El biombo
— De grandes bigotes engominados y calva a medio tapar; de sudor empapado con el aroma a tabaco; de brillos centelleantes correteando sobre las bailarinas y coristas; de comentarios fuera de tono;… De eso están impregnados mis recuerdos.
Aquella noche, Daniel, quiso homenajear a su abuelo de 87 años. Pero el tiempo había disfrazado los café-teatro, con otro envoltorio.
— Mira eso, ¡qué descaradas! Ya no hay decoro.
Le sorprendió aquel ataque de vesania en su abuelo.
— Ese tipo de muchachas, antes tenía otro nombre. –Por un momento, el silencio se hizo entre los dos. —Entonces, se dejaba un margen para el misterio, todo era más,... morboso. “La Gelu”, siempre era recibida con vítores. Grandes señores perdieron fuertes sumas de dinero, jugándose con otros caballeros el privilegio de su compañía después del espectáculo. Caterva de admiradores, que la agasajaban con lujosos regalos, que luego ella vendía para poder sufragar sus caprichos. Sus encantos nunca fueron superados. Evolucionaba por el escenario tan ligera de ropa, que en ocasiones tenías que volverla a mirar para cerciorarte de que no estaba desnuda. Jugaba con las luces, con las sombras. Mientras cantaba, se contoneaba voluptuosa traveseando con lo primero que agarraba, bien fuera un abanico o un sombrero lanzado por algún espectador, de una forma tan precisa que jamás nadie pudo decir que le vio desnuda. Salvo yo.
Le tenía atrapado con su relato, tanto, que las bailarinas que balanceaban sus pechos a escasos centímetros, parecían haber desaparecido. El abuelo, levantó su cabeza, y afiló su bien conservado bigote novecentista, para acabar su narración.
— “La Gelu”, sabía lo que quería. Nunca más conocí persona más retorcida. ¿Que era una exhibicionista? Nadie lo dudó. Pero ese gusto se extendía hasta límites insospechados. Gustaba que la mirasen mientras hacía el amor; y escondido, tuve el privilegio de hacerlo, siempre. El inconveniente es que aún no me he podido quitar el vicio. Tu abuela decía que no tenía conciencia, que era un majadero y un cobarde por no afrontar mi perversión, pero ¿qué quieres que le haga? A ella no le disgustaba tampoco. Venga, marchémonos. Si al menos hubieran puesto un biombo para ver a esas marranas; así a cara descubierta no puedo. ¡Un voyeur! Me llamarían ahora –seguía estirándose el bigote. — ¿Por qué si no crees, que nuestra vida social, siempre fue tan animada? ¿Por los recitales de clavicordio de tu abuela? ¡No hijo, no!
CRSignes 260407
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