Aquellas viejas vacaciones. De Hechizada
Por monelle elDic 28, 2009 | EnCONTEMOS CUENTOS 14, Hechizada
Últimamente falla mi memoria, no es tan buena como en otros tiempos que hasta mis padres, tíos, abuelas se asombraban de lo que les hacía recordar. No sé si la complejidad de lo cotidiano o la distancia en el tiempo hacen que mis remembranzas sean jirones de vivencias que a veces logran venir a mi mente luego de grandes esfuerzos.
Intento recordar aquellas vacaciones escolares, en las que año a año, mis padres nos llevaban a mis dos hermanos y a mí a casa de la abuela materna por unos dos meses, mientras ellos seguían trabajando en Caracas. El viaje en coche de ocho horas ya era una aventura en sí misma: la hechura de las maletas, nosotros metiendo cosas y mamá sacándolas, la pesadilla para levantarse de madrugada, las peleas de cuál le tocaría ir sentado en el medio. Discusiones que siempre terminaban dilucidando mis padres y perdiendo yo. Mi venganza era hacerme la dormida y recostarme de mis hermanos hasta fastidiarles y que en la próxima parada me dejaran hastiados la ventana.
Cuando por fin llegábamos estaban todos en el zaguán esperándonos: mi abuela, tíos, primos. Casi un año sin vernos. ¡Cuánta alegría! Vendrían semanas de diversión con la patota de veinticuatro primos y la alcahuetería de mis tíos. Y todos los mimos para los nietos caraqueños, comiendo lo que nunca mamá nos preparaba y haciendo las cosas que nos estaba vedado en una gran metrópolis llena de asfalto y cemento: ir a los ríos, llenarnos de barro hasta los oídos, correr, gritar...
Dos de mis tíos, para apaciguar al colectivo juvenil, todos entre nueve y dieciocho años, organizaban los sábados un concurso de baile. Mi pareja siempre era mi primo Aquiles, nos conocíamos los pasos y siempre nos inventábamos alguno para sorprender; si no ganábamos al menos quedábamos entre los primeros. El premio siempre eran diez bolívares para la pareja ganadora y cinco para la segunda; un tesoro para aquella época. Estaba de moda la música de ‘Fiebre del sábado por la noche’, y todos imitábamos sus pasos. Mi abuela, cuando nos veía mover las caderas comenzaba a gritar: “¡Malandrines, sinvergüenzas, descarados!”, y comenzaba a perseguirnos para darnos un coscorrón. Menos mal que no nos llegó a ver cuando se puso de moda la lambada o ahora el hip hop, su epitafio sería para ella el mejor consejo: “Sean felices, descanso en paz”.
Hechizada 26/08/06
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