La balada de Carmen. De Locomotoro

Venga.... tienes que venir.
Que no... no me apetece gracias, de verdad.
Si no vienes me enfadaré.
Está bien.... iré, sí... y no olvidaré la guitarra.
Esta conversación era típica entre Jaime y yo. Jaime, todo él tan amigo de sus amigos, hasta el punto que desde que lo conocí en la mili no había conseguido despegármelo.
Había montado una fiesta en aquel chamizo que tenía en mitad de la sierra. Y necesitaban alguna víctima que amenizara la fiesta. Si sabías contar chistes, dibujar o recitar poesía, o tocar algo... estabas jodido. Era mejor ser tonto. Pero... “por un día no pasa nada”, pensé para mi.
Llegó el día del evento y me presenté con mi guitarra, amplificador, y todos mis chismes. Acomodé mis trastos en un banco apartado y casi sin prestar atención a nadie, me dispuse a montar los aparatos.
Algo hizo sombra sobre mi cabeza y al alzar la mirada me encontré a Carmen, la hija mayor de Jaime, que algo bueno tenía que tener. Aunque... demasiado joven para mi.
Hola Javier —saludó. — ¿Afinando el instrumento?— Tenía el sarcasmo adolescente en la mirada.
Guitarra, niña... se llama guitarra —contesté.
No me refería a ese instrumento —y comenzó a deslizar la mano por mi rodilla.
Me quedé sin palabras... hasta de que, de pronto, un acorde raro sonó en los amplificadores.
Un niño nos miraba con aire inquisitivo con sus deditos en el mástil.
Quiero tocar, chillaba.
La mano de la chica en mi bragueta que de pronto dejó de repuntar, la combinación de su falda arremangada en sus bragas, y a lo lejos gritando mi nombre todo contento y babeando cerveza por la comisura de sus labios; Jaime.
Ajena a todo ello, la mano de Carmen continuaba insaciable, pero todo era inútil. A los gritos del chiquillo y de Jaime, cada vez más cerca, se unió uno nuevo de Carmen.
¡Por qué no se levanta!
Con toda aquella sinfonía de sonidos, comencé a sentir sueño. A lo lejos, otra víctima recitaba poesías, pero hubo un momento de silencio, Jaime quedó frente a mí, con los ojos como platos.
¡Chaval, cuánto tiempo! —Exclamó.
¡Pero cómo! —Repliqué — ¿Y mi cerveza?
Primero tócanos algo, o mejor aún... que toque Carmen.
Tapé las piernas de la muchacha con la guitarra y me perdí entre la multitud. Joder que bien tocaba.

Locomotoro 10/07/06

Un domingo cualquiera. De Suprunaman

Cada domingo Pedro y Marc se reunían en casa de Marc para ver el partido. A Pedro no le gustaba el fútbol, no era forofo de ningún club; no obstante, defendía los colores del equipo que no le gustaba a Marc. Era la manera en la que Pedro se sentía a gusto.
El partido estaba a punto de empezar, Pedro y Marc sentados en el sofá, los pies sobre un banco, con la cerveza y las papas.
Era un partido complicado Recreativo—Mallorca, si ganaba el “Recre”, el Barça era campeón, en caso de perder el Real Madrid alzaría el trofeo de liga.
El partido era de infarto, ambos equipos intentaban adelantarse en el marcador, indudablemente habían maletines de por medio. En una combinación entre los delanteros el Mallorca metió gol y Pedro se levanto a festejarlo:
¡Goooolllllllllll, gol, gol, gol, gol…!
Maldito hijo de puta, pensó Marc, este gordo cabrón, insaciable de papas, viene a mi casa y me jode la tarde”.
Ya repuntaban los últimos minutos de la primera parte cuando el Mallorca metió otro gol y Pedro volviéndose a levantar grito:
¡Goooolllllllllll, gol, gol, gol, gol,…! Era asqueroso ver aquella masa mollosa, botando, de la comisura de los labios le resbalaba la baba mezclada con las grasientas papas. El sueño de la liga del Barça empezaba a desvanecerse.
Marc fue a la cocina para intentar calmarse, pero desde allí seguía escuchando los gritos de gilipollas de Pedro. Marc cogió una barra de pan duro que había en la mesa, se dirigió a Pedro y le metió con la barra en la cabeza.
¿Pero qué haces? —Dijo Pedro
Marc le arreó otro golpetazo.
¡Venga di gol ahora!
Y le pegó otro golpe, y otro y otro. Cogió las papas ahora y con ellas intentó cortarle el cuello y las venas. Un charco de sangre empapaba la alfombra. Por fin Marc se sentó de nuevo en el sofá. Empezaba la segunda parte, en media hora el “Recre” remontó el partido y acabó ganando. "Final del partido el Barça campeón de liga", dijo el comentarista.
Marc se levanto y haciéndole un corte de manga a Pedro le dijo:
Ahora te jodes.

Suprunaman 10/07/06

A mi nono. De Lirio

Amada es imposible sacarte de mis sueños, me persigue un recuerdo de tu extraño mirar…

Cantando esa canción vi a mi abuelo haciendo una combinación de acordes en la guitarra. Decía que con esa canción conoció a su amor, mi abuela.
Él era cantante de boleros y también guarachero, su voz era preciosa, desde su tono, pasando por sus labios delgados y comisuras, modulaba cada palabra con tal excelencia oratoria que aún la escucho por los rincones de su casa.
A la abuela no le gustaba la vida que llevaba. Siempre decía que esas noches donde la luna lunera repuntaba en la esfera estelar, esas noches de bohemia, licor y cigarrillo lo iban a llevar directamente al cajón, más no le hacía caso y seguía amenizando las fiestas de los pobladores del pequeño puerto de Iquique que insaciables bailaban al son de un tango añejo.
Las calles angostas del tiempo de las salitreras, casas hechas de pino oregón y sus terrazas donde las jovencitas sentadas en los bancos de hierro miraban a los chicos con sus uniformes de gala cada domingo; las carrozas vestidas de añoranzas y tertulias donde se iniciaba un romance. Tiempos de gloria, cuando el salitre era mas valioso que el mismo oro y llegaban orquestas de fama mundial al viejo teatro. Gente de alta alcurnia pasaban sus momentos de ocio frente a la playa esperando los botecitos que los llevarían a la Isla Alacrán.
Todo aquello vivió mi querido abuelo, época de sueños realizables en la cuál me hubiera gustado vivir.

Cantado lo vi, haciendo unos acordes en la guitarra, en los rincones de su casa, en las penumbras del más allá.

Lirio 10/07/06

Amores clandestinos. De Hechizada

Le llamé a las 19:25 para saber si tardaría mucho en la oficina. Me dijo que ya estaba por salir. Le dije que se viniera directo al hotel, que le estaba esperando con una sorpresa.

Estábamos en Lisboa. Le habían asignado una inspección en una de las sucursales de su banco y decidimos que sería una muy buena ocasión para volver a coincidir. Él viajaría desde Coruña y yo desde Madrid. Hacía apenas unos tres meses que nos conocíamos, habíamos estado juntos un par de veces en sus viajes a Madrid, y nos hacía mucha ilusión ir a algún lugar donde nadie nos conociera, donde pudiéramos disfrutar libremente de este amor oculto, apasionado, insaciable.

Esa mañana yo había ido al Museu das Marionetas, me apetecía disfrutar de su espectacular colección de muñecos y máscaras portuguesas y de otros países, una magistral combinación de fantasía, colorido, niñez y creatividad. Salí de allí llena de vitalidad con ganas de disfrutar al máximo de cada segundo, con ese ímpetu que nos caracterizaba cuando somos jóvenes. Fui directo al Amoreiras Shopping Center, quería comprar algunas cosas, aprovechar para almorzar algo ligero, así luego tener tiempo de prepararme para él. Sería nuestra última noche después de 4 días maravillosos y quería que fuese realmente inolvidable, pues no sabía cuándo podríamos volver a estar juntos. Me compré un vestido negro, su color favorito, ceñido, por encima de las rodillas, anudado al cuello y con la espalda descubierta; un conjunto de brassiere y bikini negro, y unas sandalias a juego. También compré unas velas aromáticas y pétalos de rosa para esparcirlos en la cama. Al llegar al hotel encargué una botella de champagne y que nos subieran distintos platos fríos y frutas. Luego me sumergí en la bañera y comencé a disponerme para él.

Sentí cuando abrió la puerta y sus exclamaciones de maravilla. Yo le esperaba apoyada en la puerta que da a la terraza y sin dejar de mirarle fijamente, me fui acercando, le quité su maletín y le di un beso en la comisura de sus labios, un beso de ternura entremezclada con apetito. Fue la luz verde para una noche de pasión y lujuria, inolvidable tal y como yo quería regalarle, como ambos deseábamos. Al repuntar el alba teníamos que marchar a nuestras ciudades y cotidianeidad, con las ansias locas de volver a hacer realidad este sueño clandestino.

Hechizada 10/07/06

El arcano número VIII, La Justicia. De Monelle

Dejas caer tu cuerpo rendido, pero el sueño no llega. Sigues intentando con los ojos cerrados borrar las imágenes que parecen colarse en ti, combinación de mentiras con verdades.
Difícil resulta abstraerse de los acontecimientos.
La comisura de tus ojos, sellada, no impide el enfrentamiento con tu conciencia.
Arrastrado por la inercia de tus temores, has forjado una escalera que se extiende en la inmensidad de tus adentros. La cima está cerca, pero prefieres extraviarte en el abismo oscuro que te exime.
Insaciable, ignoras el desánimo, deseas poner distancia de por medio en un precipitado descenso al que tan sólo tú podrás poner fin. Intuyes que el descanso no llegará si no alcanzas la base.
La escalera grabada, peldaño tras peldaño, se convierte ante tus ojos en el remedio a los pesares que te atormentan, en el banco que acogerá el reposo de tu arrepentimiento.
La hermosa figura, casi desdibujada, que te resistes a mirar agachando la cabeza para ocultar tus ojos delatores, alberga entre sus manos la esperanza que te redimirá. La balanza implacable de la justicia, equilibrada aún, se descompensa en la distancia, amenazante contra el filo delator de la espada del verdugo.
Sin afrontar nada, das por sentado que la huída es la única solución.
¡Cuán fáciles resultan a veces las mentiras cuando no deseamos justificar nuestros actos!

Eres consciente del camino recorrido. Cada escalón es convertido en el olvidadizo receptáculo de otra decepción, de alguna mentira. Miras frente a ti y avanzas alejándote cada vez más. Pero cuando te giras descubres que la cima, por más que bajes, inexplicablemente sigue igual de cerca.
Te has lanzado en picado por aquella cada vez más estrecha y tortuosa escalinata interminable. Un abismo sin fondo oculta la más terrible de las consecuencias, aunque tú, buscas consuelo en la distancia, amante del olvido.

“Despertar con el repuntar el día será la liberación”, piensas. Como si mágicamente los errores no asumidos, la culpa negada, el remordimiento no aceptado, se tuviera que disipar disuelto con la luz del alba.
Y te encuentras, cuando los rayos invasores del sol alcanzan tu rostro, todavía inmerso en el fondo del abismo. Esa distancia protectora de la responsabilidad es menor, y se acerca más a ti, en la medida justa en que tú la creías más alejada.
¿De veras pensaste poder eludir a tan noble dama?

Monelle/CRSignes 09/07/06

Soy agua en tu mar. De Belfas

Se me han caído unas cuantas lágrimas del mismo color del mar azul.
¿Seré bobo? Se me acaba de caer otra, y otra, y otra más. No logro aguantarlas en mis verdes ojos. Las lágrimas tiñen un surco de azul sobre mi rostro, por la comisura de mis labios acaba de pasar una, he sacado la lengua para saborearla y sentir cómo se impregna mi boca de su aroma salino.
Reposado en la arena, he acercado tu imagen insaciable hasta la orilla, me he fusionado contigo y… sí, amor, hemos gozado sobre la blanca arena, desnudos y solos.
Nunca pensé que en algún momento pudiera transformarme en agua, es una sensación extraña y agradable, porque mis fuentes manan en mi interior.
Sigo en esa rara situación, me siento seco a pesar de que soy de agua, y mis lágrimas azules forman un charco que se va licuando en tu ir y venir sobre ese mar dibujado.
Cuando te alejas me miras con las olas dulces de tus ojos azules de mar, y mi corazón se estremece al verte feliz.

Me dejo ondular suavemente por un día de calma, por esa luz tamizada de agua, combinación que me atrae hacia ella. Dentro del agua todo tiene otra dimensión, un misterio al que solamente el amor atiende. Bajo el agua, muevo ligeramente los pies para no salir aún a la superficie, quiero contemplar las maravillas de ese mar azul, donde un banco de peces nada a mi lado, sonrío mientras se alejan azorados. Suelto todo el aire y mi peso me deja hundirme en el fondo.
Desde allí imagino cielos que te envuelven y desde la profundidad del mar repunto y recupero mi punto de partida, mi mundo insípido y seco.
Ahora me voy a la zona de rocas, donde puedo sentarme en silencio y pensar.
Hoy todo está en calma y sin embargo, ¡te echo tanto de menos!
Sí, mi amor, es un sueño del que no consigo despertar.

Belfas 06/07/06

Conseguido. De Suprunaman


Podía decir que estaba de mierda hasta el cuello. Estaba sentado en un banco, frente a un callejón sin salida. Comía pipas, parecía la única forma de parar aquella insaciable sensación de desánimo. Adiós a su sueño dorado de convertirse en un ídolo. Era un fracaso, fracaso en lo profesional, fracaso en lo familiar, fracaso en lo sexual.
Se quedó transpuesto, todo se volvió rojo. Un joven musculoso, aceitoso y desnudo le dijo:
Sígame.
¿Pero que dice usted?, ni loco. ¿Qué es esto? Estaba sentado en un banco, y de repente aquí estoy ¿Dónde?
En el infierno.
Dios mío, no lo puedo creer, estoy al borde del colapso. Se me están quemando hasta las pipas.
Iba siguiendo a aquel hombre sin saber dónde. Al mirar a su alrededor, vio que las paredes estaban repletas de gente, una pared humana que gemía.
¿Y toda esta gente, que ha hecho?
Gente que no cabía en el cielo —dijo el aceitoso.
Y ¿Qué hago yo aquí?
Es usted un invitado, es usted un fracaso profesional, familiar y sexual, jugador, vicioso, es usted un ídolo aquí en el infierno.
Pero bueno, si ni siquiera soy capaz de matar a una mosca, matar, eso si es un auténtico pecado capital. Yo, yo…
Hemos llegado.
Abrió la puerta. Salió a recibirlo un hombre vestido de color salmón, con una camisa pistacho y una corbata celeste.
Menuda combinación, ahora ya estoy seguro que estoy en el infierno. ¿Su nombre es? Porque creo que voy a poner una reclamación, me está usted jodiendo la vista
Lucifer me suelen llamar. Me gusta tu sentido del humor —dijo.
Quiero una explicación, no será gay.
Lucifer frunció la comisura de las cejas.
Estas muerto.
A mi no me tutees.
Dijiste que estabas jodido, hasta el cuello de mierda literalmente, y te hemos traído aquí, eres un invitado de honor. ¡Bienvenido al paraíso¡ —dijo Lucifer.
¿Honor? ¿Y que ventajas voy a tener si me quedo?
Juergas, mujeres y una habitación con aire acondicionado —le dijo.
Vaya, creo que estoy empezando a repuntar.
Tal vez este sea el principio de una buena amistad —dijo Lucifer.
¿Sabes Lucifer? Allí arriba serías un excelente vendedor
Y aquí abajo también —respondió este
Y desaparecieron entre la bruma y el olor a azufre.

Suprunaman 06/07/06

El oro del Mississipi. De Suprunaman

Había despertado cuando repuntaba el amanecer, aún le quedaba en la memoria algunos resquicios de aquel sueño en el que se veía tumbado entre lingotes de oro.
Hacía unos meses que el general se había retirado, le dijeron que ya no tenía edad para ir matando indios, y tenían razón, jugarse el pellejo por una cantidad de dinero irrisible no tenía ningún sentido.
Vagó varios meses por el sur del Mississipi y al fin dio con dos forajidos capaces de matar a su madre por un par de monedas de oro. Al primero lo llamaban “el indio”, indudablemente era un cheroky, carnicero y sangriento, Bill era el otro, bebedor empedernido e insaciable jugador, de hecho, el general y el indio impidieron que lo colgaran en el alamo del ayuntamiento.
El general les explicó la existencia de un banco poco vigilado, porque no albergaba mucho dinero, pero dentro de unas semanas, recibiría un cargamento importante de oro, destinado a la compra de armamento. Sería un golpe rápido, sin posibilidad de ser detectados.
Era la víspera del día señalado, los tres forajidos ya estaban en la ciudad e intentaron pasar desapercibidos. El general subió a su habitación con una de las chicas del salón, necesitaba eliminar tensiones.
Por la mañana, el general y el indio entraban en el banco y con la ayuda de su Colt SAA, obligaban al banquero a que les diera la combinación. Bill les cubría la retaguardia.
Dos días más tarde, Bill fue al lugar de encuentro como estaba planeado, pero ni el general ni el indio acudieron, sus ojos se llenaron de cólera, de la comisura de los labios le emanaba una saliva reseca y blanca. Bill gritó – ¡Malditos hijos de una galga!
El general y el indio se despidieron, habían hecho un buen negocio, no haberse matado en el campo de batalla les había venido bien, al día siguiente ambos se verían tumbados entre abundantes lingotes dorados.

Suprunaman 05/07/06

El aniversario número 5º. De Mong0

Tráeme las papas, rápido —dijo Marcela.
Ya voy tía, no me apure que me caigo —contestó Paulo.
Era una verdadera celebración, con cornetas y serpentinas. Tíos, abuelos, papá y mamá, gente que no conocíamos, y personas que si. Mi padre, con una cerveza en la mano, brindaba por la unión de la familia, estaba ebrio y haciendo el ridículo, pero eso ya no importaba, todos celebraban por el aniversario número 5º de mis padres, y además, fecha inolvidable, ya que por fin habían podido tener el hijo que tanto deseaban.
Recuerdo que ese día, mis primos mayores, me levantaban hasta tocar el techo, me asustaba tanto, que en seguida rompía en llantos, y mi madre llegaba, tan superheroína, como queriendo salvar a su cachorro de las hienas hambrientas, me tomaba, y me apretaba contra su pecho. En ese momento, lo único que quería era que me soltara.
Cerca de las tres de la mañana, la fiesta comenzó a decaer, mis tíos, borrachos en un banco del patio, tirados como si estuvieran muertos. Para que hablar de mis padres, tirados a los pies de la escalera, seguían conversando de no se qué.
Estaba mal, me sentía mareado, la comisura de mis labios me ardía, y tenía mi ropa vomitada. Ha de ser por el trago que mi tío Braulio puso en mi mamila. Me encontraba en un trance profundo, mirando hacia la malla de mi cuna, necesitaba agua, no podía seguir con ese ardor. Tenía sueño, y me largué a llorar.
¡Callen a ese niño!
Gritó mi madre como queriéndose deshacer de mi para seguir bebiendo.
Daniel, el sobrino de mi papi, estaba parado frente a los lookers de la cocina. Creo que trataba de entrar la combinación para poder sacar su mochila. Si no fuera por que mi padre le ofreció un vaso de vozka, se habría ido a su casa a descansar.
Me acorde que estaba llorando, así que lo retomé. Esta vez mi madre se levantó, caminó con la botella de ron en la mano, y me cogió. Fuimos al baño, me sentó en el lavamanos, y me sacó la polera llena de vómito, y se mojó la cara, luego me tomó en brazos, y me llevó hasta mi cuarto. Al pasar por la escalera, vi a mi padre tirado, por un segundo me dio asco, asco de verlo borracho, de no poder levantarse.
Seguimos, hasta que mi madre me sintió el olor a trago en la boca, cómo no sentirlo, era un hedor inconfundible, corrió conmigo en brazos, hasta el baño, y me cepilló bien la boca. Aquel incidente la alteró más de lo que ya estaba, ya que se fue hasta el segundo piso diciendo en voz alta:
Tu padre es un verdadero insaciable, apuesto que él fue quien te lleno la madera con trago.
Siguió repuntando el tema hasta que llegamos a mi habitación, me recostó en la cama y se tiró junto a mí. Lo único que recuerdo de aquella situación, es que el tocadiscos seguía andando, y la música de Carlos Gardel rondaba en el ambiente…

MongO 05/07/06

Nubes de sal. De Aquarella

Cuenta la leyenda que hace algunos eones, cuando el mundo estaba gobernado por dioses caprichosos que jugaban con la vida ajena a su antojo, surgió una hermosa historia que llegó a provocar la envidia de alguna de las deidades. Quiso el azar que se cruzaran los destinos de un ángel inconformista de carácter rebelde y una pequeña sirena de curiosidad insaciable. Cada noche, al repuntar la marea, el ángel se sentaba en un banco situado frente al mar... el murmullo de las olas le relajaba, le ayudaba a meditar. Absorto en sus pensamientos como estaba, tuvieron que pasar varios días para que se diera cuenta de que una figura le observaba desde el agua. Un saludo, una sonrisa, tal vez la magia de la luna, fueron acercando poco a poco a dos seres tan diferentes, tanto que parecía imposible que tuvieran algo en común. Con el transcurrir de los días, y a pesar de la extraña combinación que formaban, llegaron a hacerse inseparables; ahí precisamente empezaron sus males.

El dios Amaro, egoísta y envidioso, estalló en un ataque de celos el día que el ángel se atrevió a acercarse a la comisura de los labios de su amada. Decidió acabar con el sueño de la pareja y escogió para ello un castigo ejemplarizante. Ella perdió su cola de pez y el se quedó sin sus alas, fueron condenados a pasear por el mundo su insatisfacción como dos simples seres mortales. Pensaba el pérfido dios que su amor sería un capricho de la memoria diluido en el tiempo, y la distancia que puso entre ambos una excusa para el olvido, pero se equivocó...

CONTINUARÁ, pero eso será más adelante

Aquarella 05/07/06

La calle del olvido. De Mon

Hoy, como todos los días, me he levantado con sueño, remolón, malcarado y triste. Al asomarme a la ventana del aseo que da justo a la calle he visto, como siempre, al viejo tapado con cartones que calienta su propiedad en la acera de enfrente, a su lado una botella vacía, enfrente la boca del metro. No tardará en incorporarse para dirigirse a su banco y prender la colilla que apenas se tiene entre la comisura de sus labios.
Nada le importa, sólo espera la noche, mientras cabizbajo observa los pasos de la gente que apresura sus vidas contra el asfalto, como si quisieran acabar su jornada en un suspiro, como si el mundo se fuese a parar, maldito estrés insaciable.
A Jesús poco le importa como repunte la bolsa, es más, estoy seguro de que no sabe distinguir entre una bolsa de supermercado y una sesión de bolsa; sólo en ocasiones sueña con bolsas llenas de dinero y vivir en Marbella. Él es un animal extraño entre la fauna que le acompaña, sólo está allí y no quiere ser molestado, poco le importa quien le restriegue las banderas por los morros.
Se acerca la hora de comer, en los bares los camareros comienzan a frotarse las manos, los dueños más. Él sólo tiene que esperar las sobras del resto de la manada, pero hoy especialmente se siente intranquilo, nervioso, intuye cual herbívoro que algo está a punto de suceder.
Han pasado apenas 10 minutos, 2 sobre las 13 horas, la calle de Jesús está abarrotada de ambulancias, el pánico se apodera del lugar, ya no hay solución. Se levanta con una energía que perdió hace décadas y acude, la policía lo ignora, los médicos le preguntan y él desconcertado sólo puede llorar, han fallecido personas como él, de su misma manada. Pronto vendrán los buitres a sacar tajada, extraña combinación, y Jesús permanecerá allí, en su parcela, olvidado y sin comprador mientras el dolor de cientos de personas clama al cielo.

Mon 04/07/06

Dejaría una coletilla pero mejor me callo porque si no, corre hasta el apuntador.

Sueños de verano. De Marola

Estaba sentada en aquel viejo banco de madera en frente de la casa de mi madre, en aquel pequeño pueblo que me había hecho tener los mejores sueños de juventud. Cuando estas en esa edad insaciable de los catorce años, en la cual todo te parece una combinación de sueño, pasión, alegría, desenfreno, libertad, todo eso que en ese preciso momento sientes a esa edad. En la comisura de mis labios se dibujaba una pequeña sonrisa de anhelo, de añoranza de aquellas tardes en las que el corazón latía más deprisa, en las que te envolvía una especie de rubor, cuando veías venir a aquel príncipe azul. Al repuntar la tarde te vestías, te pintabas los labios y te arreglabas el pelo como si fueras a una gran fiesta, allí en el pueblo no había discotecas, solo teníamos unas viejas casas que nos dejaban para hacer nuestra “peña” de amigos, allí teníamos tocadiscos, bebidas, y pasábamos las tardes embobados, en una especie de combinación entre sueños de verano y fantasía de juventud. Pero fué la época más bonita de mi juventud, la época en la que crees desesperadamente en los sueños, y que hay veces que se hacen realidad. Cuando te haces mayor, queda ese recuerdo imborrable de todas esas maravillosas tardes de verano, que ya no volverán.

Marola 04/07/06

Mar embravecido. De Belfas

Hoy el tiempo y el lugar no han tenido misericordia y me han vuelto a acercar a un mar embravecido, incapaz de devolver la tranquilidad que mi espacio y mi vida necesita. Un banco donde descansar mis carcomidos huesos.
Me han dejado grietas y manchas en una pared blanca pintada no hace mucho tiempo, una combinación para poner límites a eso tan infinito que me atrae desde la profundidad de mi deseo, como es el peligro.
La luz se ha aliado con la parte más visceral e insaciable de mí ser, para que no pueda contemplar tanto azul. Sólo me ha dejado que sea feliz unos instantes viendo la regata de la felicidad reflejada en sus ojos, con la condición de nunca más mirar, un sueño al que no acierto a vislumbrar.
He visto pequeños puntos blancos compitiendo con un viento que no toco, una brisa que no acaricia mi cara deslumbrada, he guiñado los ojos y nadado mentalmente en ese mar aún salado y cálido donde tantos días navegué.
Por un momento me he confundido y, sin apenas darme cuenta de que estaba desolado, por entre la comisura de mis labios me ha salido una carcajada; por la ventana he observado como dos gorriones parlotean en su idioma, he envidiado a esas dulces aves y me pregunto porqué me encuentro triste, abatido y sin aliento envuelto en la más absurda soledad.
Pido a ese Mar azul no que me traicione y que no adopte ese gris-azul melancólico que a mí me sitia, que entonces ya no tendré más remedio que aliarme con las nubes para que descarguen sobre él esa paz y sosiego que sus aguas necesitan. No dejes que te observe y me introduzca a través de tu ventana con la idea de buscar un rayito de sol que me repunte y aliente en la mañana. Ciérrala a cal y canto y jamás dejes rendija por donde colar mi hechizo.

Quiero verte trepidar en un azul de entusiasmo y alegría. Mi mar de verano que te vistes de colores cuando menos me lo puedo permitir. Mar incierto, que te adueñas de mí y creas quimeras. Hoy cuando con tus plácidas aguas bañas otras playas me produces celos, no lo puedo evitar. Me gustaría bailar en tu mar con los peces que jugaron contigo en el frío transparente de tus bancos de arena.

Belfas 04/07/06

Que regreses. De Suprunaman

Ya repuntaba el alba, Vincent estaba sentado en un banco, con su caja de pinturas y sus pinceles desgastados, como si de un sueño se tratara, recordó a su buen amigo Paul, sus conversaciones, sus paseos por el campo… hacía meses que Paul lo había abandonado a causa de una ridícula pelea.
Vincent insaciable creador, cogió un lienzo y empezó a pintar la silla en la que Paul solía sentarse, encima de esta reposaban sus libros y su pipa. La combinación de colores era exquisita, verdes, rojos, ocres, se echó un poco para atrás y entornó los ojos, casi podía sentir el olor de su buen amigo. Ahora había cogido el amarillo y con una pincelada nerviosa esgrimió una luz con tanto ímpetu que echando el pincel hacia atrás se pintó hasta la comisura de los labios.
Había terminado el cuadro, acto seguido se puso a escribir una carta, estaba nervioso, alterado, no sabía que debía decirle a Paul para que volviera a la casa, en un acto de bloqueo emocional cogió su navaja y se cortó la oreja, la envolvió con papel de periódico y la metió en un sobre, luego escribió unas letras:

Querido amigo Paul, sólo te pido que me perdones y que regreses, eres mi único amigo.

Firmado
Vincent

Suprunaman 03/07/06

El precipicio. De Locomotoro

Oteaba el horizonte sin tener muy claro qué o a quién buscaba. Hacía ya tiempo que lo había perdido todo, su familia, sus amigos, su esposa... todo menos su tiempo. Eso era lo que quizá más tenía y sabía utilizar.
Había perdido también la esperanza, la perspectiva del futuro o cualquier otro tipo de sueño.
Tanto tiempo caminando le había llevado al borde del precipicio, donde se encontraba el final del camino, el único lugar en el que estaba dispuesto a perder lo único que le quedaba.
Miró su reloj y riéndose a carcajadas, se lo arrancó de la muñeca y lo arrojó al vacío del barranco. Entonces sintió un leve cosquilleo en la comisura de sus sienes, y el vapor húmedo de las olas que rompían en el acantilado lo devolvió a la realidad.
Tenía ganas de hacerlo, girarse, mirar atrás y caminar de vuelta el sendero por el que había venido, pero su espíritu de avanzar siempre hacia adelante se lo impedía, aunque este avance lo llevara al final.
Había visto al llegar un banco de madera gastado por el salitre del mar y el azote del viento y se sentó a descansar. Su mirada no se apartaba del horizonte abstracto en el que sabía que nada iba a encontrar. Había sido un hombre insaciable de aventuras, de correrías y peligros. En realidad había corrido tanto, que al llegar al borde de su propia vida, aún le quedaba tiempo, un tiempo que hubiera preferido regalar. Estaba cansado de volar, de los días, del sol... de la vida. Bajó sus ojos al abismo, deseando terminar, agotar las horas. Y cuando calculó el tiempo infinito que tardaría en llegar al fondo, instintivamente miró a un lado y contempló con asombro que el camino continuaba al filo del precipicio.
Un dolor agudo comenzó a repuntar en sus talones, y entonces dejó de contemplar el horizonte y echó de nuevo a correr por el sendero, en busca de nuevas aventuras para contar quién sabe a quién. Curiosa combinación de la vida y la muerte para aquel que no ha agotado su tiempo.

Locomotoro 03/07/06