21
Mar

Conjuro

A Danila le aguardaba su criado con la cabalgadura ensillada. “Espérame aquí”, le dijo. “y por el amor de Dios, no me descubras”.
Ya la noche entraba en sus horas centrales, y la dama se acercaba cautelosa hasta una mansión de las afueras. La construcción se presentaba sórdida y oscura; apostados en la puerta, un par de lebreles gruñían amenazantes. La escasa luz no impedía ver lo que sucedía. Un anciano, vestido con amplios ropajes, gesticulaba con aspavientos mientras de su boca surgían incomprensibles vocablos. El suelo presentaba un dibujo emergente, realizado con sal; en su interior, extraños símbolos. Tuvo el impulso de salir huyendo, pero no pudo.
-Tengo entendido que habéis acudido por mal de amores.
-Os equivocáis. –Mintió aterrada, su voz temblaba como el pávido de una vela. –Debo marcharme.
-Nadie se va sin solucionar su problema.
La puerta se cerró de golpe. Danila, a punto estuvo de desmayarse.
-Mi dama, tome asiento. La primera parte del ritual concluyó ya.
Antes de sentarse, en una carcomida banqueta, rebuscó un abanico con el que recuperar el aliento.
-Salim Al Kaleb, es un hombre de palabra. ¿Lleváis el oro?
-Si ciento cincuenta reales os complacen, así es.
Danila era consciente de que, por su atrevimiento, se había condenado ante Dios, y que si la descubrían, le aguardaba una muerte segura. Pero no podía permitir que el hombre que amaba la despreciara por otra. Había decidido aliarse con el diablo, si era necesario, y gracias a este sanador nigromante, podía conseguirlo.
En la tediosa espera, pudo ver a Salim, manipulando hierbas, barro y cera, para crear el muñeco que le entregó.
-A esta figura que es mi parte del trato, hecha con cardamomo y muérdago; formada con la tierra y el agua que da la vida; sólo le falta el fuego que le de vigor, y esa es vuestra encomienda, éste trabajo es en equipo. Ahora os toca a vos culminar el embrujo, debéis lanzarlo al fuego del hogar, y ya nunca más os separaréis de vuestro amado.
Danila, montó a caballo y cuando apenas había recorrido la mitad del camino, se detuvo, tomó aquel espantajo, y temerosa de Dios con sus propias manos lo deshizo, sintiendo libre su conciencia. En su casa la aguardaban dos alguaciles. Creyó librarse al haber destruido el muñeco, pero en su cuarto prendido, aún pudieron rescatar la prueba que la condenó por brujería.

Carmen Rosa Signes Urrea 9 de agosto de 2007

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