22
May

La Dama de Blanco

El local era pequeño. Les recibió el alcalde con la intención, después del montaje y las pruebas de sonido, de entregarles el sueldo pactado. Para aquellos músicos, que apenas si comenzaban una larga carrera de feria en feria, resultó curiosa aquella anécdota, nunca habían cobrado antes de actuar. Se acercaron al único bar del pueblo, cenaron algo y regresaron para ultimar el espectáculo.
Hacía horas que el pueblo festejaba el final del invierno, pero sería el baile en el local popular, el final certero que pondría la guinda a la fiesta. Todo iba viento en poca, el sonido de los pasodobles, las cumbias, la salsa y las rumbas, tenían respuesta entre los pocos jóvenes de la comarca que dejaban su piel en cada uno de ellos, y algún que otro matrimonio mayor más atrevido, el resto se limitaba a mirar. Nada se podía torcer. “A saber cuántos romances surgirían aquella noche”, pensaban los músicos que sabían bien de lo que se auguraba en el devenir de aquellos festivales. Lo sorprendente llegó a mitad del baile. Aquella forastera, que irrumpió sin avisar, alta, de piel fina y clara, con ojos verdes y una larga melena que variaba su tono dependiendo de la luz circundante, despertó toda la expectación del mundo. Con una amplia sonrisa como único saludo, entró decidida oreando el ambiente. Ya en la tarima desde dónde los músicos hacían sonar sus instrumentos con dudosa maestría, esperó. En pocos segundos, la rodearon todos los presentes. ¿Quién era aquella hermosa mujer que mantenía su boca cerrada? Nadie la oyó hablar.
Por unos minutos se desvivieron intentando averiguar qué era lo que buscaba, qué necesitaba, o quería. Su contorno era un ir y venir de gente ofreciéndole vasos repletos de la mejor cosecha de sus caldos, bandejas de jugosa fruta, pero ella permanecía indiferente, semejaba no importarle nada. El tiempo pareció ralentizarse, y la canción del fondo no terminar nunca.
Sin mediar palabra se levantó y salió del local, la siguieron sabiendo dónde les llevaba, y por qué lo hacía.
Un ligero temblor acompañó la transformación. Al tiempo que perdía su belleza y juventud, la dama dejó caer su manto blanco sobre el piso y desapareció.

Los músicos que quedaron solos sin comprender nada, decidieron aguardar para ver qué sucedía. Ante la tardanza recogieron sus bultos y partieron cansados de esperar. La nevada selló sus huellas con el blanco manto del invierno que terminaba.

CRSignes 160109

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