25
Dic

Flor de caña

A Federico García Lorca, y a aquella mulata anónima de la que se enamoró

El sol cae con aplomo calentando el embaldosado centenario de los callejones habaneros que le llevan hacia su destino. Federico camina, se detiene, contempla, no desdeña conversaciones mundanas, familiares, vulgares formas, ni sonrisas ni peticiones; nunca rechaza un buchito de café o de ron, puede que incluso tolere insultos. Busca el encuentro fortuito, persigue aquello que le obsesiona y pregunta, interroga. Necesita saber.
De vez en cuando descansa los calambres de las caminatas interminables. Algún mango reverdece los patios desvencijados de las cuarterillas. Desde la silla que le ofrece una negrona inmensa se recrea en la vida que se esconde tras sus puertas. Allí sentado, con la taza de café humeante recién molido en la mano, rememora las tardes de verano de su tierra; pero el acento distinto, el calor sofocante, los sonidos,… le sacan del hechizo y sorbe el elixir amargo y oscuro, dulcificado con el azúcar de caña.
¡Gallego! Hábleme de la madre patria —le dice la mujer mientras su rostro se ilumina con una gran sonrisa.
Pero Federico tiene las ideas fijas, no desea más que encontrar el objeto de su deseo. Se mueve por los pasadizos de calles buscando los ojos, el cuerpo de una mulata que ha visto en un cuadro.
Desconoce su nombre, sólo puede recrear con palabras el tono de su piel, el brillo de su sonrisa, aquellos ojos claros y las voluptuosas formas con las que consigue ensalzar a la mujer cubana como la más bella del mundo.
Oculta sus sentimientos tal vez por el miedo a ser juzgado. Muy pocos conocen de su ensueño, de aquel amor imposible acorde a su forma de ser. Nada más contemplar su imagen aflora en él el trovador, el poeta infame y desgraciado, que se contenta tan sólo con aspirar a su amada en la distancia. Él, rodeado siempre de mujeres que no se resisten a su encanto, a su inteligencia, a su arte, ve cómo su deseo esconde la fiebre desesperante del amor platónico, de aquel que se busca aún a sabiendas de que no va a ser correspondido. Sabe que antes incluso de que se marche de la tierra que le ha acogido y embrujado, lo único que le quedará será la imagen de aquella mujer hermosa, colgada del muro de sus deseos y que le acompañará siempre.
CRSignes 06/12/09

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