Tema 1. De Locomotoro

"Queridos alumnos... No, no es un buen comienzo, ¿queridos alumnos? Os doy la bienvenida al cursillo de... Tampoco, qué chorradas son esas de bienvenida... además, todo el mundo sabe de qué es el cursillo. Y este dolor de cabeza que me pincha como si me estuvieran metiendo un alfiler en las sienes. Como alguno se me ponga chulo se va a enterar, me va a copiar todas las charlas de Ingres a sus discípulos unas quinientas veces. No... que yo, a buenas lo que quieran, pero cuando se me ponen tontos... una buena diatriba y en marcha." Todas estas meditaciones pasaban por su cabeza mientras hacía tiempo para entrar en la sala. Aún no había llegado nadie... pero tampoco quería entrar allí solo. Luego se le harían las horas eternas.
Abrió la botella de Remy Martin y se sirvió una copa. El frío hizo que se entumecieran sus dedos, pero sólo fue consciente de ello cuando distraídamente tomó un lápiz e inició unos primeros trazos.
Las fangosas navas que había en su mente, no le dejaban pensar con claridad, pero no le importaba... sólo trazaba, lo que fuera.
Los hielos se fueron consumiendo haciendo el licor más voluminoso en la copa. Al final, sin saber porqué, se levantó y dirigió sus pasos hacia la sala.
Era un lugar sobrio, lleno de luz, caballetes, sillas y figuras desordenadas. Se sentó ante uno de los caballetes y mientras trazaba al discóbolo en un amplio papel continuó dándole vueltas.

Me llamo An.... — Bueno, y qué coño les importará cómo me llamo.
Cuando comencé...— Ala, otra gilipollez.

Y continuó dibujando sin pensar demasiado. Estaba dando los últimos retoques cuando oyó un ruido como el que hacen los ganchitos de los sujetadores, pero pensó que sería algún ruido de la calle. Finalmente paró el agitar de trazos, ante el discóbolo que parecía vivo ante sus ojos.
Alguien detrás de él se atrevió a palpar su hombro, y entonces se giró asustado. Ante su sorpresa, estaba rodeado por un grupito de jóvenes que estaban contemplando su trabajo.
Entonces, se vio a si mismo en otra escuela, más joven y más tonto y vomitó lo primero que pasó por su cabeza.

Está bien, comencemos, saquen sus lápices y siéntense al lado mío. Esto es muy sencillo, pero vamos a ver de qué madera están hechos.

Locomotoro 22/06/06

¡AY, AMPARO! De Aquarella

¡Hoy entra oficialmente el verano! — Lo dicen con tono alegre en la radio, como si fuese una novedad. ¿Qué llega hoy? Hace más de quince días que se nos ha caído encima y nos está aplastando.

¡Qué calor! Ni siquiera son las ocho y los termómetros andan ya con el mercurio marcando valores superiores a los que puede soportar el ser humano, como sigamos así no voy a durar ni dos telediarios. Soy de Burgos pero vivo en Almería... no se puede doblar así el mapa, el cuerpo no está acostumbrado y se resiente. Otra noche sin dormir por culpa del calor y paso de la diatriba publicitaria contra los aires acondicionados y me instalo uno en casa. Bueno, seré sincero, además del calor la culpa de mi insomnio la tiene Amparo... metro y medio de sensualidad que se pasea por la oficina con una forma de moverse que nos tiene a todos descolocados. ¡Pero qué buena está Amparo!

Ahora que no nos oye nadie os diré algo, la única ventaja que tiene venir a trabajar es el aire acondicionado, así que hoy he venido pronto – más de treinta minutos antes de la hora de entrada – para estar fresquito y descansar un poco; ya sabéis, la típica “siesta de después del desayuno”... menudo invento, cuando lo descubran los japoneses seguro que lo patentan. Qué raro, alguien ha llegado antes que yo… encuentro en mi mesa una nota “El alfiler que sujeta este papel estaba antes en mi blusa, sigue las pistas y encontrarás un regalo” ¡No me lo puedo creer! ¡Es la letra de Amparo!

Estoy sobrio ¿verdad? – Me lo pregunto a mí mismo porque empiezo a dudarlo. Me siento como el personaje del cuento buscando las migas de pan para encontrar el camino pero ¡Ay de mí! A Garbancito no le pasaban estas cosas, la siguiente pista con la que tropiezo es un sujetador negro que hace que mi tensión arterial se dispare. La imaginación se desata y ya pienso en palpar esa parte de su anatomía que ahora mismo carece de sujeción... Un grito me sobresalta

¡Rigoberto Nava Palacios! ¿Se puede saber qué coño haces durmiendo en mi mesa?

¿Eh? Durmiendo... tu mesa... Amparo... — Incapaz de articular palabra, balbuceo una ridícula disculpa mientras mi encogido ego y yo huimos de su mirada – Si cuando yo digo que este calor me está matando...

Aquarella 22/06/06

La mala fortuna. De Monelle

El sudor resbalaba por su rostro proporcionándole una falsa sensación de frescor; cargaba sobre la espalda el fruto de la jornada. Se detuvo unos instantes para sentarse bajo un olivo. Registró sus bolsillos confiando en que tal vez algún mendrugo de pan hubiese resbalado hasta allí, pero no halló nada. Desprendió del sujetador la bota de vino, y la estrujó sobre su boca, apenas un par de gotas cayeron, había bebido más de la cuenta. No alcanzaba a comprender el porqué de su agotamiento, el día no había sido más duro que los anteriores; le echó la culpa al calor, aunque distaba mucho de hallarse sobrio.
El cielo soleado se había transformado; la sombra de unas nubes, inusualmente oscuras, presagiaba una torrencial lluvia que podía dificultar su paso por la nava. Aceleró el ritmo al sentir la primera gota; pensó dejar su carga en algún recoveco de la montaña, de esa forma llegaría antes a su hogar; el aguacero hacía impracticable algunos tramos de la senda. Tomó el saco portador de su sustento, y cuando se disponía a dejarlo bajo una roca, vio algo brillante que asomaba por entre la tierra mojada, justo al borde del precipicio.

-¡Maldita sea! Tenía que estar precisamente ahí. ¿Es que nada me va a salir bien hoy?

Con esta diatriba, pegó un salto para alcanzar un punto más próximo desde el cuál averiguar de qué se trataba. Se agachó palpando con fuerza por entre el fango, y lo prendió.

- ¡Ah! –Gritó mientras comprobaba qué le había causado tanto mal.

La sangre mezclada con el agua que caía apenas si dejaba ver aquel alfiler que semejaba de oro.

-¡Qué bello es!

Pudo comprobar que se trataba de una verdadera joya. De la herida continuaba manando sangre, pero no le importaba. Se sentía demasiado atrapado por el brillo áureo. No contento con su hallazgo, pensó que algo tan hermoso no podía estar sólo. El torrente había continuado su camino destructor lo que hacía peligrosa la estabilidad del terreno. Retornó la vista y el corazón le dio un vuelco. La fuerza del agua arrastraba oro, plata y piedras preciosas hasta el desfiladero.
Se sentía torpe, pesado. Aún así saltó. La fuerza del impulso y lo endeble del terreno hicieron el resto. Las gotas de lluvia resbalaron por su rostro que descansaba al fin.

CRSignes 20/06/06

La chica de mi vida. De Suprunaman

Después de la diatriba en el casino, Rick salió de la sala de juegos escoltado por dos vigilantes que lo cogían por los brazos.
En el aparcamiento restaba su Mustang de color rojo fuego. No estaba demasiado sobrio, pero de igual modo se dirigió a casa de Mad.
Mad vivía en las afueras, en una casa rodeada de navas, un lugar donde sus matones eran jueces y verdugos.
Ya estaba cerca, así que apagó las luces del flamante Mustang y se acercó algunos metros más. Palpó bajo del asiento y sacó su revolver.
Uno hacía guardia en la entrada. Rick se abalanzó sobre él, un golpe con la culata dejó al vigilante sin sentido.
El chirriar de la puerta alertó a Mad que salió al pasillo. Fue entonces que se encontró con el cañón de Rick en la frente. Lentamente empezó a retroceder hasta la estancia.

Tranquilo Rick, dime, ¿que es lo que quieres, dinero?— y metiéndose la mano en el bolsillo sacó un buen fajo de billetes.
No quiero tu asqueroso dinero, he venido a por Wonderly.
¿Wonderly?, no está aquí.
Dile que salga, se que está detrás de la cortina, desde aquí le puedo ver sus zapatos.
Wonderly, sal.

Wonderly salió de su escondite metiéndose la mano en el sujetador, sacó una pequeña pistola y apuntó a Rick.

No lo harás Wonderly, tira el arma— dijo Rick — Déjame en paz. Eres un fracasado. — Rick prosiguió —¿No te acuerdas de nuestros sueños?, París, abandonar este asqueroso país...

Aprovechando su estado melancólico, Mad se echó encima de Rick, ambos forcejearon con el arma hasta que se les escapó de las manos; frente a frente empezaron una pelea. Rick mareado por su estado etílico lanzaba los puños al aire. Como si de un alfiler se tratara, Rick notó un pinchazo en la nuca y cayó al suelo.

Bien hecho Calatraba, borracho como estaba y casi no puedo con él, menuda mole. Deshazte de él.
No Mad, por favor, ya me tienes a mi que es lo que querías, —dijo Wonderly, —haré lo que tu quieras, pero no lo mates.

Al despertar, Rick estaba atado de pies y manos, Wonderly lloriqueaba frente a él.

¿Por qué lloras preciosa? ¿No tienes lo que querías?
No —dijo ella. —Lo que quiero es a ti.
Pues desátame y seamos felices para siempre.

Suprunaman 20/06/06

Palabras para el "contemos cuentos 10"

El tiempo pasa rápido y más cuando uno se divierte, a punto como estamos ahora (vamos por el juego 89), de llegar al 100, el contemos cuentos 10 llegó con nuevas incorporaciones y las misma ganas que aún seguimos teniendo.
Las palabras seleccionadas para el mismo fueron:

ALFILER

DIATRIBA

NAVA

PALPAR

SOBRIO

SUJETADOR

Y por si alguien aún le quedaban dudas sobre nuestros gustos por los temas fantásticos, para la segunda semana nos pusimos la obligación de intentar escribir una historia de TERROR.

Por un puñado de silicona en el cerebro. De Mon

Dedicada a Merce, la niña más tonta del mundo. (Con cariño)

¡Menuda cuadrilla de anormales! ¡Habráse visto lolailos semejantes! Siempre me ocurre lo mismo, desde que me operé del pecho y me puse una cien tengo que aguantar todo tipo de chabacanerías de los malditos guripas de andamio. En una nueva vida seré hombre o me pondré una talla menos - maldijo Merce.
Merce era una niña tonta que vivía en Barcelona, sus padres regentaban un afamado local donde la restauración se convertía en un arte. Ella nunca había sido un cerebrito precisamente, pero la insistencia de sus padres y los exámenes a golpe de colegio de elite, convirtieron a la adolescente en una niña creída y prepotente, casi imposible de aguantar.
Un día de verano se dirigía hacia el restaurante a flamear flanes de flores (la especialidad) cuando percibió que algo vibraba cerca de su entrepierna. — “¡Por favor, que ajustados son estos jeans de diseño, no puedo sacar el móvil del bolsillo!” tan fuerte fue el tirón que dio que el teléfono, describiendo un arco perfecto de 180 grados, fue a parar al suelo de las ramblas en el preciso instante que un mensajero lo dejaba hecho un churro con la rueda trasera de su moto.

Quiero llorar, farfulló la tontuela, necesito una cabina telefónica.

Ya dentro de lo que ella denominaba zulo claustrofóbico descolgó el auricular y marcó con sus dedos de manicura el número del restaurante.

Papa, no puedo ir a trabajar, necesito comprarme un móvil y tengo la tarjeta agotada, paso por ahí y me das 200 euros, porfa.

El padre ya acostumbrado a estos lances y domado cual manso corderil, gira la cabeza, llama a Mari (su mujer) y dice: “La mona aunque se cambie las tetas, mona se queda”, él saca la cartera, cuelga el teléfono mientras Merce cierra la cabina y mira por encima del hombro una vez más, convencida quizá de ser la mejor persona del mundo.

Mon 15/06/2006

La vieja cabina. De Crayola

Año 2050. El tiempo ya no es aquel de antaño. Aquel que recorría lento los senderos de la vida. La vida ya no es la misma. Todo parece ahora desplazarse sin sentido. La velocidad tomó posesión hasta de los más mínimos pensamientos.

Los autos vuelan con un nuevo sistema de propulsión. La comunicación se da mediante holográficas imágenes. La música es distinta. Ya no son aquellas pequeñas notas saltando rítmicamente en un pentagrama y produciendo bellas melodías. Ahora son solo sonidos acústicos que penetran y flamean directamente al cerebro y simulan una sonoridad.

El uso de teléfonos quedó descontinuado. Ahora las personas utilizan la telepatía para hablarse a distancia. Es una técnica un tanto compleja, pero para aquellos que se les complica, ya está disponible un casco especializado en estimular las ondas eléctricas cerebrales y así lograr la telepática comunicación.

Pero hay todavía en una vieja calle de mi barrio, una cabina de teléfono. Está roja desteñida. Milagrosamente los cristales han sobrevivido a la cuadrilla de lolailos que rondan las esquinas. Recuerdo tanto ese lugar. Siempre esperaba una llamada. Y aunque tenía teléfono en casa, me gustaba escaparme de la mirada atenta de mi madre para poder hablar con aquel que había robado mi corazón.

Escuché que remodelaran el vecindario. Seguro destruirán la vieja cabina. Y ahí, se quedaran para siempre enterrados en un zulo, todos mis recuerdos, todas aquellas conversaciones y suspiros que aun pendían de esos vidrios. Un nuevo arco vendrá a coronar los restos de aquella voz que tanto amé.

Crayola 14/06/06

La decisión. De Naza

Aquel teléfono no dejaba de sonar. Aquel autobús no terminaba de llegar. La lluvia seguía mojándolo todo y él quería llegar al zulo donde vivía, finiquitar este día que no tuvo que haber nacido. Se preguntaba el por qué tenía que ser él quién estuviera aún en la calle. Las luces de las viviendas desprendían el calor del hogar que tanto añoraba desde que ella se fue.

El teléfono paraba solo el tiempo necesario para tomar aire y comenzar de nuevo ese sonido monótono e imperturbable. Por la esquina de la calle trece, bajo aquel arco romano, no aparecía aquel maldito autobús. La lluvia ladeada lo tenía calado hasta los huesos. Instintivamente se refugió en el interior de la cabina; por la lluvia, por el ruido, por la curiosidad.

- Jaime ¿cómo estás? —una voz femenina le había identificado.
- Disculpe, esto es un teléfono público. Usted ha llamado a una cabina.
- Lo sé, te estoy viendo y no me he equivocado.

Instintivamente Jaime sacó la cabeza del habitáculo donde se encontraba y ojeó el edificio que tenía enfrente, un lujoso hotel decimonónico, refugio de primeras espadas del toreo, mientras el resto de la cuadrilla mal dormían en pensiones de mala muerte, victimas de las redadas nocturnas de guripas que buscaban entradas a cambio de impunidad.

Las banderas flameaban mecidas por un frío viento, era lo único con vida aquella gélida noche.

Jaime regresó a la cálida cabina.

- ¿Quién eres? —Preguntó sorprendido
- ¿Tan pronto pasa el tiempo para ti, que ya te olvidaste de mí?
- El tiempo para mí se detuvo un día de primavera.
- Lo sé Jaime, aquel primero de junio. Ya me lo has contado otras muchas veces.
- ¿Te decides a subir hoy?
- No puedo, llega mi autobús

El conductor del autobús no vio a nadie en la parada, pero como todas las noches él estaba en el interior de la cabina telefónica. -¿Subirá hoy? El autobús hizo el trayecto de la calle trece despacio, muy despacio. Sólo necesitaba el chofer una señal de aquel tipo y detendría el autobús.

Jaime vio desaparecer el autobús al final de la calle.

- Entonces, ¿subes? —Le preguntó la voz
- Yo, —balbuceó Jaime — no puedo hacerle esto.
- Jaime, ven conmigo, sólo tienes que subir a la azotea del hotel.

Jaime de nuevo sacó la cabeza y miró al negro cielo.

Una joven hacía malabarismo sobre una cornisa resbaladiza.

Naza 14/06/06

Vilarrubia del Concejo. De Monelle

A Vilarrubia del Concejo nunca llegaba nada: el panadero decía que el camino era tan largo que el pan se le endurecía; el butanero que en aquel zulo, el color naranja, estaba mal visto; el repartidor de la prensa que, cuando llegaba, las noticias ya habían caducado; los vendedores ambulantes que... ¿Vila... qué?; tan sólo el cura, por aquello de no perder feligreses, y en alguna ocasión el médico, tenían a bien acercarse. A Vilarrubia del Concejo no llegaban ni los rumores. A Vilarrubia del Concejo, pequeño pueblo de la sierra rodeado de bosques, situado en el valle más profundo de la región, no le faltaba de nada. Casi treinta vecinos que disfrutaban: del agua abundante proveniente del deshielo; de siembras y de animales con los que alimentarse; de paz y sosiego; de cordialidad y armonía. A los de Vilarrubia del Concejo les sobraba todo.
Cierto día descubrieron que, durante la noche, alguien había instalado en la plaza del pueblo una cabina telefónica. Junto a ella, una furgoneta y unos cuantos trabajadores que, apoyados en los arcos de la iglesia, parecía que aguardaban a alguien.

-¿El alcalde?

Un operario embutido dentro de un mono rojo, extendía un papel con una mano, mientras que con la otra sostenía una pluma.

-Disculpen que insista pero, por favor, ¿el alcalde?

De un salto, Gerardo, aún impresionado se adelantó.

-He de suponer que es usted el responsable de esta Villa. Encantado. Federico Gómez Ruiz, para servirle. Disculpe que no me entretenga más, pero urge que me firme este contrato, mi cuadrilla y yo estamos agotados y aún tenemos que acercarnos a cuatro localidades más antes de terminar el trabajo. Firme aquí.

Miró la cabina y firmó el documento.

-Muchas gracias y que la disfruten.

Subieron a la furgoneta y se marcharon. Gerardo, después de leer el contrato, comenzó a reír.

-Cuando pille al guripa que ha traído la cabina al pueblo, me va a oír.

Vilarrubia del Concejo nunca recibirá la visita del panadero, el butanero se negará a hacer el reparto, los vendedores ambulantes la seguirán ignorando, nunca estarán al corriente de las últimas noticias, pero no les importa. Tienen de todo, incluso cabina telefónica. Aunque, para ser sinceros, nunca la han llegado a estrenar, por que a Vilarrubia del Concejo no le hace falta para nada.

Monelle/CRSignes 130606

La cabina de Loli. De Aquarella

En un pueblo como éste la vida se ralentiza en invierno, se escapa del frío y huye a la ciudad para volver solamente en verano. Precisamente fue un verano de hace muchos, muchísimos años, cuando la Loli llegó a nuestras vidas. Plantó su cuartel general al lado de la única cabina que había entonces: Una silla plegable y una pequeña sombrilla era lo único que necesitaba para revolucionarlo todo. Haciendo gala de su descaro empezó a exhibir lo que vendía, un cuerpo joven que hacía flamear las miradas de los paisanos y provocaba la indignación de sus mujeres

¡Pero dónde se ha visto algo así! ¡Qué vergüenza!
¡Quita esa cara de bobalicón y cierra la boca, que se está cayendo la baba!

En poco tiempo la cabina se convirtió en el punto de encuentro de los hombres, no sólo del pueblo sino también de los alrededores, y por supuesto de la cuadrilla que formábamos la peña de los destartalados. Para una pandilla de adolescentes con las hormonas aceleradas, cualquier excusa era buena para ir a echarle un vistazo a la Loli... un vistazo y lo que se dejara, claro. De poco servían las reprimendas de las madres para que no nos acercáramos a ella, nos pasábamos broncas y consejos por el arco del triunfo y ella agradecía el interés bromeando con nosotros

Como sigáis mirándome así voy a tener que cobraros – y se echaba a reír con una risa juguetona y provocativa.

Entre las cosas que nos enseño, que fueron muchas, estaba la del ahorro. Consiguió que durante meses guardáramos nuestra miserable paga semanal para poder utilizar sus servicios. Fue en un mes de agosto, durante las fiestas, cuando por fin pudimos invitarla a nuestro zulo, el cuchitril en el que nos reuníamos y en el que – como ella decía – nos hizo hombres a todos.

Pero lo bueno se acaba. El verano siguiente apareció en el pueblo un guripa impresentable, un macarra con pinta de lolailo que supo engatusarla y nos la robó. Se llevó a nuestra chica dejándonos huérfanos de amor... y de consejos prácticos. Entonces nos pareció una tragedia que ahora, entre risas y cervezas, recordamos con cierta nostalgia. Han pasado muchos, muchísimo años, pero todavía hoy — cuando volvemos al pueblo en verano — seguimos quedando en la cabina de la Loli.

Aquarella 13/06/06

La cabina de Panchamon. De Suprunaman

Panchamon era un país muy amplio, kilómetros y kilómetros de extensión, pero tenía el problema que era muy estrecho, tanto, que las vacas, por poner un ejemplo, se mantenían con dos patas, o bien las derechas o bien las izquierdas.
Los panchamones, que así se llamaban los pobladores de este país, habitaban en una extensión de tierra que formaba un arco. Allí, el concejal de urbanismo consideró que debía colocar la cabina telefónica y alrededor todos los edificios de organismos públicos. Primeramente ubicaron la cabina y al ir a construir el resto de edificios se dieron cuenta que no cabían, así que se fueron a vivir todos en la diminuta cabina.
Mil panchamones en la cabina, se organizaban estratégicamente para no molestarse los unos a los otros.
El sr. Hole, fue el primero que entró en la cabina en sus tiempos de mozo, era un guripa. 90 años después, se encontraba refunfuñando en el fondo de aquel lugar que se le antojaba un zulo.
Llegaron las fiestas nacionales y los jóvenes decidieron montar un partido de fútbol, y a todos les pareció buena idea. La cuadrilla de futbolistas se encasquetó el equipaje de la selección, pantalones de boca de campana y camisetas con volantes, parecían unos lolailos.
El arbitro silbo el inicio del partido, a los dos minutos pitó falta, - si no lo he “tocao”, decía el jugador mientras era amonestado.
El alcalde estaba nervioso por la actuación del colegiado, - ¡ponte gafas!, le gritaba chupando su puro. La vieja doña Engracia que estaba sentada a su lado daba cabezadas, el alcalde en un momento de arrebato se acercó efusivamente a la vieja, y con el puro flameó el plateado cabello de doña Engracia.
Todo el mundo empezó a abuchear al árbitro, y el señor Hole, como pudo se metió la mano en el bolsillo y sacó un encendedor, - ¡ahora verás!, y lanzó el encendedor hacia el colegiado. Éste que estaba ojo avizor hizo un quiebro y lo esquivó. El objeto fue a impactar en el cristal de la cabina que se hizo añicos. El aire entro en el recinto; con la presión la cabina se fue al suelo, y se tuvo que suspender el partido.
Fue entonces que el concejal de urbanismo le dijo al alcalde: - Creo que deberíamos hacer la cabina más grande.

Suprunaman 13/06/06

Fiesta de cumpleaños. De Suprunaman

Me aburren los cumpleaños, siempre son iguales, besos y más besos, buena cara y pastelitos de fresa para toda la cuadrilla.
Este año iba a ser un año especial, la mayoría de edad estaba a la vuelta de la esquina y para celebrarlo papá me había preparado una fiesta por todo lo alto.
Vinieron mis tíos sicilianos, mis primos y algún amigo más, prácticamente la mafia de todo el mundo se encontraba allí, en mi casa.
A mi primo Beni le gustaba dar la nota, este año cantó el feliz cumpleaños vestido de lolailo mientras la tarta se flameaba, lo cierto es que más bien parecía “el coloso en llamas”. La gente estaba feliz, cantaban y aplaudían.
Antoine era el más refinado de mis primos, había estudiado en Oxford, era todo un atleta, campeón de arco en la universidad, esta cualidad le serviría para mucho en el futuro, indudablemente.
Mis primos favoritos, Beni y Antoine. Este año habían sido muy guripas y en secreto habían preparado el mejor regalo que yo podía imaginar.
Estaban todos bailando canciones de la Década Prodigiosa, fue el momento que ellos escogieron para darme su regalo.
Recorrimos prácticamente toda la casa, como si fuera un gincama. Al llegar al sótano me mostraron una puerta, y cual fue mi sorpresa que al abrirla, en aquel zulo encontré a Mateo Garramiola, el chico más guapo del instituto, atado y amordazado y sería mío para siempre. Gracias primos.
Mi nombre es Mafalda Aquarela, acabo de cumplir 18 años, hoy es mi cumpleaños y soy la chica mafiosa más feliz del mundo.

Suprunaman 12/06/06

¿Diferente? De Chajaira

Mi amiga Bárbara era algo loquita, no porque fuera una lolailo disparatada a la que le encanta bailar en el comedor de la facultad con su mp3 colgado al cuello siempre, aunque ahora parece estar más tranquila desde que ha descubierto la música “chill-out” . Todos la suelen mirar como un bicho raro. Lo de siempre, cuando alguien tiene la suficiente personalidad como para ser diferente es rechazada. Incluso yo misma me he ocultado de ella cuando estoy hablando con algún chico que me parece interesante, como verán, yo tampoco tengo personalidad.

Me extrañó que ayer no apareciera a las clases, la busqué en el zulo que utiliza para “desmemoriarse” –eso dice- limpiar su mente de impurezas saboreando su plátano flameado con el mejor coñac de su padre, pero no la encontré. También la busqué en la Atalaya, pregunté a la cuadrilla de jinetes si la habían visto con su caballo y nada. Empecé a preocuparme.

A media tarde ya me había olvidado de ella, me puse el chándal y me fui al gimnasio del campus como todos los viernes, me sorprendió ver aquel gentío y el resplandor de las sirenas de ambulancias y coches policías. Cuando logré hacerme paso entre la gente, estaba allí, colgada del arco de la puerta principal, con los auriculares puestos y la sonrisa amplia y un folio blanco colgado en el pecho que decía: “No soy tan original he acabado como los grandes”

Mirando su cara amoratada por la asfixia no me vino otra cosa a la cabeza más que lo que me solía decir cuando la veía sola y me acercaba a darle una bolita del chocolate que solía comprar en el descanso – Guripa, eres mi trocito de golosina más preciada.

Está claro, no tengo personalidad.

Chajaira 09/06/06

Sombra. De Crayola

Ahí debe estar. En el callejón. Cubierta de penumbra, cubierta de polvo cansado. Ahí tras la figura poderosa de ese caballo, que resignado espera paciente a su amo mientras imagina que se aleja de ese zulo y trota libre por las praderas. En esa pequeña calle vagaba sin rumbos. Topándose con esos muros desquebrajados por el tiempo. Ahí perdí mi sombra, entre tantas otras sombras. Ahí se colgó un día de ese balcón, cuando era mi cómplice, cuando juntas esperábamos la cuadrilla de lolailos y nos escapábamos para ir detrás de amoríos efímeros. En ese pasadizo se me fue la vida esperando aquel guripa que me robó la razón. Mis sentidos flamearon y ese episodio dio paso a la locura. Soy un alma sin sombra. Sigo buscando en cada ladrillo un rastro mío. En ese paso estrecho donde las paredes parecen caerme encima y aplastarme, desaparecerme en la oscuridad de sus ruinas. Tal vez sería lo mejor, desaparecer como el sol al caer la noche. Dejarse caer como esas tejas viejas que se sujetan tímidamente de los techos sombríos. Aquí quisiera dejar de existir. En este sitio donde perdí mi sombra. Sin ella, no puedo seguir. Bajo el arco de la desesperanza solo morir. Mi añorada calle recordará mis pasos, mi andar.

Crayola 09/06/06

Beso lunar. De Crayola

Una noche profunda ataviada de negro, adornada con arcos de estrellas. Una noche íntima que guardaba en un zulo los secretos de las hadas y los cuentos de príncipes. Una noche donde solo bastaba un cielo, una arboleda, un paraje, tú y yo. Protagonistas de una mágica entrega. Una invitación a mirar de cerca el firmamento. En silencio y con miradas de complicidad caminamos tomados de la mano hasta el lugar. Al llegar, un concierto nocturno fue el preámbulo para los nuevos abrazos y los conocidos besos. Ahí, despojados de las prendas que flameaban en nuestros cuerpos, dimos paso al deseo y una inmensa pasión que nos embriagó. No hizo falta una gran cama vestida de seda, si al mismo tiempo la brisa noctámbula nos arropaba. No hizo falta la luz de las velas, si cada lucero alumbraba nuestras sombras entrelazadas. Una cuadrilla de luciérnagas ofrecía sus faros de luz trémula. Hojarasca crujía con el vaivén del ritmo del amor. Gotas de rocío confundidas con el sudor de la piel. Ahí, surgíamos como lolailos danzarines del crepúsculo bailando alrededor una fogata imaginaria. No hubo guripas, ni entrometidos, ni celestinos, solo tu carnal deseo convirtiéndose en mas que amor. Solo mi inocencia alborotada, aprendiendo a amar y a vestirse de caricias. Esa noche tan especial, la luna también me besó.

Crayola 08/06/06