El zootropo
Con el primer giro liberó millones de partículas de polvo que dejaron el aire turbio y el ambiente enmohecido.
La tarde se había presentado aburrida. El intenso frío del invierno le obligaba una vez más a permanecer recluido. Ya no le distraía la manía del abuelo de contarle historias. Durante meses, aquellos que había permanecido enfermo, disfrutó de unas narraciones inagotables. Así conoció cómo fueron los tiempos de la guerra; se estremeció con los misterios de desapariciones, crímenes, fantasmas y objetos voladores; aprendió con las lecciones de historia, ciencias naturales y matemáticas; y soñó con los cuentos clásicos de la literatura y los de la infancia; pero los que más le gustaban eran aquellos que hacían referencia a una máquina fascinante que, según le contaba, era la culpable de muchos de aquellos relatos, un objeto olvidado en algún lugar de la casa. Desde el ventanuco del desván pudo ver la escarcha acumulada en sus cristales. Acercó las manos a su boca para, con su aliento, insuflarles un poco de calor, Hacía mucho frío.
Por su apariencia de lamparilla de mesita de noche con aberturas dispuestas en el cilindro de su pantalla, lo reconoció. Muchas fueron las veces que le había repetido su abuelo el nombre de aquel ingenio, pero no lograba recordarlo. “Zoo…, pensó, zoo…”. Fue entonces cuando al tomarlo giró liberando las partículas de polvo que le hicieron estornudar. Recelando de ser descubierto, se echó la mano sobre la boca y tapó su nariz para amortiguar el sonido.
No tardó en descubrir la magia de aquel objeto que abandonando su pasivo descanso giraba sin control. Por entre las rendijas de su pantalla, observó cómo un personajillo corría y saltaba evitando los obstáculos que hallaba en su camino, en una carrera monótona que le pareció aburrida. Cuando al fin se detuvo la fuerza de su giro ralentizando el paso del muñeco, Carlos reflexionó. Se quedó decepcionado, no le encontraba la gracia. Dispuesto a dejarlo en el lugar en el que lo había encontrado descubrió, amontonados junto al lugar que ocupaba el aparato, un grupo de tiras de cartulina con una sucesión de dibujos seriados impresos.
Retiró al atleta y se dispuso a colocar, una tras otra, todas aquellas tiras. Y así logró ver: las peripecias de un mono saltando árboles por la selva persiguiendo a Tarzán; el duelo de esgrima de los mosqueteros contra los hombres del Cardenal; los artes malabares de un payaso que lanzaba al aire una pelota tras otra; la exótica danza de una bailarina hawaiana a la orilla del océano; los golpes entre dos boxeadores que siempre terminaba con el mismo púgil por el suelo; a un león saltando el aro envuelto en llamas sostenido por el domador;… Carlos perdió la noción del tiempo. Cuando su abuelo apareció, sabía que aquel aparato le habría hecho olvidar el encierro que padecía. Se sentó a su lado dispuesto a seguir contándole historias, tantas como su imaginación liberaba ante las imágenes del zootropo.
CRSignes 08/12/2011
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