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Jul

Desde el Morro

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1
Jul

Una historia antigua... (El simposio, Edilio y La muerte de Edilio)

El simposio*

Acomodados en reclinados asientos esperan el comienzo de lo mejor de la velada. Las bailarinas, descansan a cada metro del recinto derramando en el aire sus voces aterciopeladas acompasadas por instrumentos.
El aroma de la noche en sus albores y la suave caricia de sus perfumes, aplacan el fervor de los invitados sedientos y eufóricos.
Las cráteras* de buen vino, fueron colocadas en el centro de la sala por jóvenes esclavos, efebos traídos de otras tierras.

- Deberías hoy ser tú, añorado Flavio, el que nos deleitara con su oratoria. Haz la ofrenda del vino, convida a los dioses y concluida la libación*, regálanos el relato de ese último viaje a Roma o mejor aún cuéntanos el augurio de la Sibila.
- Me honras Erasmo, tu casa siempre será la más admirada de todo Atenas.

Refugio Embebido De Devotos Poblado
Salmo Cantado Por Ecuánime Voz
Crátera Llena De Aromáticas Esencias
Dioses Honrados Derramando Amor.
Bebed Los Frutos Y Bendecid Los Restos
A Vuestra Virtud Cantamos:
Libación, Ofrenda, Cántico, Salmo,
Bajo El Manto De Vuestra Protección.

Flavio había conseguido destacar. Su fama de buen narrador le precedía. Sorprendían sus atrevidas crónicas. Solía exhumar los sentimientos más puros. Su belleza de espíritu, su aniñado rostro y su dulce voz completaban un escenario personal admirable.
Segundos antes de comenzar su oratoria, justo después de las libación, un hecho eclipsó su protagonismo.
Coqueta de su cuidada y delicada preparación, hetaira* admirada como no hubo otra, Haydee, supo cautivar con su entrada a los presentes.
Fue Flavio quién salió a su encuentro.

- Es ahora cuando mi alma se ha liberado del yugo de la inquietud. Mis ojos descansan ya en el sosiego del mar de los tuyos. Y mi narración tomará el sentido de la caricia de tus atenciones.

No podía disimular... ¡La amaba!

Un nudo en la garganta enmudeció a los presentes. Nadie reaccionó.
Haydee vilmente atacada yacía en el suelo herida de muerte. Y mientras el asesino era retirado entre gritos de amor eterno, Flavio arrancaba la daga asesina y la hundía en su pecho.
Flavio cantó el fatídico augurio de la Sibila antes de despedirse del mundo, abrazado a su amada que expiraba junto a él el último aliento.

-“Vuelo Galante De Rojo Manchado,
Gracia Y Belleza Derramada En Ti.
Soltarás Las Alas, Plegarás Tu Mando
Beberás Su Última Esencia Y Así Será El Fin”

Edilio

Al nacer, sus padres tuvieron serias dudas sobre su destino, no le creyeron merecedor de los dividendos de su herencia. Primogénito en una familia de militares vieron como aquél niño no cumpliría jamás sus sueños de gloria.
Es por ello que casi obviaron su existencia al enviarlo prácticamente desde su nacimiento a una academia en dónde proporcionarle, al menos, cultura con la que poder sobrevivir. Apenas si se notaría su cojera, pero ellos no soportaban tener un inútil en la casa.
Edilio creció sin el aprecio de los suyos. Nada pudo impedir que rezumara de él todo lo que tenía. Por su inteligencia no tardó en destacar y con apenas ocho años ya era capaz de discutir de matemáticas y filosofía con sus maestros. Alcanzada la pubertad se codeaba con lo más insigne de Atenas.

Fueron años duros en sentimientos pero gratos en satisfacciones. Era admirado y eso le complacía.
Había construido a su alrededor una coraza pero un día ésta se quebró. Inocentemente Haydee fue la culpable. Nadie hubiera podido preverlo, simplemente eran jóvenes y la amistad fue fraguándose. Edilio traspasó la barrera divisoria que siempre se había negado a cruzar y lo hizo sin darse cuenta. La admiraba, la idolatraba, es por ello que deseó compartirlo todo con ella y nadie se lo impediría.
Pero Haydee no fue consciente de los sentimientos que había despertado en el muchacho, hetaira cansada de batallar, la pubertad bullente y la compañía de Edilio significaba un alivio intelectual y físico, un respiro lleno de ternura.
Donde él veía pasión y deseo, huelga decir que ella sentía amistad y confianza. Tan sólo el amor no había entrado nunca en sus conversaciones. Para Haydee sencillamente había coincidido así.
Un día le habló de Flavio y Edilio vio como todo en ella se iluminaba.
¿Cómo se le había podido escapar algo así? Una nube enturbió su mente.

Aquella noche ella se retrasaba. Edilio miraba a Flavio sin comprender nada.
¡No era posible! Seguramente había querido bromear con él.
Al entrar Haydee en la sala todo se paralizó. Todo menos Flavio que se derretía en su dulce mirar y Edilio, que preso de un profundo dolor, saltó sobre ella con el cuchillo de su ira y la determinación de no dejar que fuera para nadie.
La amaba. Sí, la amaba, pero nada en el mundo podía alterar su equilibrio.

El juicio de Edilio

Trescientos jueces aguardaban al acusado. Un número parejo al crimen que se le imputaba. El despropósito de su acción, asesinato vil, lo había llevado a cabo dos meses atrás.
Entonces la vida de Edilio trascurría conforme a sus deseos y nada le podía hacer presagiar un acto de tan desproporcionado resultado.

En un lecho de fango y envuelta en linos color naranja, que daban cuenta de su profesión, descansaba ella. Definitiva morada en la que reposar su cuerpo junto al de su amado.
Venidos ambos de otras tierras, con mayor o menor fortuna se habían abierto camino. Sobrevivir no era sencillo en Atenas. Él por ser extranjero tuvo que acoplarse a la cultura que le acogió. Flavio, gracias a los estudios, fue reverenciado por su inteligencia. Para Haydee fue más duro.
Arrancada desde niña de su hogar, vilipendiada y ultrajada, la fortuna le vino de mano de un hombre justo que vio como de ella rezumaba un espíritu inquieto, un alma noble y gran sensibilidad artística que le aportaron el respeto necesario para huir de una vida de callejuelas, de una muerte segura.
Maduró segura de sí y su belleza se fue afianzando.
“El equilibrio perfecto”, este era el calificativo que la precedía.
Durante años, demasiado joven para el oficio de hetaira, tuvo que soportar de todo, pero fue esa misma disposición la que le abrió puertas. Consiguió pasar de exigida a exigente, alcanzó la meta más alta que cualquier mujer pudiera desear. Tenía las llaves de la consideración y el respeto, las mujeres decentes compartían con sus hombres únicamente el lecho, pero ella, dividendos merecidos, disfrutaba discutiendo, conversando, podía incluso sugerir, influir en decisiones capitales que darían forma a la sociedad que la rodeaba. En sus manos el poder y el amor se fundieron. De sus manos y en sus manos se trasmutaron y dieron forma a su triste destino.
Sobre el dibujo de sangre de los amantes queda escrita su historia.

Caen las últimas gotas de agua en la clepsidra *. Agotado el tiempo de su oratoria, grito desesperado para conseguir su muerte, los jueces deberán emitir su voto.
El sonido de las conchas sobre el vidrio determinará una sentencia demorada, huelga de palabras acogida por Edilio con desdén.
Angustia prolongada que se eternizará en un destierro no cumplido, marcado por el filo de la daga que enmudece su alma, trazando en rojo su predestinación.

CRSignes 2005

Vocabulario:

*Simposio: Así era denominada la sobremesa en la Grecia clásica, era el momento para iniciar conversaciones y otros placeres.

*Crátera: En Grecia y Roma, vasija grande y ancha donde se mezclaba el vino con agua antes de servirlo.

*Libación: Ceremonia religiosa de los antiguos paganos, que consistía en derramar vino u otro licor en honor de los dioses.

*Hetaira: En griego significa "compañera de hombres", así se denominaban a las cortesanas de las clases altas que destacaban por su amplia cultura y su gran belleza. Junto a las bailarinas eran las únicas mujeres a las que se les permitía participara en los simposio.

*Clepsidra : (Del lat. clepsydra, y este del gr. e d a). 1. f. reloj de agua.
Se empleaba en los juicios en grecia para determinar el tiempo de defensa de los acusados.

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30
Jun

Juego Infantil

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27
Jun

A orillas del Sena. (Lucifer demonio de la soberbia)

París, tenía esa luz especial tan loada por los artistas. A orillas del Sena, justo en el punto en el que Montmartre se dejaba ver, Juliette admiraba el trabajo de los pintores callejeros. Uno de aquellos artistas se le acercó con la mirada fija en su rostro y una oferta irresistible. La pintaría allí mismo y a cambio del trabajo tan sólo le cobraría una sonrisa.
Su aspecto desaliñado no hablaba muy bien de él, pero sintiéndose alagada accedió.
Cuando le entregó el trabajo quedó maravillada.

—Ahora págueme lo prometido.

Se alejó deprisa, admirando el retrato no fuera que cambiara de opinión y se lo quitara de las manos. Ya en casa lo colocó en el lugar más destacado de la sala, apartando el retrato de su padre bien amado. Se sentía bien, quizás algún galerista se fijara en el cuadro y lo expusiera, alimentando su vanidad. Era perfecto, aunque se cuestionaba si el mérito lo tenía el pintor o su magnífica pose.
Esa misma noche, recibió la visita de su hermana. Tenía un problema, necesitaba ayuda. La despachó argumentando un malestar inexistente.

— Regresaré mañana. —Le dijo.
—No te molestes —contestó —No estaré en todo el día. Acaso te piensas que no tengo más ocupaciones que atenderte.
— ¿Y ese esperpento?
— ¿De qué hablas?
—De esa pintura horripilante.
—Mira que puedes llegar a ser envidiosa hermanita. Seguro que te mueres de ganas por saber quién es su autor. ¡Pues no pienso decírtelo! Me seleccionó a mí. Ya era hora de que alguien se diera cuenta de mi valía.
— Juliette, ¿cómo puedes decir que eso es hermoso? Además ¿dónde está el retrato de papá?
—Es bueno renovar la decoración, además la casa ya lo necesitaba, si tanto te interesa el cuadro, tómalo. Nunca asumiste que me lo diera a mi, si él hubiera querido ahora no habrías tenido que mendigarlo. Y no molestes más.
—No reconozco esa forma de hacer daño. Me asusta y entristece verte así. Cuanto antes te deshagas de ese cuadro mejor. Míralo. ¡Es terrible! Estas deformada, el arte moderno está bien sólo para los museos.
—Venga márchate. Déjame ya de una vez.

Juliette observó como su hermana se alejaba. Se acercó al retrato y sonrió.
Admiró el retrato como queriéndole encontrar las claves de su maestría, únicamente alcanzaba a ver las pinceladas que definían la hermosura de su rostro. ¿Qué se había creído su hermana? ¿Cómo podía menospreciar aquella obra maestra?
Lo acercó hasta el espejo hasta situarlo a su lado, para admirarse doblemente, fue entonces que distinguió algo inquietante que la espantó. El cuadro cayó al suelo. Nunca le había gustado aquel espejo, distorsionaba las imágenes, aunque aquello era distinto. Lo recogió cuidadosamente, temía haber dañado su pintura fresca, había quedado tendido boca abajo en el suelo. Nada le sucedió, pero al contemplar su imagen reflejada todo cambiaba. Los delicados tonos se convertían en chillones mezclas de colores complementarios, y las formas armoniosas desaparecían, cruzando entre sí líneas que transformaban la imagen en algo esperpéntico. ¿Cómo era posible aquello? En un principio pensó en salir para buscar a su hermana, no obstante difícilmente podría haberla alcanzado, así que decidió esperar la mañana y acercarse hasta el mismo lugar en el Sena.
Buscó un paño seco y un cordel, y lo empaquetó, tenerlo cerca le angustiaba.
El día amaneció gris, sabía que si aparecía la lluvia las posibilidades de encontrar al artista eran prácticamente nulas. Por suerte, el sol salió. Por más vueltas que dio no lo encontró. Preguntó a sus colegas y ninguno parecía recordarlo, es más, ni tan siquiera se acordaban de ella. Decidió entonces enseñarles su trabajo para ver si reconocían su arte, sólo consiguió risas y menosprecios.

—Mademonseille, ¿cómo pretende que tal aficionado se codee en el mejor rincón del Sena? Aquí estamos la “creme de la creme”. Hace falta cierto nivel para compartir este espacio. Busque por los suburbios, seguro que lo encuentra. ¿Cómo dijo que se llamaba?

Miró dos veces la firma antes de reconocer el poder maligno de aquel cuadro firmado por el mismísimo Lucifer.

Desde el Karlův most, la vieja ciudad de Praga despertaba la inspiración de los pintores callejeros. Edvard paseaba admirando sus obras. Uno de aquellos artistas se le acercó, su ofrecimiento no pudo rechazarlo.
Tal vez en algún momento de la rueda que castiga la soberbia, alguien se percate del error que los mortifica.

Carmen Rosa Signes 260608

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27
Jun

Por La Habana 4

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26
Jun

Los siete espíritus infernales

Presentación

Así llamados son los más representativos de las huestes de Satán. Culpables de muchas de nuestras obsesiones y los inductores de las peores acciones que podemos realizar. No siempre actúan, es por ello que como espíritus que son, son susceptibles de invocación, para lo cual existen conjuros que facilitan el contacto. Mediante estas invocaciones, según se dice, se puede conseguir favores a cambio de nuestra alma. No desvelaré la totalidad de éstos conjuros por que creo que nadie debe jugar con estas cosas, pero sí que dejaré constancia de ellos. Este tema me atrajo tanto, que aquí tenéis los relatos que mi imaginación creo basándome en las cualidades de cada uno de ellos. Sus nombres, como irán apareciendo son: Frimost, Bechard, Súrgat, Silcharde, Guland, Lucifer y Astaroth. Como sucede con el tarot, y las historias que escribí sobre él, están impregnados de mí, de la visión que tuve de ellos, por lo tanto, posiblemente, no todo el mundo esté de acuerdo con la forma en que los he representado.

FRIMOST (Demonio de la Destrucción). Enseña el manejo de las armas; siembra el odio, el espanto y la ruina; hace ruido en las casas; es el padre de las venganzas. Revuelve las aguas del mar; desencadena los vientos y tempestades; hace caer granizo y rayos donde le place, etc., etc.

BECHARD (Demonio del Amor). Enseña a los hombres y a las mujeres el arte de amar; los secretos para hacerse irresistible en las lides amorosas; los medios para alcanzar el amor de una persona; para hacer reñir a los amantes; para destruir matrimonios; enseña el arte de componer filtros, etc., etc.

SURGAT (Demonio de las Riquezas). Tiene el poder de desencantar los tesoros escondidos. Señala los lugares en donde se crían el oro, la plata y otros metales de valor y las piedras preciosas.

SILCHARDE (Demonio del Dominio). Concede al que le evoca un poder dominador sobre los demás hombres; influye en el alma de los poderosos para conseguir de ellos toda suerte de beneficios, empleos y prebendas.

GULAND (Demonio de la Envidia). Tiene la facultad de hechizar, arruinar a las personas y la de enfermar y hacer morir a los animales domésticos y aves de corral. Insinúa los medios de echar en una casa la mala suerte y trastornos de toda clase. Enseña la manera de domeñar a las bestias feroces, etc., etc.

ASTAROTH (Demonio de la Suerte). Indica los medios de hacerse rico; enseña el gran secreto para ganar a la lotería y en todos los juegos de azar; revela el modo de hacer fortuna, triunfar en los negocios, etc.

LUCIFER (Demonio de las Enfermedades). Tiene el poder de enfermar y curar a los hombres y a las bestias. Enseña las propiedades de las plantas curativas y venenosas.

TEXTO EXTRAIDO DEL LIBRO DE SAN CIPRIANO

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26
Jun

Primaveral

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25
Jun

La hermosa Dorotea de Charles Baudelaire

Agobia el Sol a la ciudad con su luz recta y terrible; la arena resplandece y el mar espejea. Cobardemente se rinde el mundo estupefacto y duerme la siesta, siesta que es una especie de muerte sabrosa en que el dormido, despierto a medias, saborea los placeres de su aniquilamiento.
Sin embargo, Dorotea, fuerte y altiva como el Sol, avanza por la calle desierta, único ser vivo a esta hora bajo el inmenso azul, y forma en la luz una mancha brillante y negra.
Avanza, balanceando muellemente el torso tan fino sobre las caderas tan anchas. Su vestido de seda ajustado, de tono claro y rosa, contrasta vivamente con las tinieblas de su piel, moldeando con exactitud su tallo largo, su espalda hundida y su pecho puntiagudo.
La sombrilla roja, tamizando la luz, proyecta en su rostro sombrío el afeite ensangrentado de sus reflejos.
El peso de su enorme cabellera casi azul echa atrás su cabeza delicada y le da aire de triunfo y de pereza. Pesados pendientes gorjean secretos en sus orejas lindas.
De tiempo en tiempo, la brisa del mar levanta un extremo de su falda flotante y deja ver la pierna luciente y soberbia; y su pie, semejante a los pies de las diosas de mármol que Europa encierra en sus museos, imprime fielmente su forma en la arena menuda. Porque Dorotea es tan prodigiosamente coqueta, que el gusto de verse admirada vence en ella al orgullo de la libertad, y aunque es libre, anda sin zapatos.
Avanza así, armoniosamente, dichosa de vivir, sonriente, con blanca sonrisa, como si viese a lo lejos, en el espacio, un espejo que reflejara su porte y su hermosura.
A la hora en que los mismos perros gimen de dolor al sol que los muerde, ¿qué poderoso motivo hace andar así a la perezosa Dorotea, hermosa y fría como el bronce?
¿Por qué dejó la estrecha cabaña, tan coquetamente dispuesta con flores y esterillas, que a tan poca costa le forman tocador perfecto; donde halla tanto placer en estarse peinando, en fumar, en que le den aire o en mirarse en el espejo de sus anchos abanicos de plumas, mientras el mar, que azota la playa a cien pasos de allí, da a sus divagaciones indecisas un poderoso y monótono acompañamiento, y la marmita de hierro, en que está puesto a cocer un guisado de cangrejos con arroz y azafrán, le envía, desde el fondo del patio, sus perfumes excitantes?
Quizá tiene cita con algún ofícialillo que en playas lejanas oyó a sus compañeros hablar de la famosa Dorotea. Infaliblemente, la sencilla criatura le pedirá que le describa el baile de la Ópera, y le preguntará si se puede ir descalza, como a la danza del domingo, en que hasta las viejas cafrinas se ponen borrachas y furiosas de gozo, y también si las bellas señoras de París son todas más guapas que ella.
A Dorotea todos la admiran y la halagan, y sería perfectamente feliz si no tuviese que amontonar piastra sobre piastra para el rescate de su hermanita, que tendrá once años, y ya está madura y es tan hermosa. ¡Lo conseguirá sin duda la buena Dorotea! ¡El amo de la niña es tan avaro! Demasiado avaro para comprender otra hermosura que la de los escudos.

Charles Baudelaire del Spleen de París

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24
Jun

Saltamontes

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23
Jun

El reloj de Euclidiana Fontana de Victor Valledor

De tan joven se rebalsa en belleza. La Euclidiana Fontana como así la conocen, anda paseando sus caderas como si detrás de ellas se anclaran todas las miradas de todos los hombres de la tierra. Gira en torno a la plaza y de allí al muelle a esperar la llegada del gran barco que anuncian desde hace veinte años.
La primera noticia se tuvo cuando la niña tenía nueve años. Ya han pasado veinte, como si una nube de relojes redondos con agujas de sílex fuera regenerando el tiempo y comiéndose la vida de todos por igual. Sentada sobre durmientes de madera anciana, espera a que la chimenea diga aquí estoy llegando Euclidiana, vengo a buscarte. Pero la chimenea no aparece, sólo aparece el horizonte con su delgada línea de ojos misteriosos y con sus labios salados y apretados a los corales nonatos de las ilusiones irremediables.
Vuelve en el atardecer. Vuela sobre la tierra dando inestabilidad a las raíces y a los frutos a los que ruboriza sin compasión.
Los ancianos confirman que sólo suceden por la noche los hechos trascendentales y que esas mismas circunstancias son las que alimentan las pasiones y las leyendas de los pueblos que aún sostienen su peregrinación sobre un mundo imaginario. Que las matrices se vuelcan sobre las calles y construyen ornamentos de viento a los monumentos que soportan estoicos los peores temporales de la ignorancia.
Euclidiana repite el fenómeno de la espera durante años impregnados de tedio, de aburrimiento conseguido a fuerza de no cambiar nada en la nada de esas personas concluidas.
En tanto y en cuanto las voces sigan, la vida continuará. Mas todo sería culminación si la chimenea negra apareciera en el horizonte y se llevara a Euclidiana hacia donde Ella desea ir.
El consejo de los ancianos deportados de las redes y de las capturas, se reunió en la estación meteorológica abandonada a raíz de que ya no era necesario saber el modo en que se comportaría el clima. Ya no se zarpaba a capturar peces; los últimos habían sido muertos hacía más de una década. Los más intransigentes propusieron decir toda la verdad a Euclidiana antes de que la belleza se alejara de su cuerpo. Otros, más volátiles y soñadores propusieron guardar el secreto y dejar que la niña siguiera rebalsando ya que no había otra en el pueblo con esas condiciones naturales.
Finalmente llegaron a una decisión que sorprendió a los ancianos, aunque fuera propuesta por ellos mismos. Harían imprimir mapas, con detalles de todos los puntos importantes del pueblo, nombres de calles, números de propiedades, accidentes geográficos y características del clima y del terreno que circunda el mar. Se les repartiría a todos los habitantes, por lo tanto llegaría a manos de Euclidiana y ésta comprobaría que un barco de gran tamaño no podrá nunca llegar a ese puerto pues carece de calado suficiente. Así se hizo.

La mujer más bella nacida desde la fundación del pueblo tomó el mapa y leyó detenidamente. No comprendió el objetivo de aquel mapa y comenzó a recorrer calle por calle y número por número, muelle por muelle, madero por madero hasta que divisó a lo lejos la gran chimenea de un barco que apuntaba su proa hacia el puerto.
Se paralizó. Su corazón hablaba más que su boca. Esperó cuatro horas hasta que pudo divisarlo perfectamente. Un enorme trasatlántico blanco, con grandes banderolas al viento y mástiles erguidos como amantes en la primera cita. Corrió a su casa, tomó la valija preparada desde siempre y corrió nuevamente al puerto. Miró con una sonrisa amplia. El gran barco seguía avanzando. Lo hizo hasta que se detuvo y ancló a unos mil metros de la costa. Del gran y portentoso objeto marino partió una pequeña embarcación con dos marinos negros; amarraron justo debajo de Euclidiana y la invitaron a embarcase con ellos. Euclidiana descendió la pequeña escalera, se sentó en el medio del pequeño bote, y los dos remeros comenzaron a mover las palas que revolvían el agua del mar. La mujer más hermosa de todas las mujeres hermosas olió por primera vez el mar desde dentro del mar. Observaba a su pueblo que se alejaba y la soledad de aquellas casas, de su casa, la cual podía divisar y ver que había olvidado la puerta abierta.
Por fin embarcó. Un sonido de máquinas trabajando por mover aquel artefacto y la alegría profunda de Euclidiana por haber cumplido su sueño marítimo.
El trasatlántico giró sobre su quilla inmensa y se alejaron.
Un anciano muy anciano se acercó al muelle y con lágrimas vio que el mar se llevaba a la belleza. Pensó, con un dejo de tristeza y de justificación humana:”El funeral más triste acaba de suceder en el mar”

Victor Hugo Valledor. Argentina.

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23
Jun

Blanco en primavera

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22
Jun

Ecos... (Palomas mensajeras)

A Ricardo por todo

— ¿Qué sucede?
— Señor, es la primera vez que tengo un ente biológico muerto entre mis manos.
— ¿Qué ha sucedido? Nos informaron de que esta es una zona libre de ellos. ¡Muéstremelo!
—No sé lo que es, pero es bastante grande.
— ¡Infórmeme!
—Nos disponíamos a interceptar lo que pensamos tele-proyectiles —esos jodidos imperceptibles al radar—, y disparamos. Entre la saturación de explosiones vi caer algo y encontramos esta criatura.
—Sí que es extraño todo esto. ¿Ha sometido a estudio el animal?
—No, señor, antes quería informarle.
—Pues envíelo al laboratorio de inmediato, a saber que nueva se les habrá ocurrido. Por cierto, Sánchez.
—Usted dirá, señor.
—Cuando abate a un enemigo no sufre el mismo remordimiento que habiendo matado a este bicho.
—No, señor, usted lo ha dicho, es el enemigo.
—Puede retirarse. ¡No! Espere. ¿Se había fijado en esto que cuelga de la pata del pájaro? Parece… ¡Dios santo! Sánchez, es un mensaje codificado en el antiguo modo de registrar las palabras manualmente. Le felicito, acaba de interceptar, posiblemente, información relevante para el enemigo. Lo propondré para una medalla.
Dentro de una cápsula, fuertemente sellada, una diminuta tira de papel. De su tinta, casi emborronada, apenas si podía distinguirse algo. Parecía un antiguo mensaje. Finalizaba el siglo XXVII y ya nadie recordaba aquellos métodos primitivos de comunicación. Además las circunstancias hacían impensable el empleo de los escasos recursos naturales para fines tan poco éticos. Las guerras seguían dividiendo a los herederos del planeta, pero llegaron a un consenso para no perjudicar el entorno. Demasiado daño se había causado ya. Por eso aquel hallazgo adquiría mayor importancia, tanta, que informó a sus superiores y aguardó órdenes.
Tres semanas después, el campamento atesoraba un centenar de aquellos envíos, ordenadamente guardados, en espera de la decisión de unos superiores que parecían no querer atender a la urgencia e importancia de aquellas capturas.
Poco a poco, alguno de los soldados había intentado descifrarlos, un hecho que sumió aún más de incertidumbre todo aquel acontecimiento.
Los mensajes, en su mayoría breves y concisos, hablaban un poco de todo. Entre sus líneas surgieron peticiones de suministros, de munición, angustiantes notas de ayuda, conmovedoras despedidas e incluso alguna carta de amor. En todo aquel conjunto de frases quisieron ver plasmadas sus propias inquietudes.
Mientras tanto, los enfrentamientos continuaban. Largas horas de oscuridad, atenazaban el frío. Gigantescas naves, inmensas moles de acero cromado, impedían la contemplación del sol, no así el reflejo de sus propias imágenes —la defensa se hacía insostenible cuando a las pocas horas parecía que se luchaba contra uno mismo; la lluvia negra —pestilente amalgama de fluidos químicos— inundaba los campos, anegando la escasa salud de las tropas. Luego, las horas de fuego cruzado que obligaban a protegerse los ojos. Las bajas se contaban por centenares en aquellas trincheras. Pero así se decidió combatir, empleando los pocos lugares que con anterioridad se habían convertido en yermos páramos.
—¡Sánchez! Preséntese de inmediato en mi tienda y traiga las notas halladas en los animales.
Con el informe de trascripción y los análisis del pájaro, entró.
— Le presento al Coronel Koto Hatari. Ha venido como asesor histórico. Abotónese soldado. ¿Cómo se atreve a presentarse así? La respuesta que esperábamos es tan sorprendente como el hallazgo que nos preocupa.
—Debo pedirle máxima discreción y, como ya le dijera a su superior, la ocultación de todo lo relacionado con este caso. Nada ha ocurrido, decir lo contrario constituiría delito de alta traición. Y no se hable más del asunto. En paz queden. Suerte en la contienda. Lo están haciendo muy bien.
Sánchez quedó boquiabierto y sorprendido.
—Lo siento mucho, Sánchez. Yo tampoco comprendo nada.
— ¿Quiere decir que me quedo sin condecoración?

…………………………

Las trincheras ofrecían un mal refugio, la podredumbre y el hambre arremetía contra una guarnición que las temían más que al mismo ejército enemigo que les acosaba. En su desesperación tan sólo tenían a mano aquellos pájaros que siempre habían representado esa paz que ahora se les deslizaba entre las manos. El asedio se hacía insostenible.
—Puede que no sirva de nada caballeros, pero al menos sabrán lo que nos ha sucedido y conocerán de nosotros, tal vez así consigamos ayuda.
Se repartieron las palomas mensajeras entre todos los habitantes de aquella trinchera, los primeros en recibirlas fueron los heridos y enfermos, cada uno de ellos anotó una deseo. Los pájaros volaron portando en sus patas peticiones de suministros, de munición, angustiantes notas de ayuda, conmovedoras despedidas e incluso alguna carta de amor.

El 13 de diciembre de 1914, 302 soldados murieron en el bombardeo de una trinchera sin que nada de ellos quedara para corroborar su existencia ni su fin.

Carmen Rosa Signes Urrea 270408

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22
Jun

Columbretes, unas islas para soñar

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22
Jun

Canción equivocada de Ricardo Acevedo

¡Deja tu lira o sintetizador hombre!
y no cantes a las murallas de Troya
o a la defensa de Stalingrado
dispón mejor tus notas a esa criatura
que muere de frío en una guardilla en Paris
a la que esconde la foto de su amor
en una transitada calle de Bruselas
a la que cumple condena por devolver una injuria
a la que se acomoda a tus pies
a la que vende su cuerpo a las portadas de
revista
a tu primer amor de escuela
¡gira hombre tu pluma!
solo dos grados a la derecha
allí... junto al café caliente
a la de pasos silenciosos
a la que no espera tu autógrafo
o te espera sonriente en las esquinas
a la musa olvidada
a la que conoce de memoria el peor de tus cuentos

©Ricardo Acevedo2007

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20
Jun

Alga azul

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