1
Ago

Astaroth

Acababa de escabullirse de la partida de cartas más importante de su vida. Todas sus posesiones perdidas a una sola carta. La medianoche marcaría el cambio de año. Se camufló entre la gente que, bañada en confeti, bailaba por las calles brindando por el momento. Al subir al coche, esquivó la bala que le hubiera matado. Apretó a fondo el acelerador, librándose de la muerte, pero... ¿por cuánto tiempo? Tuvo que improvisar un destino, una nueva vida.

Algo le impulsó a detener el vehículo. Lo recogió empapado, cuando casi había perdido las esperanzas de encontrar a alguien, que le acercara hasta casa.
-Gracias.Pensé, que por ser Año Nuevo, nadie pasaría.
-Es usted afortunado. ¿Dónde le acerco?
-Si me deja en casa, le estaré eternamente agradecido. Parece ser que mi suerte ha cambiado.-Aquel hombre se afanaba por secarse para no empapar la tapicería.
-¿Conoce algún motel cercano?
-Quédese en mi casa. ¡Enhorabuena pasó por aquí!
Durante el trayecto, apenas si intercambiaron palabras. La mansión, del autostopista, tenía un aspecto destartalado. Recordó que la vida le pendía de un hilo; era imposible, que tan pronto, le hubieran localizado, pero no podía bajar la guardia. Tenía pensado descansar lo justo, y seguir su ruta, pero no pudo pegar ojo. Dispuesto a huir, salió de su cuarto. Un sonido, como una entonación musical, le alertó. Su anfitrión realizaba, sin cesar, juegos de azar que, por sus aspavientos y alegrías parecía festejar, pues no perdía nunca. Le llamó la atención, que en cada intento, dedicara un momento a dar vueltas a un gran anillo. Supuso que debía ser el desencadenante de tanta suerte. El destino le regalaba la solución de sus problemas. Si se lo sustraía, podría restituir su deuda, recuperarlo todo, tal vez incluso hacerse rico. Aquella era su oportunidad, la casa se encontraba en las afueras, nadie sabía que estaba allí. Estaban solos, no habría testigos. Entró en la sala. Los rasgos del invitado habían variado. El desdichado intento huir, pero un golpe seco acabó con su vida. Se colocó el anillo, abandonando con desdén el cuerpo. Era el momento de dar un giro a su fortuna.
Puede que aquella suerte, que le abandonara la noche anterior, regresara hasta él. Ganó unas cuantas manos de póquer, antes de que repararan en su presencia, pero no fue por mucho tiempo.
El anillo no tenía más que el valor de su origen. Astaroth, tan sólo concede la suerte a quién lo convoca.

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