Una nueva vida le espera…
A Philip K. Dick con todo mi respeto y admiración
Inasible como el paso del tiempo, la nave barrió la ciudad. “Una nueva vida le espera en las colonias del mundo exterior. La ocasión de volver a empezar en una tierra de grandes oportunidades y aventuras. Un nuevo clima,…” Apática, escrutó la solitaria avenida decenas de metros bajo sus pies. Estaba nerviosa, dieciséis años sin pisar la calle. “Issobel, desaparece. Sobre todo hija mía, tu paradero debe ser secreto. Y no te fíes de nadie. ¿Comprendes?”. Su padre temía que los mataran. Miró al bebé, y mientras la abrazaba, agradeció la sensación de calor. Issobel al echar los cerrojos, activó todas las claves de seguridad, nadie más cruzaría el umbral de la casa.
— ¿Tienes hambre?
— ¿Qué hay para comer mamá?
Abrió el refrigerador y sacó un par de lonchas de bacón que picó bien fino. Revisó nuevamente el electrodoméstico, creía que aún le quedaban un par de frascos de huevos liofilizados. Con un poco de sucedáneo de leche y harina improvisó un mejunje pastoso, que una vez sazonado cocinó junto con el bacon simulando huevos revueltos.
— Prométeme que mañana harás las tareas de casa.
— ¿Por qué no voy contigo?
— Otro día mi vida, en otra ocasión.
— De acuerdo.
Issobel elogió la obediencia de su hijo.
La ciudad casi abandonada —cien años de lluvia ácida mermaron las ilusiones de encontrar una solución— se había convertido en un supermercado para vagos y maleantes, “La gente honrada jamás viviría aquí”, rezaba una pintada en la fachada de la catedral de Nuestra Señora de Los Ángeles. Issobel, ocultó entre su busto la pistola. Esperaba no tener que enfrentarse. Años atrás, había sido preparada para situaciones peores, pero las tornas giraron, y su libérrimo destino mutó en una reclusión voluntaria marcada por el miedo. Una turba descontrolada cruzó la calle sin verla forzando la entrada de un local. Estaba de suerte, aquel edificio había sido un comercio. Confiaba sacar de él suministros suficientes como para no volver a enfrentarse al peligro. Pacientemente aguardó a que se marcharan. Entró. Una presión en el tobillo la hizo caer. Rápida de reflejos, extrajo la pistola y disparó.
— ¡Muere pellejudo! —gritó.
La deflagración alertó al grupo, pero uno tras otro cayeron todos.
El mundo había sucumbido ante los Replicantes, pero mientras un Blade Runner quedase vivo, habría esperanza.
Recogió lo que necesitaba y regresó a casa, unos cuantos años más y su hijo estaría también preparado.
CRSignes 220709
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