15
Feb

El Gran Orlando

El Gran Orlando se había ganado con esfuerzo el acceso a los grandes circuitos de espectáculos dentro del mundo de la magia, la hipnosis y el mentalismo. Todo hubiera seguido viento en popa, de no haberse cruzado en el camino de un ambicioso politicucho de tres al cuarto. Este personaje, calló hipnotizado en una de sus actuaciones realizando, ante la concurrencia, toda clase de movimientos más propios de una gallina que de un ser humano, divirtiendo a los allí presentes. Sucedió que la grabación de los hechos llegó a los medios de comunicación, donde fue exhibida dada la importancia del político en ciernes, en todas las cadenas.
Una semana más tarde, el Gran Orlando recibía una citación oficial, según la cual se le exigía una declaración jurada de la falsedad de sus actuaciones, o el pago de una importante suma de dinero como indemnización por daños y perjuicios.
Su prestigio estaba en juego. No temía a la justicia, sabía que había obrado conforme a lo que de él se esperaba, no comprendía cómo se podía lastimar la moral de un voluntario en su espectáculo. Pensó que podría arreglarlo por las buenas, pero los hilos invisibles de su influyente adversario lograron que, a dos semanas del plazo fijado, se quedara sin actuaciones. Fue entonces que decidió solicitar una reunión privada con el denunciante, el cuál apareció acompañó de su abogado. El encuentro tuvo lugar en un callejón.

¿Qué es lo que quiere? Y ¡ojito! Que puedo conseguir que no actúe nunca jamás.
Si me disculpo públicamente ¿nos olvidamos del asunto?
Y ¿qué gano con eso?
No es lo que usted gana, es que haga lo que haga usted parece desear terminar con mi carrera.
No seas lerdo y acepta —habló el abogado por vez primera, que se había dado cuenta de que las cámaras les rodeaban.
¿Tú también quieres que me pleitee cooo,… cooo,…cooo,…cooon… tigo?

Como acto reflejo comenzó a arrastrar las piernas escarbando, agachándose al tiempo que movía su cuello hacia delante, picoteando el aire.

Puede que me quede sin trabajo, pero creo que este espectáculo me lo merecía.

El Gran Orlando se veía imponente con su traje de lentejuelas y su capa reluciente.
Unos segundos después nadie podía dar crédito a la transformación de la que había sido testigo. Todos aplaudieron sin cesar la gran proeza, mientras un rastro de plumas acompañaba la incontrolable carrera de un pollo asustado.

CRSignes 060808

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