18
Abr

Tras el impacto brillante que repartió amargura

Malos vientos arrastraron, de punta a punta del planeta, fragmentos punzantes que traspasaron pieles y vidas. Aquella arbitraria y compleja infección, producto de la malévola ambición de un diablillo perverso que vio destrozado su invento al querer enseñárselo a Dios, dejó al mundo partido en dos. De una manera u otra, nadie quería saber o hacerse cargo de aquel destino cambiado y disconforme. Unos por no comprenderlo y otros por no ser conscientes. Así sucedió que, en mi búsqueda, topé con un individuo perfecto: un niño, un alma pura que en su desesperante cambio era incapaz de reconocer los vínculos más cercanos. Se había vuelto insensible y distante.
Observé desde las alturas, mientras repartía mis gracias, cómo las criaturas simples, sobrevivientes al impacto brillante que repartió amargura, intentaban aliviar la baja temperatura con juegos. La nieve en su cara más amable, cuando comienza a ocultar los objetos, sirve para desenvolver las más variadas artes de diversión. Y en eso estaba él, intentando reír las gracias de una muchacha de su misma edad, que no comprendía el porqué de su serio rostro, de su tristeza, de su distanciamiento. Ante la negativa del muchacho por divertirse no tardó en quedar solo.
Lo sentí cercano, era como yo hermoso y frío. Aquel fragmento clavado en su retina oscurecía su visión; y el del corazón, sus sentimientos. Ambos seríamos felices. Por eso, sabiendo que nadie nos miraba, le ofrecí el cálido cobijo de mi abrigo, y lo rapté.
Atravesamos el cielo hasta acomodarnos en palacio. Parecía sentirse bien, tocaba mi rostro, me alisaba la melena. Con un beso logré que resistiera las gélidas condiciones a las que yo estaba acostumbrada, pero sólo en apariencia, pues no logré mitigar los efectos que le hacían. La tintura de su piel fue tornándose cada vez más oscura. Al poco tiempo, las costras y heridas que la congelación le causaba afearon sus rasgos, y me cansé de él. Su compañía me resultó tediosa. El mundo no paraba, y yo debía partir para seguir administrándolo, continuar mi búsqueda.
Cuando regresé había desaparecido. Como únicas huellas de su paso por palacio: la cartera que le había regalado, en la que guardaba los pedazos de hielo con los que jugaba a construir palabras y formas; dos fragmentos diminutos de aquel espejo endemoniado; y en el suelo helado un agujero que aún guardaba el cálido contenido en lágrimas, que consiguieron salvar su alma.

CRSignes 181009

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