25
May

Serie "Primavera" nº 38

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22
May

La Dama de Blanco

El local era pequeño. Les recibió el alcalde con la intención, después del montaje y las pruebas de sonido, de entregarles el sueldo pactado. Para aquellos músicos, que apenas si comenzaban una larga carrera de feria en feria, resultó curiosa aquella anécdota, nunca habían cobrado antes de actuar. Se acercaron al único bar del pueblo, cenaron algo y regresaron para ultimar el espectáculo.
Hacía horas que el pueblo festejaba el final del invierno, pero sería el baile en el local popular, el final certero que pondría la guinda a la fiesta. Todo iba viento en poca, el sonido de los pasodobles, las cumbias, la salsa y las rumbas, tenían respuesta entre los pocos jóvenes de la comarca que dejaban su piel en cada uno de ellos, y algún que otro matrimonio mayor más atrevido, el resto se limitaba a mirar. Nada se podía torcer. “A saber cuántos romances surgirían aquella noche”, pensaban los músicos que sabían bien de lo que se auguraba en el devenir de aquellos festivales. Lo sorprendente llegó a mitad del baile. Aquella forastera, que irrumpió sin avisar, alta, de piel fina y clara, con ojos verdes y una larga melena que variaba su tono dependiendo de la luz circundante, despertó toda la expectación del mundo. Con una amplia sonrisa como único saludo, entró decidida oreando el ambiente. Ya en la tarima desde dónde los músicos hacían sonar sus instrumentos con dudosa maestría, esperó. En pocos segundos, la rodearon todos los presentes. ¿Quién era aquella hermosa mujer que mantenía su boca cerrada? Nadie la oyó hablar.
Por unos minutos se desvivieron intentando averiguar qué era lo que buscaba, qué necesitaba, o quería. Su contorno era un ir y venir de gente ofreciéndole vasos repletos de la mejor cosecha de sus caldos, bandejas de jugosa fruta, pero ella permanecía indiferente, semejaba no importarle nada. El tiempo pareció ralentizarse, y la canción del fondo no terminar nunca.
Sin mediar palabra se levantó y salió del local, la siguieron sabiendo dónde les llevaba, y por qué lo hacía.
Un ligero temblor acompañó la transformación. Al tiempo que perdía su belleza y juventud, la dama dejó caer su manto blanco sobre el piso y desapareció.

Los músicos que quedaron solos sin comprender nada, decidieron aguardar para ver qué sucedía. Ante la tardanza recogieron sus bultos y partieron cansados de esperar. La nevada selló sus huellas con el blanco manto del invierno que terminaba.

CRSignes 160109

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21
May

Serie "Primavera" nº 37

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20
May

El biombo

De grandes bigotes engominados y calva a medio tapar; de sudor empapado con el aroma a tabaco; de brillos centelleantes correteando sobre las bailarinas y coristas; de comentarios fuera de tono;… De eso están impregnados mis recuerdos.

Aquella noche, Daniel, quiso homenajear a su abuelo de 87 años. Pero el tiempo había disfrazado los café-teatro, con otro envoltorio.

Mira eso, ¡qué descaradas! Ya no hay decoro.

Le sorprendió aquel ataque de vesania en su abuelo.

Ese tipo de muchachas, antes tenía otro nombre. –Por un momento, el silencio se hizo entre los dos. —Entonces, se dejaba un margen para el misterio, todo era más,... morboso. “La Gelu”, siempre era recibida con vítores. Grandes señores perdieron fuertes sumas de dinero, jugándose con otros caballeros el privilegio de su compañía después del espectáculo. Caterva de admiradores, que la agasajaban con lujosos regalos, que luego ella vendía para poder sufragar sus caprichos. Sus encantos nunca fueron superados. Evolucionaba por el escenario tan ligera de ropa, que en ocasiones tenías que volverla a mirar para cerciorarte de que no estaba desnuda. Jugaba con las luces, con las sombras. Mientras cantaba, se contoneaba voluptuosa traveseando con lo primero que agarraba, bien fuera un abanico o un sombrero lanzado por algún espectador, de una forma tan precisa que jamás nadie pudo decir que le vio desnuda. Salvo yo.

Le tenía atrapado con su relato, tanto, que las bailarinas que balanceaban sus pechos a escasos centímetros, parecían haber desaparecido. El abuelo, levantó su cabeza, y afiló su bien conservado bigote novecentista, para acabar su narración.

“La Gelu”, sabía lo que quería. Nunca más conocí persona más retorcida. ¿Que era una exhibicionista? Nadie lo dudó. Pero ese gusto se extendía hasta límites insospechados. Gustaba que la mirasen mientras hacía el amor; y escondido, tuve el privilegio de hacerlo, siempre. El inconveniente es que aún no me he podido quitar el vicio. Tu abuela decía que no tenía conciencia, que era un majadero y un cobarde por no afrontar mi perversión, pero ¿qué quieres que le haga? A ella no le disgustaba tampoco. Venga, marchémonos. Si al menos hubieran puesto un biombo para ver a esas marranas; así a cara descubierta no puedo. ¡Un voyeur! Me llamarían ahora –seguía estirándose el bigote. — ¿Por qué si no crees, que nuestra vida social, siempre fue tan animada? ¿Por los recitales de clavicordio de tu abuela? ¡No hijo, no!

CRSignes 260407

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19
May

Serie "Primavera" nº 36

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18
May

El otro yo. De Mario Benedetti

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el proposito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas . Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando.Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

"El otro yo" de Mario Benedetti Cuento extraído del libro "La muerte y otras sorpresas"

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15
May

Serie "Primavera" nº 35

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14
May

Amor fallido

A Ricardo

El lobo solitario aúlla a la luna en la noche en la que todos sus hermanos renuncian ante la triste voz del viento.
La bestia perdona a su rival al comprender que, aquel canto, es fruto de su fallido intento de enamorar a la nube que rápidamente cruza el firmamento.

CRSignes 2003

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13
May

Serie "Primavera" nº 34

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12
May

Muerte heroica de Charles Baudelaire

Fanciullo era un admirable bufón, casi un amigo del príncipe. Mas, para las personas consagradas a lo cómico por profesión, lo serio tiene atractivos fatales, y por raro que pueda parecer que las ideas de patria y de libertad se apoderen despóticamente del cerebro de un histrión, un día Fanciullo tomó parte en cierta conspiración tramada por algunos señores descontentos.
En todas partes hay hombres de bien que denuncian al Poder los individuos de humor atrabiliario, que quieren desposeer a los príncipes y operar, sin consultarla, la mudanza de una sociedad. Los señores en cuestión fueron detenidos, y con ellos Fanciullo, y condenados a muerte cierta.
Gustoso creería yo que al príncipe llegó a enfadarlo aquello de encontrar entre los rebeldes a su comediante favorito. El príncipe no era ni mejor ni peor que los demás; pero una sensibilidad excesiva le hacía en muchos casos más cruel y más déspota que todos sus semejantes. Apasionado por las bellas artes, y además entendido en ellas como pocos, mostrábase verdaderamente insaciable de placeres. Harto indiferente con relación a los hombres y a la moral, artista verdadero en persona, no conocía enemigo más peligroso que el aburrimiento, y los esfuerzos raros que hacía para huir de este tirano del mundo o vencerle le hubieran atraído ciertamente, por parte de un historiador severo, el epíteto de monstruo, si hubiera dejado que en sus dominios se escribiese algo que no tendiera únicamente al placer o al asombro, que es una de las más delicadas formas del placer. La gran desdicha de aquel príncipe fue no tener nunca un teatro suficientemente vasto para su genio. Hay Nerones jóvenes que se ahogan en límites sobrado estrechos; los siglos por venir han de ignorar siempre su nombre y su buena voluntad. La Providencia, imprevisora, había dado a aquél facultades mayores de sus estados.
Corrió de repente la voz de que el soberano quería otorgar gracia a todos los conjurados; y origen de tal rumor fue el anuncio de un gran espectáculo en que Fanciullo había de representar uno de sus papeles principales y mejores, y al que asistirían también, según informes, los caballeros condenados; signo evidente, agregaban los espíritus superficiales, de las tendencias generosas del príncipe ofendido.
Por parte de un hombre tan natural y voluntariamente excéntrico, todo era posible, hasta la virtud, hasta la clemencia, sobre todo si pensaba encontrar en ella placeres inesperados. Mas para los que, como yo, habían podido penetrar más adentro en las profundidades de aquella alma curiosa y enferma, era infinitamente más probable que el príncipe quisiera juzgar del valor de los talentos escénicos de un hombre condenado a muerte. Quería aprovechar la ocasión para hacer un experimento fisiológico de interés capital, y comprobar hasta qué punto las facultades habituales de un artista podían alterarse o modificarse ante la situación extraordinaria en que él se encontraba; después de esto, ¿existía en su alma una intención más o menos resuelta de clemencia? Punto es éste que jamás ha podido aclararse.
Llegó, al cabo, el gran día, y la reducida corte desplegó todas sus pompas; difícil sería concebir, sin haberlo visto, cuántos esplendores puede ostentar la clase privilegiada de un Estado con recursos restringidos en una verdadera solemnidad. Aquélla era doblemente verdadera; lo primero, por la magia del lujo desplegado, y después, por el interés moral y misterioso que llevaba consigo.
Maese Fanciullo sobresalía, ante todo, en los papeles mudos, o poco cargados de palabras, que suelen ser los principales en esos dramas de magia, cuyo objeto es representar simbólicamente el misterio de la vida. Entró en escena con ligereza y con perfecta soltura, y ello contribuyó a fortalecer en el noble auditorio la idea de benignidad y de perdón.
Cuando de un comediante se dice: «Ese es un buen comediante», se echa mano de una fórmula que implica que, tras el personaje, se deja adivinar el cómico, es decir, el arte, el esfuerzo, la voluntad. Pues si un comediante llega a ser, con relación al personaje que está encargado de expresar, lo que las mejores estatuas antiguas, milagrosamente animadas, vivas, andantes, videntes, podrían ser, con respecto a la idea general y confusa de belleza, ése sería, a no dudar, caso singular y totalmente improvisto. Fanciullo fue aquella noche una perfecta idealización, que era imposible no suponer viva, posible, real. El bufón iba, venía, reía, lloraba, entraba en convulsión, con una indestructible aureola en derredor de la cabeza, aureola invisible para todos, pero visible para mí, que unía en extraña amalgama los rayos del arte con la gloria del martirio. Fanciullo introducía, por no sé qué gracia especial suya, lo divino y lo sobrenatural, hasta en las bufonadas más extravagantes. Tiembla mi pluma, y lágrimas de emoción siempre presente se me suben a los ojos cuando intento describiros aquella inolvidable velada. Demostrábame Fanciullo, de manera perentoria, irrefutable, que la embriaguez del arte es más apta que otra cualquiera para velar los terrores del abismo; que el genio puede representar la comedia al borde de la tumba con una alegría que no le deje ver la tumba, perdido como está en un paraíso que excluye toda idea de tumba y destrucción.
Todo aquel público, por estragado y frívolo que fuese, pronto sintió el omnipotente dominio del artista. Nadie soñó ya en muerte, luto o suplicio. Cada cual se abandonó, sin inquietud, a los placeres múltiples que da la vista de una obra maestra de arte vivo. Las explosiones de gozo y admiración sacudieron varias veces las bóvedas del edificio con la energía de un trueno continuo. Hasta el príncipe, embriagado, mezcló su aplauso al de su corte.
Sin embargo, para los ojos clarividentes, su embriaguez no carecía de mezcla. ¿Sentíase vencido en su poderío de déspota? ¿Humillado en su arte de atemorizar corazones y embotar ánimos? ¿Frustrado en sus esperanzas y afrentado en sus previsiones? Tales supuestos, no exactamente justificados, pero no en absoluto injustificables, cruzaron por mi mente mientras contemplaba yo el rostro del príncipe, en el que una palidez nueva iba a juntarse sin cesar con su habitual palidez, como nieve sobre nieve. Apretábanse cada vez con más fuerza sus labios, y sus ojos se iluminaban con fuego interior, semejante al de los celos y al del odio, hasta cuando aplaudía ostensiblemente los talentos de su antiguo amigo, el extraño bufón, que tan bien bufoneaba con la muerte. En determinado momento vi a su alteza inclinarse hacia un pajecillo, colocado detrás de él, y hablarle al oído. La cara traviesa del lindo muchacho se iluminó con una sonrisa, y salió vivamente después del palco principesco, cual si fuera a cumplir un encargo urgente.
Pocos minutos más tarde, un silbido agudo, prolongado, interrumpió a Fanciullo en uno de sus mejores momentos, y desgarró a la vez oídos y corazón del artista. Del sitio de donde había brotado aquella inesperada desaprobación, un muchacho se precipitaba al pasillo ahogando la risa.
Fanciullo, sacudido, despertando de su sueño, cerró primero los ojos, los volvió a abrir casi enseguida, agrandados desmesuradamente, abrió luego la boca como para respirar convulso, vaciló un poco hacia adelante, otro poco hacia atrás, y cayó después muerto de repente en las tablas.
El silbido, rápido como el acero, ¿había frustrado en realidad al verdugo? ¿Había el príncipe mismo advertido toda la homicida eficacia de su treta? Permitida está la duda. ¿Tuvo sentimiento por su querido e inimitable Fanciullo? Dulce y legítimo es creerlo.
Los caballeros culpables habían gozado por última vez del espectáculo de la comedia. Aquella misma noche fueron borrados de la vida.
Desde entonces acá, varios mimos, justamente apreciados en diferentes países, han venido a representar ante la corte de ***, pero ninguno de ellos ha podido reanimar los maravillosos talentos de Fanciullo ni levantarse hasta el mismo favor.

*Muerte heroica Extraído del libro de Charles Baudelaire El Spleen de París

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11
May

Serie "Primavera" nº 33

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10
May

El apaño

¡Redondo! ¡Redondo, blando, redondo!...

Dime vida mía ¿en qué piensas?

La pregunta resonaba en su mente. Le costó responder. Allí tumbada completamente desnuda ¡estaba tan bella! Era como un sueño hecho realidad. Desde su infancia había querido significar algo para alguien, y ahora se encontraba junto a él. Había vivido mucho, pero nunca compartió nada con nadie.

— En ti mi vida. ¡No puedo dejar de pensar en ti!

Era como flotar en el aire. Se sentía ya en el cielo, y todo aquel cuerpo estaba a su merced. Ella se dejaba hacer. ¡Debe ser por que soy maravilloso! La habitación fue invadida por su risa seca.

¿Qué te hace tanta gracia?

No podía confesarle la verdadera razón. Quedaría como un estúpido. Se limitó a ponerle el dedo en la boca reclamando su silencio, mientras que con la otra mano, volvía a acariciar aquel pecho suave y redondo. Muy redondo.

Dímelo mi bien. Quiero reírme igual que tú. —Improvisó. — Me estaba acordando, mientras te acariciaba, de una palabra que me resulta graciosa: melcochudo.—Su risa sonó falsa pero pensó que ella no se daría cuenta. —Ja ja ja ja ja.... Quiero decir, que al tener tu pecho entre mis manos parece que se derrita... ¡es tan blando! —sus caricias eran envolventes— Ahora calla, no sea que nos descubran.

Mientras hablaba ya casi había introducido los dedos en la vagina cuando de repente un ruido le alarmó.

Shhhhhhhhhhhhhhhhh. ¡Calla!

Tenía miedo de que los pillaran, no sabía como iban a reaccionar en su casa. ¡No es bueno abandonarse en amores clandestinos!
Cuando dejó de oír el trajín que se había formado fuera de su cuarto, no se lo pensó dos veces y se abalanzó nuevamente sobre ella. Pero esta vez, y previniendo quizás que en cualquier momento podían descubrirles, con todo el ímpetu que le reclamaba su ya molesta erección. ¡Que malo que era tener que hacerlo todo él!
El rechinar de la cama no fue lo que le detuvo. Sintió como si se le escapara de las manos. ¡Se desvanecía! Y él ni tan siquiera había acabado. Entonces reflexionó.

¡Sólo yo puedo ser tan tonto como para intentar arreglar la muñeca hinchable con la grapadora!

CRSignes 200505

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9
May

Serie "Primavera" nº 32

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8
May

El entendimiento

Tranquila mamá, el protocolo periodístico interestelar, surgido después de la masacre del convoy en el que fallecieron un millar de compañeros, me aleja del peligro.
Lo sé hijo. Me preocupo, compréndeme…
Te paso la crónica. Envíala inmediatamente. Pronto arreglarán el suministro energético en la central. Grábala tal cuál, así servirá.

Se peinó rápidamente. A sus espaldas, vistas en directo del planeta desde la nave. Cierta melancolía en su rostro se dejaba sentir. Comenzó a hablar:

“Desde la nave “Síntesis Molecular” informa Philip Martín. Todo el mundo parece haberse vuelto loco en Saandia. Nadie sigue los dictados legales. De nada ha servido que el Gobierno General Entrante enviase, para sofocar aquella crisis, a sus mejores hombres. Mes y medio después siguen los salvajes disturbios, que han obligado a la intervención del ejército. Armas desplegadas en pos de la paz. En este planeta del círculo externo del sistema 13-03, la tradición se mantenía. Una vez al año, en la Estación del Brote, realizaban una ofrenda que incluía el sacrificio de animales en busca de la bendición para el año entrante. Desde la llegada del Sistema Unificador habían intentado ocultar este hecho, disfrazándolo de una aparente normalidad religiosa; pero con ello, no habían conseguido más que favorecer la invasión y el deterioro de su cultura, e incluso alejar la suerte. Una pertinaz sequía les castigaba desde hacía diez años. Los seguidores radicales decidieron dar la espalda a sus mandatarios, y comenzó la revuelta que terminó en represión. Las bajas se contabilizaron en miles cuando se dio por concluida la rebelión; pero nuevos brotes han surgido, y la lucha continúa con la amenaza constante del empleo de métodos radicales, para liquidar el problema. Intentar disociar vínculos, como las tradiciones, es difícil si lo único empleado es la razón. En espera de los acontecimientos, que deriven de la reunión entre insurrectos y representantes del Sistema Regulador, despido esta crónica. Cualquier novedad sobre las negociaciones…”

Una fuerte explosión enmudeció la comunicación por unos minutos.

Madre, no envíe todavía nada, creo que voy a tener que cambiarlo todo. Las noticias que nos han llegado, antes de la desaparición del planeta, hablaban de un posible entendimiento. Lástima que éste se refería a la aniquilación del problema de un modo tan drástico.

CRSignes 011105

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7
May

Serie "Primavera" nº 31

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