Si el lector no va al libro…
Una tarde el bibliotecario se paró ante algunos vecinos que hablaba frente a un muro de la calle sobre el que alguien había escrito; comentaban que no había hueco que no presentase, en perfecta caligrafía, una palabra o un signo de puntuación continuando un texto que se hacía cada vez más interesante; pero siguió su camino de regreso a casa.
A la mañana siguiente las calles amanecieron totalmente pintadas. La primera reacción de las autoridades fue la de buscar al culpable. Todas las miradas se fijaron en él por que aquellos escritos, que tenían enredadas a las fuerzas policiales, contenían cuentos, poemas, recetas de cocina, haikus, descubrimientos, biografías, novelas y un sin fin de formas literarias reproduciendo ideas, idiomas y todo el arte que suelen contener los libros. “Las Rimas y Leyendas” de Bécquer, “El Quijote”, “Romeo y Julieta”, “El Príncipe” de Maquiavelo, “El Principito”, “El Alef”,… y un largo etcétera de títulos conocidos o por conocer que más bien parecían una extensión de las estanterías de la biblioteca, estaban de esta singular forma al alcance de todos.
Como nadie le había visto hacerlo no pudieron acusarle por lo que fue advertido seriamente y conminado para que no se repitiera aquel mal vicio si deseaba perdurar en su empleo.
Las fachadas de la ciudad quedaron eclipsadas ante la mayor cantidad de graffiti registrados en el mundo. Desde todas partes acudieron expertos de policía, parapsicólogos, estudiosos de la materia, pero ninguno fue capaz de explicar el fenómeno.
ierto como todos los días a las nueve en punto. A los cinco minutos comenzó a temblar. ¡El despido inmediato!, pensó. Un grupo de vecinos, encabezado por el alcalde, se acercaba hacia el mostrador. Para su sorpresa, en lugar de amonestarlo le pidieron libros. Libros que además comenzaron a leer.
No concluyó allí el peregrinaje de lectores. Fue tal la asistencia en la biblioteca que tuvo que aconsejar la lectura de otras obras, pues muchos eran los que pedían ejemplares ya prestado.
De la noche a la mañana aquellos graffiti, que decorando muros y paredes habían redescubierto la lectura, desaparecieron. Los pocos testigos de aquel fenómeno tan portentoso como el que los hizo aparecer, dijeron a las autoridades que simplemente se fueron borrando despacio, casi al ritmo de la lectura de sus palabras.
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