El hijo de la fraGua
Poco le importaban los dioses y menos aún los hombres a Hefesto, aunque se debiera a ellos. Nunca fue querido salvo por sus logros. Trabajando con esmero, con dedicación, utilizó sus conocimientos para purgar su valía. Quería y debía demostrar su superioridad y la única forma consistía en unir sus artes magistrales a una gran capacidad creadora. Entre sus manos, los más bellos objetos mágicos, las más temibles armas, y las joyas más delicadas, adquirieron forma; aunque también fueran creadoras del horror. Cada furioso golpe en el metal candente de su fragua, saltaba dejando una estela de fuego y trueno, que caía acompasada sobre la tierra fértil.
Aquel rostro, que en grotesca armonía acompañaba el cuerpo desgarbado y cojo del artesano, se crecía en compañía de la hermosa. La admiración pudo más que el sentido común. Nadie hubiera asociado jamás una unión tan dispar, pero como nada ocurre por que sí, ambos sacaron el provecho por un tiempo más o menos largo. Afrodita, pronto se canso del lisiado engañándole con el dios de la guerra; embrollo que no se molestó en ocultar. Ya nunca más la pudo hacer suya.
Fue entonces que dando vida al metal más noble, en fino oro fraguó dos hermosas e inteligentes muchachas. Aquellas “doncellas doradas”, se convirtieron en sus asistentes en el Olimpo. Aunque su mayor logro recorría Creta en interminable vigilia.
Las unidas partes de la criatura mecánica, petición rogada por el temeroso rey de Creta, tenían por misión recorrer la isla tres veces al día. Dicen, que el invencible tenía un punto débil pero que ni Jasón ni ninguno de sus Argonautas fue capaz de derrotar.
Talos, el hijo metálico de Hefesto, seguía acogiendo en incandescente abrazo a los enemigos. Tanto a la luz del sol como en las horas nocturnas, protegía la isla y a su monarca de los intrusos y de aquellos que querían abandonarla sin permiso. Por tal cúmulo de suertes y victorias aquel ingenio de majestuosa estatura adquirió fama de inmortal. Sólo la sibilina intervención de la hechicera Medea logró derrotarlo. Mediante engaños le hizo creer que sacándose el clavo que retenía el líquido que le recorría el cuerpo, podía demostrar su inmortalidad.
Sobre las aguas del Egeo Talos derramó su vida.
Mientras Hefesto, desde la fragua del Olimpo lloraba la muerte de su obra.
Carmen Rosa Signes 16 de abril de 2008
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