23
Jun

Set the control for de heart of the sun

Over the mountain watching the watcher.
Breaking the darkness, waking the grapevine.
One inch of love is one inch of shadow
Love is the shadow that ripens the wine.
Set the controls for the heart of the sun.
The heart of the sun, the heart of the sun.
Set the control for de heart of the sun (Pink Floid)

El reloj de cuco marcó las diez, quizás ese hecho no significara nada para él, un conteo sonoro inútil para la marcación natural del universo, pero antaño sugirió toda suerte de sucesos, pautó ritmos y costumbres hoy olvidados.
Los frágiles tallos que apuntan hacia el singular cielo, buscan la luz y el calor −ahora inducido− del corazón del sol en el espacio suspendido. Se enredan en las formas metalizadas de la nave que gira al ritmo olvidado del planeta madre, para proporcionar la falsa sensación de normalidad, que reproduce las condiciones de la Borgoña francesa con la que conseguir el caldo dulce y oloroso del mejor vino de la Francia y que descansará en las bodegas de la Base Internacional NUMBER-WINE.
Se acerca la época de la cosecha
Convertido en el consuelo que proporcionaba la mejor recolección, la única con la que satisfacer a los paladares más exigentes, si bien para ello dejara resignado su vida en manos de la estrella que día a día inunda de radiaciones aquel cuerpo, que no reprochaba su destino y que pronto acabara con él.
Se cierran las puertas. La forma de loto impide que la luz traspase. Por doce horas la oscuridad que abriga los racimos, enmudece el entorno. Lejos queda el mundo básico y decadente que a punto estuvo de perder su legado: la cultura vinícola. Ahora, él brinda con su copa alzada hacia la rendija aún abierta que le muestra el astro que se aproxima.
El reloj deja escapar su pájaro delator del tiempo por once veces, mientras proyecta el color granate del caldo reposado en barricas centenarias. Siempre se preguntó cómo lograron subirlas a la nave sin alterar sus propiedades y cómo consiguieron que en su interior el buen borgoña envejeciera manteniendo las excelencias. El fuerte rojo proyectado en la pared dibuja la sombra del perfil de su rostro. La garganta le arde, el vino joven anima su espíritu, hace que su pecho se infle con el aire viciado. Su pulso se acelera.
El latido del sol deja escapar las corrientes que en ocasiones zarandean la nave, desplazándola de un rumbo prontamente corregido que evita el desastre. El corazón viviente del astro marca los tiempos infinitos que él no podrá contemplar. De nuevo y por doce veces, escucha el rítmico cuco que se aventura eterno, parece no acabar nunca. Debe recostarse y descansar.
“El amor es la sombra que madura el vino”, le dice a la sombra en la pared que él mismo proyecta y fantasea con aquel amigo que le contempla a su vez. Le invita a una copa. La locura del tiempo encontrado. “¿Por qué no?”, se pregunta a sí mismo. Cuando accedió a partir sabía de los conflictos que la soledad implica.
Su amigo desaparece, el control automático es el culpable y él decide seguir adelante.
Mirando nuevamente a la estrella que tiene enfrente, se lanza en su búsqueda, ajusta los controles hacia el corazón del sol.

CRSignes 24/07/2011

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17
Jun

La marcha de la Reina Negra

I'll be what you make me I'll do what you like
I'll be a bad boy I'll be your bad boy
I'll do the march of the Black Queen
(The March of the Black Queen, Freddie Mercury, 1973)

No, no estábamos junto a Alicia en pleno campeonato de cróquet de la Reina de Corazones el día en el que la niña se despidió del Gato de Cheshire, el paisaje me confundió. Era de noche, me hallaba a mucha distancia de allí, en un jardín brillante de focos de colores, destellos espejados, ritmos estereoscópicos y en el que la música se atemperaba al compás de nuestro corazón.
La escena: un baile de máscaras grotesco cuyos personajes desfilaban tras la Reina de la Noche, la Reina Negra que dispone de los movimientos de sus acompañantes. Todos obedecen, ahogan el atrevimiento y el paseo acompasado la llena de orgullo.
¡Bajadles los humos! −grita la Reina Negra en el éxtasis de la ceremonia. En una mano su cetro, en la otra un látigo con el que consigue la pleitesía que anhela para ésta contagiosa y alocada danza.
La oscuridad custodia la fiesta dedicada al Dios Sol. Astro brillante en el reino de Rhye.
¡Difícil abstraerse de lo que está sucediendo!
Freddie acapara ahora toda mi atención. Arrastra su capa blanca barriendo a su paso las huellas del mambo que, a fila de a uno, corteja a la reina. Ésta fustiga con el látigo inmisericorde a diestro y siniestro.
¿Por qué estoy allí?
En mi búsqueda de la felicidad, he caído en ese increado reino que existe desde antes incluso que todo fuera creado.
Que la mano derecha no se entere de lo que toma la izquierda −, susurra melindre esa Reina Negra que se crece en su postura dominante, pese a que los bailes y la música laceran su reinado.
Ahora despliega sus alas el ángel que custodia el encuentro. El músico − en su frenesí − se apodera del cetro mientras es seguido por las luces despistando a los danzantes y a mí. Y no vemos a su señora, sino a él. Y el dios resplandece, el dios, el Rey, la Reina de la Noche. Freddie persiste con el estilo de su poder vocal, tanto, que destapa la verdad y la canción que ha permanecido al margen de la escena, rellena los huecos de mi deseo. Al fin lo encuentro.
La noche concluye con las últimas notas de la canción de la reina, la Reina Negra que, después de invitarnos a que nos portemos mal, aliándonos con el Diablo, nos libera del compromiso. Y es en ese momento cuando yo regreso a mi origen, porque el disco deja paso al silencio y el tema, después de una pequeña pausa, vuelve a comenzar.
La escena: un baile de máscaras grotesco, en un jardín brillante de focos de colores, destellos espejados, ritmos estereoscópicos y en el que la música se atemperaba al compás del corazón de Freddie, que coronado como Reina me tiende la mano.
La clave de la felicidad está en mi música.
Y mientras le escucho, no pienso en nada más.

CRSignes 16/05/2012

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12
Jun

Julia dream

...will the misty master break me
will the key unlock my mind
will the following footsteps catch me
am i really dying
julia dream, dreamboat queen,
queen of all my dreams.

Julia Dream (Pink Floid)

Bill Brandt (3 de mayo de 1904 - 20 de diciembre de 1983)

La tormenta había dejado el aire limpio y los cristales sucios, manchas de barro que dibujaban sombras falsas en la pared.
Ramón contemplaba a Julia en el esplendor de su avanzada edad. Habían envejecido juntos. Después de casi cincuenta años compartiéndolo todo, gozaba mirándola; dejaba pasar las horas muertas en ello. La quería.
La misma Julia de siempre: tan hermosa, amable, tan complaciente. Pero Julia dormía y él se perdía en la imagen fija que ella le reportaba, en un bucle atemporal que tan sólo él comprendía.
Intentó ver la superficie yerma que se extendía frente a su casa desde la ventana. Colapsada de tráfico y transeúntes hacía mucho tiempo, se estremeció al imaginarse allí afuera, haciendo frente a las inclemencias de un clima variable y poco recomendable para el ser humano.
Sintió deseos de salir en busca de alguien con el que intercambiar palabras porque Julia seguía durmiendo. La soledad dolía.
Al conocerla, lo abandonó todo, aunque tampoco le dieron otra opción. Fue el baluarte de un mundo en declive, a punto de ser abandonado. A partir de ese momento, vio cambiar su fisonomía en el espejo, el entorno desde la ventana y la existencia desde una pantalla. Mientras en los planetas exteriores la vida seguía su curso, Julia se encargó de que él no perdiera detalle además de proporcionarle la paz, el deleite diario, el placer reducido a la mínima expresión, aliñado de películas, documentales, realitys, seriales, noticieros, retrasmisiones deportivas, ... , y todo sin salir de casa, como única forma de no perder la perspectiva.
Los prospectos no mintieron. Después de seleccionar sus preferencias y una vez que éstas fueron asimiladas por el organismo central, a Ramón se la concedieron. Julia fue su guía, la compañera soñada, el apoyo que todo hombre necesita para sobrevivir.
¡Julia! −parecía suspirar, mientras sus ojos regresaban a ella, que seguía sin despertar.
Imaginó que sus sueños fueran un reflejo de lo cotidiano, de la aburrida existencia que le había tocado en suerte.
Aprovechó que la luz del día se abría paso con lentitud, para marcar las cifras del código de seguridad con las que desbloquear a Julia, rescatarla de su letargo, pero se dio cuenta de lo inútil del intento.
Se recostó junto a ella buscando el calor de las conexiones. Apenas si pudo sentir los guiños chispeantes de su pantalla ahora fundida en negro. El mandato de los megahercios, de la fibra óptica, de los microondas había desaparecido. El sueño de Julia, la reina de todos sus sueños no podía contactarlo porque él ya no estaba, había dejado de ser la clave que le desbloqueara la mente. Ramón comprendió con certeza que estaba muerto.

CRSignes 26/09/11

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7
Jun

Venus al desnudo

La música como fuente de inspiración, uno de los relatos que rescato de los fondos de este blog para ser redescubierto. Espero que guste. Tengo pensado subir todos los que han sido inspirados por canciones que me gustan y este es el primero.

VENUS AL DESNUDO

I am tired, I am weary
I could sleep for a thousand years
A thousand dreams that would awake me
Different colors made of tears
(Venus in furs- Velvet underground and Nico)

Camina sin perder detalle de la cuerda que le rodeaba las muñecas. Se arrodilla. El pene, en su apogeo, se muestra a la altura de su boca. Después deja que la sodomice. Gozó, para qué engañarse. Bérénice creía amarlo a cada instante, con cada humillación. Aflojó la cuerda y masajeó sus muñecas hasta recuperar la circulación sanguínea. “Estoy cansada, ¡harta!…” Salió, tenía una cita. Al otro extremo de la casa, Gilbert complacía sumiso a su esposa, mientras unos hijos reían por la falta de talento de un padre que no sabía imponerse.
Era mayo del 68 y París ardía bajo una irreverente anarquía.

……………………………

No acostumbro a avasallar pero quedé cautivado en la profundidad de tu mirada. Podría dormir durante mil años… y al abrir los ojos allí estarías tú. Irrumpiste en mi vida como un vendaval. Conquistaste mi confianza. Descubrirte fue encontrarme. Sin rumbo me dejé varar hasta tu puerto bajo el yugo de tu voluntad. Mientras arrastro mi cuerpo hasta relamer la suela de tus zapatos negros de charol, te miro. Luego, dejo que me pisotees con tus tacones altos. Un millón de sueños me despertarían… pero ninguno como observar tu rostro mientras balanceas el látigo dispuesta a fustigarme. Intercambiamos los papeles. ¡Oh Berenice!... ¿Cómo dejar que otros te infligieran daño, cuando lo que deseaba era darte mi dolor?
Líderes emblemáticos de la revolución estudiantil y manifestantes, son arrestado e interrogados después de una brutal carga policial. Sus protestas dan la vuelta al mundo.

……………………………

El local esconde, entre la penumbra y el humo del tabaco y la grifa, los intentos de Bérénice por hacerse oír. El clamor que llega desde la calle, de carreras, golpes y gritos, juegan en su contra. Ha decidido dejar a Gilbert, seguir su vida. Habla mientras le cae una lágrima. Lagrima gris del desconsuelo. Deja atrás los colores de otros llantos. Diferentes colores hechos de lágrimas... En la calle la soledad pinta de azul su rostro. No puede esquivar los golpes y la detienen. El negro de la rabia resbala por sus mejillas. No quiere nuevamente dejar salir de sus ojos el marrón de la sumisión y es el blanco el que la ampara; pura inocencia que migra en rojo sobre su cara perversa. Ha encontrado lo que buscaba. Ahora le toca a ella. Que otro marque en púrpura su cuerpo.

CRSignes 090508

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27
May

El zootropo

Con el primer giro liberó millones de partículas de polvo que dejaron el aire turbio y el ambiente enmohecido.
La tarde se había presentado aburrida. El intenso frío del invierno le obligaba una vez más a permanecer recluido. Ya no le distraía la manía del abuelo de contarle historias. Durante meses, aquellos que había permanecido enfermo, disfrutó de unas narraciones inagotables. Así conoció cómo fueron los tiempos de la guerra; se estremeció con los misterios de desapariciones, crímenes, fantasmas y objetos voladores; aprendió con las lecciones de historia, ciencias naturales y matemáticas; y soñó con los cuentos clásicos de la literatura y los de la infancia; pero los que más le gustaban eran aquellos que hacían referencia a una máquina fascinante que, según le contaba, era la culpable de muchos de aquellos relatos, un objeto olvidado en algún lugar de la casa. Desde el ventanuco del desván pudo ver la escarcha acumulada en sus cristales. Acercó las manos a su boca para, con su aliento, insuflarles un poco de calor, Hacía mucho frío.
Por su apariencia de lamparilla de mesita de noche con aberturas dispuestas en el cilindro de su pantalla, lo reconoció. Muchas fueron las veces que le había repetido su abuelo el nombre de aquel ingenio, pero no lograba recordarlo. “Zoo…, pensó, zoo…”. Fue entonces cuando al tomarlo giró liberando las partículas de polvo que le hicieron estornudar. Recelando de ser descubierto, se echó la mano sobre la boca y tapó su nariz para amortiguar el sonido.
No tardó en descubrir la magia de aquel objeto que abandonando su pasivo descanso giraba sin control. Por entre las rendijas de su pantalla, observó cómo un personajillo corría y saltaba evitando los obstáculos que hallaba en su camino, en una carrera monótona que le pareció aburrida. Cuando al fin se detuvo la fuerza de su giro ralentizando el paso del muñeco, Carlos reflexionó. Se quedó decepcionado, no le encontraba la gracia. Dispuesto a dejarlo en el lugar en el que lo había encontrado descubrió, amontonados junto al lugar que ocupaba el aparato, un grupo de tiras de cartulina con una sucesión de dibujos seriados impresos.
Retiró al atleta y se dispuso a colocar, una tras otra, todas aquellas tiras. Y así logró ver: las peripecias de un mono saltando árboles por la selva persiguiendo a Tarzán; el duelo de esgrima de los mosqueteros contra los hombres del Cardenal; los artes malabares de un payaso que lanzaba al aire una pelota tras otra; la exótica danza de una bailarina hawaiana a la orilla del océano; los golpes entre dos boxeadores que siempre terminaba con el mismo púgil por el suelo; a un león saltando el aro envuelto en llamas sostenido por el domador;… Carlos perdió la noción del tiempo. Cuando su abuelo apareció, sabía que aquel aparato le habría hecho olvidar el encierro que padecía. Se sentó a su lado dispuesto a seguir contándole historias, tantas como su imaginación liberaba ante las imágenes del zootropo.

CRSignes 08/12/2011

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30
Sep

Los Siete Espíritus Infernales en Amazon

Aquí os dejo la reseña de mi libro Los Siete Espíritus Infernales y Otros Cuentos que encontraréis en La Biblioteca del Nostromo que Ricardo Acevedo ha hecho. Pinchando en este link podréis ver el book-trailer del mismo.

Título: Los Siete Espíritus Infernales y otros cuentos
Autor: Carmen Rosa Signes Urrea
Ilustraciones: Carmen Rosa Signes Urrea
Editorial: miNatura Ediciones
Cantidad de páginas: 84
A la venta en Amazon: Amazon
Precio:
En Europa 1,61 €
En América 2,02 $

−Yo persistía en mi propósito de invocar al rey del
Averno. El huracán se estrellaba contra mi cuerpo y
retorcía furiosamente mi hábito monacal. Pero yo,
firme como una de las rocas que tenía bajo mis pies,
ni me amedrentaba, ni vacilaba en la empresa. Juzgué
entonces llegado el momento de llamar al diablo.

Monasterio de Broken. Año de Gracia, 1001. Jonás
Sufurino (fragmento) El Gran Libro de San Cipriano.

Debemos advertirte ingenuo lector que no te adentras en un libro común, es mi obligación sugerirte incluso, que murmurar estos nombres: Frimost, Bechard, Súrgat, Silcharde, Guland, Astaroth o Lucifer, implicaría el cumplimiento de todos vuestros deseos. A toda acción corresponde una reacción en igual magnitud y dirección pero de sentido opuesto, reza la 3ª Ley de Newton. Los sabios lograron intuir una de las leyes fundamentales de la magia ¿Qué hacer cuando el poder, la venganza, el sexo o la salud están a solo un paso?
Estas historias nos sumergen en el universo de las emociones humanas más allá de los demonios que rigen estos deseos, Los Siete Espíritus Infernales y otros cuentos son fábulas modernas que nos advierten sobre las miserias humanas, más terribles que cualquier castigo infernal. Donde no estamos a salvo en ningún lugar del Tiempo o el Espacio. No estarás seguro en La Habana, en París, o en el Hollywood de los años 20, y el libre albedrío –el poder de decidir entre el Bien y El Mal– se convierte en una cadena muy pesada de llevar.
Como sucede con El Gran Libro de San Cipriano –texto recurrente, apenas insinuado–, estos cuentos volverán a ti una y otra vez, no importa que creas haberlos olvidado.

Ricardo Acevedo E.

Descripción:
Los Siete Espíritus Infernales y Otros Cuentos reune 14 micro ficciones de corte fantástico. Los siete primero presentan los Siete espíritus infernales: Frimost, Bechard, Súrgat, Silcharde o la fuerza del poder, Guland, Astaroth, Lucifer; la segunda parte cuenta con los demonios y los pecados capitales: A orillas del Sena (La soberbia), Fiebre del sábado noche (La lujuria), Juego de salón (Mammon el demonio de la Avaricia), La custodia (La pereza), La ira de los justos (Satanas el demonio de la ira), La línea blanca (Beellzebub demonio de la gula), Mientas tú segura estarás en el cielo (Leviatán el demonio de la envidia). Escritos por Carmen Rosa Signes Urrea, estas historias reflejan desde su particular punto de vista la influencia y atracción que estos seres demoníacos despiertan en los humanos y que se ve reflejada en sus conjuros y las consecuencias de los mismos.

Se puede adquirir en AMAZON desde aquí

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10
May

Rue de l’Avenir

Los imposibles de hoy serán posibles mañana. Tsiolkovsky

En la Rue de l'avenir, acera rodante de la Exposición Universal del 1900, aún se palpa la emoción. La mecha prendió a las doce en punto.
El Kaiser Stolz –proyectil de un único tripulante– ha sido lanzado al modo Barón de Münchhausen, por su trayectoria creo que ya desciende. Propulsándose con hidrógeno líquido la Первая космическая скорость (Primera Velocidad cósmica) de Tsiolkovsky nos ha dejado atrás, muy atrás, demasiado. Mientras tanto, los norteamericanos dan forma al sueño del visionario Verne. El Columbiad, con sus cuatro tripulantes, aspira a llegar antes que nadie a su destino. Un dragón atraviesa el cielo iluminando su corto recorrido: los chinos -confiados en la pólvora- desplegaron un fugaz cometa de papel que desaparece junto a fuegos de artificio. Entre mis rivales hubiera preferido encontrarme a la mismísima reina Victoria en la Prince Albert británica de Boulton & Watt. Cilíndrico rodeado de válvulas diminuto después de desprenderse de los cincuenta metros de tubos con los que condesar el vapor de sus más de cuarenta calderas. La Centella, mi nave, desapercibida en su lanzamiento –gracias a la electricidad acumulada por el Excitador Eléctrico Universal ni fuego, ni humo, ni tan siquiera ruido–, es ahora visible a simple vista, millares de bombillas refulgen incandescentes.
Ya sólo puedo imaginar que en el Gran Salón del Palais D’Autriche los comentarios de los envidiosos han cambiado. −Les courses de ballons a Vincennes, ¡ese si que fue un espectáculo insuperable! Porque el cielo de París ha mutado los coloridos globos aerostáticos por el humo, las luces y el fuego de nuestras naves y cohetes.
Bajo nuestros pies el planeta figura como un pequeño balón de fútbol del que partimos para no volver.

12/11

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6
Nov

Una tarde cualquiera de verano

Desde la ventanilla los ojos de Rebeca se perdían en las manchas blanquecinas que iluminaban el monótono color de la pradera. Había comenzado a llover y los rebaños parecían huir en estampida en busca del abrigo de los árboles ante el envite de las gotas que caían con fuerza. Le hubiera gustado que el tren se detuviese en aquel momento, bajarse y jugar con ellos pero Adela le sujetaba fuertemente la mano.
—Rebeca dale esto al señor que nos lo está pidiendo.
Con timidez levantó la mirada. Le sorprendió el uniforme. Sobre todo aquella gorra que Paco no dudó en ponerle a la pequeña, ella se echó para atrás y abrazó con fuerza a su muñeca.
Sin mediar palabra y en vista del gesto de rechazo se lo calzó de nuevo y picó los billetes sin perder la sonrisa.
Unos pasos más y se encontró a Pepe que estaba más entretenido en las cuentas y los problemas de su libreta que en atender la demanda del pasaje.
—Ejem,… El billete por fa… —antes de poder terminar su frase se lo entregó, después de punzarlo lo dejó sobre el regazo del pasajero que no tenía ninguna intención de recogerlo.
Refunfuñando se dirigió hasta el final de la fila. Demasiados asientos para tan poca gente, pensó. Le hubiera gustado remodelarlo todo, concentrarlos en un mismo punto, pero no le daba tiempo, además Luís parecía reclamarle, como si tuviese miedo de arribar a su destino antes de ver su ticket revisado. Levantado y con la mano estirada, impaciente, incluso forcejeó con Paco.
—¡Démelo!
Ofendido Paco tuvo que reprimir empujar a Luís. Siempre hacía lo mismo. Nunca estaba conforme con nada. Era el más pequeño y le fastidiaba que nadie le dijera nunca nada, salirse con la suya, que no se lo consintieran todo.
Manuel apareció como intuyendo los problemas, venía tambaleándose entre la fila de asientos y paró justo enfrente de los dos al mismo tiempo en que Rebeca se había levantado y acercado hasta ellos.
—¿Puedo ir a la baño? —Miraba de reojo a Adela.
—Sigue hasta llegar al final, y en el otro vagón la primera puerta a la derecha.
Rebeca corrió sintiéndose liberada, de camino y sin soltar su muñeca se iba sentando en todos los asientos vacíos.
Paco tenía claro que el juego había terminado, se quitó la gorra y la chaqueta con rabia. La voz de Luís, que parecía ajeno a lo que acababa de hacer le devolvió a lo que estaban haciendo.
—Revisor ¿a qué hora llegamos a nuestro destino?
—Ya mismo —afirmó mientras posaba su disfraz en una silla.
—No —intervino Manuel que después de quitarse la chaqueta y la gorra que llevaba se colocó las de su hermano mientras con la mirada le recriminaba su acción. —Falta media hora señor —aseguró —siga con lo que estaba haciendo y disfrute de lo que queda de viaje.
Paco salió del cuarto cruzándose con Rebeca que importunaba con su juego de sillas vacías.
—Vaya, vaya con el señoritingo. Anda vete Paco, y no vuelvas, no te necesitamos para nada.
—Tú te callas Luís, siempre haces lo posible para disgustar a Paquito y fastidiar los juegos.
—No se ha estropeado Manuel, ahora tú eres el revisor lo que quiere decir es que lo que necesitamos es un maquinista. ¡Lo haré yo!
—Eso era lo que querías ¿no? —Adela, incluso Pepe, que dejó sus cálculos por un momento, asintieron ante la afirmación de Manuel.
—Sí —aseveró mientras se ponía el disfraz de maquinista. —Y ahora terminemos la ruta. Una cosa, ¿qué os parece si el tren descarrila? Con tirar las sillas…
—¡No! —contestó Manuel.
—Pues podríamos ser víctimas de un asalto… como en las pelis de vaqueros. ¡Me pido forajido! —Canturreó.
—Pero ¿no eres el maquinista? —Parecían todos sorprendidos.
—¡A cenar!
El tren había llegado a su destino. Pronto anochecería. Colocaron las sillas en su sitio, despegaron la estampa campestre de la ventana del departamento, tomaron a la pequeña Rebeca de la mano que se afanó en recoger su muñeca, apilaron las libretas de ejercicios de Pepe, y una vez desprovistos de los disfraces salieron de la habitación. Aquel verano estaba resultando tan divertido como habían soñado.

Carmen Rosa Signes Urrea (2011)

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4
Ago

Cercanías

E
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29
Abr

El cuadrilátero

Al encenderse la potente luz de los focos, vimos aquel cuadrilátero viejo testigo de encarnizadas peleas marcadas por el amor al deporte y por la obligatoria presencia de las apuestas. Mudo testigo de grandes glorias: Kid Chocolate y Stevenson, entre otros destacados contendientes, bailaron sobre su lona.
Al subir pudimos sentir el vibrar de unas cuerdas que amortiguaron el empuje de unos besos como en su día lo hicieran con los golpes certeros de vencedores y vencidos.
Desde lo alto de aquel espacio, observé algo que hasta ese momento me había pasado desapercibido, entre la penumbra de un rincón vi tres sillas alineadas que soportaban el cuerpo recogido de un anciano que parecía dormitar. En la discreción de su anonimato miraba en silencio nuestros ridículos pasos, juguetones y atolondrados, que mancillaban la memoria de su valioso legado. Marcado por la edad y por incansables horas de gimnasio, de duro entrenamiento, se podía imaginar sobre él un pasado lleno de triunfos, que posiblemente concluiría en el mismo lugar en el que comenzó.
Me impresionó sobremanera aquel encuentro. Y apenas sin mirarle, recelando por si una mueca de comprensible desprecio pudiera salir de su mirada, al temer que nuestro inocente juego de enamorados sobre aquella plataforma que significaba y comprendía toda su vida le hubiese provocado, partimos avergonzados con la certeza de su discreto parecer.

CRSignes 2003

Publicado en Cuba en la antología del Certamen de microcuento El Dinosaurio 2008. Gallina y otros cuentos. Colección: Dienteperro. Editorial: Caja China.

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14
Mar

En Correntilla

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2
Mar

Si el lector no va al libro…

Una tarde el bibliotecario se paró ante algunos vecinos que hablaba frente a un muro de la calle sobre el que alguien había escrito; comentaban que no había hueco que no presentase, en perfecta caligrafía, una palabra o un signo de puntuación continuando un texto que se hacía cada vez más interesante; pero siguió su camino de regreso a casa.
A la mañana siguiente las calles amanecieron totalmente pintadas. La primera reacción de las autoridades fue la de buscar al culpable. Todas las miradas se fijaron en él por que aquellos escritos, que tenían enredadas a las fuerzas policiales, contenían cuentos, poemas, recetas de cocina, haikus, descubrimientos, biografías, novelas y un sin fin de formas literarias reproduciendo ideas, idiomas y todo el arte que suelen contener los libros. “Las Rimas y Leyendas” de Bécquer, “El Quijote”, “Romeo y Julieta”, “El Príncipe” de Maquiavelo, “El Principito”, “El Alef”,… y un largo etcétera de títulos conocidos o por conocer que más bien parecían una extensión de las estanterías de la biblioteca, estaban de esta singular forma al alcance de todos.
Como nadie le había visto hacerlo no pudieron acusarle por lo que fue advertido seriamente y conminado para que no se repitiera aquel mal vicio si deseaba perdurar en su empleo.
Las fachadas de la ciudad quedaron eclipsadas ante la mayor cantidad de graffiti registrados en el mundo. Desde todas partes acudieron expertos de policía, parapsicólogos, estudiosos de la materia, pero ninguno fue capaz de explicar el fenómeno.

ierto como todos los días a las nueve en punto. A los cinco minutos comenzó a temblar. ¡El despido inmediato!, pensó. Un grupo de vecinos, encabezado por el alcalde, se acercaba hacia el mostrador. Para su sorpresa, en lugar de amonestarlo le pidieron libros. Libros que además comenzaron a leer.
No concluyó allí el peregrinaje de lectores. Fue tal la asistencia en la biblioteca que tuvo que aconsejar la lectura de otras obras, pues muchos eran los que pedían ejemplares ya prestado.
De la noche a la mañana aquellos graffiti, que decorando muros y paredes habían redescubierto la lectura, desaparecieron. Los pocos testigos de aquel fenómeno tan portentoso como el que los hizo aparecer, dijeron a las autoridades que simplemente se fueron borrando despacio, casi al ritmo de la lectura de sus palabras.

CRSignes 31/05/09
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16
Dic

La novia sangrienta

La novia sangrienta. ©CRSignes2010

Publicada en el número 1 de la Revista Red Ciencia Ficción, especial Zombies. "La novia sangrienta. ©CRSignes2010"

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10
Oct

El Campo de Magnolias. De Joan Castillo

El vigilante. Brassaï (pseudonym of Gyula Halász) (9 September 1899–8 July 1984)

El chofer del bus se disculpó con su único pasajero, Pedro, por dejarlo un kilómetro antes de la entrada del pueblo “hasta aquí llego” —le dijo, “no entro a ese caserío ni por todo el oro del mundo.” —reiteró, trazándole la ruta para llegar a la taberna del Gago, dónde podía conseguir las instrucciones que le llevaran a su destino. Empezó a caminar por una senda tan pedregosa que en algunas ocasiones debió hacerlo con manos y pies para no caer. Al subir la última loma alcanzó a ver que una bruma gris oscura arropaba por completo las que parecían chozas arruinadas. En la medida que avanzaba reparó en que la gente se veía borrosa, inescrutable.
Hombres y mujeres vagaban semi desnudos mostrando sus partes íntimas. Los machos llevaban los cabellos, bigotes y barbas ensortijadamente sucios. Las mujeres aparentaban no sentir pudor alguno al mostrar sus nalgas y pubis repletos de pelos. Sus miradas como su andar, parecían vagar hacia la nada, se movían como simios borrachos, sin rumbo. Y sin embargo parecían alegres, reían hasta más no poder con sus bocas desdentadas. Sobre sus cuellos colgaban crucifijos de cuentas moradas.
Sin duda, se encontraba dentro de un pueblo espectral poblado de miserables que parecían fantasmas o viceversa. Siguió la ruta que le había trazado el chofer para llegar a la taberna, y llegó. Era la última construcción del pueblo y la única que no lucía arruinada. Frente a ella, un camino ribeteado de tulipanes que sin duda le conduciría al campo de magnolias.
Entró al garito y observó que todas las mesas estaban ocupadas por los hombres y mujeres andrajosos, que hablaban, cantaban y reían en voz alta. Sólo advirtió una mesa ocupada por un hombre distinto, de ojos vivaces, vestido a pantalón y camisa verdes divididos por una finísima correa amarilla. Caminó hasta el bar y pidió un café y una botellita de agua. El hombre del bar le atendió en seguida, y al darse cuenta que era un forastero le preguntó.
—¿Ha ha hacia dónde se se, se dirige el ca ca caballero?
—Al campo de Magnolia, —contestó Pedro entusiasmado.
El hombre lo miró con asombro y no volvió a abrir la boca a pesar de que Pedro le hizo unas dos o tres preguntas.
—No te contestará, —le gritó el cliente vestido de verde.
—¿Puedo sentarme con usted? —Aprovechó Pedro, un poco tímido. —El hombre asintió.
—¿Porque no me contesta el gago? —Preguntó.
—Por qué él prefiere esperar a que regrese, ya que todos los que entran por ese hermoso camino regresan, algunos enajenados como los que ves aquí, y los demás, difuntos en penas, como los que vienen a consumir de noche. Adivino que tú vienes en busca de una mujer.
—¿Como lo sabes?
—Porque a eso vienen todos.
—¿Y tú, que haces aquí? ¿Vienes también en busca de una mujer?
—No, —se defendió rápidamente el hombre. —Soy como un consejero, un mal consejero para ser exacto ya que mi trabajo es persuadir al caminante para que no penetre ese sendero, y nadie me hizo caso nunca. Más bien, aprovecho los visitantes como tú para poder mejorar el funcionamiento de mi vejiga. ¿Puedo pedir una cerveza?
—Todas las que se te antojen, —contestó Pedro —siempre que escuche con atención lo que quiero decirte.
El hombre pidió la cerveza y empezó a beber con avidez; Pedro se dispuso a contar lo que quería contar, pero el hombre le paró en seco.
—No tienes porque hacerlo —le dijo con amabilidad. Yo conozco tu historia, es la de todos, señor.
—Me llamo Pedro, y si conoces mi historia ¿porque no me la cuentas tú? —preguntó de manera burlona.
—Siempre que no falten las cervezas, lo haré. —respondió el hombre, y empezó. —Una noche bastante fría, tú regresabas al hogar caminando desde tu trabajo; al pasar por un parque viste a una jovencita descalza, sentada en unos escalones al lado de la estatua de una niña orinando; llevaba una raída blusa color beige, una bufanda color marrón desteñido y sus cabellos recogidos dentro de una boina gastada del mismo color, pero lo que más te llamó la atención en ese momento era su desabrigo ante esa noche tan fría. Sentiste pena por ella y le pediste llevarla hasta tu casa a lo que ella, luego de muchos ruegos, asintió. Camino a casa tú le preguntaste como se llamaba y te contestó que aún no tenia nombre, preguntaste por igual que dónde vivía y ella te contestó, señalando al Este, que vivía en el campo de las magnolias amarillas, donde la Luna brilla como un cristal encendido y todos los pájaros son de cartón azulados. Luego le inquiriste si tenía frío, hambre o sed, y a todo ello te contestó que si, por esa razón te quitaste el sobretodo y la cubriste. Tu abrigo se impregnó de un olor como el de las azucenas que es el olor de ella. Por último le preguntaste que porque andaba descalza y ella te contestó, que era la única forma de estar en contacto con su madre, la tierra. ¿Cierto?
Pedro no contestó, se encontraba ensimismado. El hombre siguió.
—Al llegar a la puerta de tu hogar ella se adelantó, se paró en frente del porche y te miró a los ojos —tú jamás había visto a una mujer con los ojos amarillos y te preguntó si tú estabas seguro que ella no te molestaba, y tú le contestaste que no, que no estaba molesto en lo absoluto, y en ese momento te avergonzaste porque percibiste un ligero temblor en tu cuerpo cuando viste parte de sus senos blancos bronceados a través de uno de los agujeros de su blusa raída, y no quitaste la vista de su pecho como queriendo apretujarlo en contra tuya para sentir su calor, su tiesura. ¿No es así?
—Sigue, sigue, —contestó Pedro con el rostro encogido por la sorpresa.
—Pídeme la otra cerveza —dijo el hombre. Y Pedro pidió dos cervezas porque él también empezó a beber cerveza. El hombre siguió la narración.
—Cuando entraron a tu casa, ella se dirigió a la chimenea y colocó su boina sobre la alfombra, al lado de la chimenea, donde se sentó, mientras tú te dirigiste a la cocina a preparar la cena. Dispusiste la mesa sobre la alfombra y cenaron a la luz y calor de la chimenea. Para esta ocasión ya tú tenías un deseo casi irreprimible de abrazarla porque cada vez que ella bajaba a prender algún bocadillo tú mirabas por encima de su blusa para vislumbrar sus pezones.
En ese momento a Pedro se le ruborizó el rostro.
—No te me pongas así, mi querido, —a todos les ha pasado, además debes esperar que concluya —tranquilizó el hombre, y continuó. Terminado de cenar, ella te dijo que necesitaba bañarse. Tú accediste y ella entró al cuarto de baño. Tú te encontrabas tan voluptuoso que al escuchar el agua cayendo sobre el piso de la ducha quisiste fisgonear, y al llegar a la puerta del baño la abriste sin querer, ella estaba frente a frente a ti completamente desnuda ya que no había corrido la puerta de la cortina. Se enjabonaba los cabellos con ambas manos. Tú te extasiaste observando los pelos que se deslizaban húmedos debajo de sus axilas, hiciste una mirada relampagueante por todo su cuerpo antes de que ella se tapara. Pero ella no se tapó, por el contrario, te dijo que le gustaba como tú la mirabas, y te invitó a enjabonarla. Tembloroso, accediste.
En ese momento Pedro interrumpió
—¿Pero cómo puedes saber todo eso con lujo de detalles?
—Esos hombres a tu alrededor y los que viste en tu trayecto hasta aquí me lo han contado decenas de veces. —contestó el hombre, y continuó. Tú, palpitante de deseo sensual, pasaste la esponja por su espalda pero no terminaste. Esa piel tan tersa y olorosa te enardeció. Lanzaste la esponja y empezaste a desabotonar tu pantalón mientras penetrabas tus dedos a través de su selva negra. Ella no lo evitó pero si te preguntó sobre lo que tú querías hacer con ella, y tú le contestaste acalorado que la quería follar, y ella te dijo que no, que prefería que tú le hicieras el amor, pero tú estabas demasiado encendido para hablar de follar o de amar, y bajaste por completo el pantalón, y los calzoncillos, y...
Pedro le cortó.
—Has cometido un error —dijo. —Cuando ella me pidió que quería hacer el amor, la comprendí, entendí que ella no sólo quería un simple deleite entre sus pudores y los míos, sino que necesitaba más que penetración y besos pasajeros, cariño, amistad, ternura que fue lo que a partir de ese momento traté de entregarle.
—Bueno, —dijo el hombre, la cuestión no está en follar o hacer el amor sino que te quedaste prendado de ella, al final de una larga jornada de sexo ella se durmió sobre tu brazo derecho con parte de su melena encima de tu pecho; cuando despertaste no estaba y jamás la volviste a ver. Solo te quedaste con el olor de la azucena que permanecerá por siempre en tu sobretodo, por eso has venido, a buscarla.
—Hice el amor con ella sobre la alfombra, —se defendió Pedro, —durmió tal y como dices, al despertar, no estaba. Hasta ahí estás en lo cierto, pero salí a la calle abotonándome la camisa y corrí como un desesperado hasta el parque donde me esperaba, porque me lo dijo “Te esperaba para decirte que volveré esta noche si es de tu gusto”. y le dije que si, y me repitió “Pues espérame.” Y regresó esa noche y todas las noches de todos los días durante semanas y meses, hasta que una mañana me dijo que al otro día no la esperara, que no volvería, que su campo de magnolia le llamaba porque hacia tiempo que no se acunaba bajo el fulgor de la luna encendida, ni caían sobre sus hombros los pajarillos de cartón azulado. Le hacían falta, me dijo, como estaba segura que le haría falta yo. Y no regresó ni al otro día, ni al día siguiente, ni a la semana, y por eso visité todas las jardinerías que encontré en la guía telefónica, para indagar cada pueblo del Este donde hubieran campos de magnolias, y los visité todos, éste es el último.
—Al parecer no te comportaste con ella como hicieron los otros, si es como dices, —indicó el hombre de verde, sorbiendo un largo trago de cerveza. —de todas maneras, yo que tú, no entro, y si lo haces mi deseo es que la encuentres. —finalizó.
Y entró. No bien había recorrido unos cuantos metros cuando sus ojos se extasiaron ante una extensa y ensortijada llanura sembrada de magnolias de variadas especies. Corrió por el campo como un chiquillo, buscaba palpitante de alegría alguna pista que la llevara a ella pero no encontró mas que magnolias de flores blancas brillantes en todo su derredor. Cansado, se recostó sobre la hierba y decidió esperar la noche. En ese momento sintió que algo se posó sobre su hombro izquierdo, lo agarró, era un pajarillo como de cartón azul cielo, le acarició, lo puso en la palma de sus manos y salió volando haciendo zig zag en el aire como un gesto de alegría, fue cuando la temperatura de color del campo varió a un tono desusadamente luminoso, miró hacia arriba y pudo ver la luna como si estuviera hirviendo entre un color blanco sonrosado. Sin embargo, percibió un olor nauseabundo, como el hedor a animales podridos que brotan de algunos árboles y flores. En ese momento observó a algunos hombres y mujeres recogiendo semillas de color morado que ensartaban con esmero en finas lianas del mismo árbol. Entendió que ese no era su lugar en aquel vergel por lo que continuó caminando hacia el Este, hacia donde voló el pajarillo, hasta encontrar un río. Descubrió en lontananza cientos de pajarillos azules alborotando sobre una mata de magnolias y allá se dirigió chapaleando las suaves corrientes debajo de sus pies. Observó fascinado las flores amarillas y debajo un pequeño huerto de azucenas en flor. Intuía su presencia inmanente a esta parte del bosque, y de nuevo un pajarillo se posó sobre su hombro, esta vez no lo tocó porque al parecer el avecilla no quería que le tocara. Miró alerta hacia todos los ángulos del horizonte y no la vio. Se envolvió en el árbol como si estuviera abrazado a ella. Allí permaneció toda la noche, deslumbrado en la extraña luz de la luna. En la mañana, el pajarillo seguía sobre su hombro izquierdo, al parecer no quería abandonarlo. Cortó un par de tallos de las azucenas y un ramillete de magnolias amarillas y sin poder eludir la tristeza, regresó. El hombre de verde, junto al gago, lo esperaban, y entraron a la tasca a terminar las cervezas.
—¿La la la encontraste?, —preguntó el gago casi al unísono con el hombre de verde, sorprendidos ambos por el extraño pajarillo.
—Si, —contestó Pedro.
—¿Te te te laaastimó?
—Si, me lastimó, Gago, —jamás podré vivir sin ella.
Agradeció a ambos sus atenciones y regresó a su hogar. Colocó el pajarillo azul encima de su cama; plantó los tallos de azucenas en una maceta y acomodó el ramo de magnolias dentro de un florero en su mesita de noche. Un deseo poderoso, como una fuerza irresistible lo llevó a mirar por la ventana. El parque lucía desierto, pero borrosamente se vislumbraba alguien sentado en los escalones al lado de la estatua de la niña orinando. La tenue bombilla encima de la estatuilla mostraba que la figura llevaba una boina, al parecer, roja. Se frotó los ojos para ver mejor y pudo figurar que llevaba los pies descalzos.

Joan Castillo
©Derechos reservados.

SEGUIREMOS SIEMPRE PENSANDO EN TI, AMIGO JOAN. TE AÑORO

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15
Ago

Fotógrafos en las Islas Columbretes 10

Fotógrafos en las Islas Columbretes 10 ©CRSignes2008
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