El arcano número 0. El Loco
Debemos prepararnos. Creo que nuestra estancia en esta ciudad debe finalizar sin más demora. No tardarán en descubrir mi engaño, las falsas monedas con las que pagué a mis deudores se desvanecerán. Pronto partirán en bandada para atraparme.
Por suerte, tengo lo que vine a buscar y el contacto que necesitaba para alimentar mi codicia de saber.
Ya “El Sarraceno” tuvo a bien mostrarme sus escritos, algunos encriptados, y los de Abraham Ben Samuel Zacut, su maestro en las nobles artes de la Cábala, por lo que pude tomar cumplidas anotaciones de los mismos.
¡Qué difícil es en estos tiempos hacerse respetar, cuando la única ambición que uno tiene es la del saber!
No puedo tolerar que tanto conocimiento caiga en el crisol del olvido y la superchería, trasmutándose en ignorancia.
Siguiendo los pasos de aquellos maestros que lograron huir, llegamos a España. Pero me temo que mi tiempo aquí también se acaba.
Al menos yo, creo que conseguiré mi objetivo. He lidiado con la muerte, he sido testigo de la fragilidad de la vida. He podido comprobar, con mis propios ojos, que los hombres solo buscan el mal de los otros hombres y me he aprovechado de ello.
¿Está mal? ¿He obrado de forma execrable por engañar a aquellos que buscaban la destrucción de sus congéneres?
Sí, sin duda. He sido un descarado, un desvergonzado timador, pero no erraré creyendo que Henry Cornelius Agrippa no será recordado exclusivamente por ello.
Marcharemos de Valencia, lo mismo que en su día nos alejamos de tantas otras importantes urbes. Y lo haremos con el atillo lleno y la mente cada vez más repleta de conocimiento. Partiremos fiel amigo, junto a nuestros lebreles, hacia Elna, su monasterio alberga gran cantidad de libros alquímicos. Y luego, quizás, tal vez,… Avignon.
Si algo he podido comprobar en mi desdicha es que ésta hermana a la gente. Por los más agrestes caminos de mi huída, me tropecé con gitanos que supieron muy bien el porqué de la precipitación de mis pasos. No tuve que decirles nada, faltó con que me miraran a los ojos. Me cobijaron sin preguntas y siempre disfrute de su tango y su alegría antes de continuar mi camino.
Carmen Rosa Signes 100206
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