18
Mar

Las reinas. Parte 4ª La reina de diamante

Cuando despierta sigue cantando, levanta la mirada y las luces le ciegan su vista borrosa. No comprende que la sujeten, ni el porqué del pinchazo. Relaja su rostro desdibujado y duerme.
Horas atrás desenmarañaba la peluca antes de ajustársela. Un último retoque al maquillaje que enmascara sus imperfecciones, que le devuelven la confianza; crédula ante el espejo, engañada por que quiere, deja atrás los aseos y se sumerge en el recuerdo caminando bajo el escenario. Nadie se le acerca, y desespera. ¿Dónde se guarda la dignidad perdida? Recurre a trucos baratos para llamar la atención; asoma sus pechos esperando una respuesta, pero nadie mira.

¡Augusta, por favor!... Que espantas a la clientela.
Mira Roberto chico, si no lo consigo así, prometo hoy retirarme pronto.
Retírate ya, pero definitivamente. Seguro que con los años en escena, tu pensión cubre con creces tus necesidades.
¿Qué sabrás tú, cabrón? Además ¿tú quién eres aquí para echarme?
Aprovecha y disfruta esto —le da una palmada en la nalga— será lo único de provecho que conseguirás esta noche, maricón.

Le levanta el dedo y continúa esperando. Cree ver un rostro conocido en la barra, pero apenas es un espejismo. Aún así se acerca y se insinúa sin resultado.

Tú te lo pierdes.

Demasiados días sin poder echarse una copa encima; llega la decepción. Una vez se dijo que quién no supiera apreciarla que eso se perdía, pero hace tanto que ya ni lo recuerda. Los años no han perdonado una vida díscola, errabunda. Un saludo amable le haría recuperar la sonrisa.
Camino de casa vuelve sobre sus pasos al cruzarse con alguien conocido, esta vez sí, pero la ignora. Otra puñalada a su integridad. Al menos aún puede cantar, y canta. La increpan desde las ventanas, demasiado tarde para montar jaleo. Un policía la invita a comisaría si no se calla. Retorna un poco en sí, y se dirige a su refugio; la única coherencia se encuentra allí encerrada. En el baño orina nerviosa, apenas logra sacar una gota. Toma un frasco de pastillas y se dirige al sofá. Llora alargando el brazo, intentando alcanzar el triunfo que evidencia el cartel que pende de la pared, mientras traga con amargura. El portal de su casa se convierte en escenario. Desciende la escalinata como antaño mientras entona canciones olvidadas. La expectación es evidente. Ella acoge la visita como corresponde, se debe a su público, y mientras reverencia el agradecimiento, cae en redondo presa del medicamento que la liberará.

Tenga señor guardia. Agustín Santiago, más conocido por “Augusta”. Aquí tiene su DNI.

La ambulancia se aleja.

¡Augusta! Despierta. Mírame, soy Teresa.

Teresa se sienta a su lado, la acaricia con ternura y también se duerme.

(Continua...) CRSignes

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