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Mar

Las reinas. Parte 2ª La reina de picas

De poder elegir, hubiera preferido ser reina de corazones, pero en su vida sólo había espacio para conquistar, mandar y exigir, con el consabido respaldo de su natural disciplina, obras conclusas, y miles de proyectos, siempre ajenos, que la llenaban de orgullo. Todo a vueltas con el trabajo. En su casa: la anarquía total. ¿Cómo si no hubiera podido aguantar un ritmo tan deshumanizado?
Pero ella no lo veía así, permanecía ciega a los sentimientos protegiéndose, según se vanagloriaba, del desengaño. Aplicada hasta la médula, en su compromiso laboral, el tiempo que realmente dedicaba para satisfacer los pocos placeres que ocultaba al mundo no era suficiente como para dejarla complacida. Estaba sola. No comprendía que la avariciosa forma de tratarse pudiera pasarle factura. Se sentía sola.
Pero no siempre fue así, apenas si recordaba el momento preciso del cambio. El día en el que se abandonó para dedicarse a aquello que la rescataría del tedio. Dos hijos y un esposo abnegado, que no pudieron negarle el capricho. En un principio la aceptación fue total; los ingresos vinieron a suplir la falta de cariño. Cuando quisieron darse cuenta del error se negó a escucharles, y la abandonaron. “Menudo alivio”, exclamó ella, no podía seguir perdiéndose en monsergas. Tan hondo había caído el aprecio que ya nadie lo podía encontrar.
Ese día, volvió a sentir un estremecimiento en su maltrecho corazón, pero lo intuyó apenas como un dejà-vú de su existencia. Al despertar se asustó. Sintió pánico. Agarró sus pertenencias: un bolso cargado de pastillas y la cartera, e intentó salir de allí; al sentirse atrapada quiso comprar la libertad. Tuvieron que hacerle comprender que era afortunada, no había sido más que un susto; que si se relajaba, pronto regresaría a casa. Observó a su alrededor con autosuficiencia, una fachada que ennegrecía su carácter. Con morbosa curiosidad cruzó la mirada al otro lado de la cortina, pero no logra atraer la complicidad de unos ojos perdidos en un espacio inexistente, en el abismo del olvido. Ojos que no saben ver como los de un bebé, pero con la amargura de años en sus pupilas abiertas.
No se queda el suficiente tiempo como para escuchar la pregunta que se pierde entre el murmullo dominante. Sigue sola su camino.

(Continua...)CRSignes

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