18
Nov

En el barrio chino de La Habana

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18
Nov

Hablar como el agua De Luís Oliver Guasp

Era como un rocío de asombro, cuando su voz aparecía en la penumbra de la habitación matizado con un fondo de música blandamente sincopada. Se preguntaba ¿cómo podido llegar hasta allí? Muchas veces le habían explicado aquello del dipolo radiante, las oscilaciones entretenidas columpiándose en las bobinas de cobre, el incomprensible camino del éter. Pero en vano. Le parecía mentira que la voz llegara con tanta calidez y dulce desenfado, unas veces con tintes casi tropicales de naranja o palmera; otras como bañada por un mar lejano del que eran recuerdo las conchas y estelamares que dormitaban en la estantería.

¿Quién era la dueña de voz tan sugerente? Como el manar de sus palabras había modelado un paraje extraño donde ubicarla. Se la imaginaba en una ventana abierta junto a una mesilla salpicada por diversos papeles, cuyo contenido de leyendas lanzaba al aire de la media tarde que le llevaba arriba y abajo, al país de las nubes y al ajedrez de las calles y manzanas de una ciudad bullente, para acabar depositándolo en un patio de luces, precisamente aquel donde asomaba su cuarto abigarrado.¿Y la música? También llegaba música.
Las notas viajeras debían proceder, sin duda, de un piano pequeño instalado a un paso de la mesilla y el pianista no podía ser otro que un inquieto mono bermejo al que probablemente ella le habría puesto de nombre Marcabrú. Y así, por tal cascada de amenos desvaríos andaba el pensamiento que habitaba el recinto vocalmente invadido. Carmen, al llegar a la ventana de comunicaciones se sumergía en un bosque de fábulas y luego dejaba que Marcabrú levantara el castillo de notas musicales sobre su piano. Arropada por la melodía, se colgaba del vuelo de una nube circulante en forma de gaviota que, a intervalos, cruzaba el espacio divisable. Cuando la nube se perdía de vista, ella se quedaba prendida en la transparencia del viento y solo bajaba una vez extinguida la última nota de la canción que fenecía. Así, le sorprendió un día algo inesperado. Un soplo de brisa, descargó de súbito, por la ventana, un tropel de hojas secas en amarillos y ocres, cubrieron la mesa, el piano y al desconcertado simio de oro viejo, hicieron del suelo de azulejos la senda de un parque en otoño y una esencia de humedad y enigmas se dejó sentir en el ambiente. Marcabrú no tardó en atreverse con las hojas intrusas y a puñados, las tomaba y esparcía por la estancia. ¿Pero cómo? ¿Van escritas? Cierto, todas llevan algunas palabras intrigantes. “¡Ya tengo una historia para la próxima semana!” Diciendo esto, Carmen recogió una cuantas de aquellas páginas peregrinas hasta que consideró que tenía suficiente. Caía la tarde con su esplendor acostumbrado y ya no tenía nada más que hacer en la ventana, de manera que se despidió del mono y salió a la calle con su cuadernillo de hojarasca. Se preguntaba sobre quién sería el autor de tan natural extravagancia. Como era de carácter jovial se inclinaba a dibujar en la imaginación las quimeras más afortunadas en torno al remitente fantasma. Lo representaba todo rodeado por cestas llenas de castaño de indias, puestas allí cuidadosamente para que fermentaran despacio con la sutil alquimia de varios mohos aromáticos. Se figuraba en unos estantes los frascos de la tinta verde cromo con las que escribía en los vegetales aquellas palabras errantes. Suponía en fin, una atmósfera de busca y horas poéticas sin límite. Pero acaso no imaginaba las telarañas del tiempo, las cadenas de hierro y niebla inmutables a pesar del óxido del verano. Y acaso no sabía de los lienzos oscurecidos que pendían de los muros, cobijo de un espacio donde llovía su voz intermitente, cambiando el juego de luz a más dulcificado. Al margen de muchos aconteceres cotidianos un pensamiento vacilaba como la llama de un cabo de vela: ¿se puede romper siquiera una brizna de verdad en un arroyo de palabras? Ciertamente, sí. Incluso una palabra sola tiene siempre algo de verdadero, un destello de realidad cercana. Entonces ¿cuál es tu preocupación? A veces las palabras, se nos van de las manos y sugieren, por su cuenta, reflejos dorados no previstos. Ese era el temor que rondaba al habitante del cuarto. Hacia nueve días desde que viera partir el tumulto de hojas secas, confiadas a una ráfaga tibia del norte. Recordaba la subida a la azotea llevando a cuestas el cestón rebosante de frondoso amarillo, el levantar la carga por encima de la cabeza y el surgir del espeso chorreón de hojas volando, sobre los tejados, hacia su destino. Recordaba también el tumulto de las golondrinas y vencejos, cuya alarma, al verse atropellados formaba una red de largos chirridos en la quietud atardecida. Y tales recuerdos le causaban alguna zozobra pues pensaba que aquello no tenía vuelta atrás. Más aún, el momento en que las consecuencias de todo ello se haría patentes estaba a punto de llegar. Siete campanadas cayeron pausadamente por la rendija de la ventana, luego la sintonía, como la evocación de un país remoto se apodera del tiempo unos instantes para bajar enseguida a segundo plano. La voz de lluvia, con su fragancia de tierra mojada comienza a verterse en un amable saludo que desemboca encima de una música diferente y después otra canción húmeda.

Ahora reaparece la voz y su acento de mujer cálido y apacible va trenzando una inverosímil y casi descabellada narración que dice de este modo: Hablar como el agua. “Era como un rocío de asombro, cuando su voz aparecía en la habitación matizado con un fondo de música blandamente sincopada. Se preguntaba como podía llegar hasta allí…”

Luis Oliver Guasp - Castellón 1992

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18
Nov

Bicitaxi

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18
Nov

Ambos mundos

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18
Nov

Relato del goliardo de Marcel Schowb

Yo, pobre goliardo, clérigo miserable errabundo por los bosques y los caminos para mendigar, en nombre de Nuestro Se­ñor, mi pan cotidiano, vi un espectáculo piadoso, y oí las palabras de los niñitos. Sé que mi vida no es muy santa, y que he cedido a las tentaciones bajo los tilos del camino. Los hermanos que me dan vino bien se dan cuenta de que estoy poco acos­tumbrado a beber. Pero no pertenezco a la secta de los que mutilan.
Hay menteca­tos que les sacan los ojos a los pequeñue­los, les cortan las piernas y les atan las manos, con el objeto de exhibidos y de implorar la caridad. He aquí por qué ten­go miedo. al ver todos estos niños. Sin duda. los defenderá Nuestro Señor. Ha­blo al acaso, porque estoy lleno de ale­gría. Río de la primavera y de lo que vi. No es muy fuerte mi espíritu. Recibí la tonsura de clérigo a la edad de diez años, y he olvidado las palabras latinas. Soy se­mejante a la langosta: porque salto. Aquí y allá, y zumbó, y a veces abro las alas de color, y mi cabeza menuda está transpa­rente y vacía. Dicen que San Juan se ali­mentaba de langosta en el desierto. Sería necesario comer muchas. Pero San Juan de ningún modo era un hombre como nos­otros.
Estoy lleno de adoración por San Juan, porque era vagabundo y decía palabras incoherentes. Me parece que debieron ser más suaves. Este año, también es suave la primavera. Nunca tuvo tantas flores pálidas y rosadas. Las praderas Están la­vadas recientemente. Por todas partes resplandece la sangre de Nuestra Señor en los setos. Nuestro Señor Jesús es color de azucena, pero su sangre es bermeja. ¿ Por qué? No lo sé. Esto debe de estar en algún pergamino. Si yo hubiese sido ex­perto en letras, tendría pergamino, y es­cribiría en él. De este modo comería: muy bien todas las noches. Iría a los conventos a rogar por los hermanos muertos e ins­cribiría sus nombres en mi rollo. Trans­portaría mi rollo de los muertos, de una abadía a la otra. Es una cosa que agrada a nuestros hermanos. Pero ignoro los nombres de mis hermanos muertos. Pue­de ser que Nuestro Señor tampoco se cui­de mucho de saberlos. Me pareció que todos estos niños no tenían nombres. Es seguro que los prefiere Nuestro Señor Jesús. Llenaban el camino como un enjam­bre de abejas blancas. No sé de dónde
venían. Eran pequeños peregrinos. Te­nían bordones de avellano y de álamo. Llevaban la cruz a la espalda; y todas es­tas cruces eran de innumerables colores.
Las vi verdes, que debieron de estar he­chas con hojas cosidas. Son niños salva­jes e ignorantes. Vagan no sé hacia donde.
Tienen fe en Jerusalén. Pienso que Jeru­salén está lejos, y que Nuestro Señor debe estar más cerca de nosotros. No lle­garán a Jerusalén. Pero Jerusalén llegará a ellos. Como a mí. El fin de todas las cosas santas radica en la alegría. Nuestro Señor está aquí, en esta espina enrojeci­da, y en mi boca, y en mi pobre palabra. Porque pienso en él y su sepulcro está en mi pensamiento. Amén. Me acostaré aquí baja, el sol. Es un sitio santo. Los pies de Nuestro Señor santificaron todos los lugares. Dormiré. Que Jesús haga dor­mir en la noche a todos estos niñitos blan­cos que llevan la cruz. En verdad, yo se lo digo. Tengo mucho sueño. Yo se lo digo, en verdad, porque tal vez él no los ha visto, y debe velar por los niñitos. La hora del mediodía pesa sobre mí. Todas las cosas son blancas. Así sea. Amén.

(Fragmento del libro La cruzada de los niños de Marcel Schowb)

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17
Nov

Paseando en bici por La Habana

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12
Nov

El poeta maldito

A Charles-Pierre Baudelaire (9 de abril de 1821-31 de agosto de 1867), al cumplirse 185 años de su nacimiento.

Traspasar los umbrales del tiempo. Permanecer, concatenar las atenciones y el recuerdo de los amados, tanto en vida como después de la muerte.

*A la montaña he subido, satisfecho el corazón.
En su amplitud, desde allí, puede verse la ciudad:
un purgatorio, un infierno, burdel, hospital, prisión…

Este aniversario quiero que sea distinto.

*… Florece como una flor allí toda enormidad.
Tú ya sabes, ¡oh Satán, patrón de mi alma afligida,
que yo no subí a verter lágrimas de vanidad…

Mucho tiempo hace que nos dejó, pero su huella acompaña mis pasos de lectora enamorada. Marca un camino siempre renovado, en el que cada rincón huele a nuevo, a viejo. Ora con un sol que quema hasta la piel mulata de su amante, ora con el frío paralizante de su cuerpo inerte por las tortas del opio, del hachís o del alcohol que alimenta su alma y desgasta su cuerpo.

*…Como el viejo libertino busca a la vieja querida,
busqué a la enorme ramera que me embriaga como un vino,
que con su encanto infernal rejuvenece mi vida…

Acaparar, una y mil veces, las mieles del triunfo, de la polémica, del placer y del odio hasta desfallecer. Sucumbir a los excesos.
No es difícil imaginar la burlona expresión de su rostro al ver descuartizados sus poemas. Las flores del mal sucumben al espanto de unos pocos, pero renacen una y mil veces ante el puritanismo y es, precisamente, esa demostración de intolerancia la que los eleva.

*…Ya entre las sábanas duermas de tu lecho matutino,
de pesadez, de catarro, de sombra, o ya te engalanes
con los velos de la tarde recamados de oro fino,…

La expresión del poeta maldito que se rinde rápido a la muerte. La afasia enmudece su boca, la sífilis atenaza sus músculos, cierra las puertas de sus recuerdos, altera su razón. Le enloquece.
Las brumosas visiones de su mente enajenada ya no atesoran la experiencia, la rebeldía y la pasión. Nos transportan hasta los umbrales de la tristeza con la que sucumbe.
Me pierdo en las dimensiones de su alma atormentada.
Experimentando en su lectura, busco las respuestas a mis propias obsesiones, y descubro al hombre inconforme y desencantado, que se sincera consigo mismo.

*…te amo, capital infame. Vosotras, ¡oh cortesanas!,
y vosotros, ¡oh bandidos!, brindáis a veces placeres
que nunca comprende el necio vulgo de gentes profanas.

Carmen Rosa Signes 9 de Marzo de 2006

* Epílogo del Spleen de París-1857

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7
Nov

El libro de Monelle

“Y Monelle dijo: te hablaré de la vida
y de la muerte…
… No digas: vivo ahora, moriré mañana.
No partas la realidad entre vida y muerte.
Di: ahora vivo y muero…”

“El libro de Monelle” de Marcel Schwob.


La única luz proviene de mi mente.
La noche impide que entren los reflejos por los cristales, demasiado sucios para dejarse atravesar por destellos mejores que los que me proporcionan la absenta y el láudano.
Me niego a que la claridad invada mi morada. A oscuras todo es más sencillo. Por eso reservo la lucidez para las noches.
James me ha dicho que si sigo así caeré enfermo, que la vida no puede terminar de este modo…
Ayer maté una luciérnaga, vino para recordarme tu ausencia. Profanar con su vuelo destellante el lecho vacío.
Mientras la sostenía en mi mano, sentía mi corazón latir al ritmo de esas trémulas alas que se agotaban intentando remontar su vuelo truncado. Anhele que mi vida se detuviera con ellas. Sobre una hoja vacía dejé caer su cuerpo aún vacilante, deseando que, en el blanco impoluto de mi desconsuelo en el que el abandono me ha desprovisto de todo, al menos sirviera para tomar conciencia de lo soy, de lo que me espera y de lo que queda de mí.
Te debo mucho Louise, incluso ahora que no encuentro la forma de continuar sin ti.
Mi determinación de no apartarte de mi lado me anima a seguir adorándote.
La conducta bohemia y díscola que me arrastró hasta ti, quedará atrás. De igual forma que te dediqué mi vida, te dedicaré mi muerte.
Hoy intentaré escribir.
Dice James que me debo a los lectores, pero apenas aguanto mi alma repleta de nostalgia.
Las calles frías del Paris más oscuro se iluminan con la blancura de las primeras nieves del invierno.
Me hubiera gustado llevarte como presente de Navidad mi corazón envuelto con el oscuro velo del desconsuelo, para que pudieras revivirlo. Pero no pude. Necesito concluir este libro.
Voy a demostrarle a todos que no es más letal tu ausencia que tu compañía, que aún con la muerte siempre presente, me enseñaste a sentir desde tu interior. Que el libro de Monelle, mi Monelle, mi Louise querida, será una prolongación de tu vida, de tus palabras, pensamientos, deseos,… de ti.

Carmen Rosa Signes 11 de diciembre de 2005

Également en français, ici. (pag.21)

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