10
Ago

Guland

¿Cómo descendí por aquella escalera? De veras me gustaría averiguar cómo lo hice.
“Mis pasos eran rápidos pero la percepción se me antojaba en cámara lenta. Me recordaba el visionado de las películas mudas, cuando la manivela se ralentizaba y el camarógrafo tenía que apurar su labor. Lo único que me viene a la memoria es el pandemónium reinante.”
¿Cuánto tiempo estuve allí? Tiempo es lo único que no me falta.
“De entre aquella luz surgían formas confusas, que empujaban mis carnes. Cada vez más excitada, huía de una fiesta, que se había desarrollado como muchas otras, aquí en Beverly Hills: baile, alcohol,... pactos traspasando los umbrales del sexo y las drogas. Sabías a lo que te exponías, no podías negar la realidad ni hacerte la ingenua. Aquellas manos, que correteaban por mi cuerpo, me guiaron hasta un punto, desde el que observé un panorama endiablado.”
Llegué a la ciudad, y es ahora que puedo aseguraros, que ya no temo regresar a casa. Abandoné la mediocridad. Pasé de ser una chica del montón, aquella que se dejaba tocar por cualquiera, a alguien que ya no tenía que justificarse. De chica del coro a gran diva. He sustituido los encuentros sexuales, para conseguir mis propósitos, por el candor de los abrazos efímeros, y las atenciones pasajeras de tantos amantes y admiradores, mitómanos o no, como deseo. Luego, la soledad. Aquella noche me comprometí con Guland para alcanzar el premio.
“Las voces se trasformaron en palabras. Tan desdibujado como mi recuerdo, aquel sótano acabó convirtiéndose en el escenario de un sueño dentro de otro sueño: el suelo garabateado con símbolos y figuras geométricas, embadurnado en sangre; el oficiante haciéndonos jurar secreto eterno; la invocación, que apenas si recuerdo; y la aparición de un personaje, vestido como de opereta, susurrándonos a cada uno, la forma de perpetuar el don solicitado.”
Desconozco si alguien más lo consiguió, ni me importa. Lástima, que el precio fuera tan alto. Todo lo que se me antoja lo consigo mejorado. Demasiado borracha o drogada estaba aquella noche, para tomar una decisión tan importante. Envidiar la compañía para librarme de la soledad, no me ha servido para nada. Deseo restituir mi respuesta pero sin renunciar al premio. No aguantaría si me superasen.
“¡Qué mala es la envidia!”

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1
Ago

Motor ocupado

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1
Ago

Astaroth

Acababa de escabullirse de la partida de cartas más importante de su vida. Todas sus posesiones perdidas a una sola carta. La medianoche marcaría el cambio de año. Se camufló entre la gente que, bañada en confeti, bailaba por las calles brindando por el momento. Al subir al coche, esquivó la bala que le hubiera matado. Apretó a fondo el acelerador, librándose de la muerte, pero... ¿por cuánto tiempo? Tuvo que improvisar un destino, una nueva vida.

Algo le impulsó a detener el vehículo. Lo recogió empapado, cuando casi había perdido las esperanzas de encontrar a alguien, que le acercara hasta casa.
-Gracias.Pensé, que por ser Año Nuevo, nadie pasaría.
-Es usted afortunado. ¿Dónde le acerco?
-Si me deja en casa, le estaré eternamente agradecido. Parece ser que mi suerte ha cambiado.-Aquel hombre se afanaba por secarse para no empapar la tapicería.
-¿Conoce algún motel cercano?
-Quédese en mi casa. ¡Enhorabuena pasó por aquí!
Durante el trayecto, apenas si intercambiaron palabras. La mansión, del autostopista, tenía un aspecto destartalado. Recordó que la vida le pendía de un hilo; era imposible, que tan pronto, le hubieran localizado, pero no podía bajar la guardia. Tenía pensado descansar lo justo, y seguir su ruta, pero no pudo pegar ojo. Dispuesto a huir, salió de su cuarto. Un sonido, como una entonación musical, le alertó. Su anfitrión realizaba, sin cesar, juegos de azar que, por sus aspavientos y alegrías parecía festejar, pues no perdía nunca. Le llamó la atención, que en cada intento, dedicara un momento a dar vueltas a un gran anillo. Supuso que debía ser el desencadenante de tanta suerte. El destino le regalaba la solución de sus problemas. Si se lo sustraía, podría restituir su deuda, recuperarlo todo, tal vez incluso hacerse rico. Aquella era su oportunidad, la casa se encontraba en las afueras, nadie sabía que estaba allí. Estaban solos, no habría testigos. Entró en la sala. Los rasgos del invitado habían variado. El desdichado intento huir, pero un golpe seco acabó con su vida. Se colocó el anillo, abandonando con desdén el cuerpo. Era el momento de dar un giro a su fortuna.
Puede que aquella suerte, que le abandonara la noche anterior, regresara hasta él. Ganó unas cuantas manos de póquer, antes de que repararan en su presencia, pero no fue por mucho tiempo.
El anillo no tenía más que el valor de su origen. Astaroth, tan sólo concede la suerte a quién lo convoca.

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13
Jul

Paseando por la Habana

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3
Jul

Súrgat

Malandrines, filibusteros y rameras, pasean por el puerto buscando cómo ganarse los cuartos para salir airosos de trifulcas y borracheras. Esquivando proposiciones, Sir James Worsley, camina hacia su cita. Muchas naves permanecen varadas en la dársena de Puerto Príncipe. Hacía años que los ciclones no golpeaban Haití con tanta virulencia. El capitán espera junto al zaguán de la taberna. Con un cruce de miradas descubre el arrojo y la osadía, que anda buscando.

-Ambos sabemos que nos trae hasta aquí. Sobran las monsergas si su determinación tiene el valor de su mirada. Me han hablado muy bien de usted capitán.

Sobre la mesa, Sir James, desliza un gran anillo con sello y un brazalete.

-¡Aquí está el escudo! Ya sabe que el premio debe ser colectivo. No permitiré que traicione a mi tripulación.
-Todos recibirán lo que les corresponda. Le advierto que, el “Súrgat”, es un galeón sin par, el más rápido que surca estos mares. En cuanto a la ruta, capitán, os dará la impresión de que la conoce. No le contradigáis.

Una tripulación hastiada del descanso prolongado, madruga entusiasmada por la proximidad de la partida. Arriban al pie de la nave, y se maravillan de su grandiosidad. El “Súrgat” despliega el velamen, y parte rumbo hacia alta mar.

-Sir James, cierto es que parece conocer el camino. Presiento que pronto avistaremos tierra. -Razón no os falta, mañana arribaremos, pero hoy os suplico que confiéis en mi. Nadie debe molestarme ni tan siquiera vos. Os lo ruego.

Pero el mar curte de forma distinta, y la confianza hecha jirones, del capitán, agudiza el instinto de supervivencia, desdeñando de la lealtad. Extraños ruidos le alarmaron. Abrió la puerta dispuesto a averiguarlo todo, justo en el momento en el que, Sir James, blandiendo una espada, retuvo la aparición de un ser horripilante.

-“Por Adonay, Súrgat, me concedas el poder de hallar tesoros bajo tierra y en otros lugares”.

El capitán observó como la criatura le ofrecía un gran anillo dorado. En el momento en el que éste pasaba a manos de Sir James, el marino, cegado por la ambición se lanza para recogerlo.
El barco es zarandeado violentamente hasta que la fuerza del oleaje lo hace zozobrar.
Sobre un mar calmado, unos signos cabalísticos acompañados por la figura de un gallo, y escritos con sangre sobre un pergamino, sirven de epitafio a la catástrofe del “Súrgat”.

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2
Jul

El arcano número 21. El Ciclo/El Mundo

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1
Jul

Oscuro

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1
Jul

El arcano número 21. El Ciclo

Encaramado en la barandilla se pierde en los viandantes. Escruta sus rostros, observa su caminar, atiende al bullicio, se deja enredar por las sensaciones que le proporciona estar completamente al margen. Experimenta un sosiego extraño, casi pecaminoso, acrecentado por la inmovilidad voluntaria y por primera vez, siente la urbe con morbosa envidia.

Camina por la terraza, cambia la perspectiva, renueva con el viento que llega, los sentidos y se abstrae.

La tarde ha comenzado, el olor de la siembra lo invade todo. Los campesinos descansan bajo la sombra que les cobija, beben y festejan el final del trabajo. Ahora sólo les queda almacenar y dejarse invadir por el letargo de los duros días del invierno que pronto llegará. Cargan las bestias con premura, agosto sorprende a veces con tormentas inoportunas. Los quejidos de una pollina, desplazada a golpes, rompen la armonía. Se asombra del desinterés de estas gentes al ver su trabajo cumplido y recuerda cuando él sentía de igual forma por las cosas conclusas, sin tener a bien analizar el esfuerzo realizado, fascinado en su contemplación y descansando, al fin, de las preocupaciones.

Vira nuevamente y se encuentra con la noche que desclasifica sus sueños. Aplaca su curiosidad en la vida que siempre ha estado ahí, rodeándole, pero en la que nunca a reparado. Un bullir de gente extraña que circunda las estancias conocidas. Como la representación faraónica de una ópera en la corte, se pierde en los detalles que desde la azotea le muestran la sencillez de la vida y la complejidad del deseo. Lo bueno y lo necesario frente al sufrimiento de quienes se esmeran por conseguirlo. En sus rostros cree ver el afán por el descanso merecido.

Respira hondo mientras su vista se proyecta a un firmamento que se le presenta con toda su majestuosa grandeza. Empequeñecido ante su agónica imagen, ¡pobre carcamal! Apenas si puede levantar una mirada desafiante a los dioses. Baja su rostro firme en si mismo. Siente que todo termina, pero yerra. Es todo lo contrario.

Un cuarto de vuelta y todo retorna. La luz naciente le daña los ojos. El sol despunta entre las olas de un mar sereno que rejuvenece con su fragancia húmeda y en constante movimiento. Comprende la verdad de su recorrido y descansa de sus contemplaciones. Cesante de fortaleza y determinación deja que todo continúe su ciclo y muere.

Carmen Rosa Signes 190106

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26
Jun

Bechard

La falsa explosión del vehículo, mitigó el sonido del cañonazo. Subía desorientada por la calle Obispo. Sus pasos, por la adoquinada calle habanera, la llevaban maquinalmente hasta el Floridita. Ya en la puerta dudó. Quedó paralizada al ver la patrulla policial detenida en la esquina, suscitando el recelo de uno de los guardias.

-¿Le ocurre algo?
-¿Podría decirme la hora?
-Las nueve.

Parecía como si algo fuera a suceder entre ambos, pero la dejó tranquila. Su ropa distaba de la elegancia que solía exhibirse en el Floridita. Aún temiendo que la echaran, entró. Soñó que encontraría lo que tanto ansiaba en aquel lugar y a esa hora. Diana nació hermosa. Su cuerpo se había formado voluptuoso y deseable, pero no encontró el amor. Ahora, con casi cuarenta años de edad, se desvivía por dejar atrás aquel vacío. Al no lograr introducirse en las viejas tradiciones orishas de su isla, rumió que si Dios olvidó bendecirla, quizás el demonio lo haría. Y comenzaron los sueños. En la barra, rebuscó en su monedero; con unos pocos centavos no le servirían nada. El camarero le entregó un vermouth.

-Cortesía del caballero. -Le dijo, señalando detrás de ella.

Aquel hombre estaba acompañado por dos mujeres, que pavoneaban sus encantos. Antes de que nadie sospechara de la ilegalidad del encuentro, se aproximó.

-Tengo entendido que le interesa esto. -Sobre la mesa dejó un voluminoso paquete.
De cerca, el color cetrino del traje del caballero se confundía con el tono de su piel, en una extraña mezcla. Intentó alejarse presa del pánico, pero él la sujetó por la muñeca obligándole a sentarse.

-No menosprecie el poder del que le hago entrega. ¡Bechard acudirá! Esta carta contiene las palabras que lo traerán. Sólo debe conseguir un gallo para el sacrificio. El resto: la espada de Adonaii con la que marcar el lugar del conjuro, el carbón vegetal, y el pergamino virgen, lo encontrará aquí dentro.

Bien por la expresión de su rostro, o por la maliciosa forma de manosear a sus acompañantes, no dejó que el extraño alcahuete concluyera su discurso. Salió corriendo.

-Señorita, parece asustada.

De nuevo aquel guardia.

-¿Permite que la acerque hasta su casa?

Por la puerta del Floridita asomó un caballero acompañado por dos mujeres que, entre risas y besos, alborotaban la calle.

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16
Jun

En el Floridita

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3
Jun

Arcano 0. El Loco.

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3
Jun

El arcano número 0. El Loco

Debemos prepararnos. Creo que nuestra estancia en esta ciudad debe finalizar sin más demora. No tardarán en descubrir mi engaño, las falsas monedas con las que pagué a mis deudores se desvanecerán. Pronto partirán en bandada para atraparme.
Por suerte, tengo lo que vine a buscar y el contacto que necesitaba para alimentar mi codicia de saber.
Ya “El Sarraceno” tuvo a bien mostrarme sus escritos, algunos encriptados, y los de Abraham Ben Samuel Zacut, su maestro en las nobles artes de la Cábala, por lo que pude tomar cumplidas anotaciones de los mismos.
¡Qué difícil es en estos tiempos hacerse respetar, cuando la única ambición que uno tiene es la del saber!
No puedo tolerar que tanto conocimiento caiga en el crisol del olvido y la superchería, trasmutándose en ignorancia.
Siguiendo los pasos de aquellos maestros que lograron huir, llegamos a España. Pero me temo que mi tiempo aquí también se acaba.
Al menos yo, creo que conseguiré mi objetivo. He lidiado con la muerte, he sido testigo de la fragilidad de la vida. He podido comprobar, con mis propios ojos, que los hombres solo buscan el mal de los otros hombres y me he aprovechado de ello.
¿Está mal? ¿He obrado de forma execrable por engañar a aquellos que buscaban la destrucción de sus congéneres?
Sí, sin duda. He sido un descarado, un desvergonzado timador, pero no erraré creyendo que Henry Cornelius Agrippa no será recordado exclusivamente por ello.
Marcharemos de Valencia, lo mismo que en su día nos alejamos de tantas otras importantes urbes. Y lo haremos con el atillo lleno y la mente cada vez más repleta de conocimiento. Partiremos fiel amigo, junto a nuestros lebreles, hacia Elna, su monasterio alberga gran cantidad de libros alquímicos. Y luego, quizás, tal vez,… Avignon.
Si algo he podido comprobar en mi desdicha es que ésta hermana a la gente. Por los más agrestes caminos de mi huída, me tropecé con gitanos que supieron muy bien el porqué de la precipitación de mis pasos. No tuve que decirles nada, faltó con que me miraran a los ojos. Me cobijaron sin preguntas y siempre disfrute de su tango y su alegría antes de continuar mi camino.

Carmen Rosa Signes 100206

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20
May

El reflejo de un reflejo

¡Ahí está nuevamente! Si algo me resulta más sobresaliente en toda su fisonomía, quizás solamente apreciable por mi, es el miedo de su expresión y las palpitaciones crecientes de ese corazón, atrapado en nuestro reflejo, único vínculo que nos une y que me hace estremecer; estoy encerrado, pero nadie podrá nunca saberlo, a no ser que encuentre un modo para comunicarme con esa otra realidad, que ya no es la mía, o que consiga darle la vuelta a la situación, igual que ya ocurriera aquel día. El muy pícaro, sabe que es posible, y traspasa frente a mi con cautela. Tiene miedo, lo sé.
La vida continúa; no me falta de nada aquí y ahora, salvo la existencia que ya no me pertenece, y esa es la única cuestión que me angustia. Esa… y los míos. Me gustaría saber si son conscientes del cambio. Pequeños detalles, que me caracterizan, que me distinguen debieran alertarles; él es zurdo, y yo siempre fui diestro. ¿Por qué no lo ven? Siento como se acelera nuestro pulso, cuando estamos cerca, y son esas palpitaciones las que confío que algún día le delaten. No voy a perder la calma. Deseo reservar mi rabia, como arma en contra de esto, tan inexplicable y terrible. Dejar que la demencia tome posesión de mi, sería sencillo; a veces los veo pasar; él no puede escapar de mi, de su reflejo, sé que eso le preocupa; supongo que teme que pueda averiguar cómo darle la vuelta a todo; si él consiguió salir, ¿qué me impide a mi retornarlo a su lugar? A su reflejo.
Al desorden y la confusión, de los primeros momentos, después de que mi torpeza me trasladara al otro lado, siguieron la reconstrucción de los hechos; el tropezón en aquel maldito espejo giratorio, del vestidor del dormitorio, fue el culpable, en mala hora lo compré; siempre me había parecido extraña la forma, en la que me veía reflejado, el gesto de mi rostro, tan inusualmente huraño, por lo que procuraba no arreglarme nunca allí. Esta realidad no sensorial me está afectando, me inunda de dudas. ¿Quién ha arrebatado la vida a quién? ¿Quién merece la angustia de una realidad, atrapada en un reflejo?

Carmen Rosa Signes 12 de septiembre de 2005

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19
May

Plaza Maria Agustina. Castellón

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29
Abr

El romero, el engaño y la muerte

Una corriente helada, me sacó de la ensoñación y ahuyentó los efluvios de tu recuerdo, para hacerme retornar a la realidad que te alejaba lacerando mi ánimo. Largas horas de vigilia en las que soñábamos despiertos, única posibilidad que nos permitían para mantener el humor. Cualquier ruido encogía nuestros corazones, revolvía nuestra voluntad. En lo recóndito del pensamiento, en ese momento cuando éste nos evade de la verdad, el miedo desaparece convirtiendo a la muerte en la amante soñada. Quizás, no debimos abandonarnos tanto al ubicuo pasaje de los deseos, pero ¿qué más podíamos esperar cuando todo ya estaba decidido?
El muro, se extendía envolviendo el campamento. Fuera de él, la vida cobraba mayor valor. Setenta y dos horas de guardia. En ocasiones imaginábamos, que el paso de las tropas enemigas era en retirada; entonces, nos sorprendía el siseo de una bala perdida, o el vuelo de un ave espantada.
El viento mecía las ramas y las hojas de los árboles. Mientras, el sol continuaba con su deambular transformando las sombras, ora en monstruosos, ora en los cálidos trazos de tu presencia. La lluvia, copioso encuentro del agua contra un suelo seco, tuvo mucho que ver en nuestro primer encuentro. El aire, invadido por el olor de la tierra al fin humedecida, había pasado a suavizar su aroma mezclándolo con el del romero, y otras hierbas aromáticas. No me sorprendió comprobar que tu cabello, repleto de diminutas flores lila, desprendía el mismo aroma hipnótico, excitante. Contrastando con el reflejo de tu negra cabellera, las nubes se trasladaban veloces, como un telón que anunciara el final de la función. Fue entonces que volvió a mi, empujado por el viento, tu perfume.
La lluvia persistente, que había convertido la tierra en barro, deshizo las matas de romero desperdigando, en todas direcciones. su olor. Me atrapó al instante, velando mis sentidos con su fragancia. Penetró al tiempo, que la bala se alojaba en mi. La muerte usó del engaño, para evitar mi pelea. Su negro manto simulaba tu cabello, los ruiseñores falsearon tu voz, solamente el aroma del romero fue cierto. Desperdigada por el viento, aquella fragancia me transportó hasta sus brazos, en la dulce entrega del último suspiro. Pero aunque cree haberme engañado, siempre seré tuyo.


Carmen Rosa Signes 15 de octubre de 2006

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