13
Mar

"La Loli"

Estaba harto. En más de una ocasión había logrado bloquear su paso, devolverle el importe de la entrada y conminarla a no regresar jamás bajo la amenaza de denunciarla, pero siempre se me escabullía. Suponía que aprovechaba las aglomeraciones para colarse por alguna esquina confundida con el resto de espectadores.
Recuerdo el día en el que llegó la nueva acomodadora, debió pensar que era un áspero de mal genio. Primero no iba a dejar que se apropiara de mis clientes más adinerados, aquellos que soltaban siempre un duro de propina por un buen servicio; y segundo era mujer, ¿dónde se había visto una mujer acomodando? Creí que se llevaría más de un pellizco en el culo. Seguro que le provoqué algún quebranto con mis contestaciones.

¿Ha habido muchas acomodadoras en la ciudad? —preguntó.
No, eres la primera y no es mentira. —Le contestó mi compañero.

Pero ese era el menor de mis males. Era domingo, la película de tensión e intriga, llena de estampidos y muertos, no era tolerada y habíamos llenado. Cada media hora nos turnábamos para controlar, linterna en mano, que todo el mundo se comportara correctamente. Sabedores de nuestro poder nos divertía ver cómo se le atragantaban la pipas a más de uno.
En la primera ronda encontré alguna parejita haciendo lo propio en “la fila de los mancos”, pero no siempre los ponía en vereda. Eso sí, era divertido ver cómo al paso de la linterna se quedaban quietos, inmóviles.
La tercera ronda le tocó a la nueva, aguardé que saliera para supervisar su trabajo, no me fiaba mucho.

¿Algo extraño? —le pregunté.
No… Bueno sí. Algunos espectadores se quejaban de una musiquilla extraña, como un tintineo…

Entré despacio para ver si pescaba a Loli de una vez.
“La Loli”, así era conocida, había sido una mujer hermosa como pocas que encaminó mal su vida. Cayó en la prostitución y la calle y el alcohol hicieron el resto. A sus cuarenta y cuatro años aparentaba tener más de cincuenta. Las cuatro perras que sacaba las ganaba en los cines ejerciendo de “pajillera”, embadurnando sus manos con la simiente de algún que otro desesperado, al no encontrar otra ocupación con la que ganar los cuartos para poder comer.
Y ahí estaba yo intentando frustrar sus esfuerzos. Ante todo estaba mi empleo, aunque no negaré que de vez en cuando hacía la vista gorda.

CRSignes 100309

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