20
Dic

El arcano número 11. La Fuerza

Había tenido especial fijación por ella. No dejó nunca de rondarla a pesar de que, Prístina, siempre puso los ojos en su destino.

- Así debe ser y será. – Le decía convencida, intentando por todos los medios que comprendiera su postura. Pero no había forma. Cada cuál había escogido su camino. Él tenía decidido el suyo y ella se mantenía firme.

Las miradas furtivas y cómplices de Mauricio, nunca la incomodaron. Tenía la fuerza que necesitaba. Toda la voluntad puesta a prueba para corroborar la determinación de su destino.
Amaba a Mauricio. Lo amaba como la luna ama su imagen en el agua. ¡Así lo sentía! Creía que el amor era como un reflejo. Que podemos verlo, pero nunca atraparlo. Que cambia de forma mecido por el tiempo y la distancia.
Luchó contra su instinto, ¡claro que sí! Pese a su determinación, Prístina, se enfrentó a su debilidad. ¡Le quería!
Mauricio era hermoso, sensible, tenía poesía en su mirada, en sus palabras, en sus gestos y ella supo apreciarlo. Pero se negó. Sus objetivos eran otros. Creía haber venido al mundo para entregarse a los dioses. El amor mundano le resultaba innecesario.

La túnica que ceñía su virginal cuerpo, dejaba intuir su belleza. Había salido de casa en dirección al templo. Aquél sería el día en que se entregaría a su destino.
La fuerza del instinto se cruzó con ella. El sol descendía velozmente y, Prístina, sentía en esa premura la necesidad de coger rápidamente la oportunidad, que tanto había anhelado, por miedo a que se desvaneciera.
Mauricio la abordó por la espalda. Todo su cuerpo se estremeció. Las manos suaves y cargadas del tesón del muchacho, traspasaron los umbrales de su recelo y prendieron la llama de la pasión.
Las fuerzas se equilibraron. Era la consecuencia lógica, la respuesta adecuada y justa, el equilibrio natural, al que se resistía. Y... ¡Se entregó!

Por la comisura de sus labios resbalaron los restos del brebaje. Desvaneció entre sus brazos. Prístina se rindió. No supo ver que intentó dominar la fuerza equivocada.

Introdujo por la ranura las libaciones: bocadillos dulces, vino y jacintos orientales.
Una sombra se proyectó brevemente sobre la losa tendida haciendo desaparecer, de la vista, su última morada.
Para Mauricio fue, por un instante, como si Prístina aún se encontrara a su lado.
En esta ensoñación, retomó nuevamente sus pasos en dirección al pasado.

Carmen Rosa Signes 240306

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