19
Jun

Castigo

Cuento finalista del I Certamen de relato corto de terror “El niño del cuadro”. Inspirado en esta foto de Sergio Larrain
tomada en Valparaíso, Chile en 1957

No logro borrar los recuerdos desagradables de la escuela. Cuando me encuentro con mis compañeros de antaño tan sólo puedo asentir a sus afirmaciones jocosas de un colegio que parece distinto al que yo viví. Trozos de mi memoria perdidos junto a la visión del oscuro pasaje que comunicaba las aulas, se atropellan con las de esa otra realidad. Don Gervasio decía que tenía el don de sacarle de sus casillas. Siempre era yo el amonestado, el caneado y expulsado, aunque el ruido, la risa o los insultos salieran desde la otra punta del aula.
-Pero yo no fui… –musitaba.
-¡No repliques! –Decía mientras me alaba de las orejas o el pelo hasta el pasillo.
Salvo el volar de los insectos, el silencio era tan profundo que me hacía caer en lo más recóndito de mis miedos; el tiempo parecía detenerse; la luz desaparecía; tan sólo el sonido del timbre del recreo me sacaba el tiempo suficiente como para deleitarme con las niñas de quinto. Al principio me fascinaba verlas descender por las escaleras tan ordenadas, con las bolsitas del almuerzo colgando y sus lazos coloridos y largos, hasta que algo sucedió. Las nubes, en su ingrávido vuelo, escondían un sol cada vez más escaso, sumiendo en negro los espacios; un momento antes había reclamado mi atención un gran lazo violeta, seguido de otro verde, y luego otro rojo que, en su balanceo, jugueteaba con el pelo. Las siluetas proyectadas de las mocitas cambiaban con la intensidad del sol, hasta su desaparición; las niñas dejaron de verse y la luz irrumpió con fuerza anunciando tormenta. Sentí alivio. Creía que la oscuridad era mi peor enemigo hasta la imprevista visita de aquellas sombras desaparecidas momentos antes de que abandonaran a sus dueñas. Inalterables, no podría asegurar si subían o bajaban, no tenía forma de huir, debía esperar que aquel mal sueño terminara, cerré los ojos y me abstraje de mi impropia imaginación. Pero al abrirlos, aún estaban tapizando los fondos, invitándome a seguirlas. Subían, bajaban,... , bajaban. Negras, grises, borrosas formas perturbadoras. Sonó el timbre, abrí los ojos y ahí estaban de nuevo, colores radiantes en sus lazos y bellas siluetas de gentiles pasos ordenados que ascendían.
Nunca volví a verlas, también he de confesar que intenté librarme de aquel castigo, pero siempre me quedó en la mente la misma pregunta, ¿qué hubiera sucedido de haber marchado con ellas?

Carmen Rosa Signes 2008

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3
Jun

Tarot

Siempre sentí fascinación por el Tarot. Eso hizo que desde bien temprana edad, me dedicara al estudio de esta mancia con tantos matices. Pero fue hace un par de años que me decidí a escribir una serie de relatos inspirados en cada uno de sus arcanos mayores. Aquí los tenéis. No esperéis encontrar las claves de este arte adivinatorio, pero si que puedo aseguraros que en los textos que leeréis a continuación, hallaréis parte de las mías. No obstante, hay relatos basados en personajes históricos que creo representan bien el espíritu del arcano en el que los he situado, y otros que son el inspirado reflejo de la carta en mi imaginación.

Carmen Rosa Signes 030608

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23
May

El arcano número 1. El Mago

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23
May

El arcano número 1. El Mago

Mostraba sus pertenencias, sus cualidades. Los movimientos fueron rápidos, apenas si pudieron distinguir el juego de manos, con el que logró disimular sus trucos una y otra vez. La admiración fue en aumento, así como la dificultad con la que impidió que la atención decreciera. Aquella noche no pudo dejar de pensar en la actuación, asomado al firmamento, vio descender las Perseidas como un buen augurio. Por la mañana, tuvo claro que deseaba controlar, pero sobre todo manipular; fue consciente de que no era lo que él lograra hacer, sino más bien lo que los demás sintieran, percibieran, y comprendieran de sus manipulaciones.
Había descendido por la colina, desde su casa, cargado como un burro; sabía que debía demostrar su valía; se jugaba, a una sola carta, el futuro. Su futuro. Arrastraba la mesa, el ruido se hacía insoportable; a los balcones y ventanas se asomaban sus vecinos, pero sin atreverse a decirle nada; la curiosidad era mayor que el suplicio. Sobre aquella mesa exhibiría todas sus artes, todos sus dominios. El resultado se hacía inevitable. Tomó la determinación de salir de una vez, volcarse al mundo, encontrar el camino del éxito y del poder; quería ser transparente, pero sin desvelar la forma con la que había llegado a serlo. No lo tuvo fácil. Otros cuentan con la suerte de pertenecer a un grupo, de demostrar sus actitudes mediante alguna prueba ejemplarizante, él no. Acudió a pedir consejo a los que, como él, no tuvieron más remedio que actuar por si mimos, pero como única respuesta: gestos de indiferencia y un “...ahora te toca a ti” que aplastaron sus ilusiones de un golpe. ¿De qué servía llegar a adulto, con la ilusión puesta en las esperanzas por serlo, dejar de ser un chiquillo, si los que nos preceden no colaboran? ¿Tendrían miedo de que les robaran el sitio? Y aunque así fuera, ¿sería justificado? En el otro extremo, estarían los demás. ¿Podría llegar a jugar con sus sentidos? Si lo conseguía, obtendría todo lo que se le antojase. ¡El éxito es efímero!
Así era su vida. Con la boca abierta le vieron partir, no habían dado nada por él, ya los tenía a todos dónde quería.
Ahora, mostraba las cartas, el pañuelo, la soga, la varita dentro de la chistera con total seguridad. Jugando...

“Nada por aquí, nada por allá”.

Carmen Rosa Signes 260506

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14
May

El arcano número 2. La Sacerdotisa

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14
May

El arcano número 2. La Sacerdotisa

Exitosas hazañas y trágicos acontecimientos, que marcarían el destino del país, fueron desvelados por Lucrecia, de las visiones brumosas que en sueños, le dejaban entrever los pormenores de los lances venideros.

Lucrecia de León, había nacido con el convencimiento del poder que ejercería sobre el destino de los hombres; no se dejó amedrentar; se reveló contra todos aquellos que deseaban postergarla a los oscuros rincones del aislamiento femenino. Vedada para los conocimientos doctorados, dedicó toda su voluntad a concatenar sus estudios científicos, de forma autodidacta. Fácil le resultó encajar entre aquellos eruditos de las doctrinas ocultas. Se desligó del puritanismo exigido, para el buen cristiano, y alcanzó su meta. Tuvo suerte, el rey sentía una fuerte atracción por lo oculto, y se le abrieron las puertas de la corte; siempre rodeado de magos, sanadores, místicos, santones, alquimistas y otros tantos personajes, Felipe II, la aceptó gracias, ante todo, a sus dotes de adivina; para Lucrecia, aquel acercamiento al poder, significo la mejor forma de imponer su criterio.
Su credibilidad comenzó a quedar en entredicho, por sus constantes desaires hacia las acciones de un monarca, que le había desencantado; cualquier suceso, cualquier aniversario festejado con júbilo, era susceptible de su crítica, y las tortas dialécticas comenzaron a molestar. Fue expulsada de la corte en más de una ocasión, aunque siempre regresó victoriosa. Pero no contaba con la verdadera dimensión de la herida, que su condición de mujer y de adivina, podía abrir entre los influyentes mandatos que desde Roma eran dictados; ni con las flechas envenenadas que sobre ella, y su particular forma de crítica, fueron lanzadas. Molestos por su actitud acaparadora, se había convertido en una lacra, en un estorbo. Fue detenida y juzgada junto con los demás visionarios, por la Santa Inquisición, que la despojó de todos sus bienes; y aunque nunca se supo como terminó su vida, nos la podemos imaginar descifrando la buenaventura para ganarse el pan, mientras que, posiblemente, oculta de la mirada de sus enemigos, seguiría conspirando con sus reproches, buscando que alguien le hiciera caso, y poder quizás, cambiar el destino del país que un día le fuera desvelado. Destino revelado e ignorado pero que nadie logró eludir.

Carmen Rosa Signes 050406

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10
May

Sobre ruedas en verde

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5
May

Deux ex machina

Para mi bien amado Ricardo, por su inspiración y siempre sabio consejo.

Aquellas criaturas, se movían con rapidez por el sistema de raíles con sus ruedas de oro puro. Terminó el banquete. Zeus seguía admirado. Sabía de las extravagancias de su hijo Hefesto, de la obsesión que éste profesaba por su trabajo. Sus limitaciones se habían convertido en fuente de inspiración. Recordó el día en el que apareció con las doncellas doradas.
— ¡Mirad cómo la atractiva figura de las doncellas se insinúa bajo su reluciente anatomía! Les he concedido la vida. Pero no una existencia cualquiera. Ellas serán mis asistentes, están dispuestas para complacer hasta el menor de mis deseos. Las doté de fuerza, belleza, juventud y una inteligente verborrea; poseen la gracia de las cosas únicas, auténticas.
Desde su trono, Zeus aquel día tuvo envidia, pero no fue el único.
— ¿Pensasteis que sin beber las aguas del Leteo, jamás podría olvidar la humillación de la que fui objeto? Errasteis.
No le importó que Afrodita y su amante estuvieran presentes. Ares en su arrogancia, vio solamente en las doncellas las posibilidades bélicas del ingenio; Afrodita sintió celos. “Dudo de la inteligencia de estas criaturas. De ser así ya le hubieran rechazado”, enunció con desprecio.
A todos les resultó risible aquella unión. Los murmullos recorrieron la estancia. Las más disparatadas cábalas se dejaron sentir y Hefesto, escuchó satisfecho.
El tiempo había dado la razón al tullido, y sin achicarse consiguió mejorar su producción. Pero Zeus seguía receloso. Aquellos seres creados por las manos de su hijo, tenían los mismos poderes que ellos mismos, y su responsabilidad, recaía en una único ser. Mirando la gran eficacia de aquellos metálicos siervos una preguntó vino a irrumpir en su mente y en la conciencia de los demás comensales.
—Hemos visto cómo has conseguido sustituir a los hombres en sus menesteres. Debo felicitarte por tan acertado portento. Nadie duda de su eficacia. Pero hijo mío, has conseguido adaptar éstas máquinas a nuestras necesidades, ya los hombres parece que se han visto relegados a un segundo plano. Ellos nos deben todo. Fueron creados para la sumisión, nosotros depuramos sus actos. Pero ¿a quién se deben estos seres artificiales? Si no hay quién nos divinice, ¿qué destino nos aguarda?
Cuando terminó de hablar tan sólo alcanzó a ver cómo Hefesto se alejaba con una sonrisa entre sus labios, mientras aquellos sirvientes metálicos aguardaban órdenes.

Carmen Rosa Signes 18 de abril de 2008

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30
Abr

NACIMIENTO de Ray Respall

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29
Abr

El hijo de la fraGua

Poco le importaban los dioses y menos aún los hombres a Hefesto, aunque se debiera a ellos. Nunca fue querido salvo por sus logros. Trabajando con esmero, con dedicación, utilizó sus conocimientos para purgar su valía. Quería y debía demostrar su superioridad y la única forma consistía en unir sus artes magistrales a una gran capacidad creadora. Entre sus manos, los más bellos objetos mágicos, las más temibles armas, y las joyas más delicadas, adquirieron forma; aunque también fueran creadoras del horror. Cada furioso golpe en el metal candente de su fragua, saltaba dejando una estela de fuego y trueno, que caía acompasada sobre la tierra fértil.
Aquel rostro, que en grotesca armonía acompañaba el cuerpo desgarbado y cojo del artesano, se crecía en compañía de la hermosa. La admiración pudo más que el sentido común. Nadie hubiera asociado jamás una unión tan dispar, pero como nada ocurre por que sí, ambos sacaron el provecho por un tiempo más o menos largo. Afrodita, pronto se canso del lisiado engañándole con el dios de la guerra; embrollo que no se molestó en ocultar. Ya nunca más la pudo hacer suya.
Fue entonces que dando vida al metal más noble, en fino oro fraguó dos hermosas e inteligentes muchachas. Aquellas “doncellas doradas”, se convirtieron en sus asistentes en el Olimpo. Aunque su mayor logro recorría Creta en interminable vigilia.
Las unidas partes de la criatura mecánica, petición rogada por el temeroso rey de Creta, tenían por misión recorrer la isla tres veces al día. Dicen, que el invencible tenía un punto débil pero que ni Jasón ni ninguno de sus Argonautas fue capaz de derrotar.
Talos, el hijo metálico de Hefesto, seguía acogiendo en incandescente abrazo a los enemigos. Tanto a la luz del sol como en las horas nocturnas, protegía la isla y a su monarca de los intrusos y de aquellos que querían abandonarla sin permiso. Por tal cúmulo de suertes y victorias aquel ingenio de majestuosa estatura adquirió fama de inmortal. Sólo la sibilina intervención de la hechicera Medea logró derrotarlo. Mediante engaños le hizo creer que sacándose el clavo que retenía el líquido que le recorría el cuerpo, podía demostrar su inmortalidad.
Sobre las aguas del Egeo Talos derramó su vida.
Mientras Hefesto, desde la fragua del Olimpo lloraba la muerte de su obra.

Carmen Rosa Signes 16 de abril de 2008

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10
Abr

El arcano número 3. La Emperatriz

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10
Abr

El arcano número 3. La Emperatriz

La corte era un hervidero de rumores. Rumores sobre política, sobre ciencia, sobre literatura, rumores que afectaban a los más allegados a la corona, incluso, a la misma reina.
Críticas, desprecios, codicia del inconformismo típico con el que se tenía que enfrentar.
Pasaban los años y nadie olvidaba las disputas y menos aquellas que habían dividido al imperio. Enrique, su padre, obró en consecuencia con sus caprichos. Dejó una huella imborrable.
Elizabeth había crecido consciente de su divinidad. Pero era inteligente, sabía que ésta era fruto de su situación y que si perdía ese halo protector, sus súbditos comenzarían a dudar de su capacidad. Consiguió que la respetaran pagando un alto precio por ello.
Pero los rumores no cesaban y, ella, mostraba con orgullo las armas de su mandato, el poder. Despiadada con sus enemigos, conquistó una fama ambigua que hizo dudar sobre su persona. La “Reina Virgen” la llamaban.
Ese mote sirvió a sus intereses. Su vida privada era eso, privada, un crisol sin grietas por el que no se derramaba ni una sola gota. ¿Quién hubiera tributado a una dama con signos de debilidad?
Aquella noche después de un largo día de sufrimiento y mientras los músicos de la corte daban tango a las cuerdas de sus instrumentos, trajo al mundo un niño del que apenas si pudo contemplar su rostro. Se había negado a verlo, pero en un último momento tuvo que apartar la mirada, pues el instinto le pudo. Ella misma escogió a sus padres y en secreto pagó su educación. Desde bien joven lo tuvo cerca y, entregándolo en manos de John Dee su astrólogo y consejero personal, lo convirtió en su discípulo. Quiso limar su carácter, educarlo, evitar que se convirtiera en un personaje agreste, como muchos de los que pululaban en bandada por la corte.
Se veía reflejada en él. Pero para el muchacho, de nombre Francis Bacon, ella no significaba nada. La sentía distante.
Así sucedió que, cierto día, una vez regresado a Inglaterra después de realizar estudios en universidades francesas, Francis perdió el favor real. Elizabeth quiso honrarlo con su ayuda, pero le pudo el orgullo y la rechazó.
Pese a que le afectara en lo más hondo, Elizabeth no podía aceptar el descaro constante y los desaires del joven Francis. Permitir que la vieran como lo que se resistía a ser, una mujer vulnerable, hubiera acabado con ella.

Carmen Rosa Signes 120206

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26
Mar

Volando

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21
Mar

Conjuro

A Danila le aguardaba su criado con la cabalgadura ensillada. “Espérame aquí”, le dijo. “y por el amor de Dios, no me descubras”.
Ya la noche entraba en sus horas centrales, y la dama se acercaba cautelosa hasta una mansión de las afueras. La construcción se presentaba sórdida y oscura; apostados en la puerta, un par de lebreles gruñían amenazantes. La escasa luz no impedía ver lo que sucedía. Un anciano, vestido con amplios ropajes, gesticulaba con aspavientos mientras de su boca surgían incomprensibles vocablos. El suelo presentaba un dibujo emergente, realizado con sal; en su interior, extraños símbolos. Tuvo el impulso de salir huyendo, pero no pudo.
-Tengo entendido que habéis acudido por mal de amores.
-Os equivocáis. –Mintió aterrada, su voz temblaba como el pávido de una vela. –Debo marcharme.
-Nadie se va sin solucionar su problema.
La puerta se cerró de golpe. Danila, a punto estuvo de desmayarse.
-Mi dama, tome asiento. La primera parte del ritual concluyó ya.
Antes de sentarse, en una carcomida banqueta, rebuscó un abanico con el que recuperar el aliento.
-Salim Al Kaleb, es un hombre de palabra. ¿Lleváis el oro?
-Si ciento cincuenta reales os complacen, así es.
Danila era consciente de que, por su atrevimiento, se había condenado ante Dios, y que si la descubrían, le aguardaba una muerte segura. Pero no podía permitir que el hombre que amaba la despreciara por otra. Había decidido aliarse con el diablo, si era necesario, y gracias a este sanador nigromante, podía conseguirlo.
En la tediosa espera, pudo ver a Salim, manipulando hierbas, barro y cera, para crear el muñeco que le entregó.
-A esta figura que es mi parte del trato, hecha con cardamomo y muérdago; formada con la tierra y el agua que da la vida; sólo le falta el fuego que le de vigor, y esa es vuestra encomienda, éste trabajo es en equipo. Ahora os toca a vos culminar el embrujo, debéis lanzarlo al fuego del hogar, y ya nunca más os separaréis de vuestro amado.
Danila, montó a caballo y cuando apenas había recorrido la mitad del camino, se detuvo, tomó aquel espantajo, y temerosa de Dios con sus propias manos lo deshizo, sintiendo libre su conciencia. En su casa la aguardaban dos alguaciles. Creyó librarse al haber destruido el muñeco, pero en su cuarto prendido, aún pudieron rescatar la prueba que la condenó por brujería.

Carmen Rosa Signes Urrea 9 de agosto de 2007

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2
Mar

El arcano número 4. El Emperador

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