27
Jun

A orillas del Sena. (Lucifer demonio de la soberbia)

París, tenía esa luz especial tan loada por los artistas. A orillas del Sena, justo en el punto en el que Montmartre se dejaba ver, Juliette admiraba el trabajo de los pintores callejeros. Uno de aquellos artistas se le acercó con la mirada fija en su rostro y una oferta irresistible. La pintaría allí mismo y a cambio del trabajo tan sólo le cobraría una sonrisa.
Su aspecto desaliñado no hablaba muy bien de él, pero sintiéndose alagada accedió.
Cuando le entregó el trabajo quedó maravillada.

—Ahora págueme lo prometido.

Se alejó deprisa, admirando el retrato no fuera que cambiara de opinión y se lo quitara de las manos. Ya en casa lo colocó en el lugar más destacado de la sala, apartando el retrato de su padre bien amado. Se sentía bien, quizás algún galerista se fijara en el cuadro y lo expusiera, alimentando su vanidad. Era perfecto, aunque se cuestionaba si el mérito lo tenía el pintor o su magnífica pose.
Esa misma noche, recibió la visita de su hermana. Tenía un problema, necesitaba ayuda. La despachó argumentando un malestar inexistente.

— Regresaré mañana. —Le dijo.
—No te molestes —contestó —No estaré en todo el día. Acaso te piensas que no tengo más ocupaciones que atenderte.
— ¿Y ese esperpento?
— ¿De qué hablas?
—De esa pintura horripilante.
—Mira que puedes llegar a ser envidiosa hermanita. Seguro que te mueres de ganas por saber quién es su autor. ¡Pues no pienso decírtelo! Me seleccionó a mí. Ya era hora de que alguien se diera cuenta de mi valía.
— Juliette, ¿cómo puedes decir que eso es hermoso? Además ¿dónde está el retrato de papá?
—Es bueno renovar la decoración, además la casa ya lo necesitaba, si tanto te interesa el cuadro, tómalo. Nunca asumiste que me lo diera a mi, si él hubiera querido ahora no habrías tenido que mendigarlo. Y no molestes más.
—No reconozco esa forma de hacer daño. Me asusta y entristece verte así. Cuanto antes te deshagas de ese cuadro mejor. Míralo. ¡Es terrible! Estas deformada, el arte moderno está bien sólo para los museos.
—Venga márchate. Déjame ya de una vez.

Juliette observó como su hermana se alejaba. Se acercó al retrato y sonrió.
Admiró el retrato como queriéndole encontrar las claves de su maestría, únicamente alcanzaba a ver las pinceladas que definían la hermosura de su rostro. ¿Qué se había creído su hermana? ¿Cómo podía menospreciar aquella obra maestra?
Lo acercó hasta el espejo hasta situarlo a su lado, para admirarse doblemente, fue entonces que distinguió algo inquietante que la espantó. El cuadro cayó al suelo. Nunca le había gustado aquel espejo, distorsionaba las imágenes, aunque aquello era distinto. Lo recogió cuidadosamente, temía haber dañado su pintura fresca, había quedado tendido boca abajo en el suelo. Nada le sucedió, pero al contemplar su imagen reflejada todo cambiaba. Los delicados tonos se convertían en chillones mezclas de colores complementarios, y las formas armoniosas desaparecían, cruzando entre sí líneas que transformaban la imagen en algo esperpéntico. ¿Cómo era posible aquello? En un principio pensó en salir para buscar a su hermana, no obstante difícilmente podría haberla alcanzado, así que decidió esperar la mañana y acercarse hasta el mismo lugar en el Sena.
Buscó un paño seco y un cordel, y lo empaquetó, tenerlo cerca le angustiaba.
El día amaneció gris, sabía que si aparecía la lluvia las posibilidades de encontrar al artista eran prácticamente nulas. Por suerte, el sol salió. Por más vueltas que dio no lo encontró. Preguntó a sus colegas y ninguno parecía recordarlo, es más, ni tan siquiera se acordaban de ella. Decidió entonces enseñarles su trabajo para ver si reconocían su arte, sólo consiguió risas y menosprecios.

—Mademonseille, ¿cómo pretende que tal aficionado se codee en el mejor rincón del Sena? Aquí estamos la “creme de la creme”. Hace falta cierto nivel para compartir este espacio. Busque por los suburbios, seguro que lo encuentra. ¿Cómo dijo que se llamaba?

Miró dos veces la firma antes de reconocer el poder maligno de aquel cuadro firmado por el mismísimo Lucifer.

Desde el Karlův most, la vieja ciudad de Praga despertaba la inspiración de los pintores callejeros. Edvard paseaba admirando sus obras. Uno de aquellos artistas se le acercó, su ofrecimiento no pudo rechazarlo.
Tal vez en algún momento de la rueda que castiga la soberbia, alguien se percate del error que los mortifica.

Carmen Rosa Signes 260608

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