29
Mar

Al final del arco iris

Alentaba a los transeúntes para que le ayudasen a paliar la inexistente tregua que da el alcohol. Con la borrachera, regresó a un bosque que ofrecía refugio a la gente como él. Acomodado junto a los vacíos tetra-brik de vino, de anteriores resacas, despertó sudoroso y tiritando por la fiebre. Lamentó no haberse atrevido nunca con las agujas: lo sencillo que hubiera resultado, con un solo chute, poner fin a su deleznable vida. Intentó limpiar el espacio que le rodeaban: lanzó bien lejos los desperdicios y se dispuso a escarbar un hueco en el que descansar. No había hecho más que introducido la mano bajo la tierra, cuando tropezó con un objeto. Pensó en ignorarlo —aquel lugar se había convertido en un vertedero—, pero al sacar la mano una moneda dorada se deslizó junto a ella. Siguió hurgando hasta alcanzar un recipiente repleto de monedas al parecer de oro, plata, bronce y cobre. El inesperado encuentro le devolvió las fuerzas, aunque no la razón. Se sintió observado y tuvo miedo. Por menos había visto caer a más de uno. En ese momento, de entre los matojos, surgió un ser diminuto que bailó ante él. Con sus absurdos aspavientos, parecía querer decirle algo. Sus movimientos estaban más próximos al enfado que a la cordialidad; aunque por su estatura, no representaba ninguna amenaza.

¡¡Maldito alcohol!! No te esfuerces enano, no pienso compartir nada contigo. —rió nervioso consciente de que todo podía ser un juego de su subconsciente maltrecho.
¡Qué feo eres! ¿Te has visto la cara?

Fantasía o no, el hombrecillo cada vez se encontraba más cerca, tanto que le pareció sentir fuertes y molestas punzadas.

Ya te estarás quieto. ¡Déjame disfrutar de este sueño! No te he hecho nada. ¡Desaparece! Soy rico. ¿Lo ves?

Aquel ser de afilado rabillo, rostro alargado, nariz picuda y grandes ojos saltones, seguía denotando su mal humor. En su desesperación, el borracho agarraba aún con mayor fuerza el recipiente del tesoro, mientras, a cada pinchazo, sus músculos resentidos perdían fuerza.

Seguro que tienes más. Quiero librarme de esta cadena perpetua, quiero quedármelo.

Con el penetrante dolor de las últimas punzadas, todo pasó del gris al negro. Un segundo después había muerto.
Se lo encontraron sobre un charco de orín y vómitos, con la mano fuertemente cerrada para que no se le escapara un doblón de oro de incalculable valor.

CRSignes 250408

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