30
Ago

Más humano

Somos aquello en lo que creemos.
Wayne W. Dyer (1940-?)

El vuelo de las moscas junto a la ventana mitigaba el sonido que, desde la calle, emitían los vehículos que transitaban.
De poder oír posiblemente le hubieran molestado más los estridentes chirridos de sus articulaciones incompletas; de poder oler quizá le hubiese incomodado su oxidada fragancia, pero sus sensores no habían sido conectados. A él sólo le importaba completar su programación y para ello debía seguir buscando.
A pesar de su apariencia humana y la inteligencia de casi todos los grandes hombres del siglo XXI, seguía sin ser perfecto y era consciente de ello.
El primer programa que intentaron introducir en él, nada más nacer, fue el de autodestrucción.
He fracasado de nuevo. Antes de desarmarlo me gustaría conocer por qué ninguno de los preceptos esenciales entró en su programación −se lamentó el científico.
El androide actuó en consecuencia. El suelo se tiño de rojo aunque él no supiera identificar el color, simplemente presintió el espeso líquido derramado. Antes de salir purgó sus circuitos, tomó algunos elementos que comprendió que le serían de utilidad y extrajo el dispositivo que le faltaba. Por vez primera intentó completarse sin éxito.
Durante horas recorrió el laboratorio. Con los logro se enriquecía, cada fallo cometido debía ser enmendado. Desgraciadamente los errores se acumulaban y, pese a su privilegiada superioridad, la huella de su paso cada vez resultaba más evidente. Se preguntaba por qué habrían escondido tan bien aquella pieza esencial si era tan imprescindible y dónde encontraría la que encajara a la perfección en su anatomía. Para aquella lógica cibernética resultaba inverosímil. Hubiera deseado recibir una respuesta coherente, pero los absurdos y grotescos movimientos de los humanos, que seguía sin comprender, no le habían sacado del embrollo en el que se había metido. Le molestaba aquella situación. De todas formas ya casi no quedaba nadie a quién acudir, a quién preguntar, pronto debería salir del edificio.
Le incomodaba contemplar el cuerpo sin vida de la recepcionista, así que después de colocar el corazón aún latente sobre su mano para introducirlo en el compartimiento, cerró sus sensores visuales y esperó que algo cambiara en él. Ese algo que le haría más humano.
La fuerte descarga eléctrica le dejó tendido en tierra. Los guardas, aunque tarde, habían llegado a tiempo.

CRSignes 20/04/2008

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