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Nov

El arcano número 17. La Estrella

La primera noche no pudo conciliar el sueño.
Durante siete días, las vigilias se hicieron eternas. El tiempo se estiraba. Despertaba y volvía a cerrar los ojos, para retomar la contemplación de unos sueños caleidoscópicos.
En su cuerpo algunas señales indican la proximidad de un cambio.

Y de vuelta al principio. En esta ocasión recuerda los mensajes de aquellas entrecortadas visiones que, como fogonazos, se le ofrecen una noche tras otra.
Pero ¿cómo descifrarlos sin encontrar las palabras adecuadas?
Otros siete días en los que no logra alcanzar la satisfacción, por lo incomprensible que es lo que se le desvela.
Pensamientos vislumbrados, de forma fugaz, que acuden a su mente en el descanso.

El mundo, al abrigo del cuál se encuentra en el tercer ciclo nocturno, está repleto de placeres, pero éstos no mundanos.
Las escenas oníricas le sosiegan.
Un cielo estrellado ilumina, con centelleantes reflejos, el paisaje en calma.
Siete estrellas rodean a una octava, más brillante, un río atraviesa el páramo en el que dos árboles sostienen el descanso de las aves y, en medio de todo, ahí está ella. Ha encontrado la ruta del saber y se contempla así misma integrada en la escena.

Pero ahí no queda la cosa, nuevamente el siete da paso al uno, el tiempo vuelve a contar.
En el primero de los días, camina firme en dirección hacia el agua cristalina del río y, su ropa, va desapareciendo a cada paso.
En el segundo, mientras observaba la llegada de un ave al árbol más cercano, siente el estremecimiento del huidizo aletear que la sobrevuela.
Durante el transcurso de los restantes días de la semana, su propuesta consiste en traspasar el agua del río para alimentar a la tierra. ¡Fecundándola!

Y con esa plácida sensación despierta en la vigésimo octava noche.
Cierra los ojos y, al abrirlos, allí esta él. Su cuerpo desnudo y cálido, dista mucho del pasado turbio, de bribón, que se debatía entre abrojos hacia ella.
Y una sonrisa le ilumina el alma, al sentir como una de sus manos descansa en su panza y con la otra sostiene una espiga. El fruto de la tierra le confirman su anhelo.
Su cuerpo fecundado habla por si solo.

Carmen Rosa Signes 200406

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