3
Ene

El arcano número 10. La Rueda de la Fortuna

- Abuelo, deja que te lleve hasta un lugar mágico.

Atravesaron el parque. Sebastián, se sentía encantado y perdido, el orgullo se mezclaba con cierta incertidumbre, había realizado ese mismo recorrido miles de veces, era su ciudad pero, por un prodigioso efecto, sentía que la atolondrada ruta, de menudos pasos, le era ajena.
En pocos días cumpliría 80 años de edad y por cualquier cosa, que le sacara de la rutina, sentía pendencia. Cansado de vagar, sintió que el agotamiento le desaparecía. Que era invadido por el espíritu infantil.
Una música, discordante y confusa, fue lo primero que percibió. Proveniente de los diferentes puestos, complementaba la enigmática atmósfera. Las atracciones de feria se mezclaban con los vendedores ambulantes y las casetas de tiro. Se sorprendió que nadie le hiciera mención de aquel lugar.
Su nieta lo arrastró hasta una pequeña noria que giraba sin que ninguna mano la guiase.
Sobre sus barquetas, de diferentes colores, tres extraños personajes. El negro antracita, de una de ellas, contrasta con el cuerpo amarillo y la cara con hocico de perro del primero, que ascendía sonriente; su brazo en alto parece querer tocar el cielo. Perecedera alegría constatada por el apenado rostro del segundo que, con aspecto de trasgo y en posición descendente, rozaba el suelo. Y en lo alto, en la cúspide, desplegando sus blancas alas, mostrando su cetro y su corona: una esfinge.
La niña se impacienta, desea montar en aquel endiablado artefacto. Y Sebastián lo para.
Solos, suben y comienza a girar. Cada movimiento tiene, como tuvo antaño, reflejo en sus caras, en sus vidas, reflejo de la realidad que les envuelve.
La niña tiene todo por delante, para ella el ascenso es constante, continuo. Para Sebastián, en cambio, que ya ha vivido en los tres estados, todo es distinto. Al principio no comprende, teme llegar a la parte más baja y no volver a remontar. Hace mucho que dejó atrás la cúspide, que el triunfo le acompañó, y eso le incomoda. Teme seguir hundiéndose
Hasta que, justo antes de llegar al suelo, mira hacia su costado y observa cómo la niña sube y sigue ascendiendo. Confirma en sus ojos, desbordantes de alegría, en su sentir satisfecho, la trasmisión de su estirpe. Ahora puede abandonarse al último descenso que le lleve al fin.

Con un constante ¡hola!, manos agitadas con fuerza al viento, la noria sigue girando imparable.

Carmen Rosa Signes 090606

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20
Dic

El arcano número 11. La Fuerza

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20
Dic

El arcano número 11. La Fuerza

Había tenido especial fijación por ella. No dejó nunca de rondarla a pesar de que, Prístina, siempre puso los ojos en su destino.

- Así debe ser y será. – Le decía convencida, intentando por todos los medios que comprendiera su postura. Pero no había forma. Cada cuál había escogido su camino. Él tenía decidido el suyo y ella se mantenía firme.

Las miradas furtivas y cómplices de Mauricio, nunca la incomodaron. Tenía la fuerza que necesitaba. Toda la voluntad puesta a prueba para corroborar la determinación de su destino.
Amaba a Mauricio. Lo amaba como la luna ama su imagen en el agua. ¡Así lo sentía! Creía que el amor era como un reflejo. Que podemos verlo, pero nunca atraparlo. Que cambia de forma mecido por el tiempo y la distancia.
Luchó contra su instinto, ¡claro que sí! Pese a su determinación, Prístina, se enfrentó a su debilidad. ¡Le quería!
Mauricio era hermoso, sensible, tenía poesía en su mirada, en sus palabras, en sus gestos y ella supo apreciarlo. Pero se negó. Sus objetivos eran otros. Creía haber venido al mundo para entregarse a los dioses. El amor mundano le resultaba innecesario.

La túnica que ceñía su virginal cuerpo, dejaba intuir su belleza. Había salido de casa en dirección al templo. Aquél sería el día en que se entregaría a su destino.
La fuerza del instinto se cruzó con ella. El sol descendía velozmente y, Prístina, sentía en esa premura la necesidad de coger rápidamente la oportunidad, que tanto había anhelado, por miedo a que se desvaneciera.
Mauricio la abordó por la espalda. Todo su cuerpo se estremeció. Las manos suaves y cargadas del tesón del muchacho, traspasaron los umbrales de su recelo y prendieron la llama de la pasión.
Las fuerzas se equilibraron. Era la consecuencia lógica, la respuesta adecuada y justa, el equilibrio natural, al que se resistía. Y... ¡Se entregó!

Por la comisura de sus labios resbalaron los restos del brebaje. Desvaneció entre sus brazos. Prístina se rindió. No supo ver que intentó dominar la fuerza equivocada.

Introdujo por la ranura las libaciones: bocadillos dulces, vino y jacintos orientales.
Una sombra se proyectó brevemente sobre la losa tendida haciendo desaparecer, de la vista, su última morada.
Para Mauricio fue, por un instante, como si Prístina aún se encontrara a su lado.
En esta ensoñación, retomó nuevamente sus pasos en dirección al pasado.

Carmen Rosa Signes 240306

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15
Dic

El arcano núnero 12. El Colgado

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15
Dic

El arcano número 12. El Colgado

Llegó confuso. Los acontecimientos se precipitaron. El movimiento era constante. Todo estaba en vilo.

“¿Quién es él? Y ¿dónde se encuentra?”

Cuando abrió los ojos apenas distinguía los perfiles.
Se hallaba al aire libre y por la luz mortecina y ambigua del ambiente no se atrevía a afirmar si comenzaba el día o alcanzaba a su fin.
Los objetos y las formas se le insinuaban distorsionados, sus sentidos parecían despertar de un largo letargo.
Poco a poco, fue recuperándose.
Ante él pasaron escenas de su vida, acontecimientos que ya no podría recuperar.

“En la lejanía, ve un joven desnudo que cargando, sobre su cabeza, una gran cesta repleta de objetos, desciende por una colina. Parece dispuesto a entregársela.
La corriente que forma su caminar ligero, de almizclada fragancia, roza su rostro pero no se detiene. Intenta alargar los brazos para detenerlo pero le es imposible. Se halla atado de pies y manos, es más, se encuentra boca abajo aunque no le resulta ni incómodo ni angustiante.”

Comenzó a comprender que aquello no podía estar sucediendo, su subconsciente representaba en sueños la escenografía que necesitaba para solucionar su cartel.
Recordó haber salido la última tarde en la dirección opuesta a sus necesidades por miedo, huyendo de su destino. Traspasados los umbrales de un bosque la barrera natural de un barranco infranqueable le devolvió a la disyuntiva de saltar al vacío, poniendo fin a todo, o regresar y hacer frente a las dificultades.
En ese proceso, algo debió ocurrirle pues, hasta verse allí suspendido en el aire indefenso pero seguro, no recordaba nada más.

“El joven intruso regresa, posa frente a él su carga y con las manos desnudas escarba un hoyo en el que vierte los objetos que no le son ajenos y los entierra. Ahora si que le mira antes de desvanecerse. Todo se disipa.
Un sudor frío recorre su frente.
Siente, en su boca, la hiel de la derrota y la dulce ambrosia de la aceptación a un tiempo. En la segunda vuelta, por los doce segmentos del día, formatea su comprensión.”

Firmando todos los papeles que tiene frente a sí, recoge sus cosas, las mete en un cajón y las abandona en el vertedero. Se renueva, pervive y sigue adelante desafiando de nuevo al destino.

Carmen Rosa Signes 090306

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12
Dic

El arcano número 13. La muerte

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12
Dic

El arcano sin nombre

Asomaba aquella menuda mano, nada más era visible; apenas si se le presentía cuando yo llegué, tuve dudas, antes de continuar. Saber que es lo que nos toca hacer, sin poder evitar sus consecuencias, aún me resulta extraño. No encuentro distinciones destacables, que hagan de mis acciones hechos diferenciados. Pero hay quien se empeña en cambiar el nombre de aquello, que es idéntico en esencia y en sentimientos. No me detengo para ver los resultados, me cansé de hacerlo, pero siempre hago alguna excepción: por curiosidad, por morbo, incluso, en ocasiones, por compasión. ¿Compasión? Cuestionaréis. ¡Pues sí! No me voy a extender en aclaraciones que me justifiquen, pues sois vosotros los únicos que necesitáis las excusas. Se me ha comparado con una brisa fría, me han dado aspectos variopintos, dispares. Posiblemente si me vierais, no me reconoceríais, pero os aseguro que en ese momento sabréis que soy yo. Muchos intentaron la simonía al presentirme, porque todos sois conscientes del fin.
Cuando entro en escena, el principio del fin se acerca. La nueva oportunidad. No es el fin del principio, nada concluye tras mi paso. Mirad a vuestro alrededor y os daréis cuenta.

“Mis pulidos huesos con carne, sin carne, acarician las magras espaldas del corcel del tiempo. Desde mis nalgas hasta mis manos se satisfacen con el brío imparable de ese animal desbocado. Me dieron libertad de acción. Cabalgué a mis anchas. Sentí en aluvión el poder. El placer que otorga el miedo, desde que fuisteis conscientes de mí existencia. Pero eso cansa. Añoré la compañía y me sentí como una gota de lluvia que se evapora antes de llegar al suelo. Mientras vosotros fantaseabais excusándoos en mi nombre. Igual da que os reunáis bajo la luna llena, a plena luz del día, o tomando una inocente taza de chocolate, el fin es mío. Os laváis las manos en mi nombre aunque el mérito sea vuestro.”

Aquella pequeña mano dejó de moverse al sentir mi paso. En la sencillez de este acto se encierra mi más pura acción. Yo favorezco el cambio. La naturaleza se engaña y allí estoy yo para enmendarlo. Ahora un bebé y dentro de un segundo un cincuentón en la otra parte del mundo.

“Da igual. A mi no me importa, y a vosotros os debería dar lo mismo; es mi cargo de conciencia, pues hace mucho que el vuestro lo depositasteis sobre mí.”

Carmen Rosa Signes 150206

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7
Dic

El arcano número 14. La Templanza

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7
Dic

El arcano número 14. La Templanza

Extendió las alas. Su sombra inexistente la cubría del todo.

Alzaba arco iris el agua al choque violento contra las rocas. La niña, con su pensamiento, parecía pescarlos. Todos los colores le pertenecían.

Desde lo alto, sintió la cálida corriente de aire que manaba desde ella. El deseo ardía a su alrededor, caldeando el ambiente.
El sonido del agua, le recordó su misión.
Quiso enfriarla con un batir de alas pero no pudo. El golpe seco apenas si enmarañó el cabello y jugueteó con el liviano traje de gasa, de la niña, hasta el punto de que, su cuerpo adolescente, quedó al descubierto.
¡Cordial bienvenida a la madurez!

Había salido de casa con la aurora.
La fuente del río, su destino, aguardaba su ensoñación.
Más pesada carga, que las jarras vacías para la niña, era, para el ángel, el prurito incontrolable de aquella pubertad, que despertaba a la mujer deseable dejando en menoscabo la infancia aún visible.
Poco tiempo ha, en el invierno, se revolcaba entre juegos de nieve y hielo. Congelados deseos prendidos como punzantes estalactitas heladas en su imaginación.
El sol, aliándose con el tiempo, la había transformado.
Y ahí estaba, sobrevolando sus pasos, intentando aquietar los instintos, templar la sangre que, caliente entre sus venas, la lanzaban por otro camino.
Lucía hermosa. ¡Resplandeciente!

En su vuelo, desde lo alto, asediaba los pequeños rincones de la mente inquieta y despierta, atendiendo a sus requiebros. La confusión se hacía evidente al presentir el bombardeo de sus conquistas, como los inocentes e inofensivos gamusinos de su infancia. Por suerte desconocía el lenguaje, ignoraba las respuestas.
¡Suerte del ángel que la guardaba!
Estaba ansiosa de poseer. ¡De ser poseída!
La pasión en el ser humano, que pasa de la mayor indiferencia a la entrega más absoluta, debía regresar envuelta en el albornoz de la infancia. Debía aguardar un tiempo más. Transformarse nuevamente indiferente.

En un último y milagroso batir de alas, el azar quiso que una de sus plumas rozara el rostro de la pequeña, haciéndole cosquillas, devolviéndola al mundo de los juegos y la risa.

En casa le aguardaban los suyos. Regresó riendo aún de su suerte. Y mientras con la pluma perdida acariciaba su cuerpo, cerró la puerta consciente de su transformación.

Carmen Rosa Signes 160606

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1
Dic

El arcano número 15. El Diablo

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1
Dic

El arcano número 15. El Diablo

Con la mano levantada impartía sentencia.
Lo recuerdo como una escena atroz envuelta en misteriosa neblina, distorsionada, como surgida de las visiones de un profeta apocalíptico.
¡La venida del Maligno!
No importaba que lo hubiera hecho otro, las culpas siempre recaían en mi.
Con los años, había adquirido un rostro sospechoso, eso decía mi padre. He intentado imaginarme eso de “rostro sospechoso”, pero por más que me miro, sigo sin notar diferencias evidentes con el suyo, además todos somos culpables de algo. Incluso Maria, mi hermana pequeña, podía albergar la mirada más pizpireta; ocultar mil y una picardías.
Mi padre me utilizaba para poder descargar las frustraciones que se le acumulaban durante el día.
El cómo lo aguanté, aún es una cuestión que me sigo planteando.

Una noche nos levantó del lecho; su voz sonaba más terrible que de costumbre. No sé por qué, pero tuve el instinto de agarrar a Maria de la mano y huir, pero se hallaba parado justo enfrente de la puerta de la calle. Avanzamos atemorizados, caminando por el largo pasillo, uno tras del otro. Protegía con mi cuerpo el de mi hermanita. Al llegar a su altura, de un tirón rápido, casi de un salto, nos metimos en el comedor. Aquella mano levantada, siempre tan larga... ¡Me aterraba!
Y allí estaba, con los sentidos distorsionados, colorado como un cangrejo cocido en vino, buscando con la mirada aviesa una nueva victima.
Mamá no hubiera aguantado tanta presión. Durante años pensé que se marchó por no vernos sufrir, hasta que comprendí, dolorido, que el abandono había sido doblemente cruel.
Nos refugiamos en un rincón de la sala, agazapados y ateridos con más miedo que frío.
Miré a Maria, que no podía quitar sus ojos del rostro oscuro y desencajado del diablo aquel que decía ser nuestro padre. Y yo también lo miré. Y por unos instantes, creí ver su transformación.
En la sombra oscura, del miedo, sonaron sus reproches y una retahíla de golpes que nos dejaron en la boca, los sentidos y el recuerdo, el sabor de un chocolate amargo, espeso y ardiente.
Nada fue igual desde aquella noche. Nuestro padre siguió deformándose. Cada día que pasaba, era más cruel, más intolerante, menos humano. Y nosotros nos sitiamos en una vida que no habíamos elegido, resignándonos en la esperanza de un cambio que nunca llegó.

Carmen Rosa Signes 220606

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12
Nov

El arcano número 16. La Torre

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12
Nov

El arcano número 16. La Torre

El paso de las horas dibuja sorpresivas marcas en su devenir. Se da cuenta, pero tarde, que el tiempo no es su aliado. Sometida a una constante renovación, sobre la que no tiene influencia, cada segundo perecedero desmorona de su cumbre, constantemente levantada, los fragmentos, desquebrajados de la experiencia, que la rutina le ha permitido alcanzar. El espejo refleja las verdades ocultas. Inocente encuentro consigo misma.

Mira hacia atrás y se descubre meditando en la contemplación de los acróbatas. Las piruetas con las que se afanaban por esquivar los tropiezos y los saltos mortales, los vislumbra como un juego sin riesgo. Así intuye su vida. Se cree poseedora de la fuerza necesaria y el coraje para conseguir todo lo que desea.

Evita el riesgo intentando huir, salir del atolladero sacando fuerzas del desánimo, pero tropieza constantemente. Los cambios son inevitables. Esquivando el espectro de la catástrofe, se resigna en la baladí imagen de si misma, al fin de todo lo que conoce.

Envuelta en sedas se entregó un día. Acato las normas, creyéndose invulnerable. Los juegos de la infancia y aquellos, más sutiles, que observaba de su entorno, le provocan la furia del instante y el desánimo en cada momento, al no poder salir de allí.

La ranura quebrada de un cielo cubierto vierte, sobre la escena, el rojo de un sol poniente, como la herida abierta que sangra, impregnando de toques bruscos los perfiles oscurecidos de su existencia. No es más que un reflejo de su piel proyectada en un horizonte que llora su destino de mujer maltratada.

Carmen Rosa Signes 110406

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5
Nov

El arcano número 17. La Estrella

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4
Nov

El arcano número 17. La Estrella

La primera noche no pudo conciliar el sueño.
Durante siete días, las vigilias se hicieron eternas. El tiempo se estiraba. Despertaba y volvía a cerrar los ojos, para retomar la contemplación de unos sueños caleidoscópicos.
En su cuerpo algunas señales indican la proximidad de un cambio.

Y de vuelta al principio. En esta ocasión recuerda los mensajes de aquellas entrecortadas visiones que, como fogonazos, se le ofrecen una noche tras otra.
Pero ¿cómo descifrarlos sin encontrar las palabras adecuadas?
Otros siete días en los que no logra alcanzar la satisfacción, por lo incomprensible que es lo que se le desvela.
Pensamientos vislumbrados, de forma fugaz, que acuden a su mente en el descanso.

El mundo, al abrigo del cuál se encuentra en el tercer ciclo nocturno, está repleto de placeres, pero éstos no mundanos.
Las escenas oníricas le sosiegan.
Un cielo estrellado ilumina, con centelleantes reflejos, el paisaje en calma.
Siete estrellas rodean a una octava, más brillante, un río atraviesa el páramo en el que dos árboles sostienen el descanso de las aves y, en medio de todo, ahí está ella. Ha encontrado la ruta del saber y se contempla así misma integrada en la escena.

Pero ahí no queda la cosa, nuevamente el siete da paso al uno, el tiempo vuelve a contar.
En el primero de los días, camina firme en dirección hacia el agua cristalina del río y, su ropa, va desapareciendo a cada paso.
En el segundo, mientras observaba la llegada de un ave al árbol más cercano, siente el estremecimiento del huidizo aletear que la sobrevuela.
Durante el transcurso de los restantes días de la semana, su propuesta consiste en traspasar el agua del río para alimentar a la tierra. ¡Fecundándola!

Y con esa plácida sensación despierta en la vigésimo octava noche.
Cierra los ojos y, al abrirlos, allí esta él. Su cuerpo desnudo y cálido, dista mucho del pasado turbio, de bribón, que se debatía entre abrojos hacia ella.
Y una sonrisa le ilumina el alma, al sentir como una de sus manos descansa en su panza y con la otra sostiene una espiga. El fruto de la tierra le confirman su anhelo.
Su cuerpo fecundado habla por si solo.

Carmen Rosa Signes 200406

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