Promesa cumplida
Desde el otro lado de la línea telefónica, su voz sonaba lejana y débil.
— ¡Iremos al hogar de los gigantes!
— Anda ya abuelo, no me engañes.
Si su abuelo hubiera podido verle los ojos abiertos como platos, se habría reído mucho.
Esperaba no decepcionarlo. En primavera, precisamente en las fechas en las que el niño nunca podía viajar hasta el pueblo, era el encargado de capitanear el desfile de los gigantes; estructuras de madera con forma humana, que bailaban salvajemente al son de la música popular, y que rivalizaban con los cabezudos.
— ¡Qué sí! Dentro de tres semanas estaremos juntos, y prometo que lo primero que haremos será visitar ese lugar.
Pero el tiempo corrió en su contra.
Pedro entraba despacio de la mano de su padre. Sebastián tenía miedo de no encontrar las palabras adecuadas, de no saber explicarle bien lo que había sucedido, y se sorprendió.
— Hace tres meses a Lolo le pasó lo mismo.
— ¿A qué te refieres hijo?
— Lolo vino llorando a clase por que su abuelo se había muerto, y la “seño” nos habló sobre la muerte.
En parte, Sebastián se sintió aliviado. Continuó avanzando aparentando tranquilidad.
— Pedro, quiero que comprendas lo que vas a ver. Entraremos en ese cuarto, ¿vale? Ahí está tu abuelo. Lo verás como dormido, pero ya no puede contestarte. Será sólo un segundo, y nos iremos. Era muy mayor, sufrió una crisis cardiaca. Murió cuando dormía.
— Papá, entonces… ¿ya no podré ver nunca el hogar de los gigantes?
Los niños, son capaces de disociarse rápidamente de los hechos incómodos. Sebastián estuvo a punto de enojarse, pero comprendió que con seis años, Pedro, no era consciente de lo que sucedía. Entonces recordó, volvió a su infancia. Cierta melancolía le hizo reaccionar, y tomando a su hijo en brazos, salió de la casa.
Un escalofrío recorría su cuerpo. Todas sus moléculas se estremecieron, y las lágrimas recorrieron su rostro.
— No llores papá. Nos dijo la “seño”, que los que mueren, se quedan dentro del corazón de los que les quieren. Yo siento al abuelo. ¿Tú no?
— Claro hijo mío, pero debo acostumbrarme…
Abrió la puerta de la fantasía en la mente de su hijo, como antaño hiciera su padre con él. Y contemplando aquellos magníficos seres, comprendió la importancia de mantener la ilusión que tantas veces le quiso hacer comprender su padre.
CRSignes 041105
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