mezcla con amargura. Y esa amargura le estruja el corazón. Jacinto está en sus manos. Depende de ella para seguir viviendo y él lo sabe, se lo dice con esa mirada de temor, con esos ojos que buscan desesperados un perdón.
El dolor envejecido y las cicatrices del alma no son suficientes para condenar una vida al rencor y el odio. Marina se levanta una mañana y decide olvidar y comenzar a vivir. Recoge en una maleta lo que quedaba de ella misma y se va.
Mientras camina por el sendero empedrado, Marina siente la volátil brisa fresca de aquella mañana de sol. Sonríe al cielo, sonríe al viento. Está viva! Su piel puede sentirlo. Su amor traicionado sanará con el tiempo, porque el tiempo cura las peores heridas.
Jacinto sigue postrado en su silla, viendo por la ventana, buscando los restos de la sombra de su Marina que se fue. Las lágrimas se le atoran en la conciencia y le duele. Sus quejidos serán atendidos en un centro de rehabilitación donde Marina le ingresó antes de partir.

Crayola 03/04/2007

Noche y lluvia. De Espantapájaros

Passers-by-in-the-rain-1935-by-Brassai

Cae la noche tejiendo su manto de fría oscuridad, sembrando de tinieblas cada rincón de la ciudad, apagando los sentidos y apaciguando los latidos… del reloj. La noche es negra y colgando de la noche las nubes grises incitan al viento, y éste viento sopla y resopla arremetiendo con furia en barlovento contra las ventanas y el balcón, arrancando a traición y de cuajo las hojas verdes de los naranjos y arremolinando las que yacen en el suelo; secas, amarillas, inertes. De pronto el rostro frío de la noche se ilumina como si alguien le sacara una fotografía y tras el luminoso destello del flash, treinta segundos después viene la explosión, desclavándole un quejido al silencio, como si una furiosa manada de caballos hubiera sido liberada del firmamento, como el estruendoso golpe de las olas al encuentro de la playa, o como el cielo gris y tronador de mi tierra. Y cae la lluvia, primero una gota y luego otra y otra mas, hasta formar un torrente de cristales líquidos que nublan la vista, que escurren por la acera e inundan de charcos el suelo empedrado, haciendo olvidar a los pedruscos que son áridas rocas incrustadas en la calle y vuelven a sentir la alegría que se vive en del lecho sombrío y húmedo de un río. Cae la noche tejiendo su manto frío, oscuridad y tormenta.
…Derrotado, cabizbajo camina por el húmedo empedrado, las frías gotas de lluvia escurren por su mejilla y salpican sus pies. Nunca antes la lluvia mojó mas, nunca antes el viento fue más frío y volátil, nunca antes la noche fue más negra. Nunca antes había percibido el sentido de la palabra soledad.

Espantapájaros 30/04/2007

Mal tiempo. De Crayola

Almada Negreiros- A Sesta (1939)

Sucede de pronto, como un torrentoso temporal que inesperadamente arremete contra todo, sin dar tregua, sin un minuto para buscar un refugio. Y al otro día, siempre sale el sol, y bajo su luz te das cuenta de las huellas imborrables que dejó aquel mal tiempo. Y aguantando los quejidos del corazón, hay que empezar de nuevo, buscar los pedazos y reconstruir, juntar cada piedra y volver a empedrar el camino. Así se asemeja tu silencio, tu voluntaria ausencia. Es tan extraño dormir a tu lado y no sentirte. Y cada beso que falta se va quedando en el olvido, y cada caricia se disuelve entre mis manos sin ti. Mis miradas derrotadas se esconden presurosas bajo mis pestañas para no sentir más la traición de tus ojos indolentes. Hasta tu olor es volátil, apenas perceptible. En sólo unos días nos convertimos en fantasmas, nos volvemos transparentes, lucimos descoloridos. Tiendes una barrera infranqueable que nos separa y, aun sabiendo que estas ahí, duele el no poder acercarse. Pero solo queda esperar. Sentarse a mirar por la ventana del tiempo, dejar que se calme el viento, dejar que la lluvia cese y que la noche caiga lentamente, sé que detrás de la azul luna te encontraré otra vez. Se que cuando abras los ojos la siguiente mañana, ahí estarás, con el mejor de tus besos en los labios. Porque al otro día, siempre sale el sol y el mal tiempo se va al cajón de los recuerdos.

Crayola 29/04/2007

Kragos. De Espantapájaros

Nunca en la historia de la humanidad hubo un guerrero tan valeroso, aguerrido y sediento de sangre. Nunca en la historia se blandió una espada sin que tras ella quedaran cuellos rebanados, brazos cercenados o agónicos quejidos de horror y muerte. Desde Creta a Macedonia, desde el mar Mediterráneo al Egeo no hubo aldea o polis que se librara del azote de este temible guerrero y sus sanguinarios ejércitos de la muerte. Pero hasta el más poderoso soldado cae rendido ante la grácil mirada de una mujer, más si ella es una diosa.
Desde ya varios años que la fama de Kragos, un joven y presumido capitán espartano se había extendido por toda la región. Sus victorias en las batallas de Laconia, Argos y Mesenia corrían de boca en boca como leyendas. Historias que llegarían hasta lo más alto y lo más profundo; hasta los oídos del Dios de la guerra, Ares.
Pero la suerte se le acaba alguna vez a todo el mundo. Y fue que en plena batalla contra los salvajes bárbaros de Arcadia, en el momento en que estaba a punto de ser derrotado, Kragos ebrio de furia y odio invoca al todopoderoso Dios de la guerra, ofreciéndole su lealtad eterna y ser su más fiel sirviente a cambio de derrotar a sus adversarios.
Desde ese día Ares protege a Kragos, quien vestido de dorada armadura, casco encrestado y montado en su cuadriga tirada por cuatro sementales inmortales, avanza junto a sus más fieles soldados por cuanta tierra estuviera a su alcance, arrasando ciudades y pueblos, ofreciendo cada triunfo a la gloria de su Dios.
Ares, satisfecho por los logros alcanzados decide invitar al guerrero a su templo en el Ágora de Atenas. Allí y en medio de la celebración, Kragos conoce a la secreta amante de su protector; Afrodita, cayendo de inmediato hechizado por su belleza. Luego de cruzar algunas miradas seductoras y siendo correspondido por ella, esperaron el momento oportuno para estar solos.
Pero en el templo de Ares no existe un sólo rincón que no sea vigilado y ese volátil encuentro llegó a sus oídos. El poderoso Dios enfurecido por la traición, lo envió de nuevo a la tierra y para que no olvidara nunca más su atrevimiento, lo condenó a la inmortalidad. Transformado en un ser deforme deambuló eternamente por las empedradas calles de la ciudad, siempre acechado por Deimos y Fobo.

Espantapájaros 28/04/2007

Atrapado en la Game Cube. De Suprunaman

¿Una partida? −preguntó la máquina.
Mejor no −respondió Maity.
¿Acaso tienes miedo? −dijo esta vez.
¿Yo? Venga comencemos.
Las ranuras de la Game Cube se volvieron fosforescentes, la luz era tan potente que Maity tuvo que cubrirse la cara con su camisa. Al abrir de nuevo sus ojos aún chispeantes, se vio pisando un empedrado campo de fútbol repleto de espectadores.
Situado en el centro del estadio con un melón en los pies.
¡Pásala!le gritaba una tortuga vestida con sus mismas ropas, ─¡rápido, ya vienennnn!
Al darse la vuelta, vio una gran manada de búfalos en dirección a ellos.
¡Corre!Maity empezó a correr con el melón entre sus manos. ─Buf, buf, buf... ─Ya no oía el quejido de la tortuga que había sido aplastada por la manada.
Un bigotudo trataba de quitarle el melón.
Lo necesitooo ─dijo con una voz de ultratumba, ─quiero salir del olvido.
Maity no entendió muy bien su significado, pero siguió su camino hacia ninguna parte con el melón que se le antojaba su seguro de vida.
El clamor del público seguía resonando en el volátil aire. El campo era interminable, a su paso ranas, princesas, culebras todos trataban de quitarle el melón usando sus argucias traicioneras.
Al final de la tercera curva observó su destino. Un cocodrilo con los dientes bien afilados lo esperaba. Ya delante de él, intentó hacerle un drivling. Pero la suerte de Maity lo había abandonado, tiró con toda la fuerza que le quedaba esperando un resultado satisfactorio. Los ojos del cocodrilo brillaron y el melón quedó entre sus manos rodando. Maity quedó en el empedrado abatido, derrotado. Se hizo la oscuridad.
Al abrir los ojos se vio de nuevo en el campo empedrado. A su izquierda una joven que tenía un melón entre los pies. Maity miró hacia atrás y vio una nube de humo que se aproximaba.
¿Cómo te llamas? −preguntó Maity
Joana −dijo
No es por asustarte pero coooorrrrreeeeee.

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¡AH DEL CASTILLO! De Aquarella

Lo de menos era la apuesta, lo importante era el desafío: Pasar toda la noche dentro de aquel castillo. El lúgubre aspecto del edificio no invitaba a visitas nocturnas, además contaban los lugareños que al ponerse el sol podían oírse unos terribles quejidos y el ruido de unas cadenas que se arrastraban por el empedrado ─¡El fantasma de D. Braulio, sin duda! – decía algo temblorosa la camarera que nos servía las cervezas.
Inmediatamente nos sentimos atraídos por la rocambolesca historia sobre un noble con mal de amores, una traición y el trágico final que había desembocado en un alma en pena paseando por las ruinas del que en otro época debió ser un fabuloso castillo. No pasaron más de diez minutos antes de que la apuesta estuviese sobre la mesa.
¿Quién se atreve a pasar la noche en el castillo?
¿Hacer noche en el castillo? – La camarera dejó escapar un grito ─¡Estáis locos!
Su cara de pánico nos convenció de que la experiencia sería una buena dosis de adrenalina. Solamente tuvimos una baja en el grupo, Jaime, al que llamábamos “el del corazón volátil” por su facilidad para enamorarse en cuestión de segundos, y que en ese preciso instante estaba más interesado en coquetear con la asustada chica que en la fantasmagórica excursión.
A la mañana siguiente volvimos derrotados a la casa rural que habíamos alquilado para el fin de semana. El balance era bastante negativo: frío, hambre, sueño y nada de fantasmas. Entramos al bar para tomar algo caliente cuando escuchamos parte de una conversación que nos aclaró el misterio
… lo sé, pero tenemos que mantener viva la historia de D. Braulio si no queremos que el pueblo vuelva a caer en el olvido. No sabes lo rentable que resulta tener un fantasma cerca…
Jaime soltó una sonora carcajada al vernos entrar. Había intimado con la chica, lo suficiente como para que le contase la verdad de la historia, y ahora tenemos que aguantar sus bromas… cada vez que nos ve saluda al grito de
¡Ah del castillo! ¿Quién va?

Aquarella 26/03/2007

Palabras para el “contemos cuentos 30”

Fueron propuestas y seleccionadas las siguientes palabras:

DERROTADO

EMPEDRADO

OLVIDO

QUEJIDO

TRAICIÓN

VOLATIL

Realizada una encuesta para ver qué tema tomar para la segunda semana de los propuestos que fueron:

Amor/desamor
Aventuras
Ciencia ficción
Acción
Terror

Con un total de 5 votos repartidos entre amor/desamor con 2 votos, Ciencia Ficción otros 2 y un voto para aventuras, se decide que cada uno seleccione lo que desee entre los dos más votados.

Polizón. De Crayola

Un día solté las amarras y me eché a la mar. Cogí la brújula y la guardé en un cajón, y dejé experimentar al destino sin rumbo definido. Empaqué poco: una muda de esperanza, dos sonrisas, y una veintena de lágrimas. Todo en un pequeño carcaj que llevo sobre la espalda. Dejé a la soledad en el muelle diciéndome adiós con el gollete lleno de amargura preguntándose cuando volveré. Con grandilocuencia y arrogante mirada abandoné la orilla y me adentré en un profundo azul. ¡Qué sensación! ¡Qué libertad! ¡Qué fácil es sentir dicha! Sólo se necesita un pedazo de cielo para contemplar. Parada en un extremo de mi barco, navegué días y noches entre aguas calmosas y serenas sintiendo la suave brisa acariciando mi piel. Por las mañanas nadaba con delfines sobre la salada espuma, y por las tardes pintaba acuarelas de atardeceres en rojos y dorados. Una noche que contaba estrellas, un mimoso susurro llegó a mis oídos. Eran versos…Cerré los ojos y dejé que cada palabra paseara por mi mente, sin sospechar siquiera que cada una de ellas se anclaría en mi corazón. Y el tiempo se hizo lento, y el mar mas azul, y yo…yo aprendí a disfrutar de un nuevo lenguaje que me vicia. Sin saberlo, sin imaginarlo, un hombre escondido en mi tartana, navegaba a mi lado. Me acompañó a cada puerto. Me tendió la mano para no caer en cada tormenta. Veló mi sueño. Tragó en silencio mis saudades y miedos y los convirtió en destellos de felicidad. Me arropó cuando tuve frío. Me besó la frente. Me besó el alma. Pero tuve que volver un día a mi pretérito. Y tuve que regresar un día a una vida que tenía que seguir viviendo. Pero…y ahora… ¿Qué hago con ese polizón que se ha robado mi corazón?

Crayola 22/03/2007

Los elementales. Capítulo cincuenta: Saudade. De Monelle

El rostro de Seren lo expresaba todo, nunca antes había visto un enfermo. En su mundo, según nos contó, la vida o la muerte es una cambio de conciencia, la barca del tiempo viene y va sin más complicaciones, por lo que tenía más que curiosidad.
¿Puedo ayudarle? –Seren, subida en su brazo, miraba a Julien con ternura.
Deliciosa criatura, ya lo hiciste viniendo hasta mí.
Julien –dije ─debemos visitar al médico. No podemos dejar que empeore.
Gracias Ricard, pero he creído entender que hay que tener papeles y no los poseo, no deseo ponerles en ningún compromiso.
Haga caso a mi marido. Iremos a un médico amigo de la familia, a su consulta privada, con dinero no hay preguntas.
Yo le llevo, tú quédate con Seren, (no me fío de dejarla sola) –dije acercándome a Anna y susurrándole, olvidando el oído tan fino de la ondina.
Le he oído –dijo canturreando mientras reía ─No pasa nada –me guiñó un ojo.
─De paso Ricard, llamaré a casa de los abuelos, deben estar agobiadísimos con tanto niño.
¡Qué bien! ¿Y me dejarás hablar con ellos? –Dijo Seren lanzándole a Anna, una de esas miradas profundas de ojos parpadeantes, enmarcados en la expresión más dulce.
No puedo y lo sabes –le contestó con tono dulzón.
¡Vale! –Parecía no importarle en exceso, se conformaba pronto. ─¿Podré al menos escucharles?
Eso sí. Siempre que me prometes quedarte calladita en extremo durante nuestra conversación.
¡Vale! –volvió a decir. Antes de lanzarse sobre los brazos de Anna, le dio un sonoro beso a Julien en la mejilla.
Un par de horas después, regresábamos. Según dijo el doctor, todas las dolencias del viejo, estaban provocadas por el cansancio, una visible tristeza, y sobre todo la edad; aunque le veía muy bien, le mandó reposo durante unos días.
Seren estaba emocionada, había escuchado como mis hijos contaban sus peripecias, y se reconoció en ellos.
Julien, le contaré el pretérito de los acontecimientos, y quizás también le diré alguna que otra recetilla mágica –explicó con grandilocuencia la ondina
Seren, preciosa –le dije ─necesita descansar.
No, déjenla, eso no me puede hacer ningún daño, además esta noche deberíamos tenerlo todo preparado para el segundo encuentro.
Es demasiado precipitado –afirmé.
Pero no pude negarme, al parecer los tres, habían ensayado la misma mirada suplicante.

Monelle/CRSignes 21/03/2007

En un barco de papel. De Crayola

Ahí se sentaba ella. En la misma banca de aquel viejo parque, bajo la sombra de un naranjo llegaba cada tarde y se sentaba a esperar. Llevaba consigo una caja de madera, tres hojas de periódico bien dobladas, y una lupa. Vestía siempre el mismo vestido. Entallado a su delgada figura, blanco con flores amarillas; unas sandalias y un chal de encaje color beige por si hacía frío. Su pelo recogido con un listón en una coleta que caía en su espalda. El gris de su pelo contrastaba con el color miel de sus ojos. Llegaba puntual a las seis de la tarde. Al sentarse, con grandilocuencia invertía varios minutos para acomodar su falda correctamente, su talle, su chal. Después colocaba los periódicos sobre sus piernas, y sobre ellos la cajita. Miraba a su alrededor, escudriñando con cuidado cada extremo del parque. Observaba detenidamente cada persona, cada rostro. Suspiraba con saudade al no encontrar lo que buscaba. Abría su cajita y tomaba la lupa en sus manos. Sacaba cartas que leía con la ayuda del lente. Leía cada una hasta terminar con todas. Luego guardaba todo en la cajita, metía la lupa y la cerraba. Volvía a mirar el parque, deteniéndose en cada detalle, en cada hombre que caminaba cerca de su mirada. Sin encontrar nada aún, tomaba los periódicos. Una hoja primero. La doblaba con destreza, despacio, midiendo cada movida y poco a poco aparecía entre sus manos un barco de papel. Si quedaba bien al primer intento, ya no utilizaría las otras dos hojas de periódico, las guardaba para el día siguiente. Se ponía de pie, andaba hasta una fuente, ponía el barquito de papel y lo veía alejarse ondeando entre el agua. Ahí emprendía cada tarde su viaje. Soñaba que se subía a la embarcación cargada de ilusiones. Se paraba siempre junto al mástil y buscaba el horizonte. En el navegaría hasta encontrar el mar mas azul. Pero el barco se hundía y desparecía en lo profundo de la fuente. Atrapando cada lágrima, regresaba a su banco. Recogía su cajita que guardaba el pretérito de su vida, su papel, y volvía sus pasos. Sus ojos daban una última mirada antes de partir. Su corazón aún conservaba la esperanza de verle llegar. No faltó un solo día al mismo lugar. El último día de su vida, se subió al barco de papel y se marchó para no volver.

Crayola 20/04/07

El viejo del muelle. De Espantapájaros

Habían pasado varios años desde que hizo su viaje al norte en busca de un sueño, de una promesa realizada durante su juventud. De acuerdo a lo convenido, él la esperaría en la plaza señalada. Sentado bajo la sombra de un naranjo esperó hasta que el rojizo sol del desierto naufragó tras las desnudas colinas. Pero sin entender lo ocurrido decidió cerrar para siempre ese pretérito capitulo de su vida, y apretando con rabia los párpados para no dejar escapar una lágrima retorno a su tierra.
Pero ni el tiempo ni la pena pudieron borrar de su envejecida memoria el nombre de aquella mujer.
De tarde en tarde y cada vez que sus adoloridas piernas se lo permitían, salía a caminar por la costanera hasta llegar al extremo del muelle, allí, sentado en una banca descansaba y por horas se dedicaba a contemplar el mar, a sentir la fresca brisa salina en su arrugado rostro y escuchar el pertinaz golpeteo de las olas contra la empalizada.
Al poco de llegar a la caleta la gente se acostumbro a su presencia, refiriéndose a él como el viejo del muelle.
Sentado frente al mar se sumergía en lo más profundo de sus recuerdos y saudades pensando en ella; de tardes enteras paseando de su mano por los floridos parques, o tendidos sobre al pasto leyendo bajo las sombras de los encinos. En su mente viajaba por los confines de la memoria y su vista se perdía en lontananza al contemplar algún barco. A ratos murmuraba palabras ininteligibles que lo hacían extender su mano hacia el mar como si quisiera asirse de la mano de alguien, pero luego la retiraba y una lagrima muda rodaba por los acantilados de su rostro hasta caer al balcón de su corazón.
Pasó el tiempo, hasta que una tarde simplemente el viejo desapareció. Las historias comenzaron a rodar por las empedradas calles del pueblo, se colaron por las puertas y ventanas. Las señoras se detenían en las esquinas para comentar, los niños inventaron cuentos de fantasmas, pero en realidad nadie sabía nada.
Un pescador en grandilocuente actitud comentó una vez y mientras bebía junto a sus amigos del bar, que vio al viejo con las manos extendidas hacia el mar y como si de una súplica se tratara decía: “¡por favor llévame contigo!”
-Pa` mi que alguien emergió de la mar y se llevó a este viejo.

Espantapájaros 15/03/07

Saudades. De Espantapájaros

Junto a la carretera y a un costado de un caserío se extendía la pequeña explanada de tierra que habilitamos como cancha de fútbol.
Allí nos reuníamos toda la chiquillería del barrio para dar rienda suelta a toda nuestra pretérita energía infantil.
Como siempre las dos promisorias estrellas del fútbol, el Pelluca y el Juancho, se situaban en el centro de la cancha para dar inicio a la ceremonia en que se elegían los jugadores. Uno frente al otro, como si estuvieran retándose a un duelo, comenzaban a caminar dando pasitos cortos, hasta que al encontrarse, si uno ponía el pie por sobre el del otro ganaba el derecho a elegir primero.
-Al Jano- decía el Pelluca, señalando al mejor delantero.
-Al Esteban- señalaba el Juancho asegurándose un excelente arquero .
Y así iban pasando de uno en uno, ubicándose en cada lado de la cancha los elegidos. Yo como era uno de los considerados malos pa` la pelota era el ultimo en ser elegido, en ocasiones hasta me cedían si se veía que uno de los equipos estaba en desventajas física, en otras tenia que conformarme con mirar el partido desde afuera.
Del árbitro ni hablar, nadie era lo suficientemente valiente para dirigir uno de esos encuentros, así que luego de la moneda al aire se iniciaba el peloteo. Dando patadas a diestra y siniestra un enjambre de flacuchas piernas corrían de un lado hacia el otro en medio de una espesa polvareda e infernales gritos tratando de darle alcance a la pelota y en ocasiones a más de alguna pierna, que si se volvía a repetir el golpe, de seguro el partido terminaba en un dantesco encuentro boxeril.
El Esteban que había hecho gala de una grandilocuente habilidad para atajar esa tarde pareció que el polvo le jugó una mala pasada ya que ni vio cuando la pelota llegó a lo mas profundo del arco, lo que provocó un concierto de garabatos que lo hicieron molestar a tal extremo que agarró el balón y dándole una tremenda patada ésta cruzó toda la cancha cayendo en el patio de doña rompe pelotas. Y así fue, luego de insistentes suplicas vimos como la pelota asemejándose a un pequeño barco salio disparada de la casa para caer desinflada en medio de todos.
Entre caras largas no quedó más que darle término al encuentro.
-Bueno, será para otro día.

Espantapájaros 14/03/2007

Palabras para el "contemos cuentos 29"

Las palabras seleccionadas para este juego fueron:

BARCO

EXTREMO

GRANDILOCUENCIA

PRETÉRITO

PROFUNDO

SAUDADE

Los relatos de entre 200 y 400 palabras, con el tema libre y el título obligatorio.

El secreto de la luna. De Espantapájaros

La luna, redondota en toda su extensión, brilla con su carita llenita de luz alargando las sombras de los abetos y esparciendo por todos los rincones su claridad, iluminando las lechugas, las mazorcas y las calabazas que estables y tranquilas duermen dentro del huerto. En un pequeño riachuelo proveedor de cristalinas aguas para la granja, hay unos sapos que muy afinados, a la luna sus mejores tonadas le cantan, junto a los grillos que con mucho esmero hacen chirriar hermosas melodías de sus violonchelos. Desde lo alto de un pino un búho no deja de otear y los sigue muy despierto tarareando en susurros sus uuh uuh, que para él es un canto de alegría aunque se le escuche como un lamento. En el huerto se respira armonía y felicidad, sin egoísmos, llenando a todos sus habitantes de un gran contento.
Pero la luna que no se cansa de brillar radiante, en su corazón de queso guarda un enorme pesar. Pues conoce un secreto, un triste secreto que les voy a desenlazar. En el centro del huerto una silueta alargada y opaca contra la luz de la luna se recorta. De un largo abrigo color azabache azafrán que se mece suave al compás de la brisa nocturna. Un sombrero de ala ancha igual de negro que su gabán le cubre su cabizbajo rostro desdentado, de sonrisa obligada y de tristeza escondida bajo una profunda y oscura mirada. Los brazos extendidos de par en par esperando, tal vez, quizás, un abrazo que nunca a de llegar
Este extraño ser que en medio del huerto se levanta tiene una misión y este es cuidar de las aves a todos los frutos que la tierra ha de germinar. Impávido aguanta día y noche en la misma postura, ni el intenso calor, ni las torrenciales lluvias significan para él una tortura La naturaleza no pudo elegir a mejor protector. Y es eso lo que tiene a la luna acongojada, ya que sabe el secreto de ese solitario señor, ella sabe que debajo de ese oscuro aspecto de valiente guerrero y misteriosa mirada, el espantapájaros sufre porque no tiene alma, ni tiene un corazón para regalar. Pero yo sé otro secreto; y es que ella, la luna, jamás va a confesar que de él está enamorada.

Espantapájaros 09/03/2007

Desde una “óptica” especial. De Edurne

El señor Casimiro, un hombre bonachón y rechonchote, tenía un trabajo estable en una fábrica de cristales para gafas. Le encantaba su trabajo, investigaba y experimentaba nuevos tipos de cristales hasta que un buen día descubrió un material distinto que hacía que los cristales fueran de mayor calidad.
Decidió abrir una óptica para vender sus propias gafas, a pesar de que el egoísmo de su jefe quería retenerle.
ÓPTICA CASIMIRO
Entró un cliente interesado en unas gafas de sol:
Pruebe usted éstas, verá qué a gusto se siente.
El cliente se las puso y comenzó a otear desde esa postura a su alrededor, moviendo su cabeza a derecha e izquierda para comprobar la visión. Un rictus de desagrado se dibujó en su cara y Casimiro le inquirió:
¿No siente usted cómo le descansan los ojos?
Ni hablar, todo se ve muy oscuro, me duele detrás de las orejas y me pesan en la nariz. ¿Cuánto cuestan?
Verá usted, el material es muy bueno y son un poco caras…
Entonces, ni hablar.
Y con desagrado, las arrojó de nuevo sobre el mostrador, saliendo de la tienda con un brusco portazo.
Entonces, cabizbajo, Casimiro se las probó y de pronto empezó a encontrar problemas en las gafas. Era cierto, pesaban y la montura era demasiado grande, muy oscuras para llevar por la tarde y el precio desorbitado.
Investigando, descubrió que el material era tan bueno y que la oscuridad que producía era tan perfecta, que se calaba dentro de uno, oscureciendo también su carácter y transformándole en una persona pesimista que veía el mundo fuliginoso.
Así pues, una genial idea le iluminó, se haría rico si conseguía llevarla a un feliz desenlace. Se puso manos a la obra y fabricó otro tipo de cristales, más claros, con un tinte rosado que tapaban poco el sol y eran aún más caras que las otras. Pero….
¡Qué maravilla, me las quedo!
Me sientan estupendamente…
No me importa el precio.
¡Qué bonito se ve todo con ellas!
Y así todos los clientes iban desfilando por su tienda, saliendo con las gafas nuevas más contentos que unas pascuas, saludando a troche y moche, con una sonrisa de oreja a oreja y desprendiendo un optimismo inusitado.
Porqué, claro está,… veían la vida “de color de rosa”.

Edurne 07/03/2007