11
Jun

El mar haría el resto

Las primeras llaman los sabios artes adivinatoria,
y de éstas aún hay dos maneras… porque una de
ellas (las supersticiones), son para hacer pacto o
concierto con el diablo…
(Capítulo III de la “Reprobación de las supersticiones
y hechicerías” P. Sánchez Ciruelo)

Sor Doña Inés de la Estrada y Suárez de Hinojosa, junto a Doña Manuela debían apurar el embarque. Partían rumbo a España. El calor asfixiante de final del verano apenas si era aliviado por la brisa, que desde el mar calmo del amanecer, arribaba. A Sor Doña Inés las fuerzas le fallaron, un pequeño vahído le hizo perder el equilibrio. Dos hombres de la tripulación evitaron que cayera al agua. Sus pies hinchados y henchidos, aquel calzado le oprimía, habían tenido parte de culpa; aunque el ceñidor ajustado al pecho y el verdugado, también fueron responsables. Ya en el camarote, Doña Manuela asistió a su señora aligerándole las ropas, y dejando al descubierto el motivo de su marcha.

Soltaron cabos, levaron ancla e izaron velas. Pronto añorarían la bahía de La Habana, las costas de Cuba que simulando una línea coloreada a estribor, durante horas serviría de guía de navegación antes de adentrarse en el océano. A las ocho en punto, comenzó la misa.

Doña Manuela, esperamos que Sor Inés se encuentre mejor.
Gracias Vuecencia. Ruego disculpe a mi señora, no deseaba perderse el oficio, pero está indispuesta.
Descuide, más tarde yo mismo pasaré para ofrecerle los sacramentos. Debo velar por el alma de ustedes.
Nos complació saber que Su Excelencia viajaba también. Una dama sola, entre tanto hombre, y durante un largo viaje…, existiendo la posibilidad de cruzarnos con malandrines, piratas…
Ni lo penséis. Yo velaré por su fe, dignidad y honra.

Doña Manuela informó a su señora de las intenciones del Obispo. Ambas se afanaron por ocultar la verdad.
Doña Sor Inés, recién había cumplido veinte años, doce de los cuales los había pasado recluida, su severo padre así lo quiso, en la orden de las Betlehemitas en La Habana. Su avanzado estado de gestación, no podía ser descubierto. Su honra se vería dañada, y posiblemente debería cambiar el rumbo, huir hacia otro lugar. Aún teniendo motivos con los que justificar su estado, una dama de su posición ingresada además en una orden, sería pasto de la inquisición en el peor de los casos, y más teniendo en cuenta las circunstancias que las había relacionado directamente con otro tipo de rumores, que hacían referencia a ritos muy alejados de la fe cristiana.
Lo tenían todo calculado. El parto, debía ocurrir a mitad de travesía, y cualquier indisposición la achararían a los mareos propios del viaje. En cuanto al bebé… el mar haría el resto.

Eminencia, ¿qué motivo os retorna a la añorada España?
No se asusten señoras, pero es el Diablo. Corren rumores de que la situación se ha vuelto insostenible. Una peste de supercherías: adivinos, magos, astrólogos, y algunas prácticas irrespetuosas en congregaciones y órdenes, están asolando la fe. Por toda España, se pronuncian bulas, se realizan juicios, y se condena a todo aquel que osa adorar a Satanás. Y vos hermana, ¿por qué regresáis?
La grave enfermedad de un familiar me obliga. Me va a disculpar, vuelvo a sentirme indispuesta. —A punto estuvo de sucumbir a la tensión del interrogatorio.

Pero aquel avispado representante de Cristo desconfió de Sor Doña Inés y su dueña. Sin mayor referencia que el instinto de la elite inquisitorial, repasó los informes que portaba en diligencia al rey. No tardó en encontrar los datos que las relacionaban con la congregación, y el apremio de su partida. Es por ello que las espió y mandó vigilar. Misteriosas luces y extraños rezos, alertaron a los encargados de la misma. Pese a las evidencias, el Obispo decidió aguardar.

“… Los gritos cruzaban la nave de punta a punta. El cielo se nubló totalmente. El oleaje nos zarandeaba de una forma demoníaca, como si el mismísimo Lucifer, jugara con nosotros. De entre los goznes y rendijas de la puerta del camarote de Doña Sor Inés y Doña Manuela, pudimos observar movimientos poco habituales. Ocultos, aguardamos lo peor. Pasada la medianoche, cuando la tormenta descargaba su furia sobre nosotros, salieron ambas visiblemente afectadas. Doña Manuela se dirigió con un bulto entre las manos hasta cubierta. Allí, entre lágrimas y risas, pronunciaron conjuros diabólicos. Ellas misma confesaron inmediatamente después que se trataba de un niño. Los hombres lanzaron redes, pero no pudieron rescatarlo. Fue entonces que todo se descontroló. Enfurecidos, aquellos marineros lanzaron una tras otra al agua a ambas mujeres. No puedo justificar ninguno de estos hechos, sé que su Majestad sabrá confiar en mi palabra. Aquí tiene esta carta con todo lo acontecido. Disponga de mi cargo como crea conveniente. Pero confío en que permita a este su humilde representante, continuar con la labor que le ha encomendado.
Suyo servidor por la Gloria de Jesucristo…”

CRSignes 070609

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