El mensaje
La primera condición para la paz es la voluntad de lograrla.
Juan Luis Vives (1492-1540)
Ya no se firmaban en cientos de miles de hojas impresas tratados de no agresión. Aquellos documentos con sus firmas, timbres y decorados con ribetes, sellos y escudos, se habían sustituido con un apretón de manos, varias cadenas de e-mail y una conexión de vídeo vía satélite transmitida a todo el sistema.
A la hora pactada, ambos mandatarios cumplimentaron los trámites, en sus rostros no se reflejaba alegría alguna por el suceso. Los acontecimientos se habían precipitado y de la misma manera que un mensaje hubiera podía significar la mayor de las ofensas, se había conseguido la paz.
Con reticencia, como una molesta espina, se trataron los temas relativos a los muertos… ¿qué hacer con ellos? Dividiendo aquel sistema el cinturón de asteroides, frontera natural entre los dos planetas, fue seleccionado para ese fin. Abandonadas a su suerte en él: las armas y las naves empleadas en la contienda harían compañía a los muertos que ya descasaban allí.
En una pequeña habitación Marieta, la mujer más anciana del mundo, cómplice anónimo de los hechos, había sido testigo también del último de aquellos antiguos armisticios repletos de pompa y boato. Conectada para su mantenimiento vital —artificio obligado para el alargamiento de la vida—, se sentía feliz.
Marieta proyectó sus pensamientos hasta aquel lugar del firmamento. Le recordaba los campos de trigo de su pueblo al finalizar la última gran guerra del planeta convertidos en tumbas cubiertas por cruces hasta donde se perdía la vista. Millones de bajas en la que ningún hogar se libró de las pérdidas humanas. Fue por ese motivo que, al comenzar la guerra que hoy veía su fin, costara convencer a la población sobre la necesidad de una buena y correcta defensa, sobre la obligación de dar todos un poco para mantener la paz.
Marieta, que sabía muy bien el precio que se pagaría, intentó evitarlo, pero no consiguió nada. Y los caídos de ambos bandos comenzaron a pesarle. Millones de muertos y ochenta años después, Marieta creyó que sus esfuerzos por detener aquella barbarie se habían visto finalmente cumplidos y ya podía morir.
Frente a su asistente Marieta escribió un último mensaje. El robot que vigilaba las máquinas que la sostenían en vida desconectó su sustento. Marieta creyó que eso la mataría de inmediato pero no fue así. Y entonces hablo. Lo hizo sin cesar dirigiéndose hacia el autómata que ni tan siquiera tenía habilitado el oído. Marieta le contó a su confidente cómo después de años de esfuerzos encontró la solución, el misterioso mensaje conciliador que consiguió el milagro contenía dos únicas palabras, las mismas que salieron de su boca antes de fallecer:
—Te necesito.
CRSignes 23/05/2010
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