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Abr

La chica Biograph

A Florence Lawrence (2 de enero de 1886-28 de diciembre de 1938)

“La chica de Biograph” gritaban, y se hacía un corro a su alrededor. Había conseguido, primero que nadie, convertirse en estrella de la gran pantalla. Su candor en la interpretación y su belleza aniñada obraron el milagro.
A Florence al principio no le importó que su nombre no trascendiera, ningún actor salía en los créditos; pero a poco ella saltó a otro escalón. Se alimentó su vanidad, y junto a ella la ambición de quién sí supo ver en todo aquello un negocio.
La industria cinematográfica crecía, y lo que hasta hacía bien poco no dejaba de ser un fenómeno casi de feria, comenzaba a verse, sin exagerar, con los ojos del arte. Las masas buscaban sensaciones renovadas, y en aquel siglo, el XX, recién estrenado, todo tenía sabor a nuevo. Pronto casi ya ni podía salir a la calle, la gente la buscaba, le escribía, incluso la imitaba; la adoraban. Con una buena campaña publicitaria lograron elevarla al nivel de los mitos, ya no era esa chica de las mil caras, sino Florence Lawrence, una estrella. Pero la fama es voluble y tan efímera como la que consigue un jugador que, en el último minuto, marca el tanto que salva a su equipo del descenso. Y los suelos tapizados en rojo se fueron decolorando. Pronto los demás estudios descubrieron la picardía de ensalzar sus propias estrellas, y por momentos, el cielo se iluminó con los favoritos de un público creciente, exigente. A Florence le siguió Mary Pitford “la novia de América”, Douglas Fairbanks, Valentino, Chaplin, y tantos y tantos otros que entre ellos casi eclipsaban el fulgor de sus antecesores. Por si eso fuera poco, después de recuperarse de un accidente en un rodaje, le dieron la espalda; inventó una y mil formas con las que sobrevivir, y durante veinte años lo logró. Pero a Florence le pudo la soledad. Había sujetado la antorcha de la gloria en solitario, y no asimiló bien pasar el testigo del éxito. No soportó transitar del todo a la nada. El vestigio de su travesía, por ese Olimpo renovado, calló en un saco sin fondo. Nadie la contrataba, nadie la recordaba ni la deseaban. Y se abrió una grieta en su corazón.
Florence, dejó el mundo una tarde de diciembre de 1938 en la habitación de un hotel, sola. Una sobredosis de barbitúricos cerró sus ojos para siempre.

CRSignes 200807

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