3
Mar

Las mujeres que amó

Alejarse del hogar ya fue todo un logro. La soledad forjó su especial forma de sentir, de creer, siempre en oposición a sus pensamientos. No podía seguir así. Debía descubrir, conquistar, convertirse en el ser ambicioso que hubiera querido aquella madre que murió demasiado pronto entre sus brazos. “Hijo mío, algún día conquistarás a una mujer”. Y ¿cuándo será eso?—Le preguntó. “Tú sabrás cuándo”. Su madre, hermosa como pocas, no había tenido tiempo de educarlo, quizás se precipitó. Sabía que de ella había heredado el cabello rubio y la sonrisa, pero no los ojos. ¿De dónde le venía aquella penetrante mirada de azul intenso? Si hubiera conocido a su padre, seguramente éste le habría dicho aquello de que las mujeres son engañosas y falsas, y se lo habría creído.

Le tiraba la piel, tenía frío. El sol estaba levantándose. Agradeció la llegada de tan cálido aliado.
Una noche en vela dando vueltas a su deseo le animó. Apareció a tientas por la esquina de la casa. Desde el quicio de la ventana, el humeante pastel dejaba escapar su aroma en dirección a sus pasos. Lo tomó presto, era su primera conquista.
Vociferando, aquella mujer salió buscando al ladronzuelo. ¿Gruñía? ¿Qué extraño lenguaje era ese? Le recordó a su madre. Los ojos azules eran la señal que estaba buscando.

Lo había tramado minuciosamente. La llevaría a casa, más adelante ya pensarían en mudarse. Aunque él era reacio a abandonarlo todo.
Apenas sintió el tacto frío y escamoso alrededor de su tobillo, se desmayó. La tomó en brazos, ya podía regresar. Sintió alivio al notar el húmedo fango bajo sus pies. Poco a poco se fue adentrando en la ciénaga. Tenía ganas de despertarla, de enseñarle todas sus cosas, de explicarle la razón de su conquista, de su necesidad.

El agua del pantano no llegaba nunca a calentarse, el sol con dificultad apenas si alcanzaba el fondo. El frío húmedo pudo más que la impresión, y despertó.
Miró el tímido pero aparentemente complacido rostro de aquel monstruo rubio, sin comprenderlo, antes de gritar y convulsionarse desesperadamente. Los decepcionados ojos de un azul intenso de la bestia se desdibujaron del reflejo del agua cuando se sumergió con ella entre sus brazos.
En el fondo pantanoso de la ciénaga ahora descansa la bestia junto al los restos de las dos única mujeres que ha amado.

CRSignes 060209

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