La Terminal
El destino no reina sin la complicidad
secreta del instinto y de la voluntad.
Giovanni Papini (1881-1956)
Nada de lo que rodeaba a Ferdon era pequeño. Las gigantescas construcciones flotantes estaban unidas por conductos tubulares y cables de enormes proporciones. Aquella mega-estructura había sido creada para acoger a las naves extra-planetarias que, a millares, llegaban al que estaba considerado el mayor puerto mercantil y comercial del espacio.
Glamus 3 se había convertido en un gran centro comercial, en donde todo podía encontrarse.
Ferdon tenía un control absoluto de las distancias, de los espacios; nada podía escaparse a su menesterosa labor, algo que le proporcionaba una todopoderosa sensación. Apoyado por una sobria voz y la confianza total sobre el cumplimiento de las normas por él dadas, en el tiempo que llevaba desempeñando su trabajo en tan sólo dos ocasiones había tenido que recurrir a la fuerza.
La sucesión de andenes se extendía hasta perderse de vista. Durante siglos había crecido debido al aumento del tránsito entrante y saliente. Cuando uno de los apeaderos quedaba obsoleto, era inmediatamente reemplazado por otro. Lo soltaban de las conexiones de sustento y comunicación abandonándolo a su suerte, que no era otra que el ser desmantelado por alguna empresa de derribos.
Pero aquel poder tenía sus inconvenientes. Ferdon no recordaba la última vez que había pronunciado palabras de amor o frases amistad; la risa había desaparecido de su vida, así como el llanto; nada le conmovía. Aquel dominio casi sobrehumano que le confería su puesto había terminado por deshumanizarle. De repente, un instinto olvidado provocó que observara la última de aquellas terminales reservada al transitar de pasajeros. Como un punto en el suelo bruñido, un cuerpito inmóvil captó su atención. Sentada sobre su equipaje, una niñita se enjugaba las lágrimas. Nadie reparaba en ella, pero ella reparó en la imperceptible cámara y sonrió. Se despertaron en Ferdon sensaciones extintas. Sin atender a las consecuencias, apretó el botón que le desconectaba de su puesto. La plataforma flotante se desplazó unos metros hasta extraerlo. El aire reciclado se mezcló con la atmósfera pura del interior de su habitáculo. La avería fue inmediata.
Consciente de su acción, aplicó sobre sí el castigo correspondiente. Ferdon dejó de funcionar unos segundos después de lo previsto en los protocolos de sanción capital.
Durante dos ciclos completos, el puerto espacial quedó paralizado. Mientras, en la Terminal de pasajeros, una niña se reencontraba con los suyos después de que, afectadas de una extraña avería, en todas las pantallas del planeta se transmitiera la imagen de aquella pequeña perdida.
CRSignes 27/12/2009
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