La tercera estrella al norte del firmamento
Siempre quiso permanecer en la superficie de las rocas durante un tiempo mayor. Junto a sus hermanas, comentaba las historias que Peter primero y después Wendy le contaron. En ellas había querido ver la mágica ilusión que la catapultara fuera del agua, recorrer el mundo, secarse al sol, y caminar. Aunque ella iba más lejos aún, deseaba surcar los aires y volar, cualquier cosa con tal de agradarle a él. Pero para ello debía convencer a Campanilla, y sabía que no sería sencillo; por que en aquella isla suspendida en el universo, las relaciones entre las féminas eran más bien sombrías.
Todo comenzó el día primero en el que Peter llegó. Por una más que comprensible razón, no hubo muchacha que no se sintiera atraída por la natural arrogancia y el porte de aquel galán eternamente joven. Mientras la sutil inocencia de las niñas enamoradas pasó desapercibida, no hubo conflicto; pero pronto se dieron cuenta de que el amor apuntaba en una misma dirección, y la rivalidad se tornó en envidia, y la envidia en celos. Peter no quiso entrar en el juego, “Nunca Jamás” y todo lo que representaba, era lo único que él deseaba. “El amor es cosa de viejos”, decía. Por suerte, se dieron cuenta de la ínfima valoración que de él tenía, y de que hasta que Peter no quisiera crecer, ninguna podría conquistarlo.
Observando los destellos de la luna reflejados sobre la superficie de la bahía, recordó todos sus intentos fallidos por surcar el aire. Sabía que llamando su atención tendría quizás la última oportunidad, pero nunca había contado con la aprobación del hada. Ya era hora de que hablara con ella.
Alargó la mano, y con la punta de los dedos levantó pequeñas gotas cortando su reflejo. Rompió nubes, realizó piruetas, zarandeó las ramas de los árboles, y antes de zambullirse definitivamente bajo la superficie del agua, sonrió satisfecha. Durante unos segundos, tal vez minutos, consiguió que su amado, mientras cruzaba un puente colgante capitaneando a los “niños perdidos” en una incursión en tierras indias, no apartara la vista de ella.
Campanilla también sonreía, la próxima vez sería la sirena quién le ayudaría para intentar despertar el amor de aquel inmaduro Peter.
CRSignes 130509
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