27
Nov

La mirada

Su cabello se alborotaba por el rápido caminar. Ese rojo hiriente, impreciso y alegre, que lo iluminaba, desprendía reflejos hipnóticos que, en ocasiones, semejaban el fuego que consumía mi corazón, para menguar, otras, al candor de las hojas caídas de los árboles en otoño. Aún repito una vez y otra… ¿Por qué miras para atrás a cada paso? Sigue flotando en mi interior esa pregunta.
Caminabas con inquietud, como si temieras por algo. Si hubiera sabido lo que te abrumaba, tal vez, todo hubiera sido distinto. Mantenías esa tensa y fugaz mirada al pasado de tu recorrido, escrutando cada rincón medio oculto, moviéndote tan ligera que apenas si reparabas en lo que te rodeaba.

¡La suerte me acompañó aquel día! El azar quiso que te pararas justo enfrente de mi. La tardanza en descargar el carbón, para las calderas, quiso que, durante al menos dos minutos, te quedaras inmóvil, momento que aproveché para perderme en tu rostro. Te diste cuenta de que no dejaba de mirarte, mientras limpiaba, guata en mano, los coches de caballos estacionados en la calle. Por un segundo cruzamos nuestras miradas. Mi rostro mohíno, se transformó. Y me sonreíste.

¡Qué rápido sucedió todo! Algo se interpuso en el espacio que compartimos por un instante. Otro rostro; otro reflejo; otra expresión; algunos gritos, tacos malsonantes y amenazas; un zarandeo violento, de imprevisibles consecuencias… y tú, implorando clemencia. La mano homicida se introdujo en la carne, rompiendo la vida. Escudriñé el rostro de aquel hombre. Le empujé, pero el daño ya estaba hecho. Creí ver, en sus ojos, antes de caer a sus pies, la visión perdida que provoca la sangre recorriendo desde el prepucio hasta la nuca, la fijeza del orgasmo; la de la entrega cuando se consiguen conquistar los sentidos. Creí ver en mis manos, impregnadas en rojo, el color de tus cabellos. ¡Sonreí! Mi propia sangre me confundió.

Pero tu mirada no me la inventé. Aún la siento. Mientras te alejabas, de la mano de mi asesino, tus lágrimas me llenaron de amor.

Carmen Rosa Signes Urrea, 12 de mayo de 2006

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