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Jul

Una historia antigua... (El simposio, Edilio y La muerte de Edilio)

El simposio*

Acomodados en reclinados asientos esperan el comienzo de lo mejor de la velada. Las bailarinas, descansan a cada metro del recinto derramando en el aire sus voces aterciopeladas acompasadas por instrumentos.
El aroma de la noche en sus albores y la suave caricia de sus perfumes, aplacan el fervor de los invitados sedientos y eufóricos.
Las cráteras* de buen vino, fueron colocadas en el centro de la sala por jóvenes esclavos, efebos traídos de otras tierras.

- Deberías hoy ser tú, añorado Flavio, el que nos deleitara con su oratoria. Haz la ofrenda del vino, convida a los dioses y concluida la libación*, regálanos el relato de ese último viaje a Roma o mejor aún cuéntanos el augurio de la Sibila.
- Me honras Erasmo, tu casa siempre será la más admirada de todo Atenas.

Refugio Embebido De Devotos Poblado
Salmo Cantado Por Ecuánime Voz
Crátera Llena De Aromáticas Esencias
Dioses Honrados Derramando Amor.
Bebed Los Frutos Y Bendecid Los Restos
A Vuestra Virtud Cantamos:
Libación, Ofrenda, Cántico, Salmo,
Bajo El Manto De Vuestra Protección.

Flavio había conseguido destacar. Su fama de buen narrador le precedía. Sorprendían sus atrevidas crónicas. Solía exhumar los sentimientos más puros. Su belleza de espíritu, su aniñado rostro y su dulce voz completaban un escenario personal admirable.
Segundos antes de comenzar su oratoria, justo después de las libación, un hecho eclipsó su protagonismo.
Coqueta de su cuidada y delicada preparación, hetaira* admirada como no hubo otra, Haydee, supo cautivar con su entrada a los presentes.
Fue Flavio quién salió a su encuentro.

- Es ahora cuando mi alma se ha liberado del yugo de la inquietud. Mis ojos descansan ya en el sosiego del mar de los tuyos. Y mi narración tomará el sentido de la caricia de tus atenciones.

No podía disimular... ¡La amaba!

Un nudo en la garganta enmudeció a los presentes. Nadie reaccionó.
Haydee vilmente atacada yacía en el suelo herida de muerte. Y mientras el asesino era retirado entre gritos de amor eterno, Flavio arrancaba la daga asesina y la hundía en su pecho.
Flavio cantó el fatídico augurio de la Sibila antes de despedirse del mundo, abrazado a su amada que expiraba junto a él el último aliento.

-“Vuelo Galante De Rojo Manchado,
Gracia Y Belleza Derramada En Ti.
Soltarás Las Alas, Plegarás Tu Mando
Beberás Su Última Esencia Y Así Será El Fin”

Edilio

Al nacer, sus padres tuvieron serias dudas sobre su destino, no le creyeron merecedor de los dividendos de su herencia. Primogénito en una familia de militares vieron como aquél niño no cumpliría jamás sus sueños de gloria.
Es por ello que casi obviaron su existencia al enviarlo prácticamente desde su nacimiento a una academia en dónde proporcionarle, al menos, cultura con la que poder sobrevivir. Apenas si se notaría su cojera, pero ellos no soportaban tener un inútil en la casa.
Edilio creció sin el aprecio de los suyos. Nada pudo impedir que rezumara de él todo lo que tenía. Por su inteligencia no tardó en destacar y con apenas ocho años ya era capaz de discutir de matemáticas y filosofía con sus maestros. Alcanzada la pubertad se codeaba con lo más insigne de Atenas.

Fueron años duros en sentimientos pero gratos en satisfacciones. Era admirado y eso le complacía.
Había construido a su alrededor una coraza pero un día ésta se quebró. Inocentemente Haydee fue la culpable. Nadie hubiera podido preverlo, simplemente eran jóvenes y la amistad fue fraguándose. Edilio traspasó la barrera divisoria que siempre se había negado a cruzar y lo hizo sin darse cuenta. La admiraba, la idolatraba, es por ello que deseó compartirlo todo con ella y nadie se lo impediría.
Pero Haydee no fue consciente de los sentimientos que había despertado en el muchacho, hetaira cansada de batallar, la pubertad bullente y la compañía de Edilio significaba un alivio intelectual y físico, un respiro lleno de ternura.
Donde él veía pasión y deseo, huelga decir que ella sentía amistad y confianza. Tan sólo el amor no había entrado nunca en sus conversaciones. Para Haydee sencillamente había coincidido así.
Un día le habló de Flavio y Edilio vio como todo en ella se iluminaba.
¿Cómo se le había podido escapar algo así? Una nube enturbió su mente.

Aquella noche ella se retrasaba. Edilio miraba a Flavio sin comprender nada.
¡No era posible! Seguramente había querido bromear con él.
Al entrar Haydee en la sala todo se paralizó. Todo menos Flavio que se derretía en su dulce mirar y Edilio, que preso de un profundo dolor, saltó sobre ella con el cuchillo de su ira y la determinación de no dejar que fuera para nadie.
La amaba. Sí, la amaba, pero nada en el mundo podía alterar su equilibrio.

El juicio de Edilio

Trescientos jueces aguardaban al acusado. Un número parejo al crimen que se le imputaba. El despropósito de su acción, asesinato vil, lo había llevado a cabo dos meses atrás.
Entonces la vida de Edilio trascurría conforme a sus deseos y nada le podía hacer presagiar un acto de tan desproporcionado resultado.

En un lecho de fango y envuelta en linos color naranja, que daban cuenta de su profesión, descansaba ella. Definitiva morada en la que reposar su cuerpo junto al de su amado.
Venidos ambos de otras tierras, con mayor o menor fortuna se habían abierto camino. Sobrevivir no era sencillo en Atenas. Él por ser extranjero tuvo que acoplarse a la cultura que le acogió. Flavio, gracias a los estudios, fue reverenciado por su inteligencia. Para Haydee fue más duro.
Arrancada desde niña de su hogar, vilipendiada y ultrajada, la fortuna le vino de mano de un hombre justo que vio como de ella rezumaba un espíritu inquieto, un alma noble y gran sensibilidad artística que le aportaron el respeto necesario para huir de una vida de callejuelas, de una muerte segura.
Maduró segura de sí y su belleza se fue afianzando.
“El equilibrio perfecto”, este era el calificativo que la precedía.
Durante años, demasiado joven para el oficio de hetaira, tuvo que soportar de todo, pero fue esa misma disposición la que le abrió puertas. Consiguió pasar de exigida a exigente, alcanzó la meta más alta que cualquier mujer pudiera desear. Tenía las llaves de la consideración y el respeto, las mujeres decentes compartían con sus hombres únicamente el lecho, pero ella, dividendos merecidos, disfrutaba discutiendo, conversando, podía incluso sugerir, influir en decisiones capitales que darían forma a la sociedad que la rodeaba. En sus manos el poder y el amor se fundieron. De sus manos y en sus manos se trasmutaron y dieron forma a su triste destino.
Sobre el dibujo de sangre de los amantes queda escrita su historia.

Caen las últimas gotas de agua en la clepsidra *. Agotado el tiempo de su oratoria, grito desesperado para conseguir su muerte, los jueces deberán emitir su voto.
El sonido de las conchas sobre el vidrio determinará una sentencia demorada, huelga de palabras acogida por Edilio con desdén.
Angustia prolongada que se eternizará en un destierro no cumplido, marcado por el filo de la daga que enmudece su alma, trazando en rojo su predestinación.

CRSignes 2005

Vocabulario:

*Simposio: Así era denominada la sobremesa en la Grecia clásica, era el momento para iniciar conversaciones y otros placeres.

*Crátera: En Grecia y Roma, vasija grande y ancha donde se mezclaba el vino con agua antes de servirlo.

*Libación: Ceremonia religiosa de los antiguos paganos, que consistía en derramar vino u otro licor en honor de los dioses.

*Hetaira: En griego significa "compañera de hombres", así se denominaban a las cortesanas de las clases altas que destacaban por su amplia cultura y su gran belleza. Junto a las bailarinas eran las únicas mujeres a las que se les permitía participara en los simposio.

*Clepsidra : (Del lat. clepsydra, y este del gr. e d a). 1. f. reloj de agua.
Se empleaba en los juicios en grecia para determinar el tiempo de defensa de los acusados.

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