10
Dic

Retro de Ricardo Acevedo

Ella se aburre
Del confort tecnológico y las luces de neón
Del cielo cubierto de moscas supersónicas

Desea un mar azul (no el gris celuloide de los pantanos)
Desea música (no el nauseabundo crujir que sale de las bocinas)
Desea otro tiempo.

Entonces aparece Times Travels Inc.,
Con viejas promesas (en nuevos slogans)
Siglos encapsulados de arte
Sin rasgos de código de barras
A módicos precios

Al final aparece el siglo ideal,
En el lugar perfecto
Laguna
Cabaña
Palmeras

Pero…
Hay mosquitos (para ellos tenemos: vibradores sónicos)
Quemaduras de Sol (filtros polarizados)
Grandes distancias (modulo universal que incluye cosméticos, alimentos instantáneos y alguna que otra granada nuclear)

Ella se aburre…
Del conforto tecnológico y las luces de neón
Del cielo cubierto de moscas supersónicas.

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2
Dic

Castillo de Peñíscola

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2
Dic

El encargo

Severiano había nacido para pintor. Obediente y respetuoso complació a unos padres empeñados en su licenciatura en leyes. Heredó antes de cumplir los 30 años de edad, antes incluso de contraer matrimonio con Justina.
-Un mundo plagado de belleza surge de tus manos.
Apenas si se conocían cuando Justina pronunció estas palabras al ver por vez primera sus pinturas.

Sabedor de que ese no debía ser su destino no cejó su empeño por conseguirlo. Sacrificando horas de estudio asistió a clases de pintura y pudo ser testigo de la eclosión y participar en el desarrollo de las “vanitas”*, hecho destacado que llenó su vida de extravagantes obsesiones.
Siguiendo las doctrinas dictadas, pronto sus cuadros comenzaron a ser conocidos. Los encargos aumentaron por lo que tuvo que abandonar el ejercicio legal para dedicarse en exclusiva a la pintura.
Su mujer se negaba a entrar en el estudio. Claramente le conminó para que se deshiciera de todas aquellas aberraciones o le abandonaría. No soportaba la idea de compartir el lecho en aquellas condiciones. Calaveras y huesos esparcidos por doquier, se apilaban junto con animales disecados y naturalezas muertas de todo tipo. Un olor acre lo inundaba todo y ni el fuerte aroma del óleo podía disimularlo.
Pero el no se rendía, quería demostrarle lo positivos que eran sus esfuerzos. Cada nuevo encargo se convertía en un reto para que su obra trascendiera.
Don Luis Alfonso Galán de Reyes era un caballero temeroso de Dios más conocido por sus excesos que por sus virtudes, llegado el último tramo de su vida y decidido a expiar sus culpas, pensó en una representación singular para que en su mausoleo tuviera la imagen de persona piadosa que andaba buscando.
Severiano se empleo a fondo y en poco tiempo tuvo acabado el encargo.
Orgulloso del realismo conseguido, le pidió a Justina como último favor que pasara a verlo y ésta, haciendo acopio de la admiración que por él aún sentía, accedió.
Tal fue el horror registrado en aquél cuadro que no dudó en exclamar:
-¡La muerte se ha apoderado de tus manos!
Fue la última vez que compartió el mismo cuarto con él.
Un inhóspito e incandescente ambiente fatuo lo enmarcaba todo. Las grandes puertas, protegidas por un inconmensurable cancerbero de horribles proporciones, se abrían ante un desmembrado esqueleto que guiaba a un caballero con los ojos vendados al interior del Averno.

Carmen Rosa Signes Urrea, 25 de octubre de 2005

*Vanitas: Concluido el Renacimiento, la cultura y el arte pictórico Europeo, sobre todo en España, Francia, Países Bajos e Italia se vieron invadidos por una obsesión desmedida hacia la muerte y los miedos por el juicio final, que desencadenó en la creación de las vanitas, bodegones de elementos alusivos a la vanidad de las cosas del mundo, que venían a indicar lo transitorias e insignificantes que todas ellas son ante la llegada de la muerte.

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27
Nov

La luna

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27
Nov

La mirada

Su cabello se alborotaba por el rápido caminar. Ese rojo hiriente, impreciso y alegre, que lo iluminaba, desprendía reflejos hipnóticos que, en ocasiones, semejaban el fuego que consumía mi corazón, para menguar, otras, al candor de las hojas caídas de los árboles en otoño. Aún repito una vez y otra… ¿Por qué miras para atrás a cada paso? Sigue flotando en mi interior esa pregunta.
Caminabas con inquietud, como si temieras por algo. Si hubiera sabido lo que te abrumaba, tal vez, todo hubiera sido distinto. Mantenías esa tensa y fugaz mirada al pasado de tu recorrido, escrutando cada rincón medio oculto, moviéndote tan ligera que apenas si reparabas en lo que te rodeaba.

¡La suerte me acompañó aquel día! El azar quiso que te pararas justo enfrente de mi. La tardanza en descargar el carbón, para las calderas, quiso que, durante al menos dos minutos, te quedaras inmóvil, momento que aproveché para perderme en tu rostro. Te diste cuenta de que no dejaba de mirarte, mientras limpiaba, guata en mano, los coches de caballos estacionados en la calle. Por un segundo cruzamos nuestras miradas. Mi rostro mohíno, se transformó. Y me sonreíste.

¡Qué rápido sucedió todo! Algo se interpuso en el espacio que compartimos por un instante. Otro rostro; otro reflejo; otra expresión; algunos gritos, tacos malsonantes y amenazas; un zarandeo violento, de imprevisibles consecuencias… y tú, implorando clemencia. La mano homicida se introdujo en la carne, rompiendo la vida. Escudriñé el rostro de aquel hombre. Le empujé, pero el daño ya estaba hecho. Creí ver, en sus ojos, antes de caer a sus pies, la visión perdida que provoca la sangre recorriendo desde el prepucio hasta la nuca, la fijeza del orgasmo; la de la entrega cuando se consiguen conquistar los sentidos. Creí ver en mis manos, impregnadas en rojo, el color de tus cabellos. ¡Sonreí! Mi propia sangre me confundió.

Pero tu mirada no me la inventé. Aún la siento. Mientras te alejabas, de la mano de mi asesino, tus lágrimas me llenaron de amor.

Carmen Rosa Signes Urrea, 12 de mayo de 2006

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26
Nov

Atardecer otoñal

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25
Nov

La muerte de los amantes de Charles Baudelaire

Charles Baudelaire de Las Flores Del Mal

Tendremos lechos llenos de ligeros olores,
divanes tan hondos como tumbas,
y en los estantes insólitas flores,
abiertas para nosotros bajo cielos más bellos.
Empleando a porfía sus últimos ardores,
nuestros corazones serán dos grandes antorchas,
que reflejarán sus dobles luces
en estos espejos gemelos que son nuestros espíritus.
Una tarde hecha de rosa y de místico azul,
intercambiaremos un único relámpago,
como un largo suspiro colmado de adioses;
y más tarde un Ángel, entreabriendo sus puertas,
vendrá a reanimar, fiel y gozoso,
los espejos turbios y las llamas muertas.

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24
Nov

Junto al Capitolio

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24
Nov

AVE de Ricardo Acevedo

Todo comenzó antes de tí….. (Anónimo).

-Estoy a nueve Parsec de tí, puedo sentir tu aliento. Ave, Ave, Ave

Luego de billones de años, estamos juntos otra vez, como al principio. -Recuerdo (esa era mi función) lo molesta que te pusiste cuando fui elegido Explorador.- ¿Tenías que ser tu? - Dijiste.

Mientras yo te hablaba de….” Privilegios“, “de la comunicación con otras civilizaciones“, “del conocimiento“…. y era nuestra última noche. Porque al otro día (EL DIA DE LA PARTIDA), cuando todos celebraban, mi mente superaba la velocidad de la luz, en el interior de una semiesfera indestructible.”La memoria de los Dioses“, en todo mi ser bulle la sabiduría de un universo que desapareció, hace ya mucho tiempo. Mas yo existo en cualquier dimensión y la duda me es ajena. Aún así el Cosmos no responde al grito, ecos tatuados de pirámides; monolitos, rostros herméticos, párrafos de un mismo pasado por los que no corre ni una gota de vida. Es así, que ubico tu canto (que existió siempre), y me dejo conducir. Ave, Ave, Ave

Entro en la atmósfera, la fricción quema la celda protectora. LIBRE! Y estoy junto al árbol. Ahora debo ser cuidadoso, camuflaje perfecto, el más atractivo de sus frutos. Ella aparece por el camino, leo claramente sus pensamientos:

“…. mas del árbol de la Ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieras, ciertamente morirás“. Repito su nombre, y este devuelve su reflejo.

Ave, Ave, Ave

Eva, Eva, Eva La última clave ha sido conjurada y sus dientes clavan mis carnes en placentero dolor.

Ricardo Acevedo Esplugas

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23
Nov

Faro en Peñíscola

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22
Nov

Los siete velos

Cuando el primero es liberado, las miradas aviesas se pierden en los dobleces oscilantes esperando, quizá, contemplar el cimbreado vaivén de marfileño tono. Hay quienes abandonan la sala con un atisbo de asco o desprecio. No fueron capaces de descifrar el trabalenguas garabateado de formas sinuosas, casi las mismas que dibuja con su cuerpo y que le dan nombre. Aquellos movimientos precisos de grato efecto, que asombran a las mujeres, son correspondidos con la cadenciosa admiración y los suspiros de los redivivos y embelesados asistentes. Se pierde otro velo por el suelo. Muchas envidian la facilidad con la que la exótica pantomima despierta el deseo. Y ae lamentan de la distancia que las separa de la belleza y de la juventud malograda.
La envolvente convulsión de las caderas acompaña el recorrido de la siguiente y sutil prenda. En los ojos casi desorbitados de un anciano comienza a surgir una lágrima. ¡Ya no se excita! El fin de sus proezas amorosas ha llegado. Abatido, se resigna en la contemplación y el recuerdo.
Los brazos tatuados en henna serpentean estratégicamente acariciando el aire, mientras se desprenden del cuarto velo. La danza transcurre en el espacio inamovible del pensamiento de los espectadores y cada cual la sitúa y percibe de forma distinta.
Como el vuelo primerizo de un cuco, otro velo se desliza en el aire. El cuerpo bullente despierta pasiones extrañas. No hay espacio que no le pertenezca. Sus movimientos casi imposibles mantienen a los asistentes en tensa espera. El ritmo se acelera, tintineante agitación que los mantiene unidos. La música da color a la lujuria.
No hay lugar para el descanso. Este velo no cae, ¡ella lo arranca! Lo arroja sobre el rostro desconcertado de un joven, casi un niño que atrapado por su danza, cede en el objeto regalado, aspirando las esencias y el aroma de especias y de hembra.
Sus piernas se deslizan sobre el suelo alfombrado en visones plateados acompañando el ritmo acelerado de unos sones que al fin anuncia el clímax del acto. Y el último velo se pierde en el camino. Desvalidos y enredados en la sensual entrega de su cuerpo repleto de erotismo, todos enmudecen con el transitar de la danza de los siete velos que parece no terminar nunca.
CRSignes 27 de enero de 2006
Ilustración: The dance of the almeh de Jean-Léon Gérôme (Vesoul, 11 de mayo de 1824-París, 10 de enero de 1904)

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20
Nov

Reflejando sueños 3

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20
Nov

Reflejando sueños 2

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20
Nov

Reflejando sueños 1

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18
Nov

El plectro

El sonido de tu salterio llega hasta mí como el aroma de los almendros, ya en flor.
-¡Ariadna! No pares nunca de tocar. Tus artes deben forman parte de una estrategia para atrapar las almas de nosotros, ¡pobres mortales! Que caemos rendidos al embrujo de tus sones.
Voy a contarte una historia. Cuando las edades no importaban, en una isla dedicada al amor y el arte, más allá del mar, una mujer, Safo, lloraba al ver cómo a su amante le sangraban los dedos por obsequiarle con el placer de la música. -Mira tus dedos amor mío –le dijo. ¡Traidor egoísmo! No deseo dejar de escuchar tu cítara mientras, rendida a tus pies, te contemplo. Pero la sangre que, en un descuido tuyo, hasta mi llega abrasa mis sentidos. Safo agotó la noche ideando la forma de evitar su sufrimiento. Hasta que, con sus propias manos, le dio forma al remedio. -Traigo esta ofrenda al altar de poética ensoñación. A este jardín en donde nunca se debió derramar ni una gota de tu sangre. La concha nacarada de un molusco, nos ha cedido su belleza para poder conservar la tuya intacta. A tus manos retornará la perfección y la armonía. El agua del mar que te sanaba, nos ha obsequiado el remedio. ¡Tómalo! Y regala a los dioses una dulce melodía mientras, desde tus pies, sigo adorando la magnificencia que nos rodea y a la que perteneces.
Dedicaré mi existencia a adorarte, Ariadna.
Proeza entregada de la que solamente tú serás testigo. No le haré ascos a nada. Desde que te conocí no he hallado lo que pueda causarme rechazo. Tu música ha conseguido abrir en mí los sentidos.
Intentaré como Safo obsequiarte. Voy a confeccionar una funda de visón para proteger tu instrumento de los rigores del invierno. Así, sus notas saldrán igual de cálidas todo el año.
Tatuaré sobre mi piel la melodía que suena para impregnarme del encantamiento. Y este trabalenguas que soy incapaz de interpretar yo mismo, vivirá y morirá conmigo.
Ni el canto de los cucos, ni el de los ruiseñores podrán igualarlo.
Cuando con la mirada aviesa*, perdida por el poder de tu música, sueño con permanecer eternamente a tu lado, imagino que el plectro hará sonar las notas de mi piel con tus caricias.
Redivivo en ti cada vez con más fuerza. Y te entrego mi vida al igual que tú me entregas la música.

Carmen Rosa Signes, 25 de enero de 2006

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