Obertura. De Locomotoro
Por monelle elOct 1, 2009 | EnLocomotoro, CONTEMOS CUENTOS 12
Siempre se había preciado de no tener miedo a nada, que eso del miedo escénico era para los principiantes. Pero él ya no lo era, llevaba cincuenta años recorriendo la vieja Europa. A esas alturas, uno podía permitirse el lujo de tutear al continente y continuar teniendo miedo. Había hecho revivir a Wagner, Litz, Mozart... en los mejores lugares que uno pueda imaginar. Dentro de poco, quién sabe cuando, quizás mañana, los conocería en persona. Era demasiado viejo para esto, y los clásicos ya no le llenaban. Así que había decidido hacer algo distinto... más improvisado.
Había conocido hace tiempo, de la mano de Grapelli, un violinista que se despidió de la orquesta, a un guitarrista, un tal Dyango Reinhart.
Ahora, en el camerino, sobaba aquellas partituras que le habían copiado, las estudiaba como un pirata estudia la isla de un tesoro.
Se asomó tras la cortina y apreció que estaba lleno, la gente se acomodaba en las butacas con el programa en la mano. Nada complicado; Claro de Luna de Beethoven, una vez más, Beethoven.
Abrió la caja de su ancestral batuta y lentamente salió a escena. Toda la orquesta se puso de pié y le dedicó una mirada de admiración, algunos incluso agacharon la cabeza en señal de reverencia.
Se hizo el silencio; miró al público y se quedó un rato dudando qué hacer. Miró después a sus músicos, esos músicos de siempre. Pero entre ellos, se encontraban, Grapelli y Reinhart, que le dedicaban una sonrisa cómplice y señalaban que ellos llevaban la misma partitura.
Por una vez, decidió no hacer lo de siempre. Hizo el gesto de golpear con la batuta en el atril, pero en lugar de eso, señaló a Renhart para que comenzara.
Ante el estupor del público y músicos que repasaban entre murmullos programa y partituras, Renhart comenzó la pieza. Al poco se le unió el violín de Grapelli con toda su alegría. De pronto, como venido de la nada, comenzó a acompañarles un contrabajo. El maestro por antonomasia había sustituido la batuta por el instrumento, que hacía sonar a golpes de pizzicato. El murmullo del público sucumbió en un fuerte aplauso ante los tres instrumentistas que parecían un grupito de pin-ups. El maestro golpeó las cuerdas del contrabajo con más fuerza que nunca, y de esta manera, escupió todo su miedo.
Locomotoro 21/07/06
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