9
Nov

Rosado impredecible

La sensación de placer y la ausencia de cansancio y de miedo, vinieron a sustituir los sobresaltos y el insomnio. Hasta ese momento cerrar los ojos había supuesto algo más terrible que el peor de los castigos. Con aquellas pequeñas píldoras rosadas, habían logrado calmar ese ser oculto en la mente de su hija, que la mantenía en el mismo estado de alteración, despertándola una vez tras otra, en un sueño que parecía no tener fin. Con gritos, llantos, empapada en sudor, y el pis impregnado en las sábanas y el colchón, que apenas si tenía tiempo de secarse, la encontraban.
Todo aquello había acabado. Los elogios comenzaron cuando las pastillas color rosa hicieron desaparecer los sueños que torturaban el descanso infantil.
Pero la tranquilidad volvió a mutar en preocupación. Cada vez las noches se hacían más largas para la pequeña, hasta el día en el que no quiso despertar. ¿Qué había sucedido? Los doctores no encontraban explicación, se comportaban con vergonzosa apatía. Mientras, en el rostro de la niña dormida se podía intuir el miedo, y en el de su madre la angustia. Temía lo peor, asumía la imposibilidad de despertarla, pero acostumbrada al contacto directo con el pánico y el miedo de su hija, se preguntaba sobre ¿dónde habían quedado los malos sueños? Y ¿quién la rescataría ahora del acecho de la bruja? La imaginó presa en la casita de chocolate. Inasible hasta el momento, pues siempre se despertaba a tiempo, ¿cómo se libraría ahora si no podía abrir los ojos?
Necesitaba saber el paradero de aquellos sueños malditos, por lo que tomó las pastillas rosadas ella también.
El camino estrecho y oscuro la guió hasta la conocida casa de dulces formas. Se sintió atraída, no creía lo que pasaba, solía ser dueña de sus sueños. La bruja asomaba el busto por la ventana. Acabó rendida ante aquella situación conocida de final impredecible, libérrima voluntad desconcertante. Temiendo el final del cuento, deseó que el sueño terminara, pero los barrotes se interpusieron en su camino. Ya no podía salir, y su hija estaba con ella. Temió el terror que se reflejaba en los ojos de la niña. Deseó con todas sus fuerzas poderla sacar de allí. Rezó.
Despertó empapada en sudor, estaban fuera, habían escapado. Cogió a la niña en brazos y siguieron el camino, aquella senda estrecha que conducía a la casita de chocolate.

CRSignes 170709

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